(1972, Luis Buñuel, Le
Charme Discret de la
Bourgeoisie )
Como
tantas otras cosas en la vida, don Luis Buñuel se tomó a broma lo de la
nominación al Oscar de El discreto
encanto de la burguesía. Muchos tal vez lo vieron como una contradicción
entre el refinado ataque a la clase alta que las imágenes mostraban y el
reconocimiento que la academia estaba proponiendo, y que finalmente se
cristalizó en el único Oscar que una película del maestro español ganaría en su
carrera. Ciertamente, todo apunta a pensar en una contradicción; sin embargo,
nos inclinamos por pensar, mejor aún, que se trata de un absurdo, de una
circunstancia irreal, de una broma y, ¿por qué no?, de un sueño. Total, la vida se compone de una serie de
anécdotas, de verdades y mentiras, en
las que se entremezclan las más variadas circunstancias y en las que, muchas
veces, el sueño se transforma en la vida cotidiana y la realidad no es más que
la pesadilla de la que uno quiere pronto despertar.
Todo
esto viene a cuento porque la película número treinta del socarrón cineasta
aragonés establece un doble juego: con sus personajes y con el espectador. Con
ambos, apela a sus mejores armas para desconcertarlos, atraerlos o ponerlos en
trance de reflexionar sobre ciertas actitudes, modos de vida y decisiones que
definen a un grupo humano encorsetado por ciertas convenciones sociales, en las
que la hipocresía se encubre con un fino disfraz, o por costumbres no siempre sanas que se revisten ingenuamente
de elegancia cuando ello es posible y, cuando no, desembocan en una violencia
desaforada.
Los
seis personajes de El discreto
encanto... pertenecen precisamente a esa clase alta que ha hecho de las
invitaciones formales a la cena todo un ritual. Lo que estos personajes buscan
a lo largo del film es poder llevar a cabo esa ceremonia tornada ineludible y
necesaria en la dinámica de su itinerario vital, objetivo que será intentado en
nueve ocasiones sin éxito alguno y en el décimo, habiéndolo ya iniciado,
pagarán con su vida, si bien tomando el aspecto de una pesadilla, el atrevimiento. Diversos e insólitos serán
los obstáculos que rompan con la normalidad previamente instalada: el olvido de
un compromiso recientemente pactado, un velorio inusitado, el brusco despertar
del deseo sexual de una pareja, la inquietante narración de un sueño por un
desconocido, un inefable ensayo militar, un inesperado espectáculo teatral, el
final farsesco de una investigación policial, etc.
Y
aquí entonces llegamos al punto de encuentro con aquella temática buñueliana
que viene desde El perro andaluz y La Edad de Oro recorriendo, bajo diversos
contornos, gran parte de la filmografía del cineasta: la imposibilidad de hacer
realidad aquello que produce placer o mirado de otra manera, la represión como
un signo definitorio de una clase abrumada por las formas y el disimulo. Allí
están para demostrarlo, entre otras, aquellas escenas donde los Sénéchal, en un
arrebato pasional, de pronto se ven impedidos de hacer el amor en su dormitorio
y, luego, tendrán que conformarse con las incomodidades de los arbustos,
huyendo de la casa –símbolo burgués por excelencia- e impidiendo a su vez que
la cena a la que han invitado a sus amigos, se lleve a cabo.
El
amor loco, el apasionado llamamiento al crimen (el cura disparándole al asesino
de sus padres, luego de darle la absolución), la intolerancia disfrazada (el
embajador disponiendo solapadamente el secuestro de la muchacha, luego de
haberla dejado en libertad), el paso de la realidad a la pesadilla, el encuentro
de lo racional con lo irracional, la inserción del sueño dentro del sueño, son
algunas de las constantes que El
discreto encanto... mantiene vigentes, como si de una obra totalizadora se
tratara. Sin perder su poder corrosivo, Don Luis hizo de aquellos personajes de
la clase alta, unos caminantes eternos, sin destino fijo, víctimas de sus
propios demonios interiores y permanentemente burlados por una forma de vida
que ellos mismos han contribuido a preservar. Esencialmente buñueliana, esta
película desnuda con un discreto encanto, no exento de comprensión, las
frustraciones y mentiras de una burguesía en decadencia.
Rogelio Llanos Q.
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