30/11/13

LA CEREMONIA

(1995)

Director: Claude Chabrol

A pesar de los muchos años transcurridos, aún recordamos aquellos planos que registran el lento vuelo de una cometa y su caída final precisa, impertinente, posándose sobre la preciosa humanidad desnuda de Julie (Romy Schneider) o esas imágenes inquietantes de la obsesiva Why (Jacqueline Sassard), espiando a la pareja  Frédérique (Stephane Audran) - Paul (Jean-Louis Trintignant). Tampoco olvidamos aquella apacible campiña que sirve de fondo a la relación imposible de Helene (Stéphane Audran) y el carnicero asesino Popaul (Jean Yanne) o  los inefables aprestos de los amantes (Stéphane Audran y Michel Piccoli) por deshacerse de sus respectivos cónyuges (Claude Piéplu, Clotilde Joano). Nos estamos refiriendo a los films Inocentes con las manos sucias (Les innocents aux mains sales, 1975), Las dulces amigas (Les biches, 1967), El carnicero (Le boucher, 1969), y Bodas sangrientas (Les noces rouges, 1972). Humor burlón, corrupción, conducta criminal, infidelidad son algunos de los términos que forman parte del universo cinematográfico de Claude Chabrol, viejo conocido nuestro, cuya evocación nos devuelve a aquellas tardes cineclubísticas de décadas pasadas donde aprendimos a disfrutar o a sufrir con sus personajes enormes o miserables, adúlteros o asesinos y, especialmente con  sus mujeres sensuales, deliciosas, posesivas, perversas.

Sin duda, el estreno de La Ceremonia (1995) resulta gratificante, porque no es habitual que las películas de Chabrol se exhiban comercialmente en nuestro país. Inocentes con las manos sucias se estrenó en Lima en 1978. Desde esa fecha no llegó ninguna otra cinta de Chabrol a nuestras pantallas por vía comercial. Películas como El caballo del orgullo (Le cheval d’Orgueil, 1980), Pollo al vinagre (Poulet au vinagre, 1985), Madame Bovary (1991) y otras sólo han podido ser vistas gracias al trabajo de difusión cultural de la embajada francesa y en coordinación con la Filmoteca de Lima. Pero, volviendo a lo que nos ocupa, la satisfacción es mayor al encontrarnos con un film maduro, intenso y, a no dudarlo,  provocador. El viejo maestro francés ha construido en La Ceremonia un universo y unos personajes fieles a sus términos y que mantienen características o conductas que los asocian inevitablemente a los diseños de cintas precedentes, enriqueciéndolos en algunos casos a la par que estableciendo claramente y sin vacilación alguna el destino final de los conflictos personales o de clase sugeridos o patentizados en muchas de sus películas anteriores.

Una extraña normalidad

La Ceremonia es una cinta basada en una novela policial cuyo título original es “A judgement in stone” que pertenece a la escritora inglesa Ruth Rendell. De arranque, nos encontramos con un género muy típico y del  agrado de Chabrol - el policial-  donde, en realidad, no hay policías, pero en el que se impone la  presencia de conductas y hechos delictivos en medio de una atmósfera enrarecida por un malestar creciente y una violencia final desbocada. El comienzo y parte del desarrollo del film, sin embargo, tienen la apariencia de lo normal o habitual. No diríamos que se trata de una intriga policial, salvo por la sensación de extrañeza que parece presidir el comportamiento de Sophie (Sandrine Bonnaire). Así es el quehacer del francés, envolvente, sugerente y, sobre todo,  de una sorprendente sobriedad.

La apariencia de normalidad y la ambigüedad que el film evidencia son parte del juego de relaciones que se establecen entre los personajes. Chabrol nos sorprende retratando a sus personajes en medio de situaciones cotidianas cuyo  acento trágico final nadie puede predecir. Hay, sin embargo,  ciertas  sospechas de que algo anda mal y que las imágenes nos lo sugieren a través de los silencios, de las frases escuetas o de la mirada dura de la protagonista. Efectivamente, nada sospechoso parece haber en la cita inicial de Catherine (Jacqueline Bisset) y Sophie. La primera en su papel de mujer de la alta burguesía de Saint Malo, la segunda como doméstica contratada para servirla. Decimos, que nada raro aparenta este encuentro, salvo que desde esta primera secuencia, más allá de la urdimbre propia del género, se muestra el germen de un  proceso destructivo que condiciona los comportamientos de sus protagonistas: las diferencias de clase.

El día convenido Catherine va a recoger a Sophie a la estación. En vano se afana en buscarla en los trenes que llegan. De repente, la imagen misteriosa de Sophie se dibuja en la calle de enfrente. Sus explicaciones de cómo llegó, sus silencios prolongados y, sobre todo, su rostro impasible e inescrutable contribuyen a crear  el ambiente de extrañeza y de fatalidad aludidos. Posteriormente, la falsa cita con el oftalmólogo y, de manera concluyente, la singular amistad de Sophie con Jeanne (Isabelle Huppert) alimentan esa extrañeza que en parte había encontrado una explicación cuando se descubre que Sophie no sabe leer. Chabrol conduce con pulso seguro su film. Nos da pistas que abonan la intriga y, al mismo tiempo, ahonda la brecha que separa los universos expuestos. Bastaría, sin embargo,  que Sophie reconociera ante la familia su carácter de iletrada para deshacer el nudo formado, pero, desconfiando de su entorno, opta por el ocultamiento primero y la respuesta violenta después, encontrando, eso sí, una cierta solidaridad en la desaprensiva y locuaz Jeanne, que como ella es asalariada e inculta.

La familia burguesa en la mira

Para Claude Chabrol el blanco preferido de sus ironías, más que de sus iras, siempre fue la burguesía provinciana francesa, la familia al borde de la ruptura o de la muerte. Chabrol se introduce, esta vez,  en el mundo de los Leliévre -Georges (Jean-Pierre Cassel) y Catherine y sus hijos Melinda (Virginie Ledoyen) y Gilles (Valentin Merlet)- una familia acomodada y, a primera vista, sin preocupaciones mayores. Chabrol observa y retrata en detalle, sus costumbres y conflictos derivados de la necesidad de servidumbre, de la conducta dudosa de la doméstica, del servicio deficiente del correo, o de los problemas laborales. Las inquietudes u opiniones de allí derivadas son expuestas mientras la familia está reunida tomando  sus alimentos (igual cosa realizan Jeanne y Sophie mientras intercambian confidencias) lo que es aprovechado por el director  para hacer esos apuntes sutiles, no exentos de cierto sarcasmo, que definen con suma precisión a sus personajes y a su entorno.

Georges es un empresario con una fábrica a punto de sufrir una huelga, que hace gala de un gusto refinado por la música culta, especialmente de Mozart y que nunca termina por confiar en la doméstica, a quien acepta por complacer a su esposa. Su mayor dolor de cabeza está, sin embargo, en su correspondencia reiteradamente violada por Jeanne, la empleada del correo, que no duda en  manifestar abiertamente su desprecio por él, a quien considera un vil explotador. Catherine, es una esposa de quien sabemos poco, tan sólo que trabaja en actividades vinculadas al arte, siempre dispuesta a disculpar las fallas de Sophie y que, en opinión de Jeanne, su trabajo sirve de pantalla a sus infidelidades. Esta alusión a sus comportamientos, ya sea mediante la violación de las cartas, a través de los chismes, o más directamente, entreabriendo las puertas cuando el acceso a la casa ha sido posibilitado (por los comentarios de Sophie o por la intrusión de Jeanne en la casa) permite que, a despecho de esa  imagen de normalidad  aludida o de bienestar, la duda esté sembrada.

Y es que esta normalidad o tranquilidad está edificada sobre el esfuerzo de otros (hay un miembro extraño en esa familia admitido por la necesidad, para que los miembros de la familia puedan desarrollar sus actividades), contiene verdades ocultas (Melanie está embarazada y tiene temor de confesarlo) o alberga una sutil represión (Georges es intransigente en cuanto al sexo, según lo piensa Melinda). Además, la unidad familiar es precaria. Georges y Catherine han tenido compromisos anteriores, los sentimientos de Melinda hacia su padre no son de los mejores, los momentos de reunión de familiar son efímeros Chabrol incide en lo último paseando la cámara por espacios amplios y vacíos. Sin embargo, la ruptura o destrucción de la familia, en esta oportunidad, no será por motivo de un adulterio, motivo reiterado de muchas de sus películas (Bodas sangrientas, Inocentes con las manos sucias, Doble vida). Esta vez, la causa de la destrucción anida en la esencia misma de la familia en tanto elemento básico de una sociedad con diferencias sociales, culturales y económicas tan marcadas entre sus estratos, diferencias que se intentan ocultar tras las apariencias de bondad, generosidad o amabilidad, aquel discreto encanto de una burguesía que tan bien conocía Buñuel.

Universos antagónicos

Chabrol gusta de mostrar universos enfrentados, se burla de ellos, los confunde. Crueldad no le falta. Un acertado tratamiento de los espacios dramáticos sustenta su visión de las cosas. De un lado la casa familiar, amplia, ordenada, con muchas habitaciones y que convertida en el centro de la acción deviene en un lugar ceremonial donde se realizará el cruento sacrificio de la familia o, mejor aún, de la clase social que siempre estuvo en la mira del realizador. Del otro lado, la casa de Jeanne o su local de trabajo, sencillos, mediocres, despojados de todo arreglo ornamental, transformados en lugares de confabulación o manipulación. Chabrol maneja estos espacios con mucha contención, alejándose de visiones deformadas o de ángulos rebuscados, contraponiéndolos y haciendo certeramente de la mansión de los Leliévre un lugar de misterio o de acechanzas. 

Entre ambos espacios, la campiña, la carretera, los caminos. Lugares de transición, de conocimiento, de acercamiento y también de resolución. En el carro de Catherine, mientras se dirigen al hogar de los Leliévre, se produce el primer encuentro de Jeanne con Sophie; dos caracteres distintos unidos desde ya por las circunstancias o el azar. Jeanne prefiere caminar sola para evitar poner en evidencia sus limitaciones. Melinda se detiene en el camino para arreglar el coche de su victimaria; así sabremos que se trata de un vehículo viejo y no nos llamará la atención que por ello no arranque en el momento culminante del film.

De la polarización establecida, no se vaya a creer que Chabrol cae en la fácil salida que siginifica dividir el mundo en buenos y malos. Sus personajes, como es habitual en su cine, si bien tienen un sello de clase que los marca de manera indeleble, son bastante complejos. Chabrol no toma partido por ninguno de ellos, los compromete, más bien, dentro de la dinámica del film y, sin duda, “les observa con una perspectiva crítica que no entorpece su propia vida como entes. Los deja vivir y al mismo tiempo que él los conoce nos lo muestra tal como son (de allí su gran autenticidad)  y con una dimensión crítico-moral implacable (origen del aspecto de marionetas que frecuentemente asumen)”, al decir del crítico español Segismundo Molist (1).

El tema de la dominación

Esta complejidad se pone en evidencia si analizamos, por ejemplo la relación Sophie - Jeanne. Esta relación se basa no solo en una solidaridad de clase, sino también en la posesión de secretos que ambas comparten, aparte de la atracción sutil que hay entre ambas y que, Chabrol, inteligente, sugiere más que muestra. Tanto Sophie como Jeanne tienen un pasado oscuro, lleno de ambiegüedades y de verdades terribles. Ambas son distintas en su carácter y, por ello, se atraen hasta conformar una unidad en la cual, como ya sucedía en Las dulces amigas, una (Jeanne) termina por devorar a la otra (Sophie). Este proceso de apropiación de una personalidad, tema tan caro al realizador, no resulta gratuito. Es vital para el desarrollo de los acontecimientos posteriores. Sophie, solitaria y limitada, intenta mantener su puesto mediante una ayuda foránea, busca integrarse a un medio que no le signifique humillación o reproches. La televisión, a la que es adicta por cuanto puede seleccionar aquellos programas que no le demanden mayor esfuerzo de comprensión, le permite evadirse del mundo que la rodea, pero no le sirve de apoyo para resolver sus problemas domésticos (2). De allí que la presencia de Jeanne se manifieste como alternativa a sus necesidades. Sophie intenta aprovecharse de Jeanne para salir del embrollo en el que se encuentra. Jeanne aprovecha la oportunidad que le brinda Sophie para entrar en su vida, manipularla, entrar en el hogar de los Leliévre y ejecutar lo que siempre deseó hacer, destruirlos. No hay escapatoria alguna. Los roles de los protagonistas han sido claramente definidos y, de allí esa atmósfera agobiante que se crea desde el comienzo del film y que perturba, sin tregua, al espectador.

La Ceremonia es, pues,  una historia que tiene como uno de sus ejes fundamentales el tema de la dominación. Dominación de una persona sobre la otra, dominación de una clase sobre otra. Lo que se insinúa como una relación normal -vínculo de amistad o contrato de trabajo según el caso- termina por conceptualizarse como una usurpación de personalidad o como un enfrentamiento feroz. Bajo la forma de un policial Chabrol teje unas historias de amistad perversa y de ruptura del núcleo familiar, advirtiendo que es imposible prever los límites que puede alcanzar este proceso, devenido en ritual macabro. Si, en cambio es categórico en afirmar que es tan violento como ineluctable.

Visión pesimista, pero cargada de intensidad, la que Chabrol nos impone en plenos años noventa, años de optimismo recalcitrante y huachafo, en los que los mesías de la modernidad, con su ímpetu conquistador y soberbio nos golpean incesantemente con términos como globalización, nuevos liberalismos y derrota de ideologías. Desde su pequeña parcela cinematográfica, a riesgo de parecer anacrónico, el gran realizador de El Carnicero explicita un discurso político implacable, que no por evidente deja de ser lúcido  y eficaz. Una vez más, Chabrol reelabora furiosamente el tema de su predilección: la burguesía con sus contradicciones y su metafórico como estruendoso final.

Un universo femenino

Finalmente, el cine de Chabrol, fiel a sí mismo, insiste en girar en torno a un universo dominado por las mujeres. Los hombres, según el realizador, resultan poco interesantes y ello queda, una vez más en evidencia en La Ceremonia. Georges, por ejemplo, es un personaje dependiente de su entorno femenino. Sometido a los deseos de su mujer Catherine, acepta, a pesar de sus desatinos, la presencia de Sophie; pierde la compostura y el refinamiento ante una Jeanne, cuya perfidia y cinismo quedan a cubierto en el incidente del correo; vejado, actúa violentamente a instancias de la doble revelación de Melinda (su embarazo y el chantaje de Sophie). Más allá de las ambivalencias inocencia - culpabilidad, bondad - maldad, locuacidad - parquedad, los personajes femeninos de Chabrol parecieran arrastrar un sino fatal, que las enfrenta a un proceso destructivo, del cual nadie consigue salvarse. Sin duda, resulta difícil imaginar el sesgo trágico de un mundo dominado por la exquisita madurez de Jacqueline Bisset, el espléndido desparpajo de Isabelle Huppert o el porte misterioso de Sandrine Bonnaire; pero, tal vez por ello es que el descenlace, tan audaz como sorprendente, con algunos apuntes hitchcockianos, como lo señala Federico de Cárdenas (3),  nos parece terrible, abrumador, desazonante.

ROGELIO LLANOS Q.

Notas:

(1) Molist, Segismundo. Claude Chabrol o la locura de la razón. Hablemos de Cine, No. 49, Setiembre-Octubre, 1969, pp. 43 - 51.

(2) Chabrol no oculta su vena irónica lanzando sus dardos más venenosos contra el medio televisivo, al que usa también como elemento distanciador entre ambos mundos: Jeanne y Sophie miran aburridos programas musicales o de concurso; los Leliévre, una opera de Mozart o, guiño burlón del francés, una película de amores adúlteros del mismo Chabrol (Bodas sangrientas).


(3) Cárdenas, Federico de. La Ceremonia. Domingo. Suplemento del diario La República, Lima, 27.IV.1997, pp. 26 y 27.

No hay comentarios: