...el
ruido de los besos,
el
murmullo de los suspiros,
los
sonidos entrecortados se hacen oir...
Ya
los sofás gimen,
corren
tiernas lágrimas,
el
temblor se apodera de ellas;
se
desvanecen
y
nadan en un torrente de sensaciones.
(Honoré-Gabriel de Riquetti, conde de Mirabeau,
El libertino de Calidad, 1783)
Escribe:
Rogelio Llanos Q.
Gemir o no gemir, tal
parecería el dilema para las parejas, que encuentran en los sonidos emitidos
por él o por ella, durante una sesión amorosa, el impulso renovador para
satisfacer sus afanes amorosos o, por el contrario, que reprimen esa respuesta
auténtica del cuerpo levantando la última barrera preservante de una intimidad
celosa. Se gime porque no es posible contener más la energía acumulada con el
deseo. Se gime también por el gusto de escucharse o que la escuchen o lo
escuchen. Se gime porque así se alimenta aún más el ardor y las ganas. Pero
también se gime porque hay quienes tienen la necesidad de fingir. La mujer es quien más finge porque a él le
gusta saber que la está haciendo gozar o porque ella desea terminar cuanto
antes una cópula no deseada. Hay quienes no gimen, también. Y no se gime por la
vergüenza de hacer saber al otro el estado de vulnerabilidad en que se encuentra,
pues aún en pleno siglo XXI existen seres humanos que continúan pensando que el
sexo es parte del costo que se tiene que pagar por vivir. Y no se gime porque
toda esa carga represiva que se ha llevado a lo largo de la vida también se
manifiesta o se hace sentir en el campo de Venus.
Muy poco se ha escrito
sobre estas muestras de excitación o de placer de hombres y mujeres durante la
relación sexual. Tanto hombres como mujeres se resisten muchas veces a
mencionar lo que hacen, cómo lo hacen o lo que les gusta que hagan sus parejas
en materia de gemidos o sonidos. Todos pueden hablar en mayor o menor medida de
las diferentes acciones y reacciones que comporta la actividad sexual (qué
poses utilizan, cuántos polvos se tiran en una noche, lo mucho que hacen gozar
a su pareja, etc), pero muy pocas se detienen a detallar los deliciosos sonidos
que se emiten durante la relación sexual. No hablamos únicamente de los sonidos
que se generan en el coito en sí, nos referimos a los sonidos que empiezan a
producirse desde los primeros besos, tocamientos o escarceos amorosos.
Empecemos, entonces, por
el principio. Y el principio es un reconocimiento: todas las parejas en el acto
amoroso emiten sonidos muy particulares. No estamos aludiendo a frases o
conversaciones o narraciones, que sería motivo de otra nota (hay quienes gustan
de contar historias o hacer públicas sus fantasías mientras copulan), sino a
sonidos que caen dentro de las categorías de gemidos, quejidos, gritos, ruidos
y monosílabos que, inequívocamente, para alguien que estuviera fuera de una
habitación y no supiera de antemano que dentro hay una pareja en disposición de
copular, le permite saber o imaginar lo que allí está ocurriendo. Es decir,
estos sonidos son propios, casi
exclusivos, de la relación amorosa, y sólo se emiten en tales circunstancias:
vale decir, con las personas sometidas a una situación en la que hay tensión o
energía contenidas; con hombres y mujeres bajo los efectos de la emoción o excitación
que proviene del deseo en ascenso, en su punto culminante o ya en la franca
etapa refractaria; con individuos que teniendo la certeza de privacidad o bajo
la creencia de que no hay nadie cerca de ellos deciden dar rienda suelta a sus
pulsiones sexuales; con seres humanos que han descubierto que la entrega total
o parcial, consciente o inconsciente, al goce carnal, les permite liberarse de
la angustia y el estrés que les causa la aparición del deseo.
Decimos casi exclusivos porque también hay que
reconocer que durante la masturbación
los seres humanos emitimos, deseamos emitir o tendemos a hacerlo, esta clase de
sonidos que permiten también incrementar el placer o acelerar la llegada del
orgasmo, sin contar con que al momento de éste hay sonidos que se generan
independientemente de nuestra voluntad. En todo caso, volveremos a la
masturbación en su momento.
Una pareja que inicia los
primeros acercamientos consume mucha energía y tiempo en observarse, tocarse y
besarse. En esta etapa los ruidos son muy insipientes. Apenas, quizás, algunos susurros como ¡uhmmmm!
O suspiros que concluyen en un ¡ahhhh! premonitorio, especialmente después de
los primeros besos apasionados, es
decir esos besos en los que labios, lengua y dientes se tocan, se exploran unos
a otros, con el feliz regodeo consiguiente. Los chasquidos de los labios, el
sonido atenuado de la lengua buscando a la otra lengua y los ¡mmmm! insistentes
y obsesivos suelen prolongarse por varios minutos, más aún si mientras los
labios y lenguas se buscan, descubren y exploran, las manos de él acarician los
senos o los pezones ya sea por encima de la ropa o debajo de ella. Y resulta
siempre fascinante sentir que, mientras los besos se suceden de manera continua
y prolongada, los labios de ella se
reblandecen y se enfrían, volviéndose más jugosos y más permisibles, en
clara señal de haber alcanzado un alto grado de excitación.
Es el momento del paso de
las palabras tiernas o de las ingenuas declaratorias de amor a las
manifestaciones abiertas del deseo. Es el paso de las miradas ligeras y
sonrisas cómplices a las observaciones profundas y miradas curiosas e
insinuantes. Es el momento del tránsito inevitable de las caricias delicadas al
masaje audaz y provocador. Aquí las miradas se vuelven inquisitivas, los ojos
brillan de deseo, y los párpados superiores caen ligera y ostensiblemente como una señal de que el pene está húmedo y
erecto, los pezones erguidos y duros, la vulva mojada y el clítoris endurecido. Es el momento,
tan efímero como turbador, del silencio. Hay expectativa por la fase siguiente
y, entonces, la respiración se vuelve agitada, entrecortada porque el corazón
está latiendo como corcel desbocado. Por la angustia y la desesperación del
momento, ambos pueden enmudecer y, quizás, algunos sonidos guturales podrían
hacerse presentes, lo cual es, de todas maneras, una señal para que los dos
reinicien el combate amoroso. Una pequeña tregua para volver luego a la etapa
más azarosa, más perturbadora y también más violenta.
Aún en las parejas con
experiencia, siempre el inicio tiene su pequeña dosis de misterio: ¿cambiará la
estrategia de los preliminares? ¿será igual que siempre? ¿me tocará en los
mismos lugares? ¿qué hará primero? Pero estas preguntas, en tal ocasión,
difícilmente se realizan en el plano de la racionalidad. En todo caso, son como
ideas que cruzan a velocidad por la mente de ambos miembros de la pareja o de
uno de ellos. Generalmente, es la mujer quien piensa más en ello que los
hombres, más preocupados éstos por la performance que deben rendir, por
conservar el alto grado del deseo o por mantener la dureza del pene. Para no pocos hombres, cada cópula es como
una prueba que deben rendir. Y deben rendirla bien para que su ego no quede
maltratado. De allí que –salvo en el caso de los habladores, que muchas veces
hablan para disimular sus insuficiencias o minusvalías- los sonidos que emiten
en esta fase son mínimos, a diferencia de las mujeres que una vez que son
ganadas por el deseo, se dejan llevar por él y su voz adquiere una tonalidad
distinta que, en algunos casos, la lleva a los susurros, a las expresiones
mínimas y a los gemidos, en un intento –no siempre consciente (la naturaleza es
sabia y la mujer desde el saque asume su condición de guía) de conducir a su
pareja por las mejores vías para llegar a consumar exitosamente la cópula. No
siempre los hombres entienden este lenguaje del cuerpo, y desoyen los sonidos
que la mujer desliza como respuesta a su arrechura en ascenso y que es un signo
auténtico de su deseo y de su intimidad. Pero, repetimos, hay muchos hombres
que padecen de sordera crónica.
Ya con los genitales
dispuestos a la cópula, el umbral entre la racionalidad y el instinto se
convierte en una línea muy delgada fácil de transgredir. Sin embargo, los seres humanos tenemos elementos
de control insospechados. De allí que, a pesar de estar en ese punto que
denominamos umbral, hay, en no pocos casos, un destello de racionalidad que
advierte a él o a ella que seguir adelante podría tener algún tipo de
consecuencia no deseada (embarazo, principalmente). Si no existe un método pre
establecido de anticoncepción (pastillas, uso del DIU, uso de óvulos, etc.) o
un método post-coitus (pastilla del
día siguiente, lavados vaginales, etc.), ese es, precisamente, el momento de
ponerse el condón o de buscar formas alternativas al coito para saciar el deseo
que agobia, angustia, impulsa. Estamos hablando de esa fracción de tiempo (o de
minutos, quizás) en que se deja de lado las caricias previas y se desea pasar,
ya con intensidad, a la exploración genital, es decir cuando la pareja busca ya
sin barrera emocional alguna llegar a aquellos puntos –generalmente los
genitales- desencadenantes del clímax. Si ocurriera eso que denominamos destello
racional entonces la pareja hará aquellas acciones necesarias para adquirir y
dar placer, pero sin arriesgar a generar una concepción. Es decir, se pasará al
sexo oral, a la estimulación mutua, al
sexo anal o al coito con la debida precaución (uso del condón ya mencionado o a
la cópula con la intención de efectuar el nada recomendable coitus interruptus).
Si no hubiera ese destello
racional antes referido, la pareja se adentrará en el campo de Venus impelido
por el deseo, desconociendo cualquier vestigio racional (con aquella actitud
del quiero gozar ahora y ya se verá después) corriendo todo el riesgo que la
cópula implica. Repetimos, son fracciones de tiempo en el que en materia de
sonidos, aparte del ruido atenuado que hace el plástico al ser desenrollado a
lo largo del pene, hay una miscelánea de expresiones que van desde la
advertencia para no olvidar la colocación del condón hasta las expresiones
encubridoras de las intenciones íntimas de cada miembro de la pareja (el hombre
se muere de ganas por penetrar, pero quiere dar la imagen de autocontrol; ella
quiere ser penetrada, pero sabiendo que él termina rápido, disimula sus ganas e
insinúa el deseo de seguir siendo acariciada). Aquí, más que los sonidos,
ruidos o susurros, proliferan los silencios o las frases.
En cada una de las
diferentes bifurcaciones que la pareja decida recorrer, las reacciones son
distintas y, los sonidos probablemente también. En materia sexual no existen
las reglas, y por lo tanto en cada vía que la pareja transite hay una total
libertad de acción. Y nada debe estar controlado, cronometrado ni pautado. Si
se opta por el sexo oral, por ejemplo, podría ser que ella lo inicie (fellatio), que él lo continúe (cunnilingus) y así de manera alternada,
buscando incrementar el grado de excitación. La única regla –si acaso
existiera- sería no ir hacia un final veloz y, más bien, dilatar el mayor
tiempo posible los llamados juegos previos. Suponiendo que ello fuera así, y
que la relación se inicia con una fellatio,
los ruidos que allí se generan provienen
de los labios de ella, los chasquidos de sus labios al besar o al chupar el
glande o el tallo del pene. Pero también de parte de él, el uhhhh!, ahhhh u ohhhhh característicos se
producirán una y otra vez, especialmente si ella recorre, lenta o rápidamente,
según el gusto de la pareja, con su
lengua o con los dedos o con la palma de su mano la base del glande. Para
muchos hombres –que aceptan que la mujer los estimule con la mano (a algunos
les disgusta por los prejuicios anti masturbatorios) – la frotación de la base
del glande con la palma de la mano resulta particularmente placentera. El
desencadenamiento allí de los gemidos masculinos es casi seguro (nunca se puede
ser categórico en las afirmaciones porque, repetimos, en materia sexual nada
está normado y ningún ser humano está programado en sus reacciones). Y la razón
es muy sencilla: generalmente el hombre es consciente de su sexualidad desde
que se masturba, y la masturbación –que es un subir y bajar la mano o los dedos
en torno al pene erecto- significa la estimulación de los miles de nervios que
confluyen especialmente en el glande y mucho más específicamente en su base.
Cuando el hombre se masturba, aplica una mayor presión en esa base.,
especialmente cuando la eyaculación está por ocurrir o cuando apura su llegada.
Ese es el momento en que el hombre empieza a gemir, gritar, boquear, hablar. Si
la mujer estimula el glande presionando la base, el efecto y los sonidos son
similares.
Algunos profieren un ¡¡hsssssss!!
profundo, como aspirando, intenso, prolongado. Es una señal que la excitación
de él está en franco ascenso y que si se continúa con la fellatio o con la estimulación manual, podría ocurrir la
eyaculación. Los hombres –no es una
regla, pero es algo bastante común- gimen poco y hablan un poco más. ¡Qué
rico!, ¡Sigue!, ¡Así!, son algunas de las expresiones más frecuentes. En no
pocos casos, tales expresiones son seguidas de apelativos, diminutivos,
nombres, etc., y hay también quienes gustan decir procacidades, que no siempre
son del agrado de la pareja.
En el cunnilingus, los ruidos ahora provienen del contacto de los labios y
la lengua de él con la vulva. Estos ruidos son francamente deliciosos. Los
chasquidos de los labios al besar los labios mayores, los labios menores, el
clítoris, se entremezclan con los ruidos que ocurren al pasar la lengua con
avidez sobre los genitales mojados de ella. El ruido es mayor por cuanto la
humedad se intensifica por el alto grado de excitación de ella y por la
presencia de la saliva de él en los genitales femeninos. Una sábana mojada al
final del combate es la huella inequívoca de que sobre ella se ha efectuado el
maravilloso cunnilingus. Chupar el
clítoris es todo un placer y el ruido que de allí proviene excita aún más a la
pareja. Si sobre el clítoris, duro y erecto, se pasa el dedo, estimulándolo,
acariciándolo, también es posible arrancar de ella un ¡hsssss! intenso,
profundo, pero es bastante común que a lo largo del cunnilingus se dejen escuchar los ahhhh!!! prolongados o intermitentes, pero siempre
agitados, urgentes y con un volumen en ascenso. También son bastante frecuentes
los ¡¡¡uhhhhhh!!!! intercalándose graciosa y obsesivamente con los muy comunes ¡¡¡¡ahhhh!!!!.
Estos gemidos suelen ser
una descarga emocional formidable para ella. Tan formidables, necesarios,
fascinantes, maravillosos como perturbadores y arrechantes. Contribuyen, junto
con el orgasmo a darle equilibrio emocional a la mujer. Tales respuestas se dan
también si se opta por la estimulación manual (de él hacia ella) o la
masturbación. Tal vez muchos hombres dirán que tales acciones son innecesarias
o tontas si es que es posible ya efectuar la penetración. Nuestro punto de
vista es distinto. Creemos que estimular un clítoris o ver a una mujer
masturbándose es uno de los momentos más fascinantes de la vida sexual de una
pareja. Y en términos de sonidos (pues tal es el motivo del presente texto),
ambas son actividades de una exquisitez extrema. Para empezar, el primer
sentido que resulta gratificado es la visión. Ponerse al costado de ella y
pasarle la mano por los genitales, explorándolos con delicadeza, sintiendo el
agradable contacto de los vellos en la palma o en el dorso de la mano, introduciendo
lenta y cuidadosamente el dedo en el surco, separando los labios mayores de los
menores, frotando el clítoris por encima del capuchón (jamás en la punta porque
le dolería y se perdería el encanto), demanda una actitud de entrega total hacia
ella. Ella requiere que le demos placer, y se lo estamos dando. En el silencio
de la habitación, es posible percibir con gran gozo el delicado roce de la mano
con la piel de ella, con sus genitales. Podemos acercar los ojos, la nariz y
los oídos a su cuerpo o, específicamente,
a sus genitales mientras acariciamos el vello púbico, los labios, el
clítoris. Podemos ver de cerca cómo los muslos se empiezan a separar y los
labios a abrir, dejando ver los rosados restos del himen roto y las burbujitas
de los jugos femeninos que aparecen por la parte inferior de la vulva. Si comenzamos
a introducir uno o dos dedos en la vagina, para mojarlos y aprovechar esa
humedad en lubricar toda el área o porque queremos conocer el olor íntimo de
ella o el sabor de sus jugos, escucharemos el hechicero chapoteo de los dedos
en la fuentecilla formada. A muchas mujeres les encanta este sonido y responden
con el ansioso ¡¡¡¡Así, así!!! o el estimulante ¡sigue, sigue, sigue!!! que
combinan con los espontáneos ¡ahhhh!!! u
¡ohhhh!!! que contribuyen a que el hombre, espectador privilegiado tenga
el pene cada vez más duro y listo para la penetración.
La fase descrita es una de
los mejores momentos previos a la penetración. Repetimos, no hay regla alguna
sobre cuál debe ser la continuación. Habemos quienes, ante la visión de una
vulva completamente mojada, optamos nuevamente por el cunnilingus, lo que a una mujer siempre satisface, quizás por el
hecho de que entiende o llega entender que él está descubriendo, explorando,
apropiándose de parte de su fuero más íntimo. En el caso de él, de manera
inconsciente, ese acto también lo llega a asumir así. No olvidemos que para
gran parte de nuestra sociedad occidental y cristiana (felizmente ya no para
algunos), los genitales aún continúan siendo las partes feas, sucias y malas del cuerpo humano. La
formación moral y educativa de muchas mujeres especialmente (y también para no
pocos hombres), las lleva a considerar los genitales como zonas proscritas o a
las que no debemos conocer mucho y a las que se debe prestarles poca atención.
Reiteramos, felizmente la tendencia a cambiar tal punto de vista está creciendo
con el tiempo. Durante esta fase, los sonidos preponderantes son el chapoteo de
los dedos, la fricción de los dedos sobre el clítoris, los gemidos de ella o
las palabras de él animándola a que se concentre en el placer y llegue a los
predios cercanos al orgasmo.
En las cercanías del clímax
de ella, se pueden seguir dos caminos: o se continúa apoyando la labor de ella
para que llegue al orgasmo o se pasa a la penetración. Si se optara por el
primer camino, hay una buena recompensa para el hombre: la visión total de un
cuerpo femenino contorsionándose, estirándose, moviéndose, susurrando,
gimiendo, gritando en los estertores del orgasmo. Para nosotros esa visión no
tiene comparación: algunas cierran los ojos en el afán de concentrarse en una
visión ( y allí están solas, no necesitan a nadie, se aíslan de su pareja, son
ellas y nada más que ellas); otras abren los ojos como sorprendidas ante algo
nuevo o desconocido que su cuerpo en un estado casi hipnótico no esperaba; los
pezones durísimos, crecidos, desafiantes, más rosado oscuros que nunca, como
pidiendo que los acaricien, que los
besen, que los satisfagan; el abdomen duro, tenso, pidiendo sentir un cuerpo
encima; los muslos separados, tensos, estirados, aunque otras tienden, más
bien, a cerrarlos para hacer de la vulva un órgano protuberante, pero a la vez
inaccesible y resistente a la penetración, concentrando todos los esfuerzos y
los nervios en el clítoris; las piernas y los pies estirados al máximo, ya sea
que los muslos estén abiertos o cerrados. Y durante toda esta fase que se
desarrolla en el umbral del clímax los gemidos se tornan insistentes,
inquietantes, angustiosos. Se escucha la respiración entrecortada y cada vez
más rápida, mezclándose esos sonidos con los de la mano de ella o de él
frotando frenéticamente el clítoris. A esas alturas, mucho más recomendable es
que ella misma se estimule, se masturbe, porque ello hará posible que
establezca su propio ritmo y no corte el desarrollo del orgasmo. No olvidemos
que en tal punto del camino, una pequeña distracción y todo se arruina. De allí
que la concentración de ella en su cuerpo, en su visión, en su fantasía, en su
imaginación es fundamental y necesaria. Él tiene que ser lo suficientemente
cómplice para apoyarla en esa tarea. Un principio básico –que muchos nos
cuestionan o no nos creen- pero que es inevitablemente cierto es el siguiente:
la mujer en el tramo inmediatamente previo al orgasmo se libera totalmente de
su entorno, esto es, en su mente hay imágenes independientes de la pareja con
la que están. Me explico: puede que en esos momentos tengan la imagen del hombre
que aman, que desean, que las excita, y esa imagen puede coincidir con la del
hombre que está a su lado o encima o debajo de ella, pero no es él.
Definitivamente no es él, sino su representación fantasiosa o imaginaria. Por
ello decimos, que allí ella está sola con sus sueños, con su imaginación, con
su fantasía. Los hombres tenemos que aceptar esa realidad y no debemos
sentirnos mal. Así es la naturaleza femenina y humana. Los hombres también
actuamos de una manera similar.
Si bien nos hemos apartado
ligeramente del tema central –los sonidos, ruidos, susurrros, gemidos, etc,
durante la cópula- hay que entender que la intensidad de estas manifestaciones
sonoras tienen que ver necesariamente con la respuesta orgásmica. No se puede
explicar la intensidad de los ruidos o gemidos si no se tiene en consideración
esa transformación que ocurre en el cuerpo femenino. Por ello es que los
¡¡¡¡ahhh!!!! continuos y con intensidad
creciente que se multiplican durante esta fase, llegan a desembocar finalmente
en un yaaaahhhhhh!!!!! salido desde las entrañas, un yaaahhhh!!! profundamente
liberador, y que luego se va transformando en un susurro y y en una respiración
agitada que corre paralela con el relajamiento del cuerpo, la distensión de los
músculos faciales en una sonrisa tierna, ingenua, que en algunos casos va
acompañada de un delicioso rubor, como si ella sintiera un poquito de vergüenza
de haber mostrado esa parcela tan íntima como adorable de su ser. Es el momento
de los besos tiernos, de los labios levemente acariciados por los otros labios.
Y mientras tanto, la mano de ella o la de él, suelen acariciar –tal es una
buena sugerencia- con sumo cuidado y delicadeza la vulva, presionando
ligeramente, en algunos casos, como para disipar los últimos estremecimientos del
orgasmo. Una entrañable amiga nos comentaba que sus estremecimientos –temblores
los llamaba ella- llegaban a ocho, y que luego o mientras tanto tenía un deseo
intenso de ser acariciada, de ser besada.
El sonido, grito o gemido
final de la mujer al llegar al orgasmo tiene muchas variantes. Cada mujer posee
su propia expresión final de placer. La experiencia, los textos escritos, los
relatos, etc., registran múltiples manifestaciones orales de placer. Hay
mujeres que únicamente acentúan los ¡ahhhh!!!! o los o ¡ohhhhh!!!! o los
¡uhhhh!!!!; en cambio hay otras que dicen con fiereza ¡¡¡siiiiiiííí!!!!!; pero también las hay
aquellas que mencionan el nombre de su pareja (a veces se les escapa el nombre
de quien están pensando en realidad); aunque hay otras que utilizan algunos
apelativos como ¡papito!!!!, ¡mi amor!!!!!. También sabemos de casos de mujeres
que junto con el estertor final (a veces un sonido incomprensible) largan el
llanto o se desmayan si la energía acumulada es descargada violentamente. No faltan
también mujeres que mencionan a la divinidad ¡¡¡Ohhhh Dios!!!, y quizás lo
hacen como una muestra de agradecimiento o, todo cabe en lo posible, de
arrepentimiento. Sea cual fuere la
reacción del cuerpo femenino y de los sonidos que ella emita, creemos que la
actividad orgásmica no sólo es importante en la vida sexual de una mujer, sino
que es bajo todo punto de vista, y considerando su tremendo impacto liberador, absolutamente
necesaria. En toda relación sexual, el orgasmo femenino debería ser casi
una regla. Una mujer que no llega al orgasmo sentirá una profunda frustración.
Y si su vida sexual se reduce a una actividad receptora de semen, con crónica
ausencia del poder liberador del clímax, el resultado será una mujer sin
incentivos, con resentimientos y en camino hacia una neurosis paralizante.
Si acaso después de los
previos, la pareja optara por la penetración, sin duda, la decisión es oportuna
porque ambos genitales están completamente lubricados. El primer ruido que
suele aparecer es el crujido de la cama (unas suenan más que otras), porque los
cuerpos se empiezan a mover al unísono, ya sea que un cuerpo esté encima del
otro o que estén sentados o de costado o parados. Ese ruido, aunque pocos lo
admitan, es sumamente excitante para la pareja. Claro está, si se conoce que el
entorno está libre de miradas y oídos curiosos. Ese ruido de la cama que se
produce mientras el pene entra y sale de la vagina, es como un eco de la acción
que se está llevando a cabo. Es, por tanto,
una suerte de llamado a la conciencia durante la cópula para hacer más
real el momento vivido: estoy gozando, lo estoy haciendo y con el hombre que
amo y deseo, me están penetrando, tengo su pene dentro de mí, me he abierto
para él, lo estoy haciendo gozar, estoy sintiendo placer. Y a partir de esta
constatación subrayada de la realidad es posible trascender a la tan necesaria
afirmación de su autonomía y libertad: sí, puedo hacerlo, nadie me lo impide,
soy feliz, me siento plena, me siento toda una mujer, siento que soy una mujer
completa. Y para los hombres, las reacciones son similares.
Junto con el ruido de la
cama que acompaña al movimiento de los cuerpos, es posible escuchar dos ruidos
adicionales: el suave e inquietante golpeteo de los cuerpos al chocar uno con
el otro –tap, tap, tap. Ruido continuo por momentos (mientras se aceleran las
entradas y las salidas del pene en la vagina) y que luego se interrumpe,
mientras el hombre descansa unos segundos o minutos para tomar aire, para luego
reiniciarse por un pequeño tiempo adicional e interrumpirse una vez más. Y así,
sucesivamente. Durante este golpeteo, casi siempre es posible escuchar la voz
agitada de la mujer que pide que tal movimiento se prolongue más y más. ¡Así,
así, así!!, ¡Sigue, sigue!!! ¡No pares, no pares!! Son las expresiones
encendidas, agitadas, implorantes, exigentes, urgentes, más usuales Este ruido
intermitente también es excitante, y durante los cortos períodos de descanso la
pareja aprovecha para cambiar el sentido de los movimientos, tornando a los
circulares con frotación íntima de los genitales internos y externos. El
chasquido de los labios sobre los otros labios, el sonido de los besos sobre
los pezones de ella o sobre su espalda o su cuello se confunden con los
¡ahhh!!! u ¡oooohhhh! de ella.
El otro ruido que acompaña
el crujido de la cama es el chapoteo del pene en la vagina plena de humedad y
de aquella secreción viscosa que permite que el pene resbale con suma facilidad
en el surco femenino. La cópula es la mayor fuente de sonidos durante una
relación sexual: la cama que cruje, el tap tap de los cuerpos que chocan, el
chapoteo del pene en la vagina jugosa, los bufidos de él, los ahhhh, oohhhh, uhhhh de ella, los sigue sigue, así,
así de ella, y ya en el momento del orgasmo los yahhhh!!! U otras expresiones
espontáneas y usuales que antes referimos de él o de ella.
Hemos dejado en el tintero
todo lo que corresponde al sexo anal. Será para otra ocasión. Hay mucho por
hablar sobre este tema y ya nos hemos extendido en demasía. En materia de
sonidos, en la penetración anal, hay mucho de lo que hemos mencionado en el
presente artículo, pero habría que agregar aquellos gemidos femeninos que,
especialmente al inicio de la relación o cuando se efectúa por primera vez, están
referidos al dolor, la molestia o la incomodidad. Hay que tener presente que el
ano es un pequeño agujero cuya función principal es la excreción, y la cópula
anal es, precisamente, lo contrario. Esto no significa que no se pueda o se
deba efectuar. Cada pareja es libre de decidirlo y experimentarlo, cosa que
bien vale la pena, pero hay que hacerlo con la debida precaución (uso de condón
para prevenir los schericchia colli y otras bacterias que abundan en esa zona)
y cuidado. Y cuando hablamos de cuidado nos referimos al uso de lubricantes naturales
(saliva, jugos vaginales, secreción masculina, semen u otro que se pueda
adquirir en la farmacia), a la penetración lenta y controlada, aunque siempre
es preferible iniciar el ejercicio con un dedo debidamente humedecido. En fin,
una actividad que puede ser placentera si ambos están de acuerdo en vivir la
experiencia, disfrutando de los sonidos, poses, juguetes, lubricantes y, en fin
de toda la parafernalia sexual que para ello se ha inventado. Y una
recomendación final: es preferible abordar el sexo anal cuando el nivel de
excitación de ambos está en su pico más elevado, en aquel nivel de inquietud en
el cual los cuerpos de ambos ya no saben qué más hacer para alcanzar el goce
máximo. Ello facilitará la penetración y hará que el olor que emana del ano
femenino sea conocido, apreciado y hasta tomado como un estimulante por el
hombre con tal grado de arrechura, pero también, y esto nunca debe olvidarse,
para que la mujer no se avergüence al comprobar que el olor que empieza a
impregnar la habitación está saliendo de su cuerpo. En tal grado de excitación,
tal detalle, el olor y la materia fecal que se empieza a depositar en el
condón, son asumidos de manera normal. Los sonidos, voces, expresiones que de
allí se derivan son bastante previsibles.
Los seres humanos vivimos
reprimidos la mayor parte de nuestra vida. El sexo, gracias a la intimidad en
la que lo practicamos, hace viable nuestra liberación. Con la descarga
emocional y física de los cuerpos, los seres humanos podemos luego volver a
nuestra vida diaria para encausar nuestra energía en otras actividades
rutinarias o creativas, y que forman parte necesaria de la existencia. Gemir
durante una masturbación, una estimulación erótica o una cópula es una manera
de reivindicar la necesidad de expresarnos en libertad. Es una manifestación
auténtica del placer que el cuerpo está experimentando. Y no debe haber
vergüenza alguna de admitirlo. Gimamos, hagamos ruidos, susurremos, hablemos,
gritemos durante nuestras manifestaciones sexuales, y motivemos para que los
demás también lo hagan. Es una buena forma de hacer que en nuestro entorno
prevalezca la alegría, el buen humor y, ¿por qué no?, la felicidad.
Lima, febrero 2009.
1 comentario:
Esta es una parte interminable de la historia de amor.
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