(THE THIN RED LINE, 1998)
Director: Terrence
Malick
EL PARAISO
En
el principio la luz descorrió el velo de tinieblas que cubría al mundo. El agua
se separó de la tierra y los animales y la vegetación empezaron a poblarla. Más
adelante, apareció el hombre, ese ser racional y punto más alto en la escala de
los organismos vivientes, para gozar de los frutos del paraíso en el que fue
puesto.
Tal es
la primera afirmación con la que Terrence Malick abre su último film, La Delgada Línea Roja. Esa imagen en
picado del cocodrilo, animal de apariencia antediluviana, sumergiéndose
lentamente en el agua y, luego, aquellas otras, con la cámara a la altura del
hombre, del soldado Witt (John Caviezel), remando con despreocupación en las
apacibles aguas del mar u observando con curiosidad los juegos de los niños
nativos, subrayan el significado inaugural que el director pretende imprimirle
a estas primeras imágenes de un film que se anuncia desde ya, reflexivo y
ritual.
Los
niños se pelean mientras juegan, las enredaderas envuelven y tapan a los
árboles para poder crecer, un animal se alimenta de otros o de despojos humanos
para poder sobrevivir. Cada día es el resultado de la derrota del día anterior.
Y cada mañana el sol brilla en un cielo azul intenso y los seres que moran en
ese mundo disfrutan de una apariencia de orden y paz con que se recubre esas
luchas intestinas y secretas que anidan en el corazón de la naturaleza.
Se
trata del paraíso de Malick, donde la belleza y la serenidad no descartan la
presencia del peligro acechante encarnado en el cocodrilo que se mimetiza en la
naturaleza, un peligro inherente a un
medio que crea su propio equilibrio, para definir un orden y una armonía
esenciales.
Pero
no sólo el cocodrilo prefigura el peligro. Una voz en off, que hace eco de la
preocupación del director, pregunta con gravedad qué hace la guerra en el
corazón de la naturaleza, por qué la naturaleza lucha consigo misma, por qué
pelea la tierra con el mar. ¿No es posible la armonía sin la tensión de fuerzas
opuestas, sin el conflicto, la muerte y la contradicción?. Tal interrogante
recorre de principio a fin a La Delgada
Línea Roja, tercer film en más de 20 años de carrera del gran Terrence
Malick.
LOS HOMBRES
Un
barco patrulla aparece en el horizonte interrumpiendo la tranquilidad del día.
En la banda sonora, el ruido del motor acalla los gritos de los niños y los
cantos de los nativos. Witt y su compañero, soldados desertores en esa isla de
la lejana Melanesia, también se inquietan y corren temerosos. Una elipsis
sorpresiva nos ahorra detalles. Han sido extraños en una tierra que han
identificado como el paraíso. Ahora, prisioneros de sus mismos compañeros,
también son extraños en un universo en el que están obligados a servir y a
matar. Witt comprende que ya no hay espacio para el hombre en la tierra. Entiende
que la única esperanza del hombre está en su sacrificio. No es raro, entonces,
que se ofrezca como voluntario en un momento decisivo del combate. Y resulta
del todo coherente cuando, hacia el final del film, sacrifica su vida para
salvar la de sus compañeros.
Seis
años en el ejército y Witt nunca llegó a cambiar. Tal fue el reproche que el
duro sargento Welsh (Sean Penn, en una
actuación correctísima) le hiciera en un comienzo a Witt, en aquella ocasión en
que el sargento le espetó su pesimismo: “De aquí no hay escapatoria posible.
Este (refiriéndose al ejército, al barco en que navegan y a toda la violencia
que los rodea) es el único mundo que existe y que se está destruyendo a sí
mismo”. Sin embargo, el cinismo y la dureza del sargento no son sino máscaras
inevitables a las que recurre para recubrir su vulnerabilidad. A pesar de la
dura experiencia vivida, aún ahora Welsh lamenta no poder ser indiferente al
dolor y desaparición de sus compañeros. Y por ello es capaz de desafiar las
explosiones y las ráfagas de metralla para llevarle morfina al herido que grita
su desgarro y la proximidad de su muerte. Welsh, tampoco quiere recompensas, no
quiere propiedades a las cuales identifica como las causantes del dolor del
hombre. No sabemos si en realidad tal fue la postura moral de los hombres que
pelearon en Guadalcanal, pero sí comprobamos con emoción que así están hechos
los “héroes” de Malick.
En La Delgada Línea Roja no hay ni buenos
ni malos. Por ello, como film de guerra, es totalmente atípico si tomamos en
consideración que el género bélico tiene unas constantes plenamente definidas e
identificadas. En el film, sólo hay los que dan órdenes y los que las reciben y
ejecutan. En ambos lados, sin embargo, existen unas motivaciones íntimas y
profundas ligadas a actitudes éticas como la justificación, el rechazo o el
compromiso, que a manera de resortes movilizan la acción de cada uno de los soldados.
¿Qué
moviliza, por ejemplo, al coronel Tall (Nick Nolte) a tomar sus polémicas
decisiones?. Una voz en “off “ nos da cuenta de la reflexión interior del
coronel. Los años que pasó lamiéndole las botas a los generales, su estabilidad
familiar, su maldito ascenso tantas veces truncado. Esta es su oportunidad,
esta es su guerra y, ahora, su voluntad deberá ser cumplida a cualquier precio.
La naturaleza es cruel y el hombre, como parte de ella, también lo es. La
estatura del hombre es la de su ambición Tal es la filosofía del violento
coronel Tall.
En
el lado opuesto, se encuentra el capitán Staros (Elias Koteas), un abogado que
la fuerza de las circunstancias lo ha obligado a tomar las armas. Su mayor temor es que el miedo lo lleve a la
traición y a la cobardía. Asumiendo que sus actos están en correspondencia con
su fe de creyente, pide a Dios la fortaleza necesaria para cumplir su misión.
Ha asumido como deber primordial la defensa de la integridad física de sus
hombres. Sus muertes le recuerdan la fragilidad del ser humano, que reza,
vomita o que se acobarda, sabiendo de la inminencia de la muerte.
Los
abundantes textos que se escuchan en la
banda sonora en contrapunto con la notable partitura de Hans Zimmer constituyen
un tramado de voces que apuntan a consolidar la reflexión de Malick. Allí se
entrecruzan las voces de los personajes descritos con la acción del film o con las visiones
nostálgicas de algunos de los personajes. Así, resulta interesante observar
cómo el soldado Bell, a través del recuerdo de su mujer y de los días felices,
puede continuar participando de la
pesadilla que le ha tocado vivir. “¿Por qué habría de temerle a la muerte?. Te
pertenezco a ti. Si muero antes, te esperaré al otro lado de las aguas
oscuras”, piensa mientras en sobreimpresión evoca o imagina los abrazos y
caricias de la mujer amada. La ironía que el film subraya es que, a veces, el amor se termina antes que la vida.
Más
allá del texto poético, que algunos ven como un lastre del film, opinión con la
que no estoy de acuerdo, Malick sabe arrancar de sus personajes y de sus
actores la fuerza suficiente para hacer creíble su universo. Film de múltiples personajes, a los que le
dedica pequeñas o grandes anécdotas, La
Delgada Línea Roja centra, empero, su mirada en estos cinco hombres que la vida,
la suerte, las circunstancias o, quizás Dios, los ha puesto como testigos de un
hecho vital: llegar a las fronteras del ser humano, allí, en ese línea
invisible que separa la razón de la locura, la luz de las tinieblas, la belleza
del horror.
EL INFIERNO
La
compañía C-Charlie ha sido encargada de tomar la colina 210 de la isla de
Guadalcanal dominada por los japoneses. Al mando de la invasión está el coronel
Tall y el encargado de ejecutar la acción es el capitán Staros. La isla tiene
una exuberante vegetación que cubre la colina y la pendiente que lleva a ella. Se
trata, entonces, de la lucha del hombre contra el medio que lo rodea y contra
el enemigo escondido que tiene al frente.
El
trabajo visual de Malick es, una vez más, impresionante, operando sobre los
contrastes para apoyar la idea de la inocencia destruida, de la armonía
perdida. Los vivos colores de la vegetación se resienten de las tonalidades
oscuras y grises de los soldados, la oscilación apacible de la hierba mecida
por el viento se transforma en un extraño y convulsivo movimiento de hombres,
tierra y follaje generado por el fuego y las explosiones.
El
paraíso se ha perdido. Los hombres no se reconocen entre sí. Las lenguas están
confundidas. El impulso atávico del hombre de
matar resurge con la fuerza de lo reprimido por siglos de convenciones.
Es el triunfo del instinto. La bondad, la belleza, la comprensión se han
convertido en cadáveres amputados o semienterrados, que denuncian la miseria
del hombre que ni siquiera es capaz de soportar el olor de la propia humanidad
en descomposición.
¿De
dónde viene este gran mal?. Se pregunta Malick, mientras los torturados se
convierten en verdugos y los asesinados en criminales. ¿Cómo es posible que
aquellas visiones del soldado Bell o del soldado Witt, desbordantes de paz y
sosiego, de abrazos y besos con el ser querido, se transformen luego en
imágenes de destrucción, de impiedad y muerte?. Definitivamente, todo rastro de
civilización se ha borrado. El hombre ha ingresado a un universo en tinieblas,
que Malick remarca con la presencia invisible del enemigo, con el paso rápido de una serpiente o con
aquella oscuridad artificial creada ya por las explosiones (que oscurecen el
ecran) o por los frondosos y elevados árboles, por los que apenas ingresan los
rayos solares. Estas tinieblas,
finalmente, se han confundido íntimamente con ese lado oscuro y misterioso del
ser humano. Es el horror conradiano el que Terrence Malick testifica de manera
impresionante en La Delgada Línea Roja.
EL AMANECER
La Delgada Línea Roja es,
pues, un film de abierta crítica a la
guerra. No hay el menor asomo de heroísmo, según los esquemas genéricos de los
films de guerra tradicionales. El episodio del sargento Keck (Woody Harrelson),
volándose los genitales por un inconcebible error al manipular una granada
rompe la imagen formada momentos antes cuando incitaba violentamente a su
subordinado, acobardado por el estruendo de las balas, a enfrentar al enemigo.
Y, asimismo, la toma de la casamata japonesa, si bien está llena de tensión y
muestra el nervio del director en las escenas de acción, sin embargo, carece al
final de la emoción de la victoria. Las imágenes de los hombres fusilándose
unos a otros resulta impresionante y conmovedora. Y, por ello, La Delgada Línea Roja es un film de una
acusada tristeza, de una profunda melancolía.
La
isla de Guadalcanal fue finalmente tomada. Pero la marcha de la tropa,
silenciosa y meditabunda, parece más bien el retiro en derrota de un
desilusionado grupo de hombres . Definitivamente, los soldados que regresan a
casa ya no son los mismos. Todo lo bueno que pudieron haber aprendido o soñado
antes de esta experiencia fue pulverizado por una guerra, que al margen de las
motivaciones que la originó, extrajo del hombre su vileza y su maldad.
Y
mientras los soldados se alejan, los nativos navegan tranquilamente en sus botes
por el río, las aves se acarician y las plantas vuelven a florecer. La
naturaleza, por ahora, está nuevamente en calma.
Rogelio Llanos Q.
1 comentario:
¡Un tema muy interesante para un blog!
Publicar un comentario