Hola hermano:
No soy aficionado a las corridas de toros, pero cuando las he
visto por televisión o en aquella oportunidad en que fui a Acho (la única vez,
invitado por el Padre Aurelio), he sentido una singular atracción por el
enfrentamiento del hombre y la fiera. Una mezcla de sentimientos: emoción,
placer, angustia, rechazo, euforia, desazón, admiración...La llamada de la
selva, el retorno a los orígenes. En el toreo, como ahora en el fútbol (aquí,
en Argentina, en Francia o en Inglaterra) y en otras tantas expresiones
humanas (incluso en el arte) , la gente -nosotros- descargamos toda esa
violencia que acumulamos día a día, porque las convenciones sociales y morales
nos la impiden ejercerla impunemente. Allí se subliman los instintos o se descargan
-con cierta elegancia- esas partes oscuras que anidan en todos los seres
humanos.
No estoy en contra de la corrida de toros, ni lo estaré. Estoy
sí en contra de la hipocresía de aquellos que preocupándose de la salud animal,
se olviden de la violencia diaria ciudadana que empieza desde la agresión que
recibe el hombre común y corriente en las llamadas combis asesinas y que se
prolonga en la sobreexplotación de las empresas (al hombre y a los recursos del
medio ambiente), y que tiene lugar cada día en aquellos hogares en donde no hay
los medios para sobrevivir. Muy pocos se acuerdan ya de los crímenes de guerra
en el conflicto en Bosnia, a casi nadie le interesa la represión china en el
Tibet salvo si ello impide el desarrollo normal de las Olimpiadas, para muchos
los atentados terroristas en Irak es un asunto lejano que ni vale la pena
comentar, el sufrimiento de los secuestrados por las FARC sirve sólo como medio
de lucro para la prensa amarilla y no amarilla. En estos tiempos, quizás más
ahora que antes, el hombre muere desilusionado, humillado, indignado y nadie se
subleva por ello. El toro, por lo menos, muere apelando a su instinto,
corneando y mostrando su bravura.
No soy de los que grita Olé y va especialmente al ruedo a
beber vino en bota (que, la verdad, es que le cambia el sabor) y a exhibirse
ante los demás como para decir estuve allí. Pero declaro que me gusta la jerga
taurina, me atrae ver la faena de los
toreros, me gusta ver sus desafíos, su destreza con la capa, su habilidad con
las banderillas, me fascina apreciar la bravura del animal. Y como siempre me
horroriza la presencia de la muerte, pero no puedo despegar los ojos de esa
imagen violenta. La atracción del vacío, el coqueteo con la muerte.
Hermano, somos seres esencialmente violentos. Somos tan
violentos que nosotros mismos, horrorizados de nuestra propia vileza, hemos
tenido que crear los medios para ponerle límites. Así nacieron las leyes, el
ordenamiento social, la moral, etc. Prohibir las corridas de toros es
insensato. Toda prohibición trae más violencia aún. Canalicemos esa energía. El arte es una
manera de hacerlo. Que lo diga Picasso, que lo diga el Sabina….
Sublimemos nuestros instintos viendo las gloriosas jornadas
del Curro Romero, El Cordobés, El Pireo o la del Capea.
Un abrazo
Rogelio
2-4-08
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