30/11/13

DE CRÍTICAS Y LIBERTADES DE OPINIÓN



Para un director de cine debe ser sumamente penoso recibir comentarios adversos a la obra que con tanto esfuerzo ha realizado. Es comprensible. Sin embargo, hacer una obra y exponerla al juicio del público y de la crítica conlleva, obviamente, un riesgo, y ese riesgo es el de no satisfacer sus gustos, sus exigencias. Pero, cada quien tiene su opinión y es muy provechosa la diversidad de puntos de vista.

Que los comentarios o críticas sean apasionados tiene su atractivo y es una manera de afrontar la afición o la profesión. Esta pasión no es nada nueva. La practicaron los jóvenes críticos de Cahiers du Cinéma allá por los cincuenta. La siguen practicando aquí, allá y en muchísimos lugares aquellos que hacen de la decodificación de las imágenes la razón de ser de sus vidas. En el Perú los críticos de Hablemos de Cine también se enfrentaron en el pasado, y con gran apasionamiento, contra lo que ellos consideraron un cine mediocre, nacional o foráneo. Partiendo de la crítica a la obra realizada, en algunos casos, se llegó inevitablemente al ataque personal. Y sólo el tiempo se encargó de apaciguar los ánimos llegando incluso a producirse giros o cambios importantes en las opiniones inicialmente adversas.

Es bueno el debate. Es más, el estreno de cada película peruana debería hacer posible que los lectores y espectadores hagan un ejercicio de reflexión crítica que los lleve a tomar posición respecto no sólo a la película misma sino también respecto al cine peruano en general. Creo que lo mejor que puede pasarle a un estreno nacional es que suscite controversia, promueva la discusión y estimule la visión crítica por parte del espectador. Lamentable sería el caso de una película que pasara inadvertida o como escribió el inolvidable Juan Bullitta, que se tratara de un producto inodoro, incoloro e insípido.

He podido leer las críticas al film El Premio realizadas por Ricardo Bedoya, Federico de Cárdenas y Juan José Beteta. Con tales notas –aún con las observaciones señaladas por Bedoya y De Cárdenas- y especialmente con la de Beteta, Alberto Durant –pienso- debería sentirse más que satisfecho. Los dos primeros, críticos de fuste, junto con Chacho León, provienen de las combativas canteras de Hablemos de Cine y su prestigio –más allá o más acá de la controversia que sus nombres generan entre los jóvenes críticos- está fuera de duda.

Será quizás por el hecho de que la película de Alberto Durant no me ha gustado –la veo tan ingenua, con personajes poco consistentes, situaciones tan débiles y con una narración completamente plana- que las notas críticas de Bedoya y de Cárdenas a El Premio me causan una profunda insatisfacción. Percibo como que giran en torno al film hablando de sus aciertos sin mucho convencimiento y luego de sus fallas….pero también sin mucho convencimiento. No comparto en absoluto el comentario entusiasta de Juan José Beteta, sin embargo, considero que su crítica, detallista y extensa, es respetable. Me puedo romper la cabeza preguntándome cómo es posible que le haya gustado tanto la película pero, quizás, nunca encuentre una respuesta que me satisfaga.

Pues bien, así de imprevisible –y quizás caprichosa- puede ser la crítica de cine. Como la de música, pintura o arte en general. Cada quien tiene sus opiniones, sus referencias, su cultura y su conciencia. Sea como fuere, repito, a Alberto Durant -si acaso valora la voz de los críticos- estas opiniones seguramente no las encontrará desdeñables. Es más, creo que el texto de Beteta, bien podría utilizarlo en publicitar su película, teniendo en cuenta cómo este crítico se ha detenido en varios pasajes del film para analizarlo con cierta minuciosidad.

La crítica  de Alonso Izaguirre es diametralmente opuesta a la de Beteta. Publicada originalmente en Peru21, con su tono duro y afilado, ha dado lugar al último zafarrancho de combate en el caldeado mundillo del cine peruano. Si bien no comparto la frase: “En pocas palabras, y esto no es broma, El premio parece una cinta deudora de Betito Aguilar, el creador de Al fondo hay sitio y otros menjunjes televisivos”, y no la comparto porque creo que en El Premio no se llega al nivel infame y chapucero al que arriban los bodrios fílmicos que la caja boba nos suele endilgar, sin embargo, sí comparto la contundencia de la frase siguiente del texto de Izaguirre “ahogándose por elección propia en un entramado insulso de episodios-sketch con personajes estereotipo –el profe rural bueno, la madre joven abnegada con esposo malo y pegalón, el chico rebelde que no quiere estudiar, la bodeguera arrecha, el conocido que se quiere comer a la hija cantora del profe rural bueno, la jefa de la chamba desconfiada de su trabajadora— y una musicalización de resonancias muy cercanas a las producciones de Michelle Alexander”.

Crítica aplastante, qué duda cabe. Y me imagino muy dolorosa para un cineasta que tal vez con mucho esfuerzo y sacrificio ha podido concluir su película. Ya lo dice la nota de De Cárdenas: seis películas en treinta años de carrera. Hacer cine en el Perú, pues no es nada fácil. Y encima, una crítica demoledora. Sin embargo, como he señalado líneas arriba, hay diversidad de opiniones. Y, una vez más, que el lector o el espectador se encuentre con esta diversidad de ideas, criterios y opiniones no sólo es bueno, es muy saludable.

Concluyo de leer la nota de Alonso Izaguirre y  no percibo ataque personal alguno a Durant. Salvo, claro está, que al demoler su obra, lo que tanto le ha costado realizar, está tocando una fibra muy sensible del cineasta. Pero, entendamos también que para los cinéfilos, críticos y aficionados que amamos al cine, una cinta fallida es toda una frustración. Que sea cine peruano lo es más, probablemente porque, como muchos, quisiéramos que nuestro cine tuviera un reconocimiento tal que generara una mayor presencia en la cartelera. Quisiéramos que el medio fuera propicio para una producción cada vez más continua, que abriera las puertas a la gente con talento, que motivara la inversión y generara puestos de trabajo. Cada fracaso, cada film fallido lo sentimos como un obstáculo más en el desarrollo del cine peruano. Es posible que el crítico de Perú 21 haya sentido esa frustración. 

De cualquier forma, siempre será muy difícil por no decir imposible, que haya una opinión uniforme, salvo que haya un estado totalitario que homogenice la expresión en los medios de comunicación. Dios nos libre de ello. En todo caso, lo entendible (aunque no existe obligación de hacerlo, si no lo desea o si estima que es innecesario o inútil) es que Alberto Durant respondiera o responda la nota de Izaguirre, defendiendo su película, rebatiendo con sus argumentos - que seguramente los tiene-  los del crítico discrepante. Repito, tal situación, sería completamente entendible e interesante. Un debate acalorado, vehemente, apasionado. Bien por ello. Claro está, sin llegar a los golpes bajos o a los insultos, exabruptos que a veces suelen darse y que a lo único que contribuyen es a echar más leña al fuego de los odios gratuitos que el género humano en todas las esferas –incluyendo las del arte- a veces suele manifestar. Miserias humanas de las que a veces es difícil desprenderse. Pero, bueno, si el debate no descendiera a una escala primitiva, tendríamos un escenario muy animado y, reiteramos el término, saludable.

Lo que no comprendemos en absoluto –y con ello deseamos terminar este apurado texto- es que un grupo de cineastas se haya reunido en torno a un texto condenatorio a la opinión de un crítico y lo hayan dirigido al director de un medio de expresión para pedirle la revisión de la crítica de la película. Absurdo, pero cierto. O sea, estamos ante una censura. O sea, piden eliminar la posibilidad de expresar libremente una idea. La inquisición. La intolerancia. En el pequeño universo del cine peruano, donde hay mucho por hacer, donde se requiere trabajar duro y en unidad para fortalecer un gremio que aún permanece en la marginalidad de la sociedad peruana, se intenta apelar a recursos propios de estados totalitarios. Y más sorprendido estamos porque entre los firmantes leemos algunos nombres de personas que en el pasado han brillado por el ejercicio notable de una crítica cinematográfica que jamás fue complaciente con las películas peruanas o las extranjeras, y que, además, en los tiempos oscuros de nuestro país nunca cejaron en su lucha por la libre expresión de las ideas. Reiteramos nuestra sorpresa, y seguimos sin comprender tal actitud que, dicho sea de paso, esperamos no sea un mal augurio de lo que podría ser en otros predios y a escala mayor en la sociedad peruana de los años por venir.

Lima, 26 de mayo de 2009


Rogelio Llanos Q.

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