Un pequeño haz
luminoso aparece en medio de la oscuridad de la noche. Sólo sabremos que se
trata de la luz proveniente de un proyector cuando la cámara concluya su
acercamiento hacia el lugar. Recién allí caemos en cuenta de que estamos ante
una proyección al aire libre. El Por Primera Vez de Octavio Cortázar, aquel recordado
cortometraje cubano de los sesenta nos viene a la mente de inmediato,
observando la risa, el entusiasmo y la ingenuidad de los espectadores
–campesinos en su gran mayoría- ante las imágenes en blanco y negro que
desfilan ante sus ojos.
Eduardo Coutinho,
el director, establece así con claridad,
y desde el arranque, las coordenadas dentro de las cuales se ubica Hombre marcado para morir. Una
película, campesinos, equipo de filmación. Todos ellos unidos por un pasado
común y un proyecto de testimonio histórico en el que confluyen el firme
compromiso social del cineasta con sus
protagonistas y el recuerdo imborrable de un pasado aleccionador. El cine, una
vez más, como instrumento de la memoria de un pueblo o de un país.
El proyecto de
esta película empezó allá por 1964 cuando Eduardo Coutinho rodó algunas
imágenes de lo que intentaba ser un documental sobre la vida del líder
campesino Joao Pedro Texeira, asesinado por una policía al servicio de los
terratenientes de la zona. Los protagonistas de la película eran la viuda del
dirigente muerto –Elizabeth Texeira- y un grupo de campesinos pertenecientes a
la hacienda Galiléia (Pernambuco). Cuando el 31 de marzo de ese mismo año se
produjo un golpe militar que depuso al populista Joao Goulart, la tremenda
represión desatada alcanzó al grupo de cineastas, algunos de los cuales fueron
apresados y, ciertamente, parte del material fílmico se perdió definitivamente.
Diecisiete años
después, Coutinho decidió regresar al lugar de la filmación, quería retomar el
relato inacabado, contar la historia de la hacienda y, especialmente, narrar
los sucesos ocurridos durante la represión pasada. Sin embargo, ya en el
terreno, Coutinho enriqueció la cinta al incorporar un nuevo motivo: la
recomposición del escindido cuadro familiar de los Texeira. La idea de Coutinho
era filmar una película en la que coexistieran diversas historias, recuperando
los diversos elementos propios del documental: fotografías, imágenes fijas,
recortes periodísticos, reportajes y, claro está, segmentos del film
inconcluso. Lo que Coutinho obtuvo como resultado fue una apasionante historia
de la película y el testimonio emocionado de la búsqueda y reencuentro de los protagonistas
con el equipo de filmación.
En la cinta, Coutinho
recorre con sus viejos protagonistas los antiguos lugares que quedaron
registrados en el blanco y negro de aquel film trunco y desarmado: la casa de
Joao Pedro quedaba en tal sitio, por este lado del camino vino el ejército,
debajo de esa piedra la cámara fue escondida. Los detalles son re descubiertos
ahora apelando a la fidelidad del color.
Y en medio de los recuerdos algunos hallazgos: la recuperación de dos
libros perdidos por un miembro del equipo y que un campesino había celosamente
guardado y, sobre todo, el encuentro con Elizabeth Texeira, oculta con nombre
falso en otro pueblo, separada de sus hijos y deseosa de reunir a su familia
ahora diseminada por todo el país.
Las imágenes
finales de Coutinho, con las fotografías de los Texeira en la mano y el
micrófono y la cámara en ristre van más allá de la simple reafirmación propia
del cineasta militante. Es, a todas luces, una declaración lúcida y valiente de
principios que pone el acento en el cariño por quienes hacen posible que el
cine o que la película exista, y apela a los resortes emotivos del reencuentro con un pasado, si bien
lacerante, no exento de lazos profundamente afectivos. Como ya lo expresamos al
momento de su estreno, Hombre marcado
para morir es una película
hecha con serenidad, con esa serenidad propia de la madurez y que responde a
una visión muy peculiar, sustentada en aquel viejo sueño de los cineastas
latinoamericanos de los sesenta y
setenta: fusionar el cine, real y amorosamente, con la vida misma.
Rogelio
Llanos Q.
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