Para un director de
cine debe ser sumamente penoso recibir comentarios adversos a la obra que con
tanto esfuerzo ha realizado. Es comprensible. Sin embargo, hacer una obra y
exponerla al juicio del público y de la crítica conlleva, obviamente, un
riesgo, y ese riesgo es el de no satisfacer sus gustos, sus exigencias. Pero, cada
quien tiene su opinión y es muy provechosa la diversidad de puntos de vista.
Que los comentarios o
críticas sean apasionados tiene su atractivo y es una manera de afrontar la
afición o la profesión. Esta pasión no es nada nueva. La practicaron los
jóvenes críticos de Cahiers du Cinéma
allá por los cincuenta. La siguen practicando aquí, allá y en muchísimos
lugares aquellos que hacen de la decodificación de las imágenes la razón de ser
de sus vidas. En el Perú los críticos de Hablemos
de Cine también se enfrentaron en el pasado, y con gran apasionamiento, contra
lo que ellos consideraron un cine mediocre, nacional o foráneo. Partiendo de la
crítica a la obra realizada, en algunos casos, se llegó inevitablemente al
ataque personal. Y sólo el tiempo se encargó de apaciguar los ánimos llegando
incluso a producirse giros o cambios importantes en las opiniones inicialmente
adversas.
Es bueno el debate. Es
más, el estreno de cada película peruana debería hacer posible que los lectores
y espectadores hagan un ejercicio de reflexión crítica que los lleve a tomar
posición respecto no sólo a la película misma sino también respecto al cine
peruano en general. Creo que lo mejor que puede pasarle a un estreno nacional
es que suscite controversia, promueva la discusión y estimule la visión crítica
por parte del espectador. Lamentable sería el caso de una película que pasara
inadvertida o como escribió el inolvidable Juan Bullitta, que se tratara de un
producto inodoro, incoloro e insípido.
He podido leer las
críticas al film El Premio
realizadas por Ricardo Bedoya, Federico de Cárdenas y Juan José Beteta. Con
tales notas –aún con las observaciones señaladas por Bedoya y De Cárdenas- y
especialmente con la de Beteta, Alberto Durant –pienso- debería sentirse más
que satisfecho. Los dos primeros, críticos de fuste, junto con Chacho León, provienen
de las combativas canteras de Hablemos
de Cine y su prestigio –más allá o más acá de la controversia que sus
nombres generan entre los jóvenes críticos- está fuera de duda.
Será quizás por el
hecho de que la película de Alberto Durant no me ha gustado –la veo tan
ingenua, con personajes poco consistentes, situaciones tan débiles y con una
narración completamente plana- que las notas críticas de Bedoya y de Cárdenas a
El Premio me causan una profunda
insatisfacción. Percibo como que giran en torno al film hablando de sus
aciertos sin mucho convencimiento y luego de sus fallas….pero también sin mucho
convencimiento. No comparto en absoluto el comentario entusiasta de Juan José
Beteta, sin embargo, considero que su crítica, detallista y extensa, es
respetable. Me puedo romper la cabeza preguntándome cómo es posible que le haya
gustado tanto la película pero, quizás, nunca encuentre una respuesta que me
satisfaga.
Pues bien, así de
imprevisible –y quizás caprichosa- puede ser la crítica de cine. Como la de
música, pintura o arte en general. Cada quien tiene sus opiniones, sus referencias,
su cultura y su conciencia. Sea como fuere, repito, a Alberto Durant -si acaso valora
la voz de los críticos- estas opiniones seguramente no las encontrará
desdeñables. Es más, creo que el texto de Beteta, bien podría utilizarlo en
publicitar su película, teniendo en cuenta cómo este crítico se ha detenido en
varios pasajes del film para analizarlo con cierta minuciosidad.
La crítica de Alonso Izaguirre es diametralmente opuesta
a la de Beteta. Publicada originalmente en Peru21, con su tono duro y afilado, ha
dado lugar al último zafarrancho de combate en el caldeado mundillo del cine
peruano. Si bien no comparto la frase: “En pocas palabras, y esto no es broma, El premio
parece una cinta deudora de Betito Aguilar, el creador de Al fondo hay
sitio y otros menjunjes televisivos”, y no la comparto
porque creo que en El Premio no se
llega al nivel infame y chapucero al que arriban los bodrios fílmicos que la
caja boba nos suele endilgar, sin embargo, sí comparto la contundencia de la
frase siguiente del texto de Izaguirre “ahogándose por elección propia en un
entramado insulso de episodios-sketch con personajes estereotipo –el profe
rural bueno, la madre joven abnegada con esposo malo y pegalón, el chico
rebelde que no quiere estudiar, la bodeguera arrecha, el conocido que se quiere
comer a la hija cantora del profe rural bueno, la jefa de la chamba desconfiada
de su trabajadora— y una musicalización de resonancias muy cercanas a las
producciones de Michelle Alexander”.
Crítica aplastante,
qué duda cabe. Y me imagino muy dolorosa para un cineasta que tal vez con mucho
esfuerzo y sacrificio ha podido concluir su película. Ya lo dice la nota de De
Cárdenas: seis películas en treinta años de carrera. Hacer cine en el Perú,
pues no es nada fácil. Y encima, una crítica demoledora. Sin embargo, como he
señalado líneas arriba, hay diversidad de opiniones. Y, una vez más, que el
lector o el espectador se encuentre con esta diversidad de ideas, criterios y
opiniones no sólo es bueno, es muy saludable.
Concluyo de leer la
nota de Alonso Izaguirre y no percibo
ataque personal alguno a Durant. Salvo, claro está, que al demoler su obra, lo
que tanto le ha costado realizar, está tocando una fibra muy sensible del
cineasta. Pero, entendamos también que para los cinéfilos, críticos y
aficionados que amamos al cine, una cinta fallida es toda una frustración. Que
sea cine peruano lo es más, probablemente porque, como muchos, quisiéramos que
nuestro cine tuviera un reconocimiento tal que generara una mayor presencia en
la cartelera. Quisiéramos que el medio fuera propicio para una producción cada
vez más continua, que abriera las puertas a la gente con talento, que motivara
la inversión y generara puestos de trabajo. Cada fracaso, cada film fallido lo
sentimos como un obstáculo más en el desarrollo del cine peruano. Es posible
que el crítico de Perú 21 haya sentido esa frustración.
De cualquier forma,
siempre será muy difícil por no decir imposible, que haya una opinión uniforme,
salvo que haya un estado totalitario que homogenice la expresión en los medios
de comunicación. Dios nos libre de ello. En todo caso, lo entendible (aunque no
existe obligación de hacerlo, si no lo desea o si estima que es innecesario o
inútil) es que Alberto Durant respondiera o responda la nota de Izaguirre, defendiendo
su película, rebatiendo con sus argumentos - que seguramente los tiene- los del crítico discrepante. Repito, tal
situación, sería completamente entendible e interesante. Un debate acalorado,
vehemente, apasionado. Bien por ello. Claro está, sin llegar a los golpes bajos
o a los insultos, exabruptos que a veces suelen darse y que a lo único que contribuyen
es a echar más leña al fuego de los odios gratuitos que el género humano en
todas las esferas –incluyendo las del arte- a veces suele manifestar. Miserias
humanas de las que a veces es difícil desprenderse. Pero, bueno, si el debate
no descendiera a una escala primitiva, tendríamos un escenario muy animado y,
reiteramos el término, saludable.
Lo que no comprendemos
en absoluto –y con ello deseamos terminar este apurado texto- es que un grupo
de cineastas se haya reunido en torno a un texto condenatorio a la opinión de
un crítico y lo hayan dirigido al director de un medio de expresión para pedirle
la revisión de la crítica de la película. Absurdo, pero cierto. O sea, estamos
ante una censura. O sea, piden eliminar la posibilidad de expresar libremente
una idea. La inquisición. La intolerancia. En el pequeño universo del cine
peruano, donde hay mucho por hacer, donde se requiere trabajar duro y en unidad
para fortalecer un gremio que aún permanece en la marginalidad de la sociedad
peruana, se intenta apelar a recursos propios de estados totalitarios. Y más
sorprendido estamos porque entre los firmantes leemos algunos nombres de personas
que en el pasado han brillado por el ejercicio notable de una crítica
cinematográfica que jamás fue complaciente con las películas peruanas o las
extranjeras, y que, además, en los tiempos oscuros de nuestro país nunca
cejaron en su lucha por la libre expresión de las ideas. Reiteramos nuestra
sorpresa, y seguimos sin comprender tal actitud que, dicho sea de paso,
esperamos no sea un mal augurio de lo que podría ser en otros predios y a
escala mayor en la sociedad peruana de los años por venir.
Lima, 26 de mayo de
2009
Rogelio Llanos Q.
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