El género de ciencia ficción
viene a ser una derivación de lo que se conoce como cine fantástico. Su fuente
de origen está en el género literario del mismo nombre y sus principios
fundamentales reposan en la deliberada
aceptación, por parte del espectador, de un universo en el cual la lógica
puede ser cambiada. Esto se conoce como la suspensión de la incredulidad y,
evidentemente, para que ello se produzca es necesario que el film logre
establecer una atmósfera de credibilidad
científica, es decir que se utilicen elementos propios de la ciencia como
presupuestos de la historia a contar. Y, finalmente, el otro elemento
indesligable al género es el carácter
anticipatorio de lo que podría llegar a ser la sociedad humana y sus medios técnicos y
científicos dentro de unos años, muchos o pocos, según la magnitud de la
especulación.
Hemos hecho mención al
antecedente literario del género y allí, resulta ineludible nombrar a un autor,
de sobra conocido, cuyas obras se basaron en principios científicos
comprobables tanto en sus aspectos teóricos como prácticos. Nos referimos a
Julio Verne. Su fantasía De la tierra a
la luna se hizo realidad cuando Neil Armstrong pisó por primera vez la
superficie selenita el 20 de julio de 1969. Pero, ya el cine se había encargado
de materializar esta visión en sus años aurorales. En 1902 George Méliès filmó
con gran inventiva, mucho humor e ingenuidad
y un inusual despliegue de recursos técnicos Viaje a la luna (Le Voyage dans la Lune), que se convertiría en uno
de los films inaugurales de mayor éxito del género. La obra de Méliès rebosante
de imaginación, con su enorme sentido del espectáculo y sus miles de trucos,
permitió reconocer la real dimensión del invento de los Lumière: la fantasía.
De otro lado, H.G Wells
mostró en su obra, La guerra de los
mundos, su preocupación por las relaciones de los humanos con los seres de
otros mundos, relaciones que él las anticipó violentas, deduciéndose de allí
otros temas como el futuro de la raza humana, la existencia de otros mundos, la
habitabilidad de la tierra, etc., temas que pronto fueron abordados por el cine
con mayor o menor relieve.
Ahora bien, Qué medios hacen
posible al género?. El más importante, sin duda, es el trucaje. Todo aquello
que se superpone a la normalidad, que la deforma o la altera debe ser
reforzado. Lo maravilloso, lo fantástico tienen que ser subrayados apelando a
la imaginación y a los recursos técnicos, de tal suerte que el trucaje, que
puede ser realizado, ya sea por medios mecánicos, eléctricos o electrónicos,
cumpla con su función de hacer creíble lo que se está viendo. De esta manera el
trucaje adquiere un rango mayor que el de un simple artificio: el de
protagonista vital de la estructura narrativa. Y junto con el trucaje, los
elementos correspondientes a la decoración y maquillaje abonan al universo
fantástico que se está creando. Y es bastante obvio que un trucaje o unos
decorados baratos permitirán descubrir
con facilidad la “falsedad” de lo que se está mostrando y hará inverosímil la
historia.
Las primeras películas de
ciencia ficción, a pesar de su ingenuidad y de la limitación de los recursos principalmente
económicos, nos impactan, sin embargo, por su lucidez e imaginación. Para su
época, tales películas fueron logros importantes y aún ahora, algunas de ellas
resultan admirables. Dos décadas después de Viaje a la Luna, se proyecta la impresionante Metrópolis (1926), que invocaba a la reconciliación entre el
capital y el trabajo y adelantaba imágenes del futuro estado Nazi y Una Mujer en la Luna (Die Frau in Mond, 1929) de Fritz Lang,
que combinaba fantasía científica con la trama amorosa. Y en esos mismos años
veinte Iakov Protazanov, basándose en una obra de Alexei Tolstoi filmó Aelita
(1924), que impresionó por sus decorados cubistas que se imponen a su evidente
carga propagandística.
En los años treinta destaca
la obra de James Whale, que da vida al personaje de Mary Shelley, un
Frankenstein encarnado de manera inolvidable por Boris Karloff, en El Doctor Frankenstein (Frankenstein, 1931),
seguido de La novia de Frankenstein (The
Bride of Frankenstein, 1935). La obsesión del científico por crear vida a
partir de la electricidad fue plasmada con una extraña mezcla de horror y
lirismo en estas dos obras notables que hasta el momento, a pesar del gran
acabado que han alcanzado los efectos especiales, no han sido igualadas. También, James Whale
tuvo el acierto de llevar por primera vez al cine a un personaje proveniente de
la mente de H.G. Wells, El hombre invisible (The invisible man, 1933), que
cuenta la tragedia de un científico, convertido en delincuente tras el
descubrimiento de una droga que lo vuelve invisible. Una narración trepidante y
unos efectos especiales que lindan en la perfección hacen de esta cinta, una de
las obras maestras del género.
En los años cuarenta el
género de ciencia ficción tuvo que ceder el paso a otros géneros que tuvieron
un mayor arraigo popular: el musical o el género bélico. Sin embargo, hay un interés por personajes
provenientes de los “comics” como Flash Gordon o Buck Rogers encarnados por
Buster Crabbe, que aparecieron en films de episodios y cuyas aventuras se
desarrollan en universos fantásticos, lo cual permitió, de alguna manera,
mantener con vida al género.
Los progresos a pasos
agigantados de la ciencia -el descubrimiento de la energía nuclear, el
lanzamiento de los satélites artificiales y la posibilidad de los viajes
espaciales- determinaron el renacimiento del género. Con ello, se abrió la
posibilidad de discutir temas inherentes al futuro de la raza humana y la
hipotética invasión extraterrestre. Con el film Con destino a la Luna (Destination Moon, 1950) de Irving Pichel el
género adquirió nueva vigencia. Este éxito cinematografico fue seguido de otros
con títulos como El enigma de otro mundo
(The thing, 1951) de Christian Nyby; Ultimátum
a la tierra (The day the earth stood still, 1951) de Robert Wise, La humanidad en peligro (Them!, 1954)
de Gordon Douglas, La invasión de los
usurpadores de cuerpos (The invasion of Body Snatchers, 1956) de Donald
Siegel. En todos ellos, films conocidos como de serie B (por hacerse con
actores poco conocidos y con bajo presupuesto) subyace el tema de la amenaza
extraterrestre, el carácter destructor de la ciencia o el triunfo final de los
humanos sobre los mounstruos. Estos temas serán los preferidos del género y los
que permitirán definir su campo de acción.
La decáda siguiente verá el
paso hacia la serie A de un género que no fue desdeñado por los grandes
cineastas como Jean-Luc Godard (Alphaville,
1964), Francois Truffaut (Fahrenheit
451, 1966), Richard Fleischer (Viaje
Fantástico, 1966) o Stanley Kubrick (2001:
Odisea del espacio, 1966-67), que, con gran presupuesto intentaron mostrar
la sociedad del futuro y sus resonancias morales e intelectuales. Esta última
película, marcó un hito dentro del género. No sólo por su ambicioso proyecto de
dar cuenta de la evolución del hombre y establecer una especulación filosófica
acerca de su futuro, sino porque, además, lo hacía con una construcción
estética muy refinada y el espectáculo, al decir de Desiderio Blanco, alcanzaba
“los límites de lo sublime por la vía del movimiento puro de la luz y los
colores”.
Hacia los años setenta se
persiste en la indagación del espacio, pero la visión está teñida de un hondo
pesimismo o de una fuerte carga pesimista. La
amenaza de Andrómeda (The Andromeda Strain, 1971) de Robert Wise incide una
vez más en la amenaza exterior a través de un virus desconocido que la ciencia
no puede controlar. Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973) de Richard Fleischer apunta a una solución
sobrecogedora para el ser humano debido a la superpoblación del planeta.
Sin embargo hacia fines de
la década, La guerra de las Galaxias
(Star Wars, 1977) de George Lucas y, posteriormente, la serie a que dio
origen, perfiló el universo de las óperas espaciales, revitalizó el sentido de
la aventura y, siguiendo tal dirección, encontró puntos comunes con Flash
Gordon y con aquellos géneros y modelos afines a la aventura como el “western”,
por ejemplo. Según R. Bedoya e I. León, “la afirmación vital, el optimismo
tecnológico y la exaltación triunfalista restallan en La Guerra de las Galaxias y en Viaje
a las estrellas y configuran “la respuesta optimista y eufórica al
catastrofismo del terror...que se extiende por buena parte del territorio de la
ciencia ficción”.
Encuentros
cercanos del tercer tipo (Close
enounters of the third kind, 1977) de Steven Spielberg revela también una
mirada optimista con relación a la presencia de seres extraterrestres,
coincidiendo temporalmente con la era Carter y la convivencia pacífica. Sin
embargo, tanto aquí como en La Guerra de
las Galaxias no debe perderse de vista que son películas ligadas a
directores (Spielberg, Lucas) cuya visión del mundo está tamizada por el
descubrimiento del juguete maravilloso capaz de hacer realidad los sueños de la
infancia.
Alien
(1979) de Ridley Scott, en cambio, nos recordó que el universo exterior sigue
siendo amenazante y que esta amenaza, bajo la forma de un ser viscoso y
repugnante es capaz no sólo de destruirnos sino de usarnos para su propia
supervivencia. Alien, uno de las
mejores cintas de la época, introdujo en el género los componentes propios
del cine de terror.
De 1982 hacia adelante se
constata, según Guzmám Urrero, la consolidación de los efectos especiales como
razón de ser del género. Y, es así como la mayoría de cintas de este período
apela a estos recursos como una forma de encandilar al espectador. Sin embargo,
hay una excepción que corresponde a una gran película: Blade Runner (1982) de
Ridley Scott. Como ya ocurriera con Star
Wars que evoca a personajes y géneros del pasado, Blade Runner, se permite homenajear al cine negro, a través de su
personaje que es una especie de un Raymond Chandler del futuro, que se mueve en
unos ambientes sórdidos y oscuros y que tiene que enfrentar a unos robots cuya
búsqueda y muerte -dolorosa y extraña- lo lleva a reflexionar sobre la
condición del ser humano.
Hay otros títulos
representativos del período, que si bien no alcanzaron las alturas del film de Ridley Scott, sí permitieron establecer
las vertientes por donde dircurriría a lo largo de los siguientes años el
género de ciencia-ficción. Tron
(1982) de Steven Lisberger narraba las aventuras de un personaje introducido en
un circuito informático; Mad Max 2
(1982) de George Miller, superando el primer episodio, incidía en un
universo carente de combustible y la lucha encarnizada de personajes reducidos
a su naturaleza primitiva por conseguirlo; El
exterminador (Terminator, 1984) de James Cameron, que mezcla en su historia
la lucha contra un robot de última generación y un personaje del futuro; Robocop (1987) de Paul Verhoeven dejó
una estela de fuego, fierros retorcidos y un robot indestructible, poniendo en
evidencia a un cineasta hábil para el cine de acción, pero con una gran
tendencia al exceso y al artificio.
Por su parte, E.T.
(E.T. The extra-terrestrial, 1982) de Steven Spielberg y los episodios
continuadores de la saga de La Guerra de
las Galaxias producidos por Lucas, intentaron atenuar la dirección violenta
y destructora de los films de ciencia-ficción, introduciendo, como ya lo
hicieran en la década anterior, elementos provenientes de otros géneros,
imbullendo a sus personajes del sentido heróico de sus pares de antaño y apelando a los buenos sentimientos del
espectador. En el lado opuesto, La Mosca
(The Fly, 1986) de David Cronenberg pondría la nota inquietante a mediados
de la década, con su preocupación por la responsabilidad del científico, pero
sobre todo por el descubrimiento de la presencia del horror en el cuerpo
humano, característica que recorrería el universo temático de este gran cineasta canadiense.
A fines de los 80 renació un
personaje cuyo origen está vinculado al “comic”. Nos referimos a Batman, que de
la mano Tim Burton apareció con éxito en dos cintas: Batman (1989) y Batman
regresa (1992). Este personaje y su entorno, tuvieron, sin embargo, una
concepción más acorde con el universo fantasmagórico del cineasta, que incidió
en las aristas más sórdidas y agresivas de ciudad gótica y en los coloridos y
divertidos villanos que Batman logra vencer, pero que el espectador persiste en
recordar.
En la presente década,
Steven Spielberg olvidó sus presupuestos anteriores y se lanzó a la aventura
pesadillesca de Jurassic Park (1993).
Spielberg utilizó los más avanzados recursos cibernéticos para dar vida a los
dinosaurios, con los que se divirtió en atormentar a sus personajes: unos
científicos, que hicieron posible el retorno de los grandes saurios, y sus
acompañantes. Como era de esperarse, la secuela a la que dio origen esta
película no tuvo el mismo éxito, ni comercial ni crítico.
A fin de lograr el éxito que
sus bolsillos reclamaban, los productores de El día de la Independencia, Impacto
profundo, Godzilla y Armageddon, montaron una gigantesca
maquinaria de “marketing”, apelaron a los últimos avances de la cibernética y
la electrónica para hacer más reales sus trucajes, contrataron a artistas de
moda y a un gentío entre técnicos, dobles y mirones. Sobró dinero, pero faltó
aquello que hace del cine una experiencia inolvidable: ideas, humor,
imaginación, sensibilidad y talento. Un film tan injustamente maltratado e
incomprendido como Marte ataca de Tim Burton es una buena muestra de ello.
Para concluir, diremos que
bajo la modalidad que fuere, el cine de ciencia ficción enfrenta un tema vital:
la desaparición del mundo en el cual vivimos y, por supuesto, la fundación de
una nueva sociedad cuyos alcances son impredecibles. Sin embargo, allí estará
el cine para testimoniarla, imaginarla e
inevitablemente reinventarla.
Rogelio
Llanos Q.
(Nota escrita en agosto de 1998)
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