30/11/13

HOMBRE MARCADO PARA MORIR




Un pequeño haz luminoso aparece en medio de la oscuridad de la noche. Sólo sabremos que se trata de la luz proveniente de un proyector cuando la cámara concluya su acercamiento hacia el lugar. Recién allí caemos en cuenta de que estamos ante una proyección al aire libre. El Por Primera Vez  de Octavio Cortázar, aquel recordado cortometraje cubano de los sesenta nos viene a la mente de inmediato, observando la risa, el entusiasmo y la ingenuidad de los espectadores –campesinos en su gran mayoría- ante las imágenes en blanco y negro que desfilan ante sus ojos.

Eduardo Coutinho, el director,  establece así con claridad, y desde el arranque, las coordenadas dentro de las cuales se ubica Hombre marcado para morir. Una película, campesinos, equipo de filmación. Todos ellos unidos por un pasado común y un proyecto de testimonio histórico en el que confluyen el firme compromiso social del cineasta  con sus protagonistas y el recuerdo imborrable de un pasado aleccionador. El cine, una vez más, como instrumento de la memoria de un pueblo o de un país.

El proyecto de esta película empezó allá por 1964 cuando Eduardo Coutinho rodó algunas imágenes de lo que intentaba ser un documental sobre la vida del líder campesino Joao Pedro Texeira, asesinado por una policía al servicio de los terratenientes de la zona. Los protagonistas de la película eran la viuda del dirigente muerto –Elizabeth Texeira- y un grupo de campesinos pertenecientes a la hacienda Galiléia (Pernambuco). Cuando el 31 de marzo de ese mismo año se produjo un golpe militar que depuso al populista Joao Goulart, la tremenda represión desatada alcanzó al grupo de cineastas, algunos de los cuales fueron apresados y, ciertamente, parte del material fílmico se perdió definitivamente.

Diecisiete años después, Coutinho decidió regresar al lugar de la filmación, quería retomar el relato inacabado, contar la historia de la hacienda y, especialmente, narrar los sucesos ocurridos durante la represión pasada. Sin embargo, ya en el terreno, Coutinho enriqueció la cinta al incorporar un nuevo motivo: la recomposición del escindido cuadro familiar de los Texeira. La idea de Coutinho era filmar una película en la que coexistieran diversas historias, recuperando los diversos elementos propios del documental: fotografías, imágenes fijas, recortes periodísticos, reportajes y, claro está, segmentos del film inconcluso. Lo que Coutinho obtuvo como resultado fue una apasionante historia de la película y el testimonio emocionado de la búsqueda y reencuentro de los protagonistas con el equipo de filmación.

En la cinta, Coutinho recorre con sus viejos protagonistas los antiguos lugares que quedaron registrados en el blanco y negro de aquel film trunco y desarmado: la casa de Joao Pedro quedaba en tal sitio, por este lado del camino vino el ejército, debajo de esa piedra la cámara fue escondida. Los detalles son re descubiertos ahora apelando a la fidelidad del color.  Y en medio de los recuerdos algunos hallazgos: la recuperación de dos libros perdidos por un miembro del equipo y que un campesino había celosamente guardado y, sobre todo, el encuentro con Elizabeth Texeira, oculta con nombre falso en otro pueblo, separada de sus hijos y deseosa de reunir a su familia ahora diseminada por todo el país.

Las imágenes finales de Coutinho, con las fotografías de los Texeira en la mano y el micrófono y la cámara en ristre van más allá de la simple reafirmación propia del cineasta militante. Es, a todas luces, una declaración lúcida y valiente de principios que pone el acento en el cariño por quienes hacen posible que el cine o que la película exista, y apela a los resortes emotivos  del reencuentro con un pasado, si bien lacerante, no exento de lazos profundamente afectivos. Como ya lo expresamos al momento de su estreno, Hombre marcado para morir es una película hecha con serenidad, con esa serenidad propia de la madurez y que responde a una visión muy peculiar, sustentada en aquel viejo sueño de los cineastas latinoamericanos  de los sesenta y setenta: fusionar el cine, real y amorosamente, con la vida misma.


Rogelio Llanos Q.








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