Escribe: Rogelio Llanos Q.
Ahhhh, Talara, la
hermosa ciudad del desierto, decía aquel himno cursilón aprendido en medio de
rezos y poesías patrióticas, y la radio Talara, la radio que se daba la mano
con el pueblo....entre Pacharacos y troncos secos, de vez en cuando convencía a
propios y extraños que no había peor emisora en el norte que ese pequeño
reducto del que el buen Max H hizo suyo con ese timbre de voz y tono
parsimonioso propio de director de escuela fiscal…
ahhh radio Talara, y mi
Tenampa a la salud del pequeño amigo cumpleañero, por cortesía de Jorge Rosales
y su terremoto, terremoto...terremoto de precios en Almacenes Goldfar,
publicidad contundente en una ciudad candorosa de abuelita desmayada
aterrorizada por la imaginación traviesa
de ese aprendiz de Orson Welles talareño…
ahhh Talara, la de las
Peñitas y el afán de ser el más temerario entre las pequeñas y cálidas olas de
ese mar entrañable, escuela de natación y fuente inagotable de imaginación e ilusiones,
puerto de llegada de don Celso Guerrero y San Jacinto, territorio de expansión
de lealtades caninas, y visiones primeras de enardecidos y fertilizadores falos gigantescos entre
rebuznos gozosos y goterones de leche absorbidos por la ardiente arena…
la de las misas con
mantilla y anatemas dominicales contra las invencibles minifaldas tan graciosas
como traicioneras, de cura Pacheco monotemático, que redimió para siempre al
adolescente atribulado por todos los pecados propios de la juventud, paja incluida,
con cinco padrenuestros y cinco avemarías….
la del chévere más
chévere, nariz respingada y caminar atorrante, mismo Fonzi de los años
felices, pavoneándose a lo largo del setenta en la hora del crepúsculo, alumbrado
por miradas de modistillas y colegialas ingenuas, entre cortinas entreabiertas
y chismes de abuelitas…
la de los Villar
(Carlos, qepd) y toda la patota del barrio, a las diez de la mañana en
vacaciones eternas, teléfono malogrado y
pelota de futbol player entre arcos imaginarios y entrañables casitas de
ladrillo…
la de las mexicanas a
las 10 de la mañana, con oreja pegada al transistor –sí aquel que la regordeta
Gamboíta del ayer y la bella Chini de hoy, despojó de su larga y pretenciosa antena-
con Juanita encantada con la voz de José Alfredo y los bigotes de Luis Aguilar…
la de la campanita de
la escuela de la abuelita Paulina, que nos hizo nacer a los deliciosos misterios
de las letras castellanas…
la del tío Humbertito,
cada domingo a las 9 después de la misa, alegría de mañanas soleadas y salita
luminosa con voces de papá, tejidos de mamá y tías que entran y salen ordenando
el banquete delicioso, propina y fin de fiesta por las tardes, casa silenciosa
y tristeza de los domingos a las seis de la tarde….
la de las matinées
iniciadoras en el cine Grau, a siete soles cincuenta la platea, con boletera amable, Sublime infaltable, bajo relieves curiosos, telón dorado,
cortinas que se corren y la imagen que aparece en pantalla mágica y llena de
héroes, jamás blanca, jamás vacía…
la de las mellizas
Herrera, pícaras y piernonas, cuando éramos inocentes e ingenuos, aunque no tan
inocentes e ingenuos a la vista de los muslos y calzones blancos y generosos de
una Fanny que se quedó para siempre en esa juventud ya lejana…
la de las fiestas
familiares, limeña que tienes alma de tradición en 45 rpm insoportable y el
siempre amado sombras nada más, entre tu vida y la mía, con los Sánchez que
deben morir y los gracias tiíta barrisolas y devoradores (tía Imel dixit)…
la de las bajadas de
reyes en casa de las tías Imel y Luzmi, con enorme nacimiento (donde no faltaba
el muñeco que me enseñó a gatear) y abundancia de dulces y golosinas para todos
los niños del barrio…
la de los los retornos
felices de los hermanos, tanto tiempo ausentes, en una capital misteriosa, que
ahora llegan con el inolvidable carrito de combate de juguete y el She Loves
You vibrante y revelador…
la del gallo escondido
debajo de la mesa huyendo del cuchillo infame (¿lo escondería Juanita o era un
gallo garcíamarquezco?) y el perro fiel que entra de contrabando en la casa
para endulzar nuestras infancias, nuestras adolescencias…por si acaso, mamá, la
madre del chucho se llamaba Blanca y era del ‘pelao’ Villar (ahora ya sabes por
qué el perro se volvió bravo en su adultez)….
la del profesor Rosales
y su infaltable matemática recreativa, el rostro esculpido en piedra y números
dibujados amorosamente…
la del Volvo amigable
y protector con Juan Fidel y su no pasó nada, la Sarita maternal y un chava del que todos esperan que descargue
la vejiga, para que la felicidad venza a la fatalidad…
la del tío Domingo,
bigotes de mexicano y su carcajada contagiante y estentórea que aún resuena en
mis oídos impulsada por la adrenalina de los 150 kilómetros por
hora…
la de las noches amables a
la puerta de la casa tomando el fresco e intercambiando afectos con papá,
tías y mamá, manzana en mano, naranja en mano…
la de los interminables
partidos de fútbol, camiseta blanquizaul, producto player que la tía Imel trajo
de la lejana Lima para el sobrino alianza corazón, admirando al Chepo
insuperable en la gambeta, y decisivo en el gol triunfal…
la de la niña de
rostro angelical y bucles adorables, que hechizó por primera vez al infante y
que rompió su corazón también por primera vez….
la de la oficina de
papá, escritorios y enormes máquinas de escribir, atestada de libretitas,
lapiceros, borradores y útiles escolares, en día especial, en día de alegría
porque estoy en el trabajo de papá, con papá feliz y padrino gentil en ese
lugar lleno de objetos maravillosos que aún nos siguen encandilando….
la de los abundantes
regalos a la mamá en el día del maestro, obsequios de alumnos que vieron la luz
con los Panchos y las Lolas y los Lucías y Beatrices…
la de los pequeños
demonios llenando con sus gritos el corredor, sala, comedor y cocina, hogar
escuela, hogar luz, mi casa querida, mi hogar feliz…
la de los discursos de
papá construidos en paseos interminables, después de la cena, punto y coma, y
la tía Imel, lapicero en mano, capturando las frases fugitivas, el placer de
hilar las palabras, de expresar la sentida oración….
la de sembrando, el
manantial, Vargas Vila, el habla de mi tierra, los baldor y la Biblia como modelos, con
papá enseñando papá sugiriendo, jamás la palabra altisonante, jamás la
imposición…
la de El Conde de
Montecristo de Liliana (nunca habrán suficientes gracias, Lily) en noche de
inspiración, descubridora de anaqueles atiborrados de libros y saqueo de
biblioteca con premeditación y alevosía….
la del tío Chemo,
acérrimo hincha de una U poderosa y antipática y asiduo visitante de los
predios westernianos del inefable Marcial Lafuente Stefanía y sus vaqueros héroes
rutinarios y pacíficos de elevada estatura aunque el adolescente prefería a los
pistoleros caza fortunas de Mortimer Cody y Silver Kane….
la de Carmela, Sofía
Loren de la infancia, de cabellos oscuros y de labios gruesos, rojos y
sensuales, de blusas azules y faldas amplias, de sonrisa hechicera y palabra
gentil, de besos apasionados e infinitos, cuya visión arrebatadora, fascinante,
en tardes fulgurantes, perturbó con delicia la paz de una infancia candorosa…
la del juijo de nobles
lealtades, cuyos ladridos alegres y
vitales terminaron tan abrupta y violentamente bajo las ruedas de la anónima camioneta
asesina…
la del buen Juan Torres
que estuvo a un pelo de volver a transición a sus casi veinte años sólo para
que el engreído no llore y no se sienta solo…
la del primo
Hildebrando, solidario y hablador, que intentó liberar al pequeño llorón de las
jaulas escolares…
la del
Walter, boca sucia y peleón, con sus infaltables conchatuabuelas que retumbaban
en el barrio para escándalo de la
Juanita , puritana y celosa, vigilante de la inocencia no tan
inocente del niñito de mamá…
la del manjar blanco
preparado en pailas y vaciado en moldes de madera bajo la atenta mirada de la empeñosa
abuelita Paulina y sus rezos, y su Sildo y su Trinidad…
la de la Monark y el intento fatal
de montarla con brazo dislocado, huesero implacable, llantos imparables y brazo
en cabestrillo…
la de don Pancho
Monteza, timbre alarmante de bicicleta, timbre desencadenante de llantos y
angustias, y él riendo con el chiste propio mientras hunde, veloz y eficaz, la
banderilla en la nalga dolorida…
la del Club Esso, y el
rocambor de papá y el ritmo de los hermanos Chulli y el baile social y el
comentario desde el borde del mar en Volvo cómplice y chismoso…
la de las ferias de
marzo, con lluvias intensas y
ecuatorianos haciendo su agosto con camisas de colores y los regateos
intrépidos de un papá feliz y dadivoso…
la de montañas rusas,
ruedas de chicago y tiros al blanco con Justo y Roger (qepd) mientras en el
tornamesa Los Iracundos tocaban incipientes fibras rockeras…
la de las señoritas
Vilela y sus visitas vespertinas con Valladares y su acordeón campechano,
mientras en la casa de al lado hay visita, hay visita…
la de Mercedes y las
chicas guías y su ‘pataza’ María Esther y su hablar pituco, su piel blanca y su
mirar risueño, objeto de curiosidad del infante mañosón…
la de aquella señora de
ceño fruncido y voz chillona, pero de piernas blanquísimas en traje de baño
ajustado y día soleado, que pulverizó la inocencia infantil al instalar la duda
de la existencia de un sur idéntico en la geografía humana….
la de los tiempos del
primo Homero, cantando rancheras a 120 por hora en Volvo leal y leyendo Corazón y riendo a mandíbula batiente
con el valiente Garrone sacándole la mierda al malvado Franti…
la de la prima Livia,
cosiendo y cosiendo y su dócil apariencia de novicia buena gente y amable…
primita primito…
la del tío Hildebrando,
resoplando y recomendando el Sears y Zemansky para aprender mejor la Física , con un cuba libre
dominguero encima y tras el llamen al Gordo Hildebrando de un papá feliz de la
unión familiar con tío Humbertito exultante en sus augurios del próximo triunfo
de su Víctor Raúl…
la de los álbumes de
artistas, banderines, jugadores y animales y plantas y el papá que llega con
paquetes enormes de figuritas para su engreída Lily, para su querido R…
la de la tienda Chunga y
el Zorro, y Supermán, y la pequeña Lulú y Lorenzo y Pepita y los intercambios equitativos de revistas, toma dos y dame dos,
y la devolución puntual para volver a prestar, y las dos de la tarde, con el
calor en su punto, tirados en la cama, en posición Bugs Bunny, disfrutando de
las viñetas candorosas, comiendo la galletita, mientras papá ronca en la
perezosa y la casa es envuelta por el silencio de la felicidad plena….
la de la señora Mechita
y Pepe Castillo y el mono que decían que era malcriado y que no comprendimos
sino hasta mucho después cuando las hormonas empezaron a hervir y la Claudia Cardinale
del Écran cómplice no fue sino muslos adorables, muslos deseables…
la de Pepito Larrea,
flecha veloz con VW a veinte kilómetros por hora y sus dos brujas, cuya puerta agotamos
a pedradas por aquellas pelotas player que reventaron bajo el cuchillo asesino…
la de aquella muchacha
en la ducha –Chana, ahhh Chana- y la
patota del barrio adelantándose jubilosa y lujuriosamente a la escena de la
ducha en el irónico MASH de Robert Altman…
la de Pepe y Chicho que
nos enseñaron entre los compases amables de La Juventud de Los Iracundos
y los insinuantes sones latinos del Santana Abraxas, que el cloretil y los
pañuelos se complementaban de maravillas….
la de los veranos con
mañanas académicas, Rosales, Martínez y Lagos mediante, Dios los tenga en su
gloria que yo los tengo en mi corazón…
la de las navidades
felices, papá, mamá, hermanos, abuelo, tías, chicas y perro en torno a árbol de
regalos y mesa con discurso, pavo y dulces cual John Huston en Los Muertos…
la de las tías
entrañables y sus latas de galletas field llenas de manjares y una Colita siempre
lista para el sobrino…
la del abuelo gruñón, amante
de los valses de Strauss y rapsodias húngaras con portada inquietante de pareja
a punto de besarse, manos atrás y carajos infaltables, mirando siempre al
norte, esperando inquieto a su Luzmi, esperando impaciente a su Imel…
la del loro que hizo
buenas migas con el pavo y que palmó lealmente cuando al amigo le llegó su
hora;
la de Teresa y Fausta
que animaron cómplices los juegos infantiles del Rogelín travieso y soportaron con generosidad las pataletas
del engreído y llorón…
la del querido don Pancho Arévalo, que quiso
convencerme que la prisión escolar era menos dura entre cantos, carteles y
muñecos multicolores…
la de la viejita Talledo que se afanó
infructuosamente –entre apretadas de dedos y no pocos chillidos- en hacer del
niño un virtuoso de los teclados…
la de la Chabu de imagen altanera
devenida de pronto en la Chabu
gentil, en la Chabu
ingeniosa y talentosa, de voz suave y obsequiosa, la de las historias gráficas
que nunca llegué a olvidar, la del objeto de deseo de un Juan Fidel empeñoso y
entrañable…
la del monopolio y la
del ludo, en la puerta de la casa, con el zambo Villar y el Hilde y el Pepe, mientras
llegaba la hora de la cena…
la de las sartas de
cohetes interminables con la patota del barrio y las infaltables luces de
bengala de la tía Luzmi en cada año nuevo, en cada año de abrazos, besos y
lágrimas por el nuevo año que se viene y el año menos realista del abuelo
aguafiestas…
la de los almuerzos en
el chifa de Talara Alta, pequeño lujo de papá en fiesta patrias, con padrino
Gonzales contando anécdotas y paseos por Lagunitos y Negritos en el viejo Ford
y haciéndonos cantar cara a cara nos pone el destino (¿era cara a cara o caga a
caga?)…
la de Dame Felicidad y
Cien Libras de Barro cuando las rancheras y lo del charrito de oro me hicieron
sentir más lorna de lo que ya era…
la de la mamá generosa
con su propina en noche cinéfila rociada de balazos por un Clint Eastwood
bisoño que la distribuidora llamó El Magnífico Extranjero…si supieras mamá con
cuánta felicidad recuerdo esa noche en que, gracias ti vi por primera vez al
gran Clint….
la de la mamá censora
buscando vanamente las revistas prohibidas que su niño no tan inocente –los
besos de Susy ya me encandilaban- guardaba celosamente en la caja del tesoro….volví
a ver esos tesoros en el 2007, cuando lo de Bob, llamados Supermán, Tom y Jerry
y tantos otros comics en el Parque
Centenario de Buenos Aires y fui feliz una vez más…
la de la tía Imel
repartiendo los regalitos y los cuentos de vuelta de La Cantuta en Línea Mora, con
maletas maravillosas y recibimientos felices…la comadreja desobediente,
Marujita y el enano Barabay, Otra vez Heidi, la liebre y la tortuga, el
sastrecillo valiente venían en esa maleta a la que no dejábamos de echarle el
ojo, sabiendo que también allí esperaban el turno los lapiceros, las cajas de
colores, las cartucheras y la camiseta del alianza....y si nunca llegó allí el
sueño de Pluto, en cambio el Que Seas Feliz fue –años más tarde- el símbolo de
ese inmenso cariño que la tía nos prodigó y que igual retribuimos…
la de esa mañana con
caja inmensa y misteriosa, que de pronto deja al descubierto esas joyas
invalorables que encerraban al libro de narraciones interesantes, al libro de
los por qué, las aventuras de Santos Leyva en la Legión Extranjera ,
al terrorífico cuadro de Cristo en la
Cruz de Dalí…libros nuevos, con olor a nuevo, con páginas
brillosas y muchas ilustraciones…
la del negrito Dioses y
sus cucharas de plata, visitante tan extraño como aquella brujita cuyo nombre
ya no recuerdo pero que ojeaba a todos los niños, y don Leberato, con su larga
barba blanca que me daba miedo por su tamaño y su mirada severa…
la de la señora
Cristina, cuyo rostro arrugado me daba miedo, creyéndola bruja y preguntándome
por qué a mamá le gustaba ir a esa casa de tonos sombríos, que me atraía y
repelía a la vez y donde había alguien que se llamaba Rosina, nombre que me
caía chinche y me causaba desazón…
la del pickup de la tía
Imel, con disco MAG de etiqueta azul girando y los sonidos de El Espejo de Mi
Vida, preguntándome de dónde sale el sonido, si hay enanitos en la radio, y el
se mira y no se toca cariñoso de la tía querida…
la de los Montero,
Pepe, Paco y Alfredo, y el gran Leonor, tan bueno con la pelota como
Chepo, duros para la pelea, gritones
como nadie, hábiles para el fútbol, salvo Alfredo al que siempre el niño de
papá le hacía goles de huacha y al que su padre, un hijo de puta, le rompió un
bastón de brigadier en el culo delante de todos los alumnos…Profesor Rosales,
¡cómo te dolió en el alma haberle tirado dedo al pobre Alfredo!
la de Gladys, bella
niña de la Avenida A ,
que el feo Aldana, invitó al cine para pavonearse frente a mí, mientras yo me
moría de ganas de tocarle la mano y ella me ignoraba olímpicamente….
la de César que bailaba
si tuviera un martillo y era el galán
del barrio y al que bañé envidioso con la manguera sólo para escuchar con el
corazón feliz cómo corría llorando a los brazos de su abuela….pero, mamá, mamá,
¿por qué cortaste tan abruptamente mi felicidad con ese par de ‘manazos’ en el
brazo que me dolieron hasta el alma?
la de aquella tarde con
reunión en el corredor de la casa de las tías, en consejo familiar para
protestar por el premio de excelencia negado a la hermana estudiosa, fecha a
partir de la cual siempre asocié con el rencor a la despachadita Adria,
asociación que luego cambiaría al escuchar al tío Alberto, entre la amabilidad
y la lujuria, el nunca olvidado cuidado hijita, que te caes –arrastrado,
meloso- y la mano solícita para servirle
de apoyo.
la de las grabaciones
de bienvenida a la hermana exitosa, Pensionado el hogar, Pontificia Universidad
Católica, discurso de papá mediante, parabienes de mamá y tías, el sobre las
olas inevitable de la hermana pianista, las notas desafinadas del parvulito.
la de las tardes en que
llegaba Cuyali y su carro rojo de embutidos, de olor característico, y donde viajamos algunas veces a Trujillo.
Siempre asocié Chicama así como los desayunos con jamón y salchicha, con el
bueno de Cuyali…y ¡Papá, papá…conocí a un catedrático…! je, je. El chiste de
tantos años y yo durante tantos años nunca supe de qué se reía Meche, la más
burlona…
la de Nana, prima de
Pepé y Jorge, que le encantaba mi Monark y yo feliz de prestársela cada tarde
maravillosa para que aprendiera a manejarla porque así podía tocarle sus nalgas
y disfrutar del gratísimo hormigueo en mis entrañas…Cómo gozaba ella, cómo
latía mi corazón…
la de radio Tropicana,
con sabor a Sonora Matancera y viejas resonancias de sábados y domingos por la
mañana, y en donde escuché una versión instrumental –creo que era de Henry
Mancini- de La Casa
del Sol Naciente. Y todo ello mientras elaborábamos los recibos de cobro de los
muebles o de los periódicos vendidos por papá.
la de Zacarías en plan
de profesor repartiendo sus pertenencias porque se iba del país y pidiéndolas
al día siguiente porque el viaje se frustró…cómo disfrutaba el bueno de Zaca
con los dibujos animados en matiné de Tom y Jerry, comiendo chocolates y
piernas sobre el respaldar del asiento delantero.
la del tráiler de El
Entierro Prematuro en el cine Grau, sufriéndolo con los ojos cerrados para no
ver los sueños y las angustias de Ray Milland al imaginarse la posibilidad de
ser enterrado vivo…sus imágenes, las poquísimas que no pude evitar ver me
aterrorizaron muchas noches….Juanita, acompáñame, y la pobre Juanita tenía que dejar
lo que estaba haciendo para ir a prender la luz de la habitación.
la de las noches
pasadas en vela pensando en las posibles soluciones de los problemas más
complicados de los viejos Baldor…y al amanecer la solución ya lista para ser escrita
en azul y rojo, con orgullo de vencedor…
la de ¡Paso, paso a
Capablanca! o la historia de El Cosaco Ruso, en noches de radionovela, mientras
comíamos el arrebozado con menestras o el pescado frito con arroz y todos
silenciosos y emocionados con las aventuras de esa suerte de Zorro justiciero o
del admirado Nikolai Tcherkov, de quien Juanita se volvió ferviente admiradora.
la del espectáculo sin
par de marionetas danzando en el Club Esso, algo que nunca más volví a ver y la
del show del Charrito de Oro en el Cine Talara, que sepultó para siempre mi
admiración por ese personaje de pacotilla. Si el Charrito nunca cantaba y éste
se despachó con unas cuantas rancheras, predio al que sólo podían acceder Pedro
Infante, José Alfredo, Aceves Mejía y unos cuantos más. A mí con rancheras,
charrito de medio pelo…bien tiradas a la
basura sus historietas en sepia o en blanco y negro….
la de Juramento de
Venganza que hizo soportables los desfiles escolares alucinando ser el Major
Dundee que iba tras el apache rebelde y fantaseando con la bella Senta Berger
que pasó del dulce imaginario infantil al del adolescente fascinado con sus
labios provocativos (sus perfectos labios sin comparación alguna) y sus pechos
agitados y desafiantes. Western de mis amores, que para delicia cinéfila fue
revisado en The Glory Guys, una obra menor a caballo entre Ford y Peckinpah…
la del padre Barahona,
interrumpido en su paseo vespertino en torno a la plaza de armas, para que el
niño arrepentido le confiese que le tiró una patada en la espinilla a su
hermana…
la del hermano mayor
angustiando al pequeño ingenuo con su pronta marcha a la guerra, asociada a
aquellas emisiones radiales nocturnas que anunciaban el avance de la letal
plaga roja por todo el continente americano…
la de la rosada fixina
con que Juanita embadurnaba el pelo duro y rebelde de un Rogelín estudioso y
obstinado, reacio a las fotos anuales de
Ramos o Williams con terno y corbata y siempre enfermo del pie en cada despreciable
baile infantil….
la de la alfombra azul
en la pequeña salita de casa, tirado sobre ella, jugando con los muñequitos de
plástico al campeonato mundial o copiando los atractivos cuadros de matemáticas
del revisitado una y otra vez Aurelio Baldor…
la de las noches
calurosas, con ventanas plenamente abiertas, abrazado o a caballo con la
almohada, sintiendo un placer aún indefinido, en los últimos instantes de una
infancia inocente a punto de marcharse…
la de la tía Luzmi,
firme e implacable, palmeta en mano, exigiendo al sobrino querido cumplir con
los deberes escolares, con el mismo rigor aplicado a los demás…de ella
aprendimos que la ley debe ser igual para todos…y era la misma tía Luzmi que
invitaba al pequeño sobrino a probar el delicioso Oporto que ella paladeaba con
fruición ….y era la misma tía Luzmi, que con tanta dignidad se sentaba frente
al espejo de su cómoda para arreglarse y maquillarse para la fiesta familiar…y
era la misma tía Luzmi a quien, muchos años después, en su cama, cuando ya no
se levantaba, le invitaba yo una copa de vino tinto que tanto le encantaba…y
así la recordaré siempre a esa tía ejemplar…
la del padre Miramón
que con su bonhomía, su buen hablar y su rostro de facciones regulares removió
las hormonas de las mujeres jóvenes y maduras, solteras y casadas, que, de la
noche a la mañana, decidieron ser pías y fueron a su confesionario a declararle
sus pasiones secretas…
la de la radiola donde
escuché el primer LP de mi propiedad, un Herb Alpert magnífico y cuyos sonidos
vigorosos de trompeta en The Lonely Bull son, para mí, el llamado inesquivable del
recuerdo entrañable de una infancia en el seno de una familia feliz, en una
ciudad que floreció en medio del desierto y que, alguna vez, antes de que la
bota gorila se aposentara en ella, fue bella y acogedora ....Sí, alguna vez,
hace mucho, mucho tiempo… Tan cerca y tan lejos....
Marzo, 2009.
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