Sé que este correo va
un poco cargado y, quizás, en algunas computadoras será rechazado. Sin embargo,
me permito remitirlo porque nuestro buen amigo Henry Flores, melómano
irredimible, siempre a la búsqueda de novedades musicales, encontró un par de
colecciones de música peruana que las está recomendando. Algunas de ellas las
hemos escuchado, los nombres nos son conocidos y tenemos aprecio por Eva
Ayllón, Los Embajadores Criollos, Chabuca Granda y Oscar Avilés, sin dejar de
reconocer los aportes de Las Limeñitas, el Zambo Cavero y otros tantos cultores
de lo que se ha dado en llamar de manera genérica música peruana (valses,
festejos, marineras, etc.)
Nunca fui un
apasionado de esta música. Y creo que ya estoy viejo para serlo, pero con la
madurez que dan los años he aprendido a escuchar y a tolerar. Creo, más bien
que mi hermano Víctor (Vitucho, para nosotros y para sus amigos), debería
opinar sobre esta música que no sólo le encanta, sino que, además la ha
celebrado y bailado en sus juergas hasta el hartazgo. Veré de conseguir esas
colecciones y hacérselas llegar. O aprovechando esta nota, pedirle a nuestro
buen amigo Henry, que nos haga llegar una copia –no importa pirata- de las
colecciones. Incluso, sería una buena ocasión para escucharla, comentarla y disfrutarla
(hasta donde se pueda) tomándonos un Apostole Merlot o para que nuestros amigos
argentinos se consideren invitados, un Escorihuela Gascón Cabernet Sauvignon.
Pero, volvamos a la
nota. Decía que aprecio a Eva Ayllón por su voz cultivada, pero creo que se
trata de una artista desperdiciada. Pienso que le faltó un buen manager, que dirigiera su carrera,
utilizando su registro vocal para ampliar sus horizontes. Tengo un disco de Los
Hijos del Sol, aquella banda de fusión que agrupaba a músicos peruanos entre
los que se contaba Alex Acuña (que ha tocado con U2 y otros grandes músicos de
jazz y rock) y que se reunían cada cierto tiempo para hacer un espectáculo y,
de paso, grabar discos. Decía, pues que tengo un disco de Los Hijos del Sol, en
el que la morena hacía de vocalista. Pues, allí fue donde quedé impresionado de
sus posibilidades: sus versiones de El
Surco (que me sirvió de entrada en dos fiestas de año nuevo que hice en
casa allá por los noventa) y El Tamalito,
son realmente memorables.
De Los Embajadores
Criollos, tengo el recuerdo de Alma,
Corazón y Vida y de Ódiame, en la voz inconfundible de Rómulo Varillas.
Siempre he preferido los temas criollos antiguos a los nuevos. No sé si alguien
se acuerda de Juan Mosto y sus valses abolerados. A muchos les gustaba, a mí me
parecían muy insulsos. Pero los tiempos cambian, y los gustos musicales
también. Tal vez si lo vuelvo a escuchar…. De Chabuca Granda me gustaba lo que
a otros no: sus interpretaciones. He escuchado decir que las canciones de Chabuca
son mejores en las voces de otros. Puede que sea así, dejo esta opinión en
manos de los entendidos, pero lo cierto es que a mí sí me gustaba, y su Flor de la Canela y su Fina Estampa, que me recuerdan a las
tías entrañables, me gustaría volver a escucharlas con esa voz gastada que hace
poco capturé en un programa de radio.
También hace poco que me enteré que ella compuso canciones en homenaje a
Violeta Parra y a Javier Heraud, confieso que me encantaría escucharlas.
Hago aquí una pequeña
digresión: se ha publicado una nueva edición de los poemas de Javier Heraud,que
incluyen fotos inéditas. Recomiendo comprar esos libros de unos de los poetas
más sensibles que hemos tenido. Y a pesar de que hay voces críticas respecto a
sus poemas denominados comprometidos (un compromiso con la revolución
latinoamericana en los sesenta y que le costó la vida en un enfrentamiento con
el ejército boliviano), yo sigo emocionándome con toda su obra poética, hermosa
y vital, que muestra el alma generosa de un joven que ofrendó su vida en pos de
un ideal. Sin poses y sin oportunismos. Poeta y guerrillero, Javier sigue en
nuestros corazones.
En cuanto a Oscar
Avilés, lo que nos atrae son sus toques de guitarra. Un maestro, sin duda. Los
amantes de la música criolla seguramente disfrutarán a rabiar los discos que
recomienda Henry, y cuya reseña me extraña que se haya barajado la posibilidad
de publicarla en Demo, una revista dedicada al rock. Pero, sí está muy bien que
aparezca en su blog. Una anécdota sobre Oscar Avilés: creo que estábamos en los
ochenta cuando en un programa de televisión se anunció que Oscar Avilés había
dejado olvidada una de sus guitarras en un taxi y que pedía que se la
devolvieran. Me imagino que aparte del valor económico, la dichosa guitarra
tenía un valor sentimental, aunque también es cierto que los cantantes y
compositores criollos nunca estuvieron bien remunerados. Pasados unos minutos
apareció el taxista con la guitarra y el buen Oscar, feliz con el bien
recuperado, le dijo que como recompensa le iba a dedicar una canción. Y se
arrancó con un solo de guitarra, que al taxista no le hizo mucha gracia porque
él esperaba una jugosa recompensa económica. No estaba para valsesitos y
virtuosismos guitarreros.
Y bueno, pues, el
envío de Henry, se completa con una versión extraordinaria de Cuando un Criollo se Muere. Un vals
notabilísimo, cuyo prólogo toma algunos acordes de Escalera al Cielo, el tema clásico de la banda rockera Led Zeppelin.
Y no hay copia alguna, estimado Henry, quizás puede ser una suerte de homenaje,
pues sólo toma prestados unos compases, si no me equivoco, los máximos
permitidos por la legislación al uso. Es lo mismo que ha hecho Shakira en Suerte con el intro de Shine on you Crazy Diamond de Pink
Floyd o Joaquín Sabina en Quién Me Ha
Robado el Mes de Abril con los primeros acordes de Knockin’ on Heaven’s Door de Bob Dylan. Claro, lo que llama la
atención es que esta audacia se haga en un disco de música criolla. Pues eso
significa audacia y, quizás, sabiduría.
Bueno, ya se pasó la
mañana de este sábado limeño, un tanto gris. Hagamos que salga el sol
escuchando música. Y ya tengo en el reproductor a todo volumen el Princesa del Dos Pájaros de un Tiro. Como dijo nuestro buen amigo Andrés
Caicedo, ¡Qué viva la Música !
Saludos a todos
Rogelio Llanos Q.
Lima, junio 2008
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