30/11/13

EL DISCRETO ENCANTO DE LA BURGUESÍA



(1972, Luis Buñuel, Le Charme Discret de la Bourgeoisie)

Como tantas otras cosas en la vida, don Luis Buñuel se tomó a broma lo de la nominación al Oscar de El discreto encanto de la burguesía. Muchos tal vez lo vieron como una contradicción entre el refinado ataque a la clase alta que las imágenes mostraban y el reconocimiento que la academia estaba proponiendo, y que finalmente se cristalizó en el único Oscar que una película del maestro español ganaría en su carrera. Ciertamente, todo apunta a pensar en una contradicción; sin embargo, nos inclinamos por pensar, mejor aún, que se trata de un absurdo, de una circunstancia irreal, de una broma y, ¿por qué no?, de un sueño.  Total, la vida se compone de una serie de anécdotas, de verdades y mentiras,  en las que se entremezclan las más variadas circunstancias y en las que, muchas veces, el sueño se transforma en la vida cotidiana y la realidad no es más que la pesadilla de la que uno quiere pronto despertar.

Todo esto viene a cuento porque la película número treinta del socarrón cineasta aragonés establece un doble juego: con sus personajes y con el espectador. Con ambos, apela a sus mejores armas para desconcertarlos, atraerlos o ponerlos en trance de reflexionar sobre ciertas actitudes, modos de vida y decisiones que definen a un grupo humano encorsetado por ciertas convenciones sociales, en las que la hipocresía se encubre con un fino disfraz, o por costumbres  no siempre sanas que se revisten ingenuamente de elegancia cuando ello es posible y, cuando no, desembocan en una violencia desaforada.

Los seis personajes de El discreto encanto... pertenecen precisamente a esa clase alta que ha hecho de las invitaciones formales a la cena todo un ritual. Lo que estos personajes buscan a lo largo del film es poder llevar a cabo esa ceremonia tornada ineludible y necesaria en la dinámica de su itinerario vital, objetivo que será intentado en nueve ocasiones sin éxito alguno y en el décimo, habiéndolo ya iniciado, pagarán con su vida, si bien tomando el aspecto de una pesadilla,  el atrevimiento. Diversos e insólitos serán los obstáculos que rompan con la normalidad previamente instalada: el olvido de un compromiso recientemente pactado, un velorio inusitado, el brusco despertar del deseo sexual de una pareja, la inquietante narración de un sueño por un desconocido, un inefable ensayo militar, un inesperado espectáculo teatral, el final farsesco de una investigación policial, etc.

Y aquí entonces llegamos al punto de encuentro con aquella temática buñueliana que viene desde El perro andaluz y La Edad de Oro recorriendo, bajo diversos contornos, gran parte de la filmografía del cineasta: la imposibilidad de hacer realidad aquello que produce placer o mirado de otra manera, la represión como un signo definitorio de una clase abrumada por las formas y el disimulo. Allí están para demostrarlo, entre otras, aquellas escenas donde los Sénéchal, en un arrebato pasional, de pronto se ven impedidos de hacer el amor en su dormitorio y, luego, tendrán que conformarse con las incomodidades de los arbustos, huyendo de la casa –símbolo burgués por excelencia- e impidiendo a su vez que la cena a la que han invitado a sus amigos, se lleve a cabo.

El amor loco, el apasionado llamamiento al crimen (el cura disparándole al asesino de sus padres, luego de darle la absolución), la intolerancia disfrazada (el embajador disponiendo solapadamente el secuestro de la muchacha, luego de haberla dejado en libertad), el paso de la realidad a la pesadilla, el encuentro de lo racional con lo irracional, la inserción del sueño dentro del sueño, son algunas de las constantes que El discreto encanto... mantiene vigentes, como si de una obra totalizadora se tratara. Sin perder su poder corrosivo, Don Luis hizo de aquellos personajes de la clase alta, unos caminantes eternos, sin destino fijo, víctimas de sus propios demonios interiores y permanentemente burlados por una forma de vida que ellos mismos han contribuido a preservar. Esencialmente buñueliana, esta película desnuda con un discreto encanto, no exento de comprensión, las frustraciones y mentiras de una burguesía en decadencia.

Rogelio Llanos Q.


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