30/11/13

Sobre el artículo de MVLL, Contar Cuentos: LA FICCIÓN EN LA VIDA DE LOS SERES HUMANOS



Escribe: Rogelio Llanos Q.

Uno de mis pocos placeres dominicales es leer El Comercio, con selección previa de los artículos que voy a repasar, mientras disfruto de la sencillez exquisita de un par de huevos fritos con jamón, en las primeras horas de la mañana. Este placer se incrementa cuando encuentro en la página editorial la sección Piedra de Toque a cargo de nuestro compatriota Mario Vargas Llosa, uno de mis escritores predilectos, al lado de Joseph Conrad, Arturo Pérez Reverte, Mishima, y Kawabata).

La nota que escribió hoy se titula Contar Cuentos. O sea contar historias, narrar ficciones, mentir. Como ya lo ha definido en anteriores ocasiones, mentir para expresar o revelar una verdad. El texto con que nos ha regalado esta semana enriquece esa idea, y nos convence de la magia y poder de fascinación de la literatura, así como de su capacidad de sembrar en el espíritu de los lectores la semilla de verdades que, de otra manera habrían permanecido ocultas tras el follaje de una realidad abrumadora, aburrida o aparentemente anodina. Y junto con el descubrimiento de tales verdades, la aceleración de los latidos del corazón gracias a la emoción por el descubrimiento de la belleza y por  la revelación de sensibilidades escondidas.

No puedo dejar de admitir que cada artículo de Mario me encandila, me emociona. Los leo una y otra vez intentando descubrir en ellos el secreto de su sencillez y de su magia. Nunca dejo de admirar esa facilidad con que hilvana sus frases definiendo o redefiniendo a tal o cual personaje, describiendo lugares y situaciones haciéndome creer que tales construcciones son únicas y exclusivas o que, en todo caso, no existe otra manera mejor (podrían haber muchas formas quizás, pero no las mejores) de abordar el texto que de la manera como él lo ha ejecutado.

Miren cómo inicia este texto mágico: “Gracias a su inventiva prodigiosa y a sus sutiles artes de contadora de cuentos, Sherezada salva su cabeza de la cimitarra del verdugo. Arreglándoselas cada noche para tener a su esposo y señor, el rey Sahrigar, fascinado por sus historias, e interrumpiendo su relato cada amanecer en un momento particularmente hechicero de la intriga, durante mil noches y una noche consigue aplazar su ejecución hasta que, al cabo de esos casi tres años, el sanguinario monarca sasánida le perdona la vida y comienza para la pareja su verdadera luna de miel”. ¿Se podría hacer un mejor resumen de Las Mil Noches y Una Noche? Una síntesis hermosa que, al mismo tiempo, nos da los detalles claves y nos despierta la curiosidad por saber.  Y hay aquí un  efecto que  se duplica maravillosamente: curiosidad por continuar leyendo el artículo y curiosidad impaciente por leer el libro. Y al final del resumen, el pequeño apunte que humaniza a los personajes: “y comienza para la pareja su verdadera luna de miel”. Más adelante, Vargas Llosa interpreta así este final: “…pero, con sus astucias de gran narradora, desanimaliza al bárbaro que hasta antes de casarse con ella era puro instinto y pulsión y desarrolla en él las escondidas virtudes de lo humano”. Para concluir en el segundo párrafo con la idea central de su texto: “Haciéndolo vivir y soñar vidas imaginarias, lo enrumba por el camino de la civilización”.

Vargas Llosa subraya aquí varios aspectos importantes de la historia con esa frase de hacer vivir y soñar. Soñar con vidas imaginarias es también vivir. De allí que Luis Buñuel, el genial cineasta español escribiera en sus memorias la validez de expresar lo soñado como parte de una biografía en la que ya no es posible separar la realidad de la ficción. ¿Y no es lo mismo, acaso, lo que hizo Robert Zimmerman construyendo esa falsa historia de viajes en trenes, a manera de los viejos buscadores de fortuna, por la Norteamérica profunda, hasta llegar al frío y agresivo New York que, finalmente, lo acogió y le dio cabida para grabar su primer álbum?

Y algo más, que Vargas Llosa nos deja entrever, sin mencionarlo directamente: la mujer como guía, la mujer como fuente de fértil imaginación; el hombre, ignorante y sometido al poder del instinto, es amansado y luego elevado a la categoría humana gracias a ese poder ficcionalizador de la mujer. Triunfo de la imaginación y triunfo de la mujer, que no solo salva la propia vida, sino que, gracias a esa fantasía espoleada por la cimitarra que la acechaba, ahora podrá disfrutar de los placeres terrenales –vía el matrimonio con su esposo y señor – y de los finales felices que los personajes de las novelas o cuentos anhelan. Ficción y realidad entremezclados, unidos, indisolubles. 

Vargas Llosa escribe: “Ese peligro mortal aguza su fantasía y perfecciona su método y la lleva, sin saberlo, a descubrir que todas las historias son, en el fondo, una sola historia que, por debajo de su frondosa variedad de protagonistas y aventuras, comparten unas raíces secretas, que en el mundo de la ficción es, como el mundo real, uno, diverso, irrompible”.  Es esa capacidad de fantasear la que le permitirá a la mujer invertir los papeles. De dominada pasará a dominadora y el rey será el prisionero feliz  de las mentiras de ella. Y gracias a esa sumisión al mundo de los sueños y las fantasías, que la ilusión renace en el rey, haciendo aparecer en su alma los dones de la sensibilidad, generosidad y magnanimidad, dotándolo de una condición humana antes inexistente. “Cuando el rey Sahrigar perdona a su esposa –en verdad, le pide perdón y se arrepiente de sus crímenes- es alguien al que los cuentos han transformado en ser civil, sensible y soñador”.

La novela o el cuento son géneros que nos cautivan cuanto más imaginativos y fantasiosos son. Pero siguen siendo incomprendidos por una gran mayoría de personas, que sólo ven en los libros unas frías frases impresas que deben decir verdades de manera directa, negando a tales expresiones literarias valor alguno en tanto su construcción se basa en ficciones e inventos, es decir, en mentiras.  Y sin embargo, es gracias a esa ficción, que nace de la imaginación, la que permite al hombre valorar su condición humana desprendiéndola de sus orígenes salvajes y primitivos. Para Mario, “No existe en la historia de la literatura una parábola más sencilla y luminosa que la de Sherezada y Sahrigar para explicar la razón de ser de la ficción en la vida de los seres humanos…”.

Joseph Conrad, escritor polaco nacionalizado inglés, y que desarrolló buena parte de su obra literaria en las postrimerías de la era victoriana (1819-1901) suele utilizar en sus novelas a personajes cuyo papel es contar historias. La historia de Lord Jim, por ejemplo, la conoceremos gracias a Marlowe: “ Y siempre, desde la primera palabra pronunciada acerca de Jim, el cuerpo de Marlowe, tendido descansadamente sobre el sillón, quedábase más quieto que nunca, como si su espíritu volara hacia un espacio de tiempo más o menos lejano, y estuviera hablando, por sus labios, desde el pasado”.  Lo que hace Conrad es hacer explícita, la necesidad también de evocar a través de las historias o cuentos, aquellos personajes o situaciones con las que nos cruzamos en el pasado. Y en esa evocación, quizás, embellecer ese pasado para hacerlo cada vez más suyo y cada vez más inolvidable,

Contar historias, imaginar, fantasear, soñar. Siempre ha sido un placer el contar historias y este gusto por el relato se remonta hasta los orígenes del hombre siendo, como anota Vargas Llosa, “una de las más antiguas formas de relación desarrolladas entre los seres humanos, una vez que tuvieron que agruparse en comunidades para defenderse mejor de la fiera, las inclemencias del tiempo, las tribus enemigas y procurarse el sustento”. Se apela al relato para recordar, para distraer, para matar el rato, para ejemplificar una enseñanza, para establecer una perspectiva futurista, para recrear una anécdota o un hecho histórico sencillo o grandioso. En cualquiera de sus opciones, el contar implica el llamado inevitable de la imaginación. De allí que cada relato contenga su propia verdad. De allí que el relato, tanto como la imaginación tiene posibilidades infinitas.

Como bien sostiene Vargas Llosa las historias que se contaban en torno al fogón en las cavernas del hombre primitivo, constituyen “el despuntar de la civilización el punto de arranque de ese prodigioso camino que llevaría a los seres humanos, al cabo de los siglos, a los grandes descubrimientos científicos, a la conquista de la materia y del espacio, a la creación del individuo, de los derechos humanos, de la democracia, de la libertad, ay, de los más mortíferos instrumentos de destrucción que haya conocido la historia”. Sí, ese vuelo imaginativo, está representado en el hueso devenido en instrumento de muerte y que lanzado por el mono al espacio se convirtió en una impresionante nave espacial y en la más hermosa elipsis cinematográfica de la historia que condensa siglos de evolución del pensamiento humano (2001, Odisea del Espacio, de Stanley Kubrick), cuyo correlato ha sido el increíble y desbocado avance tecnológico que ahora vivimos.

Esa capacidad del hombre de inventar historias y narrarlas fue, pues, también el germen dialéctico de estos agitados tiempos que nos ha tocado vivir. Sí, porque ahora, con aquellos avances científicos y tecnológicos al alcance de nuestras manos, tenemos también las armas con las cuales nos angustiamos e inquietamos, transformándonos, entonces, en víctimas y verdugos al mismo tiempo. Sin embargo, sean cuales fueren las condiciones en las que el hombre vivió y vive, siempre hubo y habrá un espacio para la imaginación, y me viene a la memoria, uno de los personajes de Saló, en las escenas finales del terrible film de Pasolini, cantando y bailando, liberándose mentalmente de la opresión vivida, trascendiendo las rejas de la prisión. El contar historias, gracias a la imaginación y la fantasía nos hace posible recrear la realidad anhelada y nos convierte en creadores de aquellos universos o mundos en los cuales podemos ejercer de manera irrestricta nuestro derecho a la libertad y a ser felices. O como concluye Mario refiriéndose a la literatura: “Un permanente desagravio contra los infortunios y frustraciones de la vida”.

Lima, 29 de junio de 2008.


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