Lima, 21 de junio de 2008
Estimado Henry:
Este correo debió
partir exactamente a las 3.20 h. de hoy sábado. Yahoo me hizo una mala jugada.
Se colgó y perdí la nota introductoria (un poco extensa, la verdad). Lástima.
Riesgos de la cibernética.
Bueno, decía en aquella
nota que todos aquellos que seguimos de cerca la carrera de Dylan coincidimos
en que está pasando por un excelente momento: en los últimos años ha compuesto
una trilogía hermosa (Time Out of Mind, Love & Theft y Modern Times), ha
recibido reconocimientos en el campo de la música, espectáculo y las letras, ha
hecho un programa de radio (el Theme’s Time Radio) original y esencial en su
recorrido por toda la paleta de géneros de la música norteamericana, ha
continuado de manera insólita con su Never Ending Tour que es algo así como la
interminable vuelta al mundo acompañado de una banda fiel y virtuosa, ha
escrito el primer tomo de sus memorias (Crónicas) en un tono confesional jamás
antes revelado y se han hecho dos películas esenciales en torno a su vida y su
obra: la hermosa ‘No Direction Home’ del entrañable Martin Scorsese y la
original I’m Not There de Todd Haynes.
A sus sesenta y siete
años, Dylan está en la cresta de la ola. Y es que a lo largo de su carrera, y
más aún después de su accidente, en la segunda mitad de los sesenta, decidió
hablar de sí mismo y de su entorno a través de la música. Con la gran excepción
de Crónicas, casi nunca ha hablado en un tono directo sobre su entorno, y
cuando lo ha hecho ha sido de manera muy puntual y oportuna. Precisamente, sin pose alguna porque a estas alturas de su
vida, lo ha ganado todo y tiene muy poco que perder, y de manera oportuna, que
no tiene que ver con oportunismos, porque sabe que lo que se está decidiendo en
su país es ese futuro para un gran sector marginal. No leo en su texto una
adhesión política. Observo, más bien, una lectura con visión e inteligencia. Y
es que no hay que olvidar que en estos momentos ha empezado toda una campaña de
los conservadores por empañar una carrera política brillante protagonizada por
un joven negro y de ascendencia musulmana. Una vez más, y de manera encubierta,
el racismo y la exclusión. Temas sobre los cuales Dylan ha sentado su
posición a lo largo de su vida, dentro y fuera del escenario.
Y una observación más,
apreciado Henry, Dylan es Dylan a secas. Lo del término cantautor (que el DRAE
no reconoce) resulta ampuloso y horroroso. Está bien para los gianmarcos, los
arjonas, esa ralea que pulula por allí perpetrando cada despropósito con su
música anodina y llena de esos clichés que abundan en esas cadenas de power
point. En cierta ocasión, a John Ford, el gran cineasta norteamericano, lo
invitaron a que ensayara una definición de sí mismo; su respuesta fue: “Soy un
director de cine que hace westerns”. Así también diremos del viejo Bob: “un
artista que hace canciones”. Sí, aquellas canciones que tanto tú como Jordi,
como mi amigo Ronnie Temoche o como yo amamos intensa y apasionadamente.
Rogelio Llanos
Bueno, allí va el
texto:
DYLAN Y LA
VERDAD DE SUS MENTIRAS
Por Rogelio Llanos
Allá por los años sesenta, se vivió en Estados Unidos el
terror de la amenaza nuclear. Se vivió también la revolución contracultural de
Marcuse en Berkeley, el Black Power y los Panteras Negras (ver Sympathy for the
Devil de Jean Luc Godard), la invasión de Vietnam, y el asesinato de grandes
líderes políticos. Las grandes marchas a favor de los derechos civiles, en
contra del racismo y la agresión a Vietnam juntaron a los jóvenes rebeldes,
intelectuales y artistas (que salían de la noche oscura del macarthysmo y la
nefasta cacería de brujas) y a no pocos personajes de la política
norteamericana, entre convencidos y oportunistas. Junto con los líderes de
aquella época estuvo un joven talentoso impulsivo, fantasioso y lleno de
ambición llamado Robert Zimmerman, quien ya para entonces había decidido
convertirse en Bob Dylan. En medio de discursos políticos y lemas progresistas,
vibraban las notas de un Blowin' in the Wind que nos decía que las respuestas a
las preguntas que tanto inquietaban a la humanidad se encontraban flotando en
el viento.
Siempre irónico, siempre original, Dylan nunca marchó a
favor del viento. Opuesto a las modas, y tendiendo un cerco en torno a su vida
privada, sus giros hacia aquellos horizontes menos esperados fueron la impronta
de una carrera signada por la genialidad aunque con períodos de crisis, que los
críticos del momento interpretaron de muy mala manera. Nunca nadie acertó en predecir hacia dónde se dirigía. Las
entrevistas, muy pocas en su dilatada vida artística, muchas veces, más bien,
le permiten tender un velo sobre sí mismo, convirtiéndolo en un personaje
enigmático.
Tal vez los únicos momentos en los cuales Dylan se ha
permitido abrir su corazón, para darnos una pequeña pista de cómo se ha forjado
su sensibilidad y cuál es la naturaleza de su genio, son aquellos que
corresponden a la escritura de Crónicas, el primer volumen de sus memorias y el
film No Direction Home, del entrañable Martin Scorsese. Una pequeña fisura en
medio de un ‘corpus’ hermético y cuyo acceso es posible intentarlo – aunque no
siempre con éxito- a través del acercamiento a sus composiciones, que dicho sea
de paso, convocan a muchas lecturas.
A mediados de los sesenta cuando Dylan se retiró
temporalmente de los escenarios y de los estudios a causa de un accidente de
motocicleta, corrieron ríos de tinta acerca de la gravedad de su estado y
quizás de su desaparición física o artística. El mito, que ya se había creado
con la invención de un pasado viajero y el paso audaz del ‘folk’ acústico al
rock electrificado, no hizo más que crecer. ¿Lo quiso así Dylan? Sólo él lo
sabe o tal vez no. Lo cierto es que recluido en su hogar compuso en esa época
–la segunda mitad de los sesenta- dos hermosos discos, también incomprendidos
en su momento, que yendo en contra de la psicodelia que había sentado sus
reales en la costa oeste norteamericana y del rock progresivo con que los
británicos pretendían jerarquizar al rock’an’roll, nos remitían con sencillez y
nostalgia a pequeños encuentros amorosos (Nashville Skyline) y a una revisión
de
aquellos temas que
forman parte de sus obsesiones: las referencias autobiográficas con algunos
ajustes de cuentas ( a Grossman, su manager, por ejemplo), las alusiones
religiosas y, una vez más, el amor.
Muchos creyeron que estaba acabado, cuando sacó el Selfportrait
(Autorretrato), y de autorretrato no tenía nada pues el grueso del doble álbum
estaba constituido por ‘covers’.
Dylan ha muerto proclamaron los agoreros de siempre. Y
ellos mismos se sorprendieron cuando Dylan dio muestras de estar en forma con
la pequeña melodía del New Morning. Podría continuar comentando los
impredecibles pasos del autor de Like a Rolling Stone, pero me extendería más
allá de los límites que me he impuesto para esta nota. Hoy en día, con un Dylan
pasando por un excelente momento (a sus sesenta y siete años), para muy pocos
persiste la duda de la importancia y trascendencia de Dylan en el campo de la música y las
letras norteamericanas. Su última hermosa trilogía (Time Out of Mind, Love
& Theft y Modern Times), su excepcional programa de radio, los premios
ganados en los últimos años en el campo de la música, el espectáculo y las
letras, los notables filmes sobre su vida y obra (No Direction Home y I’m Not
There), la aparición de su autobiografía y el extraordinario e interminable
tour que lleva a cabo a nivel mundial, así lo confirman. Y pensar que un
crítico de música limeño, expresó hace algunos años, sin rubor alguno y mucho
vacío en el cerebro, que, ante la decadencia de Dylan, hubiera sido preferible
que muriera joven como Jim Morrison, para que el mito viviera.
Tal parece, pues, que a los críticos les gusta jugar con
las frases, y quieren ser ingeniosos a fuerza de transpiración más que de
inspiración. Ven al artista o al hombre público, pero se olvidan del hombre.
Sólo perciben el lado más superficial o externo de aquellas figuras que han
hecho del escenario y sus avatares su modo de vida. Signos de los tiempos, tal
vez. Han crecido en un mundo donde aquellos valores como la generosidad, la
solidaridad y el compromiso con su tiempo y su historia, han sido reemplazados
por la competencia y el éxito individual a cualquier costo.
El Dylan público se construyó al calor de la rebeldía
ante la violencia del estado, ante el orden injusto de una sociedad consumista.
Más tarde decidió recluirse en sus predios para reflexionar sobre sí mismo, que
es lo mismo que reflexionar sobre el hombre y su papel en este mundo, y luego
decidió transformar sus preocupaciones, inquietudes y obsesiones en canciones. Sus discos y el
Never Ending Tour que lo lleva por todo el mundo, así permiten constatarlo. En
uno de mis comentarios sobre sus conciertos lo he expresado con claridad. Su
lista de canciones o ‘set list’ no está hecho al azar, obedece a un orden y a
una necesidad de expresar lo que siente en ese momento, opinando, incluso,
sobre el orden de cosas que ve en su entorno (las revueltas en los suburbios de
París, la guerra de Irak, la tragedia de New Orleans, el racismo en su país). En Rosario, Argentina, su concierto empezó
con Cat’s in the Well. ¿Es inocente que haya empezado justo con esa canción en
donde encontramos un par de versos como los siguientes: “The cat’s in the well
and grief is showing its face / The world’s being slaughtered and it’s such a
bloody disgrace”? ¿Es mera coincidencia que en esos últimos años, la mayor
parte de las canciones de sus conciertos sean las de sus discos de los sesenta
(las poderosamente antibelicistas Masters of War o John Brown) y las de su
trilogía final? ¿Es que acaso no se ha entendido el significado de High Water,
uno de los temas del Love & Theft, que fue uno de los picos del concierto
en Le Zenith en el 2005, justo cuando París estaba en medio de una revuelta
provocada por Sarkozy, a la sazón Ministro del Interior?
Como todo creador, Dylan nos envuelve con sus
movimientos, con sus idas y retornos, con su música, con sus alusiones al amor,
a la muerte, a los infinitos caminos que el hombre tiene que recorrer tras sus
ilusiones o para alcanzar la dignidad. Dylan es Zimmerman y Zimmerman es Dylan.
Son indisolubles. Se trata de un hombre y su itinerario vital, hecho de tragedias
y dramas, de ironías y tristezas, de triunfos y fracasos, de evocaciones
nostálgicas y de profundas miradas hacia un futuro incierto. De historias y
leyendas. De ficciones y realidades. Parafraseando a Mario Vargas Llosa, Dylan
y la verdad de sus mentiras.
Lima, junio 2008
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