Es un deber
elogiar tus pechos, pues sus
puntas son
doradas
como el sol y rojas como el
atardecer.
Del Sánscrito
Mayura, hacia 800 D.C.
A Norma, Olguita, Rosita A.,
Rosita L., Milka, Silvana
Nancy, Doris, Sadith, Edith,
Esmilda, Julissa, Vanessa,
......,Teresa y Susana,
compañeras de trabajo,
voces y sonrisas de cada día.
Y para Verónica, Teresa C.,
Lourdes, Yorka, Carolina,
Martha y Valia. Y con ellas,
Corina, Mónica, Rosita, Anita
y Elenita, amigas de juventud
y tiempos gloriosos.
Pero también para Gina,
Isabel, Bertha y Marisa, espejismos
e imágenes tan inasibles como
inolvidables.
Y para quien entró a mi
corazón, a quedarse para
siempre: Yolanda.
Hace muchos años esta fecha
era únicamente conocida como el Día de
los Enamorados. Las parejas buscaban furtivamente un lugar donde expresar
sus íntimos afectos y sus arrebatadas pasiones amorosas. Si bien una sonrisa
maliciosa solía ser el corolario de nuestra atenta observación de los apuros
que pasaban estas parejas por pasar desapercibidas ante las miradas de reproche
o de burla de parte de los no pocos envidiosos que atinaban pasar enfrente de
los hostales de la ciudad, siempre nos sublevó la idea de que el amor y sus
múltiples manifestaciones fueran objeto del escarnio público.
Recordamos aún aquellos tiempos en que algunos
moralistas intentaron poner cerco al Campo de Marte para evitar que las parejas
regaran la cálida yerba o escandalizaran
a los viejos y fisgones árboles del entonces acogedor parque con sus efluvios
amorosos o sus desesperados gemidos de placer. Ya entonces nos preguntábamos
con inquietud si sólo quienes disponían de un billete en el bolsillo tenían el
derecho de disfrutar de la encubridora oscuridad de una habitación y de la
acogedora complicidad de un lecho. Injusta, pues, la represión ejercida contra
los amantes, que no hacían otra cosa que obedecer al llamado gozoso, y no por
ello menos angustioso, de una naturaleza siempre curiosa, siempre insatisfecha.
Los tiempos han pasado, y no han pasado en vano. Hoy, esta fecha no sólo
es el Día de los Enamorados, sino
también el Día de la Amistad. Y lo
mejor de todo es que ahora muchachos y muchachas, amigos o enamorados,
disfrutan por igual de los placeres físicos y mentales que resultan del
acercamiento de los cuerpos, de las manos anudadas, de los abrazos calurosos o
del éxtasis de los besos encendidos. Unos y otros han comprendido cuán bueno es
para el cuerpo y los sentidos, propios y ajenos, ir más allá de las palabras, y
disfrutar con total impunidad de las caricias gratificantes y generosas.
Algunas veces por las mañanas, y casi inevitablemente al caer la noche,
veo con íntima satisfacción y contenida alegría a las audaces parejas que
aislándose del mundo retozan sobre la verde alfombra de los parques en su vano intento platónico de fundirse el uno
en el otro. Sus voces apagadas, aquellos besos interminables, esas manos
temerarias, o las audaces piernas entrelazadas me recuerdan una y otra vez que
la felicidad, aunque efímera y como estrella fugaz, es posible conocerla y
atesorarla en lo más profundo de nuestros corazones.
Día de los Enamorados o Día de la Amistad, según el punto de
vista de cada quién, es quizás un motivo para reencontrarse con el ser querido,
para compartir nuevas y excitantes experiencias o tal vez para recordar, con
una copa de vino como fiel compañera y el viejo Blood on the tracks en el tornamesa, aquellos amores del pasado,
los agridulces amores contrariados o los dolorosos - pero no por ello menos
entrañables- amores imposibles. Ya sean amores felices o no, celebremos con
cariño este día, que lo más importante, y que nadie podrá arrebatarnos, es el
recuerdo de haberlos vivido, imaginado o deseado.
Rogelio
Llanos Q
Lima, 14 de febrero de 2003
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