30/11/13

60MP3 de Miguel Ríos: CRÓNICA DE UN DISCO INÉDITO EN LIMA Y OTRAS PEQUEÑAS HISTORIAS







A Susy R., Gaby A. y Fanny R.
Sólo para decirles
 cuánto extraño
sus afectuosas notas.

A Lily, por alentarme
 siempre a escribir.



Hasta que llegue tu funeral
sal corriendo y...
no mires hacia atrás
(Miguel Ríos, No mires hacia atrás,
60MP3)




- I -

Aún recordamos la noche en que navegando por Internet, indagando por el paradero del viejo Bob, la pequeña familia nos animó a viajar a Oberhausen –y días después, también a París- para asistir a dos de los conciertos de la fase otoñal del Never Ending Tour de Bob Dylan. Pero no vamos a volver sobre aquella memorable experiencia de cruzar el Atlántico para ver sobre el escenario al cantante, al poeta, al rockero admirado, al hombre que en cuarenta y cinco años de carrera ha escrito, y continúa escribiendo, páginas memorables para la historia universal de la música: en la actualidad su programa radial no sólo es toda una delicia, sino también una muestra inapreciable de erudición melómana, y ya se alista la salida de su último opus Modern Times, con vídeo incluido. No, no vamos a volver a escribir sobre aquello que ya quedó plasmado en ese extenso y apasionado artículo que denominamos Entre la Emoción de Oberhausen y la Apoteosis de París y que los amigos de la revista Demo (gracias, Henry) generosamente publicaron en una versión editada para tal fin.

Memoriosos, en cambio, hemos retornado a esa noche inolvidable, noche de decisiones, noche de inquietudes, noche de sueños. Y lo hemos hecho porque jugando con la idea del viaje, de inmediato nos imaginamos ilusionados, caminando solitarios por las calles de esa Madrid desconocida aún, de esa Madrid esquiva –pues sólo la habíamos atisbado desde el aire- y que siempre nos invitaba, coqueta y atractiva desde Barajas a visitarla, admirarla y quererla, con aquellos versos de Sabina percutiendo sobre nuestro cerebro: pero siempre hay un fuego que se enciende en Madrid, pero siempre hay un sueño que despierta en Madrid.

Y tras presupuestos, cronogramas y llamadas telefónicas a Ceci, la sobrina adorada que ha hecho de la distante Alemania un lugar cálido y acogedor,  y a Hernán, el amigo entrañable de París, volamos a la vieja Europa apelando a los últimos arranques irresponsables de juventud (la lesión a los ahorros familiares es una herida que aún no concluye de cerrarse), espoleados también  por la visión imaginaria del reencuentro con esas ciudades alemanas de cuento infantil (Colonia, Aachen), con el París de calles amables que invitan a la larga caminata, al vino y a la charla amical, pero sobre todo con el enorme deseo de vagabundear –desconocido y sin preocupaciones- por aquella ciudad ubicada a medio camino entre el infierno y el cielo, gritando esta vez sí, a todo pulmón, yo me bajo en Barajas, yo me quedo en Madrid.

- II -

Hay muchas razones por las que uno desea conocer otros mundos. Las nuestras tienen que ver con sentidos y casi silenciosos homenajes a aquellos personajes que diariamente nos dan los motivos necesarios para no cortarnos de un tajo las venas. Argentina es Charlie García, pero es también el país que ama hasta el delirio al Sabina; Brasil es el gran Caetano Veloso, Francia es Truffaut, pero también Jim Morrison, cuyos restos reposan en el hermoso Pere Lachaise. España, qué duda cabe, es Joan Manuel, Ana Belén, Víctor Manuel y Sabina y Miguel Ríos.

Para nosotros, una tienda de discos es lo que para un niño es una juguetería. Lo queremos todo o casi todo. Y, con el corazón lleno de alegría, pasamos y repasamos por los mostradores acariciando los discos, leyendo los textos que lo acompañan, admirando las fotografías o los dibujos, memorizando una frase de alguna de las canciones cuyas letras allí aparecen, jugando una y otra vez con la idea de tenerlos en casa (jamás reparando en el costo, si se trata de un Dylan o un Reed, un Sabina o un Ríos) y escucharlos mientras volvemos a apreciar con cariño las imágenes o el diseño del booklet o nos enteramos acerca de quiénes lo han hecho posible. Aún recuerdo esa frase de Miguel Ríos en el sobre del vinilo Rock & Ríos: “Lo hicieron porque no sabían que era imposible”. Todo un homenaje a su banda y a quienes diseñaron y produjeron el tremendo concierto del Pabellón, que quedó registrado en un hermoso doble LP y que ahora es posible escucharlo o apreciarlo ya sea a través del CD o del DVD, respectivamente.

Caminando con Hernán por las calles de París, nos topamos con la impresionante Virgin Records. La tentación era grande, tan grande como esa enorme disquera en la que podíamos habernos perdido como Pinocho en la Feria de Diversiones. Pero nuestro amigo Hernán, nos condujo hacia una alternativa menos cara: la disquera Gilbert ubicada en el Barrio Latino. “Una mirada allí vale la pena y los precios no son tan altos como en Virgin”, fue la frase que nos decidió a cambiar la dirección de nuestros pasos. “Seguro que en Gilbert no hay muchas novedades así que volveremos a Virgin”, pensamos ingenuamente. Sí, ingenuamente, porque jamás llegamos a imaginar que sólo en los primeros mostradores ubicados a la entrada de la disquera encontraríamos dos DVDs de Lou Reed, dos DVDs de Bob Dylan, varios discos de bandas que tocaban música de Dylan y también la hermosa edición de la historia del legendario The Band. Ya no quisimos continuar mirando porque lo queríamos comprar todo y la perforación que había sufrido el bolsillo era de dimensiones equiparables a la que estaba experimentando ahora mismo nuestra trajinada capa de ozono.

Sí, los discos, la música nos hacen sentir bien, nos relaja, nos entusiasma, nos exalta. Misma hipodérmica inyectando adrenalina directo al corazón. Y el descubrimiento de aquel disco que estamos buscando –y si es un bootleg, mejor aún-, es comparable –créanme, por favor, se los dice un melómano irredento- al encuentro con la mujer anhelada. No exagero, es un amor a primera vista, amor apasionado, amor posesivo, amor loco.

Bajar en Barajas, saber que la conexión a Dusseldorf sería dentro de cuatro horas fue una gran tranquilidad. Había tiempo suficiente para uno de los pequeños placeres que disfrutamos en cada viaje: mirar a las hermosas jóvenes que apuradamente pasan en busca de su sala de embarque o a aquellas otras que pacientemente esperan sentadas la hora de su vuelo. Y había tiempo suficiente también para buscar las disqueras del duty free y preguntar por aquellos dos discos por los que también habíamos querido venir a Madrid: el Alivio de Luto de Joaquín Sabina y el 60MP3 de Miguel Ríos.

- III -

Del primero tuvimos noticias antes del viaje a través del diario El Comercio, pero con el espíritu infantil que siempre nos anima en materia de discos, quisimos compulsivamente tenerlo cuanto antes. Y lo tuvimos. Fue el primer disco que compramos apenas pisamos el viejo continente. Sin pensarlo dos veces, lo abrimos y vimos que junto con el disco había un DVD que contenía una extensa entrevista a Sabina, quien volvió a los estudios y a los escenarios después de la delicada afección cerebral que casi terminó con su vida. Nos habríamos perdido tremendo disco, que desde su tema inicial, Pájaros de Portugal, nos impresionó por ese tono confesional, intimista, agridulce...y esa guitarra melancólica del gran Antonio García de Diego.

Grande, el Sabina. Mientras nos devorábamos unas tapas y bebíamos una Sprite super helada como todas las bebidas que expenden los restaurantes europeos, leímos las dedicatorias del Sabina a sus cómplices del desconcierto, como los ha llamado: Pancho Varona y Antonio García de Diego, sus incondicionales compañeros de banda, entrañables y virtuosos bajista y primera guitarra, respectivamente; Olga Román, la cantante de hermosa voz que lo está acompañando en su último tour; John Parsons, guitarrista de estirpe que comparte escenarios y estudios con Miguel Ríos; Luis García Montero, joven poeta compañero de aventuras de Miguel Ríos en el 60 MP3 y marido de Almudena Grandes, que también aparece en esta lista (Almudena y Las edades de Lulú, con su lenguaje provocador y el abierto tratamiento de la sexualidad nos fascinó y por ello nos alegró la mención del Sabina). Y de repente leímos que el Sabina para este disco también –y cómo no- se había inspirado en Robert Zimmerman alias Bob Dylan. Vaya, vaya.  Camino a sus conciertos en  Oberhausen y París, fuimos encontrando, como una estela luminosa, las huellas de su influencia, el reconocimiento de su presencia esencial.

Tras la lectura del pequeño booklet del disco, sentimos algo parecido a la felicidad, y la inquietud de estar solo en tierras distantes se alejó de inmediato por unos instantes. Una hermosa rubia de piernas torneadas que se sentó frente a nosotros, nos hizo volver a la realidad. De manera disimulada, pasamos y repasamos por esas bellas piernas que se cruzaban y descruzaban ante nuestros fatigados y sorprendidos ojos, al tiempo que venían a nuestra mente las inolvidables frases del personaje de Truffaut en El Hombre que Amaba a la Mujeres: son columnas sobre las que gira el universo. Truffaut, Rohmer, Courbet, Goya, Renoir, Tolouse, Rubens: hombres que amaban a las mujeres, maestros a la hora de mostrar las piernas y otros ocultos encantos femeninos, encantos por los que nos hemos perdido una y otra vez, gustosa y placenteramente.

- IV -

Lástima, en la disquera la españolita, linda como todas las españolitas, de ojos verdes, cejas espesas y bien delineadas, una boca de labios carnosos y provocativos, sabía de todo probablemente, pero no de la música que a nosotros nos interesaba. “¿Miguel Ríos? Creo que el último disco de él salió hace tiempo, aquí no tenemos discos antiguos”. Y el disco era apenas del 2004, pero para una joven (linda, siempre, a pesar de la estocada que me estaba lanzando), un año atrás era retroceder sin excusa válida a la era de los dinosaurios. Aunque razón no le faltaba, Miguel Ríos en el 2005 había cumplido los sesenta y un años,  y el año anterior, con motivo de su sexagésimo aniversario había estrenado su disco 60MP3, el cual fue presentado en sociedad en un concierto al que asistieron amigos y personalidades de la cultura y del espectáculo. Pues bien, una de nuestras ilusiones al momento de llegar a Barajas era adquirir este disco, algunos de cuyos temas los había escuchado en el Festival de la Cerveza de Arequipa en agosto del año pasado, festival al que fue invitado Miguel Ríos y que, gracias a la decisión de nuestra pequeña Gaby, acudimos con el mismo entusiasmo con que disfrutamos siempre los acordes de El Blues del Autobús, Santa Lucía o Banzai.

¡¡¡¡Gaby, viene Miguel Ríos!!!!, exclamamos entusiasmados cuando leímos en El Comercio, el anuncio de la visita del granadino al Perú, pero, a continuación, la frase decepcionante: ¡Pero viene a Arequipa! El contundente ¡Nos vamos a Arequipa! nos sorprendió por su firmeza y empeño.  “Si la hija quiere ir...”, argumentó una Yolita dictatorial poniendo atajo a cualquier opinión en contra. La compra inmediata de los pasajes para el fin de semana de ese agosto inolvidable y el sobrino Carlitos, siempre optimista y ejecutivo, que adquirió las entradas en uno de sus viajes, por ese entonces semanales, a la ciudad de los volcanes, decidieron nuestra suerte. El 20 de agosto de 2005, 21.00 h. era nuestra cita en Arequipa con el llamado padre del rock en español.

El arranque del concierto fue precisamente con un tema del nuevo álbum, No Mires Hacia Atrás, toda una declaración de principios a ritmo de rock, que, lástima, el público no llegó a comprender del todo y se mostró inicialmente frío. Era notorio que Miguel hacía tiempo que estaba ausente del Perú y de las ondas radiales de nuestro país, e hicieron  falta unos cuantos temas conocidos (Niños Eléctricos, Santa Lucía y Todo a Pulmón) para que recién allí el público se encendiera y conectara con este viejo rockero que, como gran artista, ha crecido musicalmente con los años conservando intacta su potente y hermosa voz y su dominio del escenario. Los gritos de la gente nos impidieron escuchar los nombres de los miembros de su banda, pero imaginé que el primera guitarra era John Parsons, el ‘gringo’, autor de la música de los temas del 60 MP3.

Guitarrista de estirpe y compositor de polendas, Parsons ha contribuido a darle al álbum la atmósfera entre nostálgica y bluesera, entre lo amable y lo intimista. De allí que los temas que Ríos interpretó por segunda vez en Lima, se alejaran de los arreglos distorsionados y aguerridos con los que nos sorprendió gratamente aquel 15 de noviembre de 1996, cuando recaló por primera vez en Perú, apostando esta vez, más bien, por la fidelidad  a las versiones originales. Nos Siguen Pegando Abajo o Año 2000, ahora menos virulentas y más cercanas a las pistas grabadas en estudio, fueron un buen ejemplo del contraste del entrañable hoy con ese eufórico ayer, nueve años atrás.

Tres temas de su nuevo álbum fueron interpretados en el concierto; aparte de la ya mencionada No Mires Hacia Atrás, los otros temas fueron El Blues de la Insatisfacción y El Arte de Vivir. Quisimos seguir escuchando más del álbum nuevo, pero, en justicia, Ríos quería reencontrarse con su público, con la gente que lo amó en los ochenta y, por ello, tornó a los temas que la multitud conocía muy bien. Un repaso emocionante por los predios del rock, blues, y de las baladas. Sólo Miguel conoce el secreto de interpretar una balada y hacernos sentir su estirpe rockera.  Y con Gaby, mi pequeña que creció con el Like a Rolling Stone de Dylan, el Layla de Eric Clapton, el Calle Melancolía de Sabina y El Blues del Autobús interpretado por Miguel Ríos, cantamos a pleno pulmón todo el concierto: Bienvenidos, Año 2000, Sábado en la Noche y todas las demás. Y, claro está, El Blues del Autobús.

- V -

Ir tras la música amada o el cantante admirado es más de lo que puede aspirar el melómano. Fuimos tras Ríos y tras Dylan y tuvimos a cambio algunas horas de felicidad escuchando los sonidos vibrantes de Año 2000 o los acordes gloriosos de Like a Rolling Stone, la dulzura de Santa Lucía o la estremecedora Maggie´s Farm. Y ahora nosotros queríamos tener el 60MP3 que durante meses había esperado en vano llegara a nuestras disqueras. Así que la expresión negativa de la españolita que se extrañaba de que nosotros estuviéramos buscando un viejo disco del viejo cantante rockero español nos desanimó un poco, porque al igual que los cinéfilos compulsivos, impacientes por ver la película deseada, los melómanos también somos impacientes y sufrimos de gran ansiedad por poseer de inmediato el disco perseguido. Nos consolamos pensando que luego de los tramos de Alemania y Francia, volveríamos a España y, esta vez sí entraríamos a Madrid, conoceríamos La Cibeles y Atocha, pasearíamos por La Gran Vía y El Prado y entraríamos, cómo no,  a una disquera a comprar el 60 MP3.

No nos extenderemos en detalles sobre los gratísimos días que pasamos en Madrid, deslumbrado por su cálida acogida. Sólo diremos que visitamos un buen número de disqueras y el 60MP3 continuó inubicable. Y el tiempo pasó y seguimos con las manos vacías. Doble frustración porque, además, en la búsqueda del disco, el penúltimo día de nuestra estancia en Madrid, atinamos a hallar una librería en la que descubrimos por fin, La Flecha de Oro, la única novela de nuestro escritor predilecto –Joseph Conrad- que nos había esquivado por años.

Si, efectivamente, allí estaba, la estaba mirando a través de la vidriera externa de la librería. Leíamos el título y no lo podíamos creer. Sólo teníamos que dar unos pasos, abrir la puerta y entrar. Gozamos con el hallazgo y ya disfrutábamos por adelantado de esa primera frase con la que empieza el primer capítulo de libro – “Ciertas calles poseen una atmósfera propia...”   - que alguna vez tradujimos de la versión en inglés que bajamos de Internet, una madrugada de un viernes hace muchos años, versión que nunca terminamos de leer o más bien que nunca llegamos a empezar del todo, pues ¿quién lee una novela de casi quinientas páginas en el monitor de una computadora?

Pero esa frase inicial siempre rondó por nuestra mente y fue la impulsora de una búsqueda terca y permanente en cada librería visitada. ¿Cuántos años de búsqueda? Ya no los recordamos. Sí recordamos en cambio nuestra incansable búsqueda en las librerías de Buenos Aires. Corrientes y El Ateneo revisitados con La Flecha de Oro en mente. Curiosos hallazgos, como el diario de Apocalypse Now a 5 pesos, contada por la esposa de Ford Coppola, el director;  las glaciales novelas de Elfriede Jelinek, autora de La Pianista; un Kawabata, siempre fascinante, con El Maestro del Go, en fin libros y autores notables como para amar aún más al Buenos Aires de Gardel, pero sin noticias del Conrad buscado.  Pues ahora, estábamos a las puertas de tener en nuestras manos el libro deseado. Ya podríamos leer la frase tantas veces repetida y continuar con las siguientes que hilvanan una aventura imaginada a partir de los inicios de Conrad en la vida marina.

Y de pronto nos dimos cuenta del letrero: cerrada. Libreria cerrada. Estábamos fuera de hora, la maldita librería estaba cerrada y al día siguiente, no sé por qué motivo (creemos que se trataba de una festividad religiosa) era feriado. Sencillamente, nos sentimos desolados, derrotados. Caminamos hacia la Plaza de Oriente buscando alguna distracción. Mucha gente se concentra en esta plaza, lugareños y foráneos. Tal vez conocer a alguien, conversar, contar nuestra frustración podría disipar nuestra pena, pero llegamos a nuestro destino y no nos animamos a entablar amistad alguna. Seguimos en dirección del Cine Callao, y ya sin muchas ganas de hablar nos refugiamos en la oscuridad de esta sala cinematográfica que conserva un aire tradicional (con acomodador y tickets numerados).  No pasó mucho rato antes de que las imágenes del último film de Woody Allen, Match Point nos transportaran con facilidad al universo de la ficción y el engaño. Un Woody Allen notable, lejos de su New York, construye un film admirable, sobre un arribista inglés que, de pronto, en un giro hitchcockiano, se convierte en un asesino. Con no pocos puntos de contacto con la soberbia Crímenes y Pecados, Allen aborda con mano maestra un film que vuelve sobre aquellos temas que obsesionan al autor: las apariencias, la infidelidad, la mala conciencia, la cinefilia. A pesar del doblaje al español –molesto, antipático- el film nos devolvió el buen ánimo y, saliendo de la sala,  pudimos seguir disfrutando de la belleza de esta ciudad acogedora. Pero, eso sí, de vez en cuando, sentíamos como una punzada, un cierto pesar por el 60MP3 fugitivo, y por esa Flecha de Oro que pasó rasante delante de nuestros ojos, como aquella saeta lanzada al infinito por Sean Connery en el final maravilloso de ese film, Robin y Marian, que recrea entre irónico  y nostálgico el otoño de aquel héroe de nuestra infancia, que robaba a los ricos para darle a los pobres.


- VI -

Sentimos cierta tristeza al abandonar la ciudad camino a Barajas. Nuestra  desazón aumentó al ver el desorden en los mostradores de Iberia. Pero nuestra suerte estaba a punto de cambiar. La clase económica copada y la noticia gratísima de que íbamos a volar en bussiness  hizo variar una vez más nuestro estado de ánimo. Luego de los controles respectivos, nos abocamos a la búsqueda de la sala, y como ya es costumbre, para matar el tiempo, a la atenta observación de las guapas que transitan por el aeropuerto y a la infaltable búsqueda de una disquera.

En Barajas siempre hay muchas mujeres que mirar y admirar, pero esta vez atrajo nuestra atención una mexicana (sí, de ese México del gran José Alfredo Jiménez) tanto por sus maneras desenvueltas como por su sonrisa amable. Lástima que no viniera al Perú, sólo conversamos unos minutos y nos pareció encantadora. Bajita y de curvas insinuantes, nos trajo a la mente a la fascinante Salma Hayek, aunque no tenía la belleza turbadora de esa actriz de perfil demoledor. Así pues, tras terminar de conversar con la joven, un adiós bastante rápido, quizás demasiado rápido y un levísimo beso en la mejilla,  emprendimos nuevamente la búsqueda obsesiva de aquel disco que representaba la felicidad misma. De pronto, lo ví. Sí, allí estaba, justo en la entrada de la tienda, en un pequeño mostrador giratorio, el CD solitario de Miguel Ríos, en medio de otros discos de cantantes o bandas, cuyos nombres fueron olímpicamente ignorados.

El 60MP3, en su funda de plástico y con la imagen de Ríos en la portada, esperaba por nosotros, por nuestro abrazo acogedor. Recordamos haberlo tomado con mucha delicadeza y pagado con tanta rapidez como si alguien hubiera intentado quitárnoslo. Salimos felices de la disquera. No necesitábamos comprar más discos. En nuestro maletín de mano estaba todo nuestro tesoro: los discos de Dylan, Lou Reed, Sabina, Miguel Ríos, The Band. Varias veces, durante el vuelo, abrimos el maletín, para mirar y remirar el 60 MP3. Y no es que Ríos esté por encima de Dylan o de Reed, sucede simplemente que la música de Ríos está vinculada a muchas situaciones felices vividas en las décadas de los ochenta y noventa: los primeros meses de trabajo, nuestras amigas del curso de francés, El amor por computadora bailado hasta el cansancio en la decadente discoteca de Risso, Yola y su cariño por Santa Lucía, Gaby y su infantil aprecio por el Blues del Autobús y el gusto por el vertiginoso Banzai, el descubrimiento del Rock & Ríos y su desborde de energía vital, el entusiasmo de Ronnie, viejo amigo con el que descubrimos a Dylan y Lou Reed, cada vez que escuchaba el Sábado en la Noche en los interminables tonos de juventud.

Crecimos con Miguel, con su música, y después supimos que este cantante, admirador de Paul y John, escribió “este es el tiempo de cambio”, sólo para homenajear a quien ya sabemos, y también supimos que los vientos progresistas y humanistas que lo acompañaban en su itinerario vital y artístico lo ponían en la misma trinchera del Sabina, de Joan Manuel, de Víctor Manuel, de Ana Belén. La misma trinchera –solidaria  y generosa- en la que nosotros –viejos admiradores de el Ché, Heraud y Mayo del 68 - aún persistimos, terca, fiel y orgullosamente.

Y bueno, escribimos esta dilatada crónica sólo como pretexto para incluir todo aquello que dijimos bajo la forma de un comentario en la sección Comentaudios, acerca del disco de Miguel Ríos, 60 MP3, que acaba de publicar la revista Demo, aunque en versión recortada por razones de espacio, cosa que no critico a los responsables de esta revista porque, en verdad, considero un privilegio que mi nombre, con la ya pesada carga de sus cincuenta y un años, esté en medio de tanta juventud conocedora y talentosa. Pero, también escribimos esta nota para dedicársela a aquellas amigas viajeras que, muy a menudo, me manifiestan su afecto con sus notas entrañables y cariñosas.

El 60MP3 es fruto de una colaboración de Miguel Ríos con el poeta y escritor Luis García Montero, quienes desde Granada construyeron verso a verso las letras de los once temas que componen el álbum. A quinientos kilómetros de allí, con maestría y sensibilidad, John Parsons arropó con acordes inolvidables las breves historias y confesiones de este 60MP3, cuya concepción hizo escribir a Ríos: “en la red la distancia no es el olvido sino la libertad”.   De esa fértil colaboración con García Montero, Ríos se expresó así en una entrevista realizada por Juan Jesús García, días antes del concierto de presentación del disco: “Por la casualidad, nos encontramos en una exposición de Juan Vida (pintor y diseñador gráfico) y me pidió que le invitara a participar en el disco, y bueno, vino a casa tres o cuatro días pero con un rendimiento muy fructífero. Y eso que el mundo de la poesía y el de la música no son lo mismo, cada uno tiene sus métodos y servidumbres. Yo soy muy directo y Luis muy exigente con el lenguaje y entre los dos hemos ido engordando los temas. Lo curioso es que la relación que yo tengo con la música hasta la meticulosidad él la tiene con la palabra, es una máquina, un fenómeno”.

- VII -

Originalmente, el pequeño artículo publicado por Demo, titulado 60MP3: Confesiones a la Hora del Crepúsculo, tuvo una pequeña dedicatoria : A Gaby, nuestra pequeña cómplice en la aventura musical. Muchos discos y vídeos hemos apreciado juntos, a no pocos conciertos hemos asistido, gritado y cantado: Sabina, Santana, Joan Manuel, Jon Anderson, Jethro Tull, Asia…Miguel Ríos. La mencionamos aquí, ya que por razones de espacio, en Demo no fue posible incluirla. Casi estoy convencido de que en su futuro, la música tendrá en Gaby un rol esencial. Por ahora, cuando las ingratas matemáticas se hunden temporal y justicieramente en el olvido, el viento nos trae, de vez en cuando, los familiares sonidos de unas cuerdas: son las notas acústicas del Knockin’ on Heaven’ s Door que se alojan entrañables en nuestro corazón. Una Fender Squier por sus quince años nos ha hecho más cómplices aún.

Pero entremos en el 60MP3, y digamos que tras sesenta años de vida y cuarenta sobre el camino, Miguel Ríos volvió sobre sus pasos y nos entregó un disco confesional hecho de blues, baladas y buen rock, como para decirnos que bien vale la pena luchar, que la vida requiere todo un arte para poder vivirla y que cualquiera que sea la carta que nos toque por azar, dar la cara, mirar siempre arriba y jamás atrás.

El 60mp3, último opus de este soberbio cantante granadino –uno de los pocos que a pesar de la edad mantiene intactas sus cualidades vocales- respira optimismo y serenidad, sin por ello renunciar a la pasión, a la entrega y al compromiso. Entre la declaración de un principio - No mires hacia atrás - y la sentida invocación final para detener los afanes bélicos de Bush, Blair y de cuantos Masters of War existen sobre la tierra – Oración –, se suceden con gran equilibrio y sobriedad, once temas que repasan el universo del cantante, apoyado en la pluma del poeta Luis García Montero y las cuerdas de John Parsons-Morris: la música, los amores, la vida, el propio itinerario vital, la ciudad.

Estrenado el día que cumplía 60 años en inolvidable concierto (hace dos años), según dicen los cronistas, este disco –que nunca llegó a estas tierras- pero del que tuvimos oportunidad de escuchar en vivo tres temas en el Festival de la Cerveza de Arequipa en agosto del año pasado (No mires hacia atrás, El arte de vivir y el Blues de la insatisfacción), el 60 mp3, se gestó entre fértiles tardes crepusculares del sur español, avivado por las emotivas notas que surgían inspiradas allende la sierra madrileña. Luego, texto y música fusionados amorosamente en canciones, surcaban el espacio cibernético para quedar impresos definitivamente en una placa grata y memorable en la que se nos invita a creer que es posible un mundo mejor.

Los blues que Ríos interpreta en este disco tienen un aire que oscila entre la nostalgia y la afirmación (60 razones) - “los músicos, la gente de mi banda…una copa, un amor y el rock and roll….la vida me convence con la vida y sesenta razones”- o se decantan hacia el homenaje  y la celebración amical (BB, qué bebes) – “En tributo a BB King, el rey del blues, y a su sin par Lucille” . Ni desánimo, ni pesimismo, los acordes de los teclados le dan el marco ambiental a una guitarra incisiva y enérgica que se hace eco de los versos que desgrana Ríos con fuerza y emoción en el track 6: “hay que sacar de nuestras vidas (a pesar de los tambores de guerra y las balas contra la razón) el blues de la insatisfacción.

Sin duda, el Rock & Ríos fue el mejor disco de este cantante y así lo reconoce en ese blues visceral que es Cosas que debo a Madrid,  suerte de declaración de aprecio y cariño por esa ciudad que tan bien describe el Sabina en Yo me bajo en Atocha y que motiva a Ríos a recrear, con ánimo dylaniano, las peripecias que tuvo que pasar antes de conocer el éxito; éxito que, por otra parte, se debió en gran parte a las baladas con las que conquistó a buena parte de su público (Santa Lucía, es el ejemplo mayor) y que en este disco, no podían estar ausentes: inolvidables la guitarras de John Parsons y esos teclados de Javier Mora que se deslizan oportunos en Sin tí (vuelven los fantasmas), sonidos sencillos, amables, emotivos. Y todo para concluir en sentida declaración - ¿a la música, a la mujer amada? - que “nada puedo hacer si no estás tú” .

El disco se completa con una pequeña crónica que va entre el desarraigo y el recuerdo -Los reyes del mambo o los sueños frustrados de un marielito viejo que naufragó en el Bronx y que vive de los boleros nostálgicos del Benny Moré-, el blues arrastrado y envolvente de Mi vida y mi cruz, ciertos aires raperos en Estos labios y, una vez más, haciendo suyos los versos de Luis García Montero, con una definición personal en El arte de vivir: Prefiero el negro de tus ojos / en esta habitación. / No es el color de una bandera / sino la solución, / para ser dueño de mi futuro / pero sin dejar de ser yo.

Miguel Ríos, entrañable amigo de los tiempos mozos, viejo rockero que nunca muere.


Lima, 18 de junio de 2006

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