A Susy R., Gaby A. y Fanny
R.
Sólo para decirles
cuánto extraño
sus afectuosas notas.
A Lily, por alentarme
siempre a escribir.
Hasta que llegue tu
funeral
sal corriendo y...
no mires hacia atrás
(Miguel Ríos, No mires
hacia atrás,
60MP3)
- I -
Aún recordamos la
noche en que navegando por Internet, indagando por el paradero del viejo Bob,
la pequeña familia nos animó a viajar a Oberhausen –y días después, también a
París- para asistir a dos de los conciertos de la fase otoñal del Never Ending Tour de Bob Dylan.
Pero no vamos a volver sobre aquella memorable experiencia de cruzar el
Atlántico para ver sobre el escenario al cantante, al poeta, al rockero admirado,
al hombre que en cuarenta y cinco años de carrera ha escrito, y continúa
escribiendo, páginas memorables para la historia universal de la música: en la
actualidad su programa radial no sólo es toda una delicia, sino también una
muestra inapreciable de erudición melómana, y ya se alista la salida de su último
opus Modern Times, con vídeo incluido. No, no vamos a volver a escribir
sobre aquello que ya quedó plasmado en ese extenso y apasionado artículo que
denominamos Entre la Emoción de
Oberhausen y la Apoteosis de París y que los amigos de la revista Demo (gracias, Henry) generosamente
publicaron en una versión editada para tal fin.
Memoriosos, en cambio,
hemos retornado a esa noche inolvidable, noche de decisiones, noche de
inquietudes, noche de sueños. Y lo hemos hecho porque jugando con la idea del
viaje, de inmediato nos imaginamos ilusionados, caminando solitarios por las
calles de esa Madrid desconocida aún, de esa Madrid esquiva –pues sólo la
habíamos atisbado desde el aire- y que siempre nos invitaba, coqueta y
atractiva desde Barajas a visitarla, admirarla y quererla, con aquellos versos
de Sabina percutiendo sobre nuestro cerebro: pero siempre hay un fuego que se
enciende en Madrid, pero siempre hay un sueño que despierta en Madrid.
Y tras presupuestos,
cronogramas y llamadas telefónicas a Ceci, la sobrina adorada que ha hecho de
la distante Alemania un lugar cálido y acogedor, y a Hernán, el amigo entrañable de París,
volamos a la vieja Europa apelando a los últimos arranques irresponsables de
juventud (la lesión a los ahorros familiares es una herida que aún no concluye
de cerrarse), espoleados también por la
visión imaginaria del reencuentro con esas ciudades alemanas de cuento infantil
(Colonia, Aachen), con el París de calles amables que invitan a la larga
caminata, al vino y a la charla amical, pero sobre todo con el enorme deseo de
vagabundear –desconocido y sin preocupaciones- por aquella ciudad ubicada a
medio camino entre el infierno y el cielo, gritando esta vez sí, a todo pulmón,
yo me bajo en Barajas, yo me quedo en Madrid.
- II -
Hay muchas razones por
las que uno desea conocer otros mundos. Las nuestras tienen que ver con sentidos
y casi silenciosos homenajes a aquellos personajes que diariamente nos dan los
motivos necesarios para no cortarnos de un tajo las venas. Argentina es Charlie
García, pero es también el país que ama hasta el delirio al Sabina; Brasil es
el gran Caetano Veloso, Francia es Truffaut, pero también Jim Morrison, cuyos
restos reposan en el hermoso Pere Lachaise. España, qué duda cabe, es Joan
Manuel, Ana Belén, Víctor Manuel y Sabina y Miguel Ríos.
Para nosotros, una
tienda de discos es lo que para un niño es una juguetería. Lo queremos todo o
casi todo. Y, con el corazón lleno de alegría, pasamos y repasamos por los
mostradores acariciando los discos, leyendo los textos que lo acompañan, admirando
las fotografías o los dibujos, memorizando una frase de alguna de las canciones
cuyas letras allí aparecen, jugando una y otra vez con la idea de tenerlos en
casa (jamás reparando en el costo, si se trata de un Dylan o un Reed, un Sabina
o un Ríos) y escucharlos mientras volvemos a apreciar con cariño las imágenes o
el diseño del booklet o nos enteramos
acerca de quiénes lo han hecho posible. Aún recuerdo esa frase de Miguel Ríos
en el sobre del vinilo Rock & Ríos:
“Lo hicieron porque no sabían que era imposible”. Todo un homenaje a su banda y
a quienes diseñaron y produjeron el tremendo concierto del Pabellón, que quedó
registrado en un hermoso doble LP y que ahora es posible escucharlo o apreciarlo
ya sea a través del CD o del DVD, respectivamente.
Caminando con Hernán
por las calles de París, nos topamos con la impresionante Virgin Records. La
tentación era grande, tan grande como esa enorme disquera en la que podíamos
habernos perdido como Pinocho en la Feria de Diversiones. Pero nuestro amigo
Hernán, nos condujo hacia una alternativa menos cara: la disquera Gilbert ubicada
en el Barrio Latino. “Una mirada allí vale la pena y los precios no son tan
altos como en Virgin”, fue la frase que nos decidió a cambiar la dirección de
nuestros pasos. “Seguro que en Gilbert no hay muchas novedades así que volveremos
a Virgin”, pensamos ingenuamente. Sí, ingenuamente, porque jamás llegamos a
imaginar que sólo en los primeros mostradores ubicados a la entrada de la
disquera encontraríamos dos DVDs de Lou Reed, dos DVDs de Bob Dylan, varios
discos de bandas que tocaban música de Dylan y también la hermosa edición de la
historia del legendario The Band. Ya no quisimos continuar mirando porque lo
queríamos comprar todo y la perforación que había sufrido el bolsillo era de
dimensiones equiparables a la que estaba experimentando ahora mismo nuestra
trajinada capa de ozono.
Sí, los discos, la
música nos hacen sentir bien, nos relaja, nos entusiasma, nos exalta. Misma
hipodérmica inyectando adrenalina directo al corazón. Y el descubrimiento de aquel
disco que estamos buscando –y si es un bootleg,
mejor aún-, es comparable –créanme, por favor, se los dice un melómano
irredento- al encuentro con la mujer anhelada. No exagero, es un amor a primera
vista, amor apasionado, amor posesivo, amor loco.
Bajar en Barajas, saber
que la conexión a Dusseldorf sería dentro de cuatro horas fue una gran
tranquilidad. Había tiempo suficiente para uno de los pequeños placeres que
disfrutamos en cada viaje: mirar a las hermosas jóvenes que apuradamente pasan
en busca de su sala de embarque o a aquellas otras que pacientemente esperan
sentadas la hora de su vuelo. Y había tiempo suficiente también para buscar las
disqueras del duty free y preguntar
por aquellos dos discos por los que también habíamos querido venir a Madrid: el
Alivio de Luto de Joaquín Sabina y
el 60MP3 de Miguel Ríos.
- III -
Del primero tuvimos
noticias antes del viaje a través del diario El Comercio, pero con el espíritu infantil que siempre nos anima en
materia de discos, quisimos compulsivamente tenerlo cuanto antes. Y lo tuvimos.
Fue el primer disco que compramos apenas pisamos el viejo continente. Sin
pensarlo dos veces, lo abrimos y vimos que junto con el disco había un DVD que
contenía una extensa entrevista a Sabina, quien volvió a los estudios y a los
escenarios después de la delicada afección cerebral que casi terminó con su
vida. Nos habríamos perdido tremendo disco, que desde su tema inicial, Pájaros de Portugal, nos impresionó por
ese tono confesional, intimista, agridulce...y esa guitarra melancólica del
gran Antonio García de Diego.
Grande, el Sabina.
Mientras nos devorábamos unas tapas y bebíamos una Sprite super helada como
todas las bebidas que expenden los restaurantes europeos, leímos las
dedicatorias del Sabina a sus cómplices del desconcierto, como los ha llamado:
Pancho Varona y Antonio García de Diego, sus incondicionales compañeros de
banda, entrañables y virtuosos bajista y primera guitarra, respectivamente;
Olga Román, la cantante de hermosa voz que lo está acompañando en su último
tour; John Parsons, guitarrista de estirpe que comparte escenarios y estudios
con Miguel Ríos; Luis García Montero, joven poeta compañero de aventuras de
Miguel Ríos en el 60 MP3 y marido de
Almudena Grandes, que también aparece en esta lista (Almudena y Las edades de Lulú, con su lenguaje
provocador y el abierto tratamiento de la sexualidad nos fascinó y por ello nos
alegró la mención del Sabina). Y de repente leímos que el Sabina para este
disco también –y cómo no- se había inspirado en Robert Zimmerman alias Bob
Dylan. Vaya, vaya. Camino a sus
conciertos en Oberhausen y París, fuimos
encontrando, como una estela luminosa, las huellas de su influencia, el
reconocimiento de su presencia esencial.
Tras la lectura del
pequeño booklet del disco, sentimos
algo parecido a la felicidad, y la inquietud de estar solo en tierras distantes
se alejó de inmediato por unos instantes. Una hermosa rubia de piernas
torneadas que se sentó frente a nosotros, nos hizo volver a la realidad. De
manera disimulada, pasamos y repasamos por esas bellas piernas que se cruzaban
y descruzaban ante nuestros fatigados y sorprendidos ojos, al tiempo que venían
a nuestra mente las inolvidables frases del personaje de Truffaut en El Hombre que Amaba a la Mujeres: son
columnas sobre las que gira el universo. Truffaut, Rohmer, Courbet, Goya,
Renoir, Tolouse, Rubens: hombres que amaban a las mujeres, maestros a la hora de
mostrar las piernas y otros ocultos encantos femeninos, encantos por los que nos
hemos perdido una y otra vez, gustosa y placenteramente.
- IV -
Lástima, en la
disquera la españolita, linda como todas las españolitas, de ojos verdes, cejas
espesas y bien delineadas, una boca de labios carnosos y provocativos, sabía de
todo probablemente, pero no de la música que a nosotros nos interesaba.
“¿Miguel Ríos? Creo que el último disco de él salió hace tiempo, aquí no
tenemos discos antiguos”. Y el disco era apenas del 2004, pero para una joven
(linda, siempre, a pesar de la estocada que me estaba lanzando), un año atrás
era retroceder sin excusa válida a la era de los dinosaurios. Aunque razón no
le faltaba, Miguel Ríos en el 2005 había cumplido los sesenta y un años, y el año anterior, con motivo de su
sexagésimo aniversario había estrenado su disco 60MP3, el cual fue presentado en sociedad en un concierto al que
asistieron amigos y personalidades de la cultura y del espectáculo. Pues bien,
una de nuestras ilusiones al momento de llegar a Barajas era adquirir este
disco, algunos de cuyos temas los había escuchado en el Festival de la Cerveza
de Arequipa en agosto del año pasado, festival al que fue invitado Miguel Ríos
y que, gracias a la decisión de nuestra pequeña Gaby, acudimos con el mismo
entusiasmo con que disfrutamos siempre los acordes de El Blues del Autobús, Santa
Lucía o Banzai.
¡¡¡¡Gaby, viene Miguel
Ríos!!!!, exclamamos entusiasmados cuando leímos en El Comercio, el anuncio de la visita del granadino al Perú, pero, a
continuación, la frase decepcionante: ¡Pero viene a Arequipa! El contundente
¡Nos vamos a Arequipa! nos sorprendió por su firmeza y empeño. “Si la hija quiere ir...”, argumentó una Yolita
dictatorial poniendo atajo a cualquier opinión en contra. La compra inmediata
de los pasajes para el fin de semana de ese agosto inolvidable y el sobrino Carlitos,
siempre optimista y ejecutivo, que adquirió las entradas en uno de sus viajes,
por ese entonces semanales, a la ciudad de los volcanes, decidieron nuestra
suerte. El 20 de agosto de 2005, 21.00 h. era nuestra cita en Arequipa con el
llamado padre del rock en español.
El arranque del
concierto fue precisamente con un tema del nuevo álbum, No Mires Hacia Atrás, toda una declaración de principios a ritmo de
rock, que, lástima, el público no llegó a comprender del todo y se mostró
inicialmente frío. Era notorio que Miguel hacía tiempo que estaba ausente del
Perú y de las ondas radiales de nuestro país, e hicieron falta unos cuantos temas conocidos (Niños Eléctricos, Santa Lucía y Todo a
Pulmón) para que recién allí el público se encendiera y conectara con este
viejo rockero que, como gran artista, ha crecido musicalmente con los años
conservando intacta su potente y hermosa voz y su dominio del escenario. Los
gritos de la gente nos impidieron escuchar los nombres de los miembros de su
banda, pero imaginé que el primera guitarra era John Parsons, el ‘gringo’,
autor de la música de los temas del 60
MP3.
Guitarrista de estirpe
y compositor de polendas, Parsons ha contribuido a darle al álbum la atmósfera
entre nostálgica y bluesera, entre lo amable y lo intimista. De allí que los
temas que Ríos interpretó por segunda vez en Lima, se alejaran de los arreglos
distorsionados y aguerridos con los que nos sorprendió gratamente aquel 15 de
noviembre de 1996, cuando recaló por primera vez en Perú, apostando esta vez, más
bien, por la fidelidad a las versiones
originales. Nos Siguen Pegando Abajo
o Año 2000, ahora menos virulentas y
más cercanas a las pistas grabadas en estudio, fueron un buen ejemplo del
contraste del entrañable hoy con ese eufórico ayer, nueve años atrás.
Tres temas de su nuevo
álbum fueron interpretados en el concierto; aparte de la ya mencionada No Mires Hacia Atrás, los otros temas
fueron El Blues de la Insatisfacción
y El Arte de Vivir. Quisimos seguir
escuchando más del álbum nuevo, pero, en justicia, Ríos quería reencontrarse
con su público, con la gente que lo amó en los ochenta y, por ello, tornó a los
temas que la multitud conocía muy bien. Un repaso emocionante por los predios
del rock, blues, y de las baladas. Sólo Miguel conoce el secreto de interpretar
una balada y hacernos sentir su estirpe rockera. Y con Gaby, mi pequeña que creció con el Like a Rolling Stone de Dylan, el Layla de Eric Clapton, el Calle Melancolía de Sabina y El Blues del Autobús interpretado por Miguel Ríos, cantamos a pleno
pulmón todo el concierto: Bienvenidos,
Año 2000, Sábado en la Noche
y todas las demás. Y, claro está, El
Blues del Autobús.
- V -
Ir tras la música
amada o el cantante admirado es más de lo que puede aspirar el melómano. Fuimos
tras Ríos y tras Dylan y tuvimos a cambio algunas horas de felicidad escuchando
los sonidos vibrantes de Año 2000 o
los acordes gloriosos de Like a Rolling
Stone, la dulzura de Santa Lucía
o la estremecedora Maggie´s Farm. Y
ahora nosotros queríamos tener el 60MP3
que durante meses había esperado en vano llegara a nuestras disqueras. Así que
la expresión negativa de la españolita que se extrañaba de que nosotros estuviéramos
buscando un viejo disco del viejo cantante rockero español nos desanimó un
poco, porque al igual que los cinéfilos compulsivos, impacientes por ver la
película deseada, los melómanos también somos impacientes y sufrimos de gran
ansiedad por poseer de inmediato el disco perseguido. Nos consolamos pensando
que luego de los tramos de Alemania y Francia, volveríamos a España y, esta vez
sí entraríamos a Madrid, conoceríamos La Cibeles y Atocha, pasearíamos por La
Gran Vía y El Prado y entraríamos, cómo no, a una disquera a comprar el 60 MP3.
No nos extenderemos en
detalles sobre los gratísimos días que pasamos en Madrid, deslumbrado por su
cálida acogida. Sólo diremos que visitamos un buen número de disqueras y el 60MP3 continuó inubicable. Y el tiempo
pasó y seguimos con las manos vacías. Doble frustración porque, además, en la
búsqueda del disco, el penúltimo día de nuestra estancia en Madrid, atinamos a
hallar una librería en la que descubrimos por fin, La Flecha de Oro, la única novela de nuestro escritor predilecto
–Joseph Conrad- que nos había esquivado por años.
Si, efectivamente, allí
estaba, la estaba mirando a través de la vidriera externa de la librería. Leíamos
el título y no lo podíamos creer. Sólo teníamos que dar unos pasos, abrir la
puerta y entrar. Gozamos con el hallazgo y ya disfrutábamos por adelantado de
esa primera frase con la que empieza el primer capítulo de libro – “Ciertas
calles poseen una atmósfera propia...”
- que alguna vez tradujimos de la versión en inglés que bajamos de
Internet, una madrugada de un viernes hace muchos años, versión que nunca
terminamos de leer o más bien que nunca llegamos a empezar del todo, pues ¿quién
lee una novela de casi quinientas páginas en el monitor de una computadora?
Pero esa frase inicial
siempre rondó por nuestra mente y fue la impulsora de una búsqueda terca y
permanente en cada librería visitada. ¿Cuántos años de búsqueda? Ya no los
recordamos. Sí recordamos en cambio nuestra incansable búsqueda en las
librerías de Buenos Aires. Corrientes y El Ateneo revisitados con La Flecha de Oro en mente. Curiosos
hallazgos, como el diario de Apocalypse
Now a 5 pesos, contada por la esposa de Ford Coppola, el director; las glaciales novelas de Elfriede Jelinek,
autora de La Pianista; un Kawabata,
siempre fascinante, con El Maestro del
Go, en fin libros y autores notables como para amar aún más al Buenos Aires
de Gardel, pero sin noticias del Conrad buscado. Pues ahora, estábamos a las puertas de tener
en nuestras manos el libro deseado. Ya podríamos leer la frase tantas veces
repetida y continuar con las siguientes que hilvanan una aventura imaginada a
partir de los inicios de Conrad en la vida marina.
Y de pronto nos dimos
cuenta del letrero: cerrada. Libreria cerrada. Estábamos fuera de hora, la
maldita librería estaba cerrada y al día siguiente, no sé por qué motivo (creemos
que se trataba de una festividad religiosa) era feriado. Sencillamente, nos sentimos
desolados, derrotados. Caminamos hacia la Plaza de Oriente buscando alguna distracción.
Mucha gente se concentra en esta plaza, lugareños y foráneos. Tal vez conocer a
alguien, conversar, contar nuestra frustración podría disipar nuestra pena,
pero llegamos a nuestro destino y no nos animamos a entablar amistad alguna.
Seguimos en dirección del Cine Callao, y ya sin muchas ganas de hablar nos refugiamos
en la oscuridad de esta sala cinematográfica que conserva un aire tradicional
(con acomodador y tickets numerados).
No pasó mucho rato antes de que las
imágenes del último film de Woody Allen, Match
Point nos transportaran con facilidad al universo de la ficción y el engaño.
Un Woody Allen notable, lejos de su New York, construye un film admirable,
sobre un arribista inglés que, de pronto, en un giro hitchcockiano, se
convierte en un asesino. Con no pocos puntos de contacto con la soberbia Crímenes y Pecados, Allen aborda con
mano maestra un film que vuelve sobre aquellos temas que obsesionan al autor:
las apariencias, la infidelidad, la mala conciencia, la cinefilia. A pesar del
doblaje al español –molesto, antipático- el film nos devolvió el buen ánimo y,
saliendo de la sala, pudimos seguir
disfrutando de la belleza de esta ciudad acogedora. Pero, eso sí, de vez en
cuando, sentíamos como una punzada, un cierto pesar por el 60MP3 fugitivo, y por esa Flecha
de Oro que pasó rasante delante de nuestros ojos, como aquella saeta
lanzada al infinito por Sean Connery en el final maravilloso de ese film, Robin y Marian, que recrea entre
irónico y nostálgico el otoño de aquel
héroe de nuestra infancia, que robaba a los ricos para darle a los pobres.
- VI -
Sentimos cierta
tristeza al abandonar la ciudad camino a Barajas. Nuestra desazón aumentó al ver el desorden en los
mostradores de Iberia. Pero nuestra suerte estaba a punto de cambiar. La clase
económica copada y la noticia gratísima de que íbamos a volar en bussiness hizo variar una vez más nuestro estado de
ánimo. Luego de los controles respectivos, nos abocamos a la búsqueda de la
sala, y como ya es costumbre, para matar el tiempo, a la atenta observación de
las guapas que transitan por el aeropuerto y a la infaltable búsqueda de una
disquera.
En Barajas siempre hay
muchas mujeres que mirar y admirar, pero esta vez atrajo nuestra atención una mexicana
(sí, de ese México del gran José Alfredo Jiménez) tanto por sus maneras
desenvueltas como por su sonrisa amable. Lástima que no viniera al Perú, sólo
conversamos unos minutos y nos pareció encantadora. Bajita y de curvas
insinuantes, nos trajo a la mente a la fascinante Salma Hayek, aunque no tenía
la belleza turbadora de esa actriz de perfil demoledor. Así pues, tras terminar
de conversar con la joven, un adiós bastante rápido, quizás demasiado rápido y
un levísimo beso en la mejilla, emprendimos
nuevamente la búsqueda obsesiva de aquel disco que representaba la felicidad
misma. De pronto, lo ví. Sí, allí estaba, justo en la entrada de la tienda, en
un pequeño mostrador giratorio, el CD solitario de Miguel Ríos, en medio de otros
discos de cantantes o bandas, cuyos nombres fueron olímpicamente ignorados.
El 60MP3, en su funda de plástico y con la
imagen de Ríos en la portada, esperaba por nosotros, por nuestro abrazo
acogedor. Recordamos haberlo tomado con mucha delicadeza y pagado con tanta
rapidez como si alguien hubiera intentado quitárnoslo. Salimos felices de la
disquera. No necesitábamos comprar más discos. En nuestro maletín de mano
estaba todo nuestro tesoro: los discos de Dylan, Lou Reed, Sabina, Miguel Ríos,
The Band. Varias veces, durante el vuelo, abrimos el maletín, para mirar y remirar
el 60 MP3. Y no es que Ríos esté por
encima de Dylan o de Reed, sucede simplemente que la música de Ríos está
vinculada a muchas situaciones felices vividas en las décadas de los ochenta y
noventa: los primeros meses de trabajo, nuestras amigas del curso de francés, El amor por computadora bailado hasta
el cansancio en la decadente discoteca de Risso, Yola y su cariño por Santa Lucía, Gaby y su infantil aprecio
por el Blues del Autobús y el gusto
por el vertiginoso Banzai, el
descubrimiento del Rock & Ríos y
su desborde de energía vital, el entusiasmo de Ronnie, viejo amigo con el que
descubrimos a Dylan y Lou Reed, cada vez que escuchaba el Sábado en la Noche
en los interminables tonos de juventud.
Crecimos con Miguel,
con su música, y después supimos que este cantante, admirador de Paul y John,
escribió “este es el tiempo de cambio”, sólo para homenajear a quien ya
sabemos, y también supimos que los vientos progresistas y humanistas que lo
acompañaban en su itinerario vital y artístico lo ponían en la misma trinchera
del Sabina, de Joan Manuel, de Víctor Manuel, de Ana Belén. La misma trinchera –solidaria y generosa- en la que nosotros –viejos admiradores
de el Ché, Heraud y Mayo del 68 - aún persistimos, terca, fiel y
orgullosamente.
Y bueno, escribimos esta
dilatada crónica sólo como pretexto para incluir todo aquello que dijimos bajo
la forma de un comentario en la sección Comentaudios,
acerca del disco de Miguel Ríos, 60 MP3,
que acaba de publicar la revista Demo,
aunque en versión recortada por razones de espacio, cosa que no critico a los
responsables de esta revista porque, en verdad, considero un privilegio que mi
nombre, con la ya pesada carga de sus cincuenta y un años, esté en medio de
tanta juventud conocedora y talentosa. Pero, también escribimos esta nota para
dedicársela a aquellas amigas viajeras que, muy a menudo, me manifiestan su afecto
con sus notas entrañables y cariñosas.
El 60MP3 es fruto de una colaboración de
Miguel Ríos con el poeta y escritor Luis García Montero, quienes desde Granada
construyeron verso a verso las letras de los once temas que componen el álbum. A
quinientos kilómetros de allí, con maestría y sensibilidad, John Parsons arropó
con acordes inolvidables las breves historias y confesiones de este 60MP3, cuya concepción hizo escribir a
Ríos: “en la red la distancia no es el olvido sino la libertad”. De esa
fértil colaboración con García Montero, Ríos se expresó así en una entrevista realizada
por Juan Jesús García, días antes del concierto de presentación del disco: “Por
la casualidad, nos encontramos en una exposición de Juan Vida (pintor y
diseñador gráfico) y me pidió que le invitara a participar en el disco, y
bueno, vino a casa tres o cuatro días pero con un rendimiento muy fructífero. Y
eso que el mundo de la poesía y el de la música no son lo mismo, cada uno tiene
sus métodos y servidumbres. Yo soy muy directo y Luis muy exigente con el
lenguaje y entre los dos hemos ido engordando los temas. Lo curioso es que la
relación que yo tengo con la música hasta la meticulosidad él la tiene con la
palabra, es una máquina, un fenómeno”.
- VII -
Originalmente, el pequeño
artículo publicado por Demo, titulado 60MP3:
Confesiones a la Hora
del Crepúsculo, tuvo una pequeña dedicatoria : A Gaby, nuestra pequeña
cómplice en la aventura musical. Muchos discos y vídeos hemos apreciado juntos,
a no pocos conciertos hemos asistido, gritado y cantado: Sabina, Santana, Joan
Manuel, Jon Anderson, Jethro Tull, Asia…Miguel Ríos. La mencionamos aquí, ya
que por razones de espacio, en Demo no fue posible incluirla. Casi estoy
convencido de que en su futuro, la música tendrá en Gaby un rol esencial. Por
ahora, cuando las ingratas matemáticas se hunden temporal y justicieramente en
el olvido, el viento nos trae, de vez en cuando, los familiares sonidos de unas
cuerdas: son las notas acústicas del Knockin’
on Heaven’ s Door que se alojan entrañables en nuestro corazón. Una Fender Squier por sus quince años nos ha
hecho más cómplices aún.
Pero entremos en el 60MP3, y digamos que tras sesenta años
de vida y cuarenta sobre el camino, Miguel Ríos volvió sobre sus pasos y nos
entregó un disco confesional hecho de blues,
baladas y buen rock, como para decirnos que bien vale la pena luchar, que la
vida requiere todo un arte para poder vivirla y que cualquiera que sea la carta
que nos toque por azar, dar la cara, mirar siempre arriba y jamás atrás.
El 60mp3, último opus de este soberbio cantante granadino –uno de los pocos que a
pesar de la edad mantiene intactas sus cualidades vocales- respira optimismo y
serenidad, sin por ello renunciar a la pasión, a la entrega y al compromiso.
Entre la declaración de un principio - No
mires hacia atrás - y la sentida invocación final para detener los afanes
bélicos de Bush, Blair y de cuantos Masters of War existen sobre la tierra – Oración –, se suceden con gran
equilibrio y sobriedad, once temas que repasan el universo del cantante,
apoyado en la pluma del poeta Luis García Montero y las cuerdas de John
Parsons-Morris: la música, los amores, la vida, el propio itinerario vital, la
ciudad.
Estrenado el día que
cumplía 60 años en inolvidable concierto (hace dos años), según dicen los
cronistas, este disco –que nunca llegó a estas tierras- pero del que tuvimos
oportunidad de escuchar en vivo tres temas en el Festival de la Cerveza de Arequipa en
agosto del año pasado (No mires hacia
atrás, El arte de vivir y el Blues de la insatisfacción), el 60 mp3, se gestó entre fértiles tardes
crepusculares del sur español, avivado por las emotivas notas que surgían inspiradas
allende la sierra madrileña. Luego, texto y música fusionados amorosamente en
canciones, surcaban el espacio cibernético para quedar impresos definitivamente
en una placa grata y memorable en la que se nos invita a creer que es posible
un mundo mejor.
Los blues que Ríos
interpreta en este disco tienen un aire que oscila entre la nostalgia y la
afirmación (60 razones) - “los
músicos, la gente de mi banda…una copa, un amor y el rock and roll….la vida me
convence con la vida y sesenta razones”- o se decantan hacia el homenaje y la celebración amical (BB, qué bebes) – “En tributo a BB King, el rey del blues, y a su
sin par Lucille” . Ni desánimo, ni pesimismo, los acordes de los teclados le
dan el marco ambiental a una guitarra incisiva y enérgica que se hace eco de
los versos que desgrana Ríos con fuerza y emoción en el track 6: “hay que sacar de nuestras vidas (a pesar de los tambores
de guerra y las balas contra la razón) el blues
de la insatisfacción”.
Sin duda, el Rock & Ríos fue el mejor disco de
este cantante y así lo reconoce en ese blues visceral que es Cosas que debo a Madrid, suerte de declaración de aprecio y cariño por
esa ciudad que tan bien describe el Sabina en Yo me bajo en Atocha y que motiva a Ríos a recrear, con ánimo
dylaniano, las peripecias que tuvo que pasar antes de conocer el éxito; éxito
que, por otra parte, se debió en gran parte a las baladas con las que conquistó
a buena parte de su público (Santa Lucía,
es el ejemplo mayor) y que en este disco, no podían estar ausentes: inolvidables
la guitarras de John Parsons y esos teclados de Javier Mora que se deslizan
oportunos en Sin tí (vuelven los fantasmas), sonidos
sencillos, amables, emotivos. Y todo para concluir en sentida declaración - ¿a
la música, a la mujer amada? - que “nada puedo hacer si no estás tú” .
El disco se completa
con una pequeña crónica que va entre el desarraigo y el recuerdo -Los reyes del mambo o los sueños
frustrados de un marielito viejo que naufragó en el Bronx y que vive de los
boleros nostálgicos del Benny Moré-, el blues arrastrado y envolvente de Mi vida y mi cruz, ciertos aires
raperos en Estos labios y, una vez
más, haciendo suyos los versos de Luis García Montero, con una definición
personal en El arte de vivir:
Prefiero el negro de tus ojos / en esta habitación. / No es el color de una
bandera / sino la solución, / para ser dueño de mi futuro / pero sin dejar de
ser yo.
Miguel Ríos,
entrañable amigo de los tiempos mozos, viejo rockero que nunca muere.
Lima, 18 de junio de
2006
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