Mis manos
Abren la cortina de tu ser
Te visten con otra desnudez
Descubren los cuerpos de tu cuerpo
Mis manos
Inventan otro cuerpo a tu cuerpo
(Octavio Paz, 1914-1998, Palpar)
Escribe: Rogelio Llanos Q.
- I -
Tras la lectura de Lo Que Está en Mi Corazón, de la
chilena Marcela Serrano, novela ambientada en la Chiapas del Subcomandante
Marcos, y que recomendamos leer, nos dispusimos a sumergirnos en Abril Rojo, una de las historias de Santiago Roncagliolo, joven
escritor peruano, al parecer talentoso, y con dos novelas ya en su haber. Sin embargo, tras una rápida visita a Crisol,
el libro Erotismo, la cultura libertina
(Rubén Solis Krause, Robinbook, Barcelona, 2005) se cruzó en nuestro camino y
una rápida ojeada por las primeras páginas, hizo que nuestro interés decantara hacia los temas de la sexualidad humana, y fue
así como, de repente, nos encontramos oscilando entre la lectura del libro y la
pequeña investigación en Internet acerca del Aranga Ranga y del Kamasutra,
aportes brillantes de la literatura de la antigua India a la cultura erótica,
que como bien saben, es una de mis pasiones.
No vamos a efectuar
crítica o comentario alguno del libro, porque recién hemos empezado el primer
capítulo. Quiero sí compartir rápidamente con quienes lean este texto algunas
curiosidades que si bien son de conocimiento de todos aquellos que se dedican a
la exploración de estos sugestivos temas, sin embargo, para la mayoría de gente
le son desconocidos. Es cierto que no pocos han escuchado hablar del Kamasutra, y su evocación, por lo general, es a través de
imágenes de parejas copulando en diferentes posiciones.
Y es que cuando se habla
de sexo, todo el mundo o casi todo el mundo piensa en un pene entrando en una
vagina, pero muy pocos tienen en su mente, como imagen primera, la de la
seducción o la de las deliciosas etapas que solemos llamar preliminares o
previos. Y, precisamente, el Kamasutra,
aparte de la descripción y detalles de la cópula, también se detiene y aborda
con mucho detalle los fascinantes temas que tienen que ver con la preparación
de la pareja para el acto sexual.
- II -
Interesante, por ejemplo,
es cómo el Kamasutra divide a los
hombres en categorías según la dimensión de su ligam (pene): hombre liebre, hombre toro, hombre caballo. No hay
que forzar mucho la imaginación para establecer el significado de cada una de
estas categorías. Aunque sí es un poco más complicado imaginar las definiciones
de las categorías relativas al órgano femenino, es decir a la vagina, conocida
en el Kamasutra, con la graciosa y
delicada denominación del sánscrito, yoni
; categorías que también están en función de una de sus dimensiones: la
profundidad.
En el caso del hombre no
hay misterio alguno, pero sí en el de la mujer por cuanto nadie –salvo los ‘suertudos’
ginecólogos- puede establecer con certeza, aún estando frente a una mujer
desnuda, si se trata de una mujer-cierva, mujer-yegua o mujer elefante. Para
algunos (nos incluimos, por si acaso), para quienes la naturaleza no ha sido pródiga
en cuanto a atributos sexuales, resultaría aún imposible poder efectuar la
calibración debida suponiendo que existiera la posibilidad de efectuar la
cópula.
Ahora bien, ojo con este
dato, el manual no tiene bandera, aunque sí tiene predilección por la mujer y
especialmente por la llamada primera esposa (recordemos que en la India de los primeros siglos
de nuestro tiempo, la poligamia era la base de la organización familiar), a
quien se dirige directamente, pues su objetivo es que ella esté en condiciones
de superar, gracias a sus conocimientos del arte amatorio, a sus rivales o,
caso contrario, encontrar placer en los brazos del amante. Lástima, hoy día las
mujeres tienen que leer a escondidas los libros de sexo porque podrían ser malinterpretadas
tanto por sus pares como por los aún fanfarrones machos que todavía sobreviven
en nuestra supuesta avanzada aldea global.
- III-
Hay un punto, sin embargo,
sobre el cual deseamos llamar la atención y acerca del cual resumiremos un
texto encontrado en Internet en una de esas noches de viernes en que navegamos
por los diferentes universos que nos ofrece este gran entretenimiento. El punto
en mención está referido a los elogios que Vatsyayana dedica a la maestría con
que algunos hombres (eunucos, entre ellos) acarician el yoni y practican con él los mismos actos y caricias que en el beso
de boca.
Puesto a investigar en
Internet sobre el tema anotado, nos encontramos con un texto titulado El Masaje del Yoni. Yoni, cuyo significado para nosotros es
vagina, un término irremediablemente
médico, frío y aséptico, resulta siendo para la cultura India un término
cálido, poético y que inspira mucho respeto: templo sagrado. Por tanto, resulta
comprensible la gran atención que las culturas Orientales le dedicaron. Por
ello mismo, la unión sexual estaba precedida de todo un ritual de caricias destinado a preparar al yoni para su actividad fundamental: el
placer a través del masaje mismo (no necesariamente con fines orgásmicos) o a
través de la cópula.
Interesante, además, esta
actividad por cuanto el hombre debía ejecutarla con devoción y habilidad y sin
pensar en el placer propio, sino en el de la mujer. El hombre debía estar muy
atento a las reacciones de ella a fin de que este placer fuera muy prolongado.
El masaje, convertido en todo un rito, tenía sus condiciones previas: baño,
estómago vacío, muchos abrazos y un reconocimiento total del cuerpo de ambos a
fin de eliminar las inhibiciones. Sabios, sin duda, los orientales. Hoy en día,
los jóvenes apenas si le prestan atención a su pareja, apurados por iniciar la
penetración, y más apurados aún en sentir el efímero goce de la descarga
seminal. Por el bien y la salud mental de nuestros hijos, ¿no sería posible
repartir estos manualitos de comienzos de la era cristiana en los colegios
secundarios y universidades, en lugar de los aburridísimos cursos de Religión?
- IV -
El siguiente paso - aquí
pasamos a una tarea descriptiva que, ojalá alguien se anime a ponerla en
práctica- es acostar a la mujer colocando una almohada debajo de sus caderas,
las piernas totalmente abiertas y ligeramente dobladas a fin de exponer
plenamente el yoni. El hombre en
posición de flor de loto, luego de una inspiración profunda debe iniciar,
entonces, su amable tarea. Pero…alto….nunca ir directamente hacia el templo
sagrado. Antes, hay que recorrer un camino a través de pequeñas montañas de
dulces pezones y un cálido valle que se prolonga hasta la gran explanada
abdominal, a veces prominente, a veces tersa, a veces plana. Y aún después, a
esas manos hábiles que trajinan por la misteriosa y encantadora geografía femenina les espera un amplio
rodeo, pues deben ahora auscultar ingles, muslos y piernas, esas fabulosas
columnas que sostienen el templo sagrado, que conducen a aquel lugar que el
gran Courbet llamó el Centro u Origen del Universo.
Habiendo cumplido con
estos movimientos previos, la atención del hombre debe centrarse en los
genitales de la mujer, aplicando un aceite especial en la zona denominada Monte
de Venus. Como todo hay que decirlo, pues para los orientales era muy importante el
afeitado de esta zona, a fin de facilitar la aplicación del lubricante, afeitado
que no sólo fue propugnado en la
India , sino también en otras culturas orientales, como la
china, por ejemplo.
Hago aquí una pequeña digresión: en el siglo
VII dC Li Tung Hsüang editó unos textos dedicados al estudio de la sexualidad y
cuya función era también la de enseñar a los amantes los secretos de alcoba. En
uno de estos textos, denominado Notas de
Alcoba, en el capítulo XXII titulado Mujeres
apropiadas para el coito, en relación con la vellosidad del Monte de Venus,
el autor determina de manera tajante que la mujer elegida como pareja para
sostener relaciones sexuales “no deberá tener vello en el pubis ni en las
axilas”, y “si lo tiene debe ser suave y
fino”. Y, ojo, que estamos hablando, porque así lo especifica el texto en
mención, de mujeres entre veinticinco a treinta años. Lapidario, el texto
reitera, como si de un anatema se tratara, que no es apropiada para el coito
aquella mujer de “vello del pubis largo y duro…Estas mujeres son nocivas para
el hombre” y “ el coito con ellas dañará la salud y la fuerza del hombre”.
Nos hemos detenido aquí
porque quería puntualizar que entre las culturas orientales hubo transferencias
de conocimientos, ideas, conceptos y costumbres, pero también quería hacer
notar que el afeitado del pubis que ahora está muy en boga –pero no por lo del
ritual o por el miedo a la maldición china, sino por la moda de la tanga y el
hilo dental- tiene una larguísima tradición que, nos gustaría en algún momento
continuar rastreando. Y aclaro, no porque esté de acuerdo con esta amputación,
sino porque como ya lo expresamos en anterior ocasión, nos parece un atentado
de lesa estética practicar corte alguno de ese vello maravilloso, pues como
dice el personaje de Mario Vargas Llosa en Elogio
de la Madrastra ,
“los pelos… son un poderoso aderezo sexual, a condición de hallarse en el sitio
debido”, siendo estos sitios debidos: “En la cabeza y en el Monte de Venus,
bienvenidos e imprescindibles; en las axilas, tolerables…”. Prestar atención al
término: imprescindibles. Y ello porque ese triángulo oscuro de vellos que se
permiten ocultar la entrada al templo sagrado de la mujer, y cuya visión a la
luz del día nos deslumbra y al amparo de las sombras de la noche nos enardece,
reafirma, en conjunta armonía con los senos, la presencia esencial y carnal de
lo femenino. Precisamente aquello que nos atrae, que nos envuelve, que nos
fascina, que nos enloquece y que amamos apasionadamente. Pero, bueno, tal es el
ritual, tal es su requerimiento, y
nosotros, ahora, simplemente estamos dando cuenta de ello.
- V -
Pues bien, el masaje se
inicia en el Monte de Venus y se extiende ahora sí hasta los labios mayores.
Masaje tierno, delicado, placentero tanto para ella como para el ejecutor.
Viene ahora un pequeño detalle: con los dedos índice y pulgar, el hombre debe
agarrar con suavidad el borde del labio mayor y deslizarse a lo largo de este
borde, en uno y otro labio. A continuación, se efectúa el mismo procedimiento
con los labios menores. No hay límite de tiempo, dice la nota explicativa. Si
acaso la mujer se inquietara, la recomendación es hacer que respire hondo, que
se mantenga acostada y que continúe disfrutando placentera y plácidamente la
caricia genital. Puede, mientras tanto, frotarse los pechos o intercambiar
historias o frases eróticas, licenciosas y sensuales con su pareja.
El siguiente foco de
atención es el clítoris, el amado clítoris, aquel órgano cuya función -gracias
a la naturaleza sabia y prodigiosa- es única y exclusivamente la de dar placer
a la mujer, único ser sobre la tierra
que posee un órgano dedicado sólo para tal fin. No olvidemos que en el hombre
el pene sirve también para la micción. Tiempo habrá para dedicar un artículo
exclusivo al clítoris, que dicho sea de paso permite refutar a los moralistas,
religiosos, pacatos y cucufatos sus teorías acerca de la función exclusivamente
reproductora de los genitales humanos.
Las caricias en el
clítoris deben ser realizadas siguiendo la orientación de las agujas del reloj,
movimientos circulares que se pueden alternar con otros similares, pero que
siguen la orientación contraria o frotando muy delicadamente el capuchón entre
el índice y el pulgar. La recomendación es efectuar tales movimientos con mucha
suavidad, siempre en torno al capuchón
del clítoris, nunca en la punta por el dolor o molestia que se puede causar a
la mujer.
- VI -
A continuación se
recomienda introducir en el yoni el
dedo medio de la mano derecha del hombre, moviéndolo hacia uno y otro lado,
pero también doblándolo hacia la palma a fin de estimular el punto sagrado que
nosotros los profanos llamamos simplemente punto G. Nunca usar, tal es la
indicación, la mano izquierda, pues –según anota el texto en el cual nos
basamos- se rompería la polaridad enérgica que indica el Tantra. Sí es válido,
en cambio, acariciar el clítoris con el pulgar, mientras el dedo medio cumple
su feliz cometido en el interior del templo sagrado.
El siguiente paso es muy
delicado, y no todas las mujeres están dispuestas a darlo. Se trata de la
introducción del dedo meñique, convenientemente lubricado, en el ano de la
mujer. Según el Tantra, el contacto dedo pulgar-clítoris, dedo medio-vagina,
dedo meñique-ano equivale a sostener los misterios del universo en la mano.
Es muy posible que a lo
largo de este ritual, la mujer alcance el orgasmo, una o más veces, pero puede
que no. Por su parte, el hombre durante esta actividad no debe tocarse, pero sí
estar muy atento a las reacciones de ella a fin de colaborar a que el placer de
ella sea largo, intenso y oportuno. Luego de concluido el ritual, es el momento
de los abrazos, de los besos, de los intercambios de fluidos y caricias, de la
penetración, del desborde orgásmico y, finalmente, del reposo justo y
reparador.
Y hasta aquí llegamos. Ciertamente,
no somos budistas ni pertenecemos a escuela tántrica alguna, sin embargo,
reconozco que en materia sexual tenemos mucho por aprender de las antiguas
culturas orientales, en donde la sexualidad y sus ritos de consumación eran una
de las vías para la consecución de la felicidad. Continuaremos con nuestra
lectura de un libro que recién empezamos, pero que desde ya anuncia muchos
motivos más de investigación, como por ejemplo las treinta y dos asanas o posiciones coitales del Aranga
Ranga, las pinturas eróticas de Utamaru, o los lascivos dibujos que ilustran la
obra de Pietro Aretino. Grato placer el de la lectura, grato placer el
recorrido por aquellos senderos que evocan una y otra vez los misterios de la
sexualidad femenina.
Lima, 9 de septiembre de
2006.
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