A Yolita y Gaby, artífices de un
viaje fascinante y singular.
A nuestra querida Ceci, por la
indescriptible emoción
del primer encuentro en Oberhausen;
a Hernán, por su entrañable amistad y por
la apoteosis de París.
A Helmut, por su corazón generoso.
A Daniel, por las fotos del peregrinaje y
el ¡No pasarán!
Escribe:
Rogelio Llanos Q.
- I -
La Arena de Oberhausen, que atisbamos con emoción contenida
desde el tranvía mientras nos vamos acercando, y Le Zenith de París, al que
accedemos luego de cruzar un amplio corredor del Complejo ubicado en el Parque
de La Villete, son coliseos cerrados que albergan aproximadamente a unas siete
mil personas, cada uno. Ambos locales se parecen en su estructura interior: un
conjunto de graderías que forman una U en torno a un escenario. Entre las
graderías y el escenario, hay una zona libre, sin asientos, lista para recibir
a una gran masa de aficionados que, desde mucho antes que el concierto se
inicie, se apelotona y se agita pugnando por alcanzar la llamada fila cero, el
punto más cercano al lugar donde posteriormente Dylan y su banda se convertirán
en los sumos sacerdotes de un maravilloso ritual hecho de sonidos de instrumentos,
canciones, gritos, aplausos y brazos en alto. En fin, que para ver y ser parte
de todo ello, hemos recorrido miles de kilómetros y cincuenta años de vida. Las
fechas de la cita: un 29 de octubre en Oberhausen y un 3 de noviembre en Le
Zenith, París.
Tanto uno como otro escenario son similares. Hacia el fondo,
distinguimos cortinas rojas, amplias y extendidas. Y delante de ellas, en el
centro del escenario y sobre una plataforma que se ilumina tan luego empieza el
concierto, está la batería con sus brillantes tom toms, tarolas, bombo y
platillos y tras la cual, poco después el habilísimo George Recile
exhibirá su golpe de baquetas, potente y
virtuoso. A ambos lados de la batería, las guitarras eléctricas y hacia la
izquierda (desde nuestro punto de vista), y no precisamente en lugar
privilegiado, unos teclados, que se
ubican de costado en relación al público, y sobre éstos, un micrófono. Bob
Dylan ha decidido que en este tour se resguardará tras los teclados y desde
allí nos hará partícipes privilegiados de los extraordinarios arreglos de sus
viejas y nuevas canciones, que ha preparado para este tour otoñal.
- II -
Oberhausen, 20.05 h. París, 20.40h. Las luces se apagan. El humo
blanco empieza a cubrir parte del proscenio, una voz presenta al artista
exclusivo de Columbia Records, y la silueta de los seis músicos, que ocupan
rápidamente sus posiciones, se recortan sobre el oscuro escenario. De pronto, éste se ilumina y el trueno
arrollador de Maggie´s Farm remece los cimientos tanto de Oberhausen como
de Le Zenith, y la tremenda descarga roquera, es luego intensificada por el I
ain’t gonna work on Maggie’s farm no more, que la voz ronca, fuerte y
poderosa de Dylan dispara sin contemplación alguna haciendo blanco en las
fibras más sensibles de nuestros cerebros y corazones. Aplausos y gritos a
rabiar. Sí, habíamos cruzado el Atlántico para hacer realidad una pequeña
ilusión alimentada a lo largo de casi veinticinco años, desde aquella vez que descubrimos
en el viejo cine Country , The Last
Waltz. Lo que empezó como una simple fantasía, era ahora una realidad:
estábamos viendo a Bob Dylan en vivo y en directo.
El arranque es de similares características en los dos
conciertos a los que asistimos. Una versión potentísima de aquel clásico tema
que Dylan compusiera en el pródigo 1965 para el álbum Bringing It All Back
Home y en el cual, a manera de declaración de principios, reafirma de
manera figurada su individualismo e independencia de grupos humanos y
movimientos de cualquier tipo y pelaje. Dylan pareciera decirnos que está On
the road again, y que su compromiso, no nos equivoquemos, sigue siendo con su
arte, con las palabras y los sonidos que él ahora recrea sobre el escenario.
Y tanto en Oberhausen como en Le Zenith, como para reafirmar lo
expresado, se recluye en el viejo country del Nashville Skyline (1969): Tell
Me That It Isn´t True en el primer escenario y Tonight I´ll Be Staying
Here With You en el segundo. Ambas, canciones sentimentales que Dylan ahora
reelabora con emoción, armónica en ristre y desde el centro del escenario.
En Oberhausen, Dylan opta por mantenerse dentro del country en
los dos siguientes temas: I´ll Be Your Baby Tonight del notable John
Wesley Harding (1968) y la siempre aclamada Lay Lady Lay del
mencionado Nashville Skyline. La vocalización de Dylan nos sorprende. La
verdad es que no esperábamos interpretaciones tan vigorosas. El viejo está
pasando por un buen momento, nos decimos con mucha satisfacción. Ambos temas,
por lo demás, son abordados con acierto por una banda que muestra un perfecto
ensamblaje tanto en la interpretación de esta línea country como en las
violentas descargas rockeras que por momentos llevan al concierto a sus puntos
más altos.
En Le Zenith, en cambio, Dylan apuesta por la controversial Tweedle
Dee & Tweedle Dum, suerte de rockabilly que siempre está dividiendo a
sus fans, que en su acercamiento al tema oscilan entre el carácter alegórico de
la composición (el yo y el otro, el artista y el hombre común y corriente, la metáfora política, etc) y su
completa banalidad. Dylan roba los personajes de Alicia Tras el Espejo y
los subvierte en una historia plena de matices ominosos, deslizando versos
tales como:
Tweedle-dee
Dum said to Tweedle-dee Dee
”your presence
is obnoxious to me“
o concluyendo la historia violentamente:
Tweedle-dee
Dum, he’ll stab you where you stand
”I’ve had too
much of your company“
Says
Tweedle-dee Dum to Tweedle –dee Dee.
Por cierto, el arreglo que ha hecho Dylan de esta canción que
pertenece al Love and Theft (2001) se mantiene bastante fiel al
original, adornado con los siempre estimulantes riffs de guitarra del
virtuoso Stu Kimball, que en ningún momento abandona su posición en el extremo
izquierdo del escenario, al lado de Dylan.
Luego de este tema, Dylan decide tocar por primera vez en lo que
va del tour europeo Just Like a Tom Thumb´s Blues, proveniente del
clásico álbum de 1965, Highway 61 Revisited. El arreglo en esta ocasión
está más cerca de la descarga fulminante de Neil Young en la celebración del 30
Aniversario Musical de Dylan (sin llegar al éxtasis del viejo Neil) que de la
versión sosegada original. Los franceses responden con aullidos y brazos en
alto.
En Oberhausen, Dylan prefiere explorar a través de una variada
panoplia musical que incluye el rock, blues, reminiscencias del folk, country e
incluso un country en ritmo de vals. Sus tres entregas siguientes son
sorprendentes: High Water, To Ramona e It´s Alright, Ma (I´m
only Bleeding). Un contraste genial: un vals (To Ramona, del cuarto
álbum de Dylan, Another Side of Bob Dylan, 1964) acunado entre
dos rocks poderosos, enérgicos, vitales, con un Dylan desbocado,
contorsionándose sobre sus teclados y una voz bronca, áspera, en perfecta
armonía con el arreglo instrumental, que en esta ocasión trae otras novedades.
Para Highwater (proveniente del Love & Theft, 2001) Donnie
Herron nos inquieta con el banjo, y luego en el infaltable It´s alright...(del
fundamental Bringing It All Back Home, 1965) suaviza en ocasiones
con su violín, algunos tramos conducidos por los duros acordes de la guitarra
líder de Stu Kimball, aunque a ratos, ese violín conmueve y dramatiza.
Realmente son interpretaciones brillantes que calientan aún más la ya cálida
noche de la Arena de Oberhausen.
El esquema desarrollado en Le Zenith para las entregas 5, 6 y 7,
es similar al de Oberhausen, invirtiendo el orden de presentación de los dos
temas rock y permutando el vals por el clásico country Girl of the North
Country (del álbum Nashville Skyline), en donde, lamentablemente es
posible percibir algunas de las carencias vocales de Bob. Pero, a pesar de las
limitaciones de Bob para los temas lentos o intimistas, la emoción y el
sentimiento cariñoso por aquellas viejas
canciones que le recuerdan los amores pasados finalmente terminan por
imponerse. En cuanto a las interpretaciones de It´s Alright, Ma.... y High
Water, únicamente podemos decir que son igual de soberbias que en
Oberhausen. Y los franceses, una vez más con sus aullidos, puños en alto y
aplausos, así se lo hacen saber al viejo Bob, que por razones que sólo él y su
cómplice, el bajista Tony Garnier, conocen, deciden hacer aquí una pausa
imprevista, retirándose luego de siete temas a un descanso de diez minutos.
Transcurrido el corto e improvisado intermedio, las luces del
coliseo se apagan una vez más, el humo blanco vuelve a brotar y las luces del
escenario se encienden. Entonces, es posible apreciar, aparte del cambio de
sombrero –ahora tiene encasquetado uno blanco en lugar del negro con el que
empezó el concierto- a un Dylan recargado, que sin mayores contemplaciones
efectúa una nueva y brillante descarga rockera con Drifter´s Escape, que
rápidamente nos hizo olvidar sus orígenes country del que proviene (John
Wesley Harding, 1968). Lo cierto es que algunos versos, más allá de
las connotaciones religiosas que ellas tienen y que corresponden a esa etapa de
nuevo florecimiento en la evolución de un Dylan que acababa de pasar por un
momento traumático, poseen resonancias
vigentes en la Francia o Europa de hoy:
Outside the
crowd was stirring
You coud hear
it from the door
Inside, the
judge was stepping down
While the jury
cried for more
Así de contradictorio, puede ser Dylan, quien vuelve al ataque y toma por segunda vez
posesión del centro del escenario, y
sopla su armónica con emoción, como en los viejos tiempos cuando él y su
guitarra acústica fascinaban al auditorio. Y mientras tanto, Donnnie Herron
dulcifica la melodía con una mandolina tocada con aplicación y certeza.
Y tras el rugido y la tempestad, viene la calma con el sentimental
e irónico It Ain’t Me, Babe, que Dylan subraya y finaliza con la
armónica, teniendo como apoyo a un Tony Garnier que se luce con el contrabajo
mientras Stu Kimball y Donnie Herron hacen lo suyo con la guitarra líder y la
guitarra steel, respectivamente. Este viejo tema también pertenece al Another
Side of Bob Dylan, álbum que anunciaba ya en 1964 que Dylan se preparaba
para emprender nuevas rutas musicales. Escucharlo ahora cantar en tono
emocionado y grave que él, ”definitivamente no es la persona nunca débil y
siempre fuerte a la que ella busca“, y con el cálido arreglo instrumental
diseñado para la ocasión, fue sencillamente estupendo.
Pero Dylan, nos depara luego otra sorpresa: el rockerísimo Highway
61 Revisited, originario del álbum del mismo nombre, uno de los puntales
más altos de su discografía y que significó en su oportunidad la clausura
definitiva del folk en su carrera. La versión escuchada en Le Zenith es
desaforada, dura y sarcástica. Las guitarras suenan afiladísimas, el sonido es atronador.
Con el paso de los años esta canción no ha envejecido y mantiene vivo, a pesar
de los cambios posibles en la composición, su dinamismo y originalidad.
Y mientras a esta altura del concierto en Le Zenith, Dylan se
despacha a su gusto y a gusto de los oyentes con un rock potentísimo, en
Oberhausen opta por el acústico The Times They Are A-Changin´, el
controversial Tweedle Dee & Tweedle Dum y la certera Ballad of
Hollis Brown. Un trío que se desplazaba entre la profecía, la ironía y la
denuncia social. Pues, una vez más, esos versos:
There’s a
battle outside and it is ragin’
It’ ll soon
shake your windows and rattle your walls
For the times
they are a changin’
son una clara alusión a lo que ya empezaba a ocurrir en el París
de Chirac y Sarkozy y que pronto adquiriría un vuelo inusitado en gran parte de
Francia y en los países vecinos. Tweedle Dee...con sus pequeños apuntes
rockeros (bien por el eficacísimo Stu) no dejó de lado las aristas burlonas con
el que Dylan suele interpretar aquellos temas de apariencia anodina. Ballad
of Hollis Brown, perteneciente a la misma camada de The Times...,
fue en su origen un corte netamente acústico: Dylan, voz y guitarra, en aquella
época encerraba y connotaba en su interpretación una rabia escondida. Ahora, el
buen Bob, con su voz trajinada por el paso del tiempo y la mala vida, con
Donnie Herron en el Banjo, Denny Freeman en la guitarra acústica y Tony Garnier
en el contrabajo, le confiere al tema cierta serenidad no exenta de emoción y
compromiso.
Los tres temas siguientes en Le Zenith –A Hard Rain’s A
–Gonna Fall, I Don’t Believe You y Desolation Row- siguen con
el repaso de clásicos de los sesenta a los que Dylan se ha venido remitiendo
con mucha continuidad en este tour, como si la crisis actual de la que ahora es
testigo, le demandara poner nuevamente en vigencia (aunque, la verdad, nunca la
perdieron) aquellas canciones que se nutrieron de las turbulencias político
sociales de aquellos años (A Hard Rain...), que revisitaron amores
contrariados (I Don’t Believe You) o que sirvieron de pretexto para
crear el fascinante desfile de personajes reales e inventados, perdedores y
marginales de Desolation Row. Apenas iniciada A Hard Rain...
recibió la ovación esperada, I Don´t Believe You, subrayada por la
armónica de Bob nos traslada, en su nueva concepción, a la versión acústica
original (del Another Side of Bob Dylan), más que a la tantas veces escuchada
adaptación eléctrica que aparece en el disco de The Last Waltz. Y lo
que, definitivamente, es un punto elevadísimo del concierto es la maravillosa
interpretación de Desolation Row. Gracias Donny por esos delicados
sonidos de mandolina, gracias Bob por ese ”carnival tonight on Desolation Row“.
En Oberhausen, luego de la interpretación sentida de Ballad
of Hollis Brown, Dylan levanta los ánimos con la virulenta Highway 61
Revisited cuya interpretación tiene caracteres similares a los que
posteriormente efectuaría en Le Zenith. Sonidos embravecidos de guitarra y un
Dylan inspirado que nos señala que todos los caminos conducen a la proverbial
Autopista 61. Y luego, un cambio a los setenta –Tangle Up In Blue - tema
inaugural de lo que seguimos considerando como uno de los más grandes álbumes
de Dylan (Blood on the Tracks),
tanto por el elemento confesional –extraña mezcla de dolor, reproche e ironía
–como por la interpretación que evidencia esa entrega espontánea y original al
momento de la grabación. La versión de Dylan en Oberhausen, también acústica,
pautada por el sonido limpio de la guitarra de Stu Kimball, la percibimos
suave, sutil, fascinante, aún cuando, es cierto, por momentos la voz de Dylan
muestra los estragos que el tiempo ha dejado en ella. Pero, luego nos aguarda
una nueva joya: una interpretación increíble de Mr. Tambourine Man,
lenta, apacible, emotiva, que nos lleva una vez más a preguntarnos, ¿lo que
estamos escuchando es Mr. Tambourine Man? o ¿cómo puede Dylan efectuar tales
arreglos fascinantes y hacer de ella una canción diferente?
Y es que para este viejo trovador, un concierto no es motivo
para repetir mecánicamente lo que se creó en la soledad de una habitación o en
el estudio de grabación. Para Dylan, la labor creativa se prolonga más allá de
esos ámbitos y llega hasta el mismo escenario donde continuamente está
improvisando. A Dylan jamás se le podrá exigir que ejecute sus éxitos tal como
lo hizo en el pasado o que suene como en el disco. Tanto lo que dice (la
composición, la idea, la intención o el mensaje, si lo hubiera) como la manera
de expresarlo (el arreglo vocal e instrumental) dependen de su estado de ánimo,
del momento creativo por el que está discurriendo, o del grado de estimulación
o libertad que pueda sentir sobre el escenario. Y por ello, como en el teatro,
jamás un concierto de Dylan es igual a otro.
Por otro lado, Dylan jamás se detiene a enseñarles a los músicos
lo que tienen que tocar, él inicia su interpretación y los demás lo siguen,
observando sus movimientos o escuchando con suma atención los acordes de su
piano como ayer los de su guitarra. Por ello Dylan exige disponer de una banda
con músicos de primera línea, intuitivos, conocedores de su música y de su
estilo, como The Band, como Tom Petty y los Heartbreakers. Y esta gran banda,
seleccionada para el tour europeo y liderada por el gran Tony Garnier, no va a
la zaga de las otras tantas que han acompañado al viejo Bob en su tour
interminable.
El último tema antes del encore, tanto en Oberhausen como
en París, es –tal como lo adivinamos, teniendo en cuenta lo ocurrido en los
conciertos anteriores- Summer Days, que proviene del Love & Theft
(2001). Esta versión es bastante cercana al original, con algunas
descargas rockeras de Stu, que hacen de ella un tema lo suficientemente sólido
como para que el público lo reciba con fervor. Digamos de paso, que es aquí
donde Dylan habla por única vez para presentar a la banda. Aplausos para cada
uno de ellos, pero el público es más generoso, tanto en Oberhausen como en Le
Zenith con el notable y fiel Tony Garnier.
- III-
En Oberhausen tras los aplausos que siguen a Summer Days,
Dylan se retira, armónicas en mano, con un pequeño gesto de saludo al público. Hay
aplausos y gritos, pero no es la ovación que esperábamos. Y, bueno, Dylan, el
muy bribón, se hace esperar. Estamos a
punto de creer que ya no vuelve a salir. Casi diez minutos transcurren antes de
ver su silueta y la de los cinco integrantes de la banda retomar sus posiciones
detrás de sus instrumentos. Don’t Think Twice... es interpretada por la
banda en su versión acústica, es decir Stu con la guitarra acústica y Tony
Garnier en el contrabajo. Dylan incursiona con la armónica, pero sin abandonar
los teclados. Emoción y alegría al mismo tiempo en esta versión sentida y
siempre bienvenida. Como despedida final la banda ataca, sin mayor preámbulo,
el esperado All Along The Watchtower. Sonidos vigorosos e inolvidables
de una banda –fabulosa banda rockera- que se despide por todo lo alto. Y
nosotros, con el corazón henchido de entusiasmo y agradecimiento.
En Le Zenith, el panorama es diferente. Tras el final de Summer
Days, los aplausos, gritos y zapateos continúan durante la despedida de Dylan y su banda y no
se detienen hasta que cinco minutos después, o tal vez menos, los músicos retoman
sus posiciones y arrancan con Like a Rolling Stone. Tremenda ovación,
entusiasmo contagiante, adrenalina al máximo. Tanto la zona stand-up como las graderías retumban en
honor de este viejo genial que, casi podemos afirmarlo, morirá con las botas
puestas como aquellos legendarios héroes del Far West.
Emoción indescriptible, por parte nuestra, al empezar a escuchar
las guitarras que preceden a aquella frase inconfundible: ”Once upon a
time....“. Aquí no hay el inicial y conmovedor golpe de baquetas con que
arranca la versión original. Se inicia con un sonido de guitarras parecido al
de la versión MTV Unplugged (1995), pero con la diferencia que son los
sonidos enérgicos de guitarras eléctricas que confluyen armoniosas para dar el
marco necesario a un Dylan arrebatado, que hace de esta versión una nueva
creación.
Dylan no canta solo. La gente conoce la composición y la corea,
especialmente los estribillos, hermosos, inquisidores, vigentes:
How does it
feel
How does it
feel
To be without
a home
Like a
complete unknown
Like a rolling
stone?
Al mismo tiempo imaginamos esa versión primera con Al Kooper
dejando su huella en el extremo de los teclados, de donde sacaba esos sonidos
de órgano inolvidables, también aquella otra inmortalizada en el Teatro Budokan
acompañada de sonidos de vientos o aquella versión bluesera de la Isla de Wight
y, asimismo, esa interpretación con The Band en la gira de 1974, con un Dylan
vitalísimo y desbordado. La que escucho ahora en Le Zenith es esa y todas a la
vez. Todas las voces, todas. Todas las versiones, todas.
Y sobre la multitud enfervorizada llueven ahora los sonidos
broncos y poderosos de All Along The Watchtower, en versión similar a la
ejecutada en Oberhausen. Proveniente del disco country John Wesley Harding,
conserva muy poco de esa interpretación. Se suele contar que luego de haber
escuchado lo que hizo de este tema el increíble Jimi Hendrix en la Isla de
Wight, Dylan dejó a un lado la versión acústica y la convirtió en un rock
furioso y demoledor. Lo que escuchamos ahora en Le Zenith, como días atrás en
Oberhausen, es precisamente eso: una interpretación –gracias George por darle
duro a esos tambores mágicos- que remueve los cimientos de los escenarios y se
queda para siempre en nuestros corazones.
Diecisés temas en total interpretó Dylan en cada uno de los
escenarios, al cabo de los cuales, una vez más se paró frente al público, al lado de los miembros de su banda,
y tras un ligero saludo de despedida (armónicas en mano) y un gesto a Tony
Garnier, se retiró definitivamente. El concierto era ya historia, cuando las
luces del escenario se apagaron y hacia el fondo, sobre el telón, quedó
proyectado en tonos azules el logotipo (Dylan eye logo) del tour 2005.
Por qué Dylan basó sus conciertos en sus viejos temas de los
sesenta, es todo un misterio. Sin embargo, no escapa a algunos el hecho de que sus
composiciones- con las variaciones que él suele efectuar- aluden de manera
metafórica o sutil al estado de cosas de la Europa de hoy, digamos, inconformismo,
segregación y desocupación. Podría ser, pues que al viejo Bob se le ha ocurrido
ahora pensar u opinar en voz alta y hacernos partícipes de sus preocupaciones
actuales. Pues, ciertamente, nada de lo que ocurre en el mundo de hoy le es
ajeno. Y Dylan es muy consciente de lo revuelto que anda el mundo, aún cuando
nunca se refiere a ello directamente. Porque a pesar de esa declaración de
independencia e individualismo que es Maggie´s
Farm, con la que abrió sus conciertos, Dylan –siempre contradictorio y con
esa moral del fronterizo que lo pone en la línea de Humphrey Bogart, Malcolm
Lowry, Pike Bishop (el William Holden de La
Pandilla Salvaje), José Alfredo Jiménez y toda esa amplia galería
mencionada por el crítico de cine español, Manolo Marinero - también manifiesta
en High Water, y con pasión y a su
estilo , que:
It’s bad out
there
High
water everywhere.
- IV-
En el tranvía de regreso de la Arena al centro de la ciudad de
Oberhausen, colmado de fans de Bob, jóvenes alemanes, que apenas si pasaban de
los veinte años cantaban a viva voz:
Hey! Mr.
Tambourine Man, play a song for me
I’m not sleepy
and there is no place I’m going to
Hey! Mr.
Tambourine Man, play a song for me
In the jingle
jangle morning I’ll come followin’ you
Y ya, descendiendo del tranvía, uno de ellos, en tono apasionado
gritó: ¡Qué hermosa noche hemos tenido! Sí, fue muy hermosa (¿verdad que sí,
Ceci?, ¿verdad que sí, Hernán?). Cruzamos el Atlántico para ver a Bob y
encontramos alegría, emoción, generosidad, belleza y amistad.
¡Forever young, Bob!
Lima, 16 de noviembre de 2005
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