30/11/13

LA TORMENTA DE HIELO

(The ice storm, 1997)


Director: Ang Lee


Escribe: Rogelio Llanos Q.


- I -

Estamos en el otoño de 1973  y el mal tiempo empieza a azotar la Costa Este norteamericana. Un tren que hace la ruta New York - New Canaan está varado por el corte de energía eléctrica a causa de una gran tormenta de hielo. Restituida la energía, retorna el movimiento y Paul continúa su lectura de Los Cuatro Fantásticos, un “cómic” muy popular de la época. En la banda sonora, Paul, establece una similitud entre los personajes de la historieta y la familia: “...Cuanto más poder tenían, más daño se podían hacer el uno al otro...”, señalando así el derrotero por el que la historia va a transitar. Y mientras Paul sale a la estación y observa con sorpresa a su familia esperándolo, la acción se detiene y, entonces,  una intensa como dilatada mirada hacia atrás nos sitúa en los días previos al Día de Acción de Gracias, en los que tendrá lugar los acontecimientos que muestra el film.

Ben (Kevin Kline) y Elena Hood (Joan Allen) conforman el matrimonio norteamericano típico: él, un ejecutivo de saco y corbata y ella, una neurótica ama de casa, ambos sometidos a una terapia psicológica (lo sabemos por el comentario de los hijos) y padres de dos hijos adolescentes (Wendy-Christina Ricci y Paul-Tobey Maguire). Sus vecinos, los Carver (Jim-Jamey Sheridan y Janey- Sigourney Weaver), son amigos suyos que también tienen dos hijos (Mikey-Elijah Wood y Sandy-Adam Hann-Byrd) y poseen, al igual que ellos, una fachada honorable de familia bien constituida.

La vida es un aparente transcurrir apacible de los días, entre las pequeñas discusiones familiares, las celebraciones nocturnas de las parejas de amigos y las inquietudes de los jóvenes adolescentes que empiezan a mirar hacia el mundo de los adultos. Todo ello es retratado por un Ang Lee sobrio y contenido, con una cámara de movimientos largos y pausados. Sin embargo, tras la calma que las primeras imágenes nos muestran, es posible entrever que hay agitadas corrientes ocultas tras la estéril rutina diaria.


- II -

El aburrimiento se ha instalado tanto en  el hogar de los Hood como en el de los Carver y mientras Elena se niega a la relación marital, Ben se acuesta con su vecina Janey, aprovechando las continuas ausencias de Jim. Absorbidos por sus propias ocupaciones y ausente todo sentido de responsabilidad, los adultos mantienen una frialdad y distanciamiento con sus respectivos hijos, los cuales, a su vez intentan encontrar vías alternativas de comunicación y afecto. La situación retratada es la de una división generalizada, de una carencia total de sentimientos afectuosos y de una incomprensión extrema. Desintegración de la pareja, ruptura generacional.

Y es esta ruptura  de afectos y sentimientos entre adultos y jóvenes la primera señal de extrañeza que se percibe en La Tormenta de Hielo. Lejos de cualquier efectismo el cineasta incursiona de manera alterna en ambos universos. Observa con ánimo esclarecedor, pero no es impertinente. Ang Lee no es de aquellos que levanta la voz para criticar o para acusar y, es tal vez por ese motivo, que con injusticia se le ha acusado de ser demasiado frío o poco comprometido con el tema entre manos.

Interesado en la relación familiar, su preocupación es auscultar las razones que llevan a la ruptura y a la disensión. Sus imágenes, directas y duras, ensambladas en una estructura que muestra su filiación oriental, nos descubren el fondo hipócrita y moralista sobre el que se levanta la organización familiar norteamericana, siempre precaria y siempre al borde de la destrucción. Unas cuantas pinceladas le bastan al director para retratar esta brecha entre padres e hijos, entre adultos y jóvenes. Si Wendy ve en el padre a un símbolo del autoritarismo, Paul, a su vez, ve en él a un desconocido que oscila entre el fingimiento y la incapacidad de comunicación. Para Mikey y Sandy Carver, en cambio, la figura de los padres es la de la ausencia, la del abandono, y peor aún, la de la indiferencia.

Que estos conflictos se desarrollen durante esa suerte de celebración de la unidad familiar norteamericana -el Día de Acción de Gracias- no es más que una gran ironía que Ang Lee se permite deslizar sin contemplación alguna y con impavidez oriental. Lo que estas imágenes revelan, en su fugacidad, es una crisis que va más allá del ámbito familiar para instalarse en el centro nervioso de toda una generación.



- III -

Para los adultos, la existencia está muy lejos de ser lo sencilla y tranquila que se anuncia al comienzo de la cinta. Hay muchas máscaras que ponerse, además de la de respetabilidad. Hay que fingir ante la pareja, los hijos y los amigos que todo marcha sobre ruedas. La comunicación se ha cerrado, el sexo es la única vía de evasión y el espacio para la autenticidad prácticamente se ha reducido a la nada. En cambio, lo que va ganando de manera casi imperceptible a los personajes es un deseo inconsciente de autodestrucción. Y por ello es que Ben se aferra a Janey a pesar de sus humillaciones, Elena roba en la farmacia o se obliga a participar en el juego de intercambio de parejas. Existe el deseo expreso de tocar el fondo, de agudizar los conflictos, como una forma, tal vez, de sentirse vivos. Hay por otra parte, un gran desencanto en los personajes, como si no tuvieran mayor horizonte que la realidad más inmediata.

De hecho ese desencanto de los protagonistas de La Tormenta de Hielo está ligado con el contexto político en el que se desenvuelve el relato. Y es que el año en el que transcurre la historia, no ha sido una elección gratuita del cineasta taiwanés. 1973 fue el año del Watergate de Richard Nixon, el año en que se puso en evidencia una de las mayores mentiras de la democracia norteamericana y que marcó a toda una generación aún conmocionada por el desastre de Vietnam.

Y es obvio que una de las intenciones del director de La Tormenta de Hielo es enlazar este acontecimiento, que significó un trauma para los norteamericanos, con el ámbito más reducido de la sociedad: la célula familiar. Clara referencia a una época y a un estado de ánimo: no fue fácil para el ciudadano común aceptar  que el principal responsable de los destinos de la nación, a semejanza del padre, descubriera públicamente, a despecho de su declarada inocencia, sus fisuras y su inmoralidad. Pero, al director no le interesa abordar el contexto político, y sólo hace alusiones muy rápidas a Nixon, dos a través de la televisión y una tercera mediante la máscara que Wendy se coloca, precisamente en el momento en que se dispone a iniciar un juego amoroso con Mikey. Sin embargo, no hay impostación alguna en ese simbolismo sutil, que alude a la farsa y a la simulación. El cineasta se las arregla muy bien para componer una situación inquietante y provocadora, de tal suerte que las imágenes se ven perfectamente integradas al curso de la narración.


- IV -

Hay dos asuntos que Lee ha abordado en su cinta con acierto: el descubrimiento del sexo por parte de los adolescentes y las relaciones sexuales, alejadas de cualquier asomo vital, como una expresión fiel de unos comportamientos influidos y moldeados por un estado de cosas dominado por el egoísmo y la vaciedad, y del cual  no es posible avizorar escape alguno.

El sexo para los adolescentes en La Tormenta de hielo se expresa como una necesidad de afirmación y sobre todo de comunicación, aquella que precisamente está faltando en sus hogares y cuya carencia es recordada una y otra vez por el medio en el que se desenvuelven. Paul quiere ligar a una chica y no puede. Ante la imposibilidad de manifestar sentimientos, la droga es un medio que está a la mano como fuente evasiva.

El sexo para Wendy, Mikey y Sandy  es la preocupación central de su edad y es intuido como una posibilidad de manifestación recurrente de afecto. Ellos construyen un trío en el que teniendo como centro a la primera, ensayan un juego de relaciones hecho de continuas provocaciones femeninas, persistentes miradas indiscretas y tímidos acercamientos físicos. Con inteligencia Ang Lee se acerca a este mundo que con ingenuidad y torpeza pretende a su manera emular el comportamiento adulto.

Hay en los adolescentes (casi niños) una urgencia por reconocerse mutuamente y compartir la marginalidad de la que son objeto. Por eso, esas imágenes de Wendy y Sandy desvistiéndose bajo las sábanas y explorando su naturaleza constituyen la lógica respuesta a un mundo adulto que los reprime, imprimiéndoles su sentido pecaminoso del sexo, o que los tiene franca y persistentemente olvidados. Sin embargo, al intentar reproducir ese mundo adulto que le sirve de paradigma, lo que se puede prever hacia el futuro no resulta nada optimista.

A su vez los adultos, rotas las barreras familiares, intentan disfrazar el aburrimiento y la frustración con un retorno al campo de adolescencia y su carácter lúdico: el intercambio de parejas. Sólo que allí ya no hay inocencia, la alegría está ausente y el vacío es aún mayor. La experiencia de los cuatro adultos, protagonistas centrales de La Tormenta de Hielo, es devastadora. Por que aún antes de que la tragedia se haga presente, ellos han logrado percibir la miseria de su existencia. Ese gesto de asco de  Jim luego de copular desesperadamente con Elena es brutal y patético al mismo tiempo. La imagen de Ben, alcoholizado y desmoralizado, tras su puesta en ridículo en la fiesta o la de Janey, deprimida y enrollándose en posición fetal asumen también el mismo carácter elegíaco. Tras la mentira, la nada, el vacío absoluto.


- V -

La Tormenta de hielo es un film bastante áspero y, por momentos, roza la crueldad. Sin embargo, Ang Lee apuesta por la redención de sus personajes. Pero para que ello suceda, el director postula la necesidad de la experiencia traumática, aquella que permita a sus vapuleados personajes levantarse de sus escombros y asumir con sinceridad su rol familiar.

No hay peor experiencia que la muerte de un niño o un adolescente. Y el director la presenta aún más terrible, por cuanto ella se produce de manera impredecible y en uno de los momentos de mayor expresión vital: mientras Mikey juega en el hielo, deslizándose por las calles con entera libertad, desafiando a las inclemencias de la naturaleza y en abierto contraste con el encierro de los adultos.

Y tras el golpe moral, el reencuentro familiar que coincide con el fin de la tormenta y que Ang Lee lo resuelve con pequeños gestos: La mirada sorprendida y alegre de Paul, a pesar de su frustrada experiencia sentimental, el consternado silencio de Wendy (que antes sorprendió con un abrazo emotivo a Sandy a la vista del cadáver de su hermano), las lágrimas de arrepentimiento de Ben y el leve abrazo afectuoso de Elena a su marido. No hay la palabra fin, sólo la oscuridad súbita del ecran antes de que salgan los créditos finales. Y es que, finalmente, la vida, hecha de experiencias rudas y venturosas, melancólicas y alegres, continúa su marcha aunque nada es seguro y permanente.



- VI -

La Tormenta de hielo es un paso adelante en la obra de Ang Lee. Pero su éxito, sin duda se debe también al extraordinario cuadro de actores que encabeza Kevin Kline. Este actor, luego de su participación en Reencuentro (The Big Chill, 1983) , realizó una serie de películas en las que se temió que quedara encasillado como comediante, y no necesariamente exitoso. Pues bien, en esta cinta Kevin Kline demostró sus notables condiciones de actor dramático. Hay que verlo intentando vanamente  comunicarse con Paul o en su papel de macho burlado en la fiesta de los Harford, para darse cuenta de su madurez alcanzada.

Sigourney Weaver está espléndida en su  rol de amante de Ben. Y uno de sus grandes momentos es cuando pasa del gesto placentero al aburrimiento y luego al desprecio de su pareja. Su Janey resulta siendo una mujer fatal atractiva e inolvidable.

Pero, no seamos injustos con los demás actores. El conjunto, en general, es parejo y hace de la película una experiencia digna de verse. Aún cuando salgamos del cine conmocionados y perplejos. 


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