Escribe: Rogelio Llanos Q.
A la Yolita,
crítica pertinaz e
implacable de
mis notas.
Durante una
buena parte de nuestra existencia hemos sido testigos del uso abusivo de
algunas palabras de uso corriente, como por ejemplo, esto,
cosa, producir. “Toma tu esto”,
“la cosa ésa”, “se producen un gran
número de muertos”, etc., y muchas otras frases que tienen como término
común las palabritas de marras mencionadas.
Y no
es el momento de ocuparnos de esos atentados de “lesa cultura” que sublevan al
espíritu, tales como el “de que” mal
puesto o la verdaderamente horrorosa utilización deformada de los verbos en
segunda persona y en pretérito indefinido. Con el perdón de todos: Tú “dijistes”, Tú “hicistes”, Tú “mentistes”,
etc, etc. Y digo que no es el momento porque, valgan verdades y oportunidades,
hay otra palabreja, antipática y melosa, que ha contaminado de manera
subrepticia los diversos ambientes de esta Lima gris y chismosa (no sé si lo
haya hecho en el resto del país), pero con especial incidencia en un sinnúmero
de oficinas de instituciones y organizaciones de toda clase y nivel. Y ni que
decir de las salas de conferencias, reuniones y cuanto espacio de debate hay.
Se trata, ni más ni menos, de la palabra
“tema”. “Me voy a ocupar de este tema...”,
puede pasar sin mucha notoriedad, salvo que el disco se nos raye y se cometa la
imprudencia de repetirla en los minutos siguientes. “Se trata de todo un tema...”, ya no es tan inocente; allí ya
podríamos mirar con cierta suspicacia al enunciante. Pero, sin duda, la que se
lleva las palmas y la que nos obligó a aguzar el oído fue: “el tema está en que...”, que actualmente reemplaza con alevosía e
impunidad - a “el problema es o reside en...”.
Pues
bien, tras la andanada temática, vino
la investigación. Y así leímos con sorpresa, que este abuso gramatical al que
hemos llamado “temamanía”, ya lo había estudiado en 1982 un español llamado
Martín Gonzalo Vivaldi, en su libro (ampliamente recomendable para enriquecer
nuestra expresión) de título sencillo y nada original, “Curso de Redacción”. El
citado autor dedica un pequeño, pero sustancioso espacio a esta “langosta” del
lenguaje. Una nota verdaderamente sabrosísima y con el respectivo aporte para
que la palabra tema, en lo que a uso
indebido o incontinencia se refiere, sea “ecológicamente” reducida hasta llegar
a lo que podríamos denominar un estado de equilibrio natural en nuestro
lenguaje diario.
A
continuación, entonces, el texto entusiastamente anunciado:
“¿Pues qué decir del tema? Al igual que hace años padecimos la invasión de “la cosa”
(ver página 129), hoy vivimos literalmente aplastados por la avalancha de los temas. Y todo por no esforzarse en
buscar la palabra exacta, el vocablo propio. Y así el asunto, la materia, el problema, el objeto, el hecho, el programa, el negocio, el expediente,
la discusión, el debate, el propósito, el proyecto, el argumento, el contenido,
el orden del día, la cuestión, el caballo de batalla, etcétera, etc., etc., todas y cada una de
estas palabras se resumen en una sola: el TEMA.
Lo que nos sugiere o hace pensar que la voz tema podría ser tema apropiado para un estudio sociolingüístico más amplio que esta
breve y denunciatoria nota”.
Efectivamente,
creo que la materia en cuestión bien se merece un estudio sociolingüistico.
Ahora bien, nosotros tenemos una sospecha, que la vamos a citar en voz alta,
pero sobre la cual carecemos aún de pruebas (y no sabemos si las tendremos
algún día), a las cuales sólo podríamos llegar tras una encuesta cuidadosa, con
un universo estadísticamente seleccionado y bajo determinados parámetros que
tal vez los sociólogos y los lingüistas podrían definir con acierto. Nosotros,
temerosos del síndrome Portillo, nos apresuramos a admitir que no estamos
preparados para tales menesteres, y lo único que nos anima, es la búsqueda
placentera de la expresión correctamente utilizada o la impagable lectura de un
texto bien escrito.
Pues
bien, sospechamos que la “temamanía”, procede de ciertos ambientes de clase media a alta, obviamente no muy
cultivados, y que por oposición (o ¿diferenciación tal vez?) a la palabra asunto, más generalizada y común
durante un buen tiempo, dieron origen con poca gracia, pésimo estilo y mucha
antipatía a esa plaga fagocitaria de vocablos llamada tema. Repetimos, no tenemos pruebas a la mano, salvo la propia
experiencia y el comentario de un cierto entorno interesado en la misma materia
(¿alguien se anima a decir ...en el mismo tema?).
Pero,
sea como fuere, lo que hemos podido constatar es que la propagación de la plaga
es sumamente veloz y eficaz. Los afectados, que nos recuerdan a los ciegos de
Saramago (por la aparición imprevista y violenta de la anomalía), empiezan a
usar la palabra tema de manera
insensible y reiterada. Sobre todo, porque les evita la incómoda tarea de pensar
en un término de mayor precisión o de acudir al viejo diccionario escolar, y
también porque proporciona al usuario
una apariencia de fluidez en la comunicación. A la falta de recato de
los afectados se agrega, entonces, la soberbia y, en unos pocos casos
felizmente, una pretendida distinción,
entendido este término de distinción en su sentido estricto de diferenciación
(¿De clase, quizás?).
De
otro lado, aún ahora se sigue abusando del sinónimo asunto. Sólo que este
vocablo, cuyo origen me es desconocido, tiene un sonido un tanto apagado por la
acentuación en una vocal débil y, en conclusión, pasa algo desapercibido aún en
la reiteración. Tema, en cambio, es un término más abierto, las dos vocales
fuertes conllevan a una pronunciación más sonora, por lo cual resulta sumamente
difícil que esta palabra bisílaba se mimetice en medio de un párrafo, de una
conversación, y, especialmente, de una conferencia.
Y
para terminar, una pequeña advertencia. No es nuestra intención que el vocablo
tema sea proscrito de nuestro lenguaje diario. Ya tenemos suficiente con las
tantas voces desterradas, que una moral estalinista, hipócrita y malsana las relegó
en el pasado al campo de las llamadas malas palabras (campo del cual aún no han
podido salir a pesar de los gritos y alegatos de Don Marco Aurelio Denegri),
con la grave consecuencia de que para describir ciertas partes del cuerpo
humano o materias y objetos que tienen que ver con él, tenemos ahora que usar
muchos rodeos con frases o términos
encubridores y de múltiples y
ambiguos significados.
Así,
pues, gritemos: ¡Abajo el tema!.....Pero, no tanto.
Lima,
5 de enero de 2001
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