(The ice storm, 1997)
Director: Ang Lee
Escribe: Rogelio Llanos Q.
- I -
Estamos en el otoño de 1973 y el mal tiempo empieza a azotar la Costa
Este norteamericana. Un tren que hace la ruta New York - New Canaan está varado
por el corte de energía eléctrica a causa de una gran tormenta de hielo.
Restituida la energía, retorna el movimiento y Paul continúa su lectura de Los Cuatro Fantásticos, un “cómic” muy
popular de la época. En la banda sonora, Paul, establece una similitud entre
los personajes de la historieta y la familia: “...Cuanto más poder tenían, más
daño se podían hacer el uno al otro...”, señalando así el derrotero por el que
la historia va a transitar. Y mientras Paul sale a la estación y observa con
sorpresa a su familia esperándolo, la acción se detiene y, entonces, una intensa como dilatada mirada hacia atrás nos
sitúa en los días previos al Día de Acción de Gracias, en los que tendrá lugar
los acontecimientos que muestra el film.
Ben (Kevin Kline) y Elena Hood (Joan
Allen) conforman el matrimonio norteamericano típico: él, un ejecutivo de saco
y corbata y ella, una neurótica ama de casa, ambos sometidos a una terapia
psicológica (lo sabemos por el comentario de los hijos) y padres de dos hijos
adolescentes (Wendy-Christina Ricci y Paul-Tobey Maguire). Sus vecinos, los
Carver (Jim-Jamey Sheridan y Janey- Sigourney Weaver), son amigos suyos que
también tienen dos hijos (Mikey-Elijah Wood y Sandy-Adam Hann-Byrd) y poseen,
al igual que ellos, una fachada honorable de familia bien constituida.
La vida es un aparente transcurrir
apacible de los días, entre las pequeñas discusiones familiares, las
celebraciones nocturnas de las parejas de amigos y las inquietudes de los jóvenes
adolescentes que empiezan a mirar hacia el mundo de los adultos. Todo ello es
retratado por un Ang Lee sobrio y contenido, con una cámara de movimientos
largos y pausados. Sin embargo, tras la calma que las primeras imágenes nos
muestran, es posible entrever que hay agitadas corrientes ocultas tras la
estéril rutina diaria.
- II -
El aburrimiento se ha instalado tanto
en el hogar de los Hood como en el de
los Carver y mientras Elena se niega a la relación marital, Ben se acuesta con
su vecina Janey, aprovechando las continuas ausencias de Jim. Absorbidos por
sus propias ocupaciones y ausente todo sentido de responsabilidad, los adultos
mantienen una frialdad y distanciamiento con sus respectivos hijos, los cuales,
a su vez intentan encontrar vías alternativas de comunicación y afecto. La
situación retratada es la de una división generalizada, de una carencia total
de sentimientos afectuosos y de una incomprensión extrema. Desintegración de la
pareja, ruptura generacional.
Y es esta ruptura de afectos y sentimientos entre adultos y
jóvenes la primera señal de extrañeza que se percibe en La Tormenta de Hielo. Lejos de cualquier efectismo el cineasta
incursiona de manera alterna en ambos universos. Observa con ánimo
esclarecedor, pero no es impertinente. Ang Lee no es de aquellos que levanta la
voz para criticar o para acusar y, es tal vez por ese motivo, que con
injusticia se le ha acusado de ser demasiado frío o poco comprometido con el
tema entre manos.
Interesado en la relación familiar, su
preocupación es auscultar las razones que llevan a la ruptura y a la disensión.
Sus imágenes, directas y duras, ensambladas en una estructura que muestra su filiación
oriental, nos descubren el fondo hipócrita y moralista sobre el que se levanta
la organización familiar norteamericana, siempre precaria y siempre al borde de
la destrucción. Unas cuantas pinceladas le bastan al director para retratar esta
brecha entre padres e hijos, entre adultos y jóvenes. Si Wendy ve en el padre a
un símbolo del autoritarismo, Paul, a su vez, ve en él a un desconocido que
oscila entre el fingimiento y la incapacidad de comunicación. Para Mikey y
Sandy Carver, en cambio, la figura de los padres es la de la ausencia, la del
abandono, y peor aún, la de la indiferencia.
Que estos conflictos se desarrollen
durante esa suerte de celebración de la unidad familiar norteamericana -el Día
de Acción de Gracias- no es más que una gran ironía que Ang Lee se permite
deslizar sin contemplación alguna y con impavidez oriental. Lo que estas
imágenes revelan, en su fugacidad, es una crisis que va más allá del ámbito
familiar para instalarse en el centro nervioso de toda una generación.
- III -
Para los adultos, la existencia está muy
lejos de ser lo sencilla y tranquila que se anuncia al comienzo de la cinta.
Hay muchas máscaras que ponerse, además de la de respetabilidad. Hay que fingir
ante la pareja, los hijos y los amigos que todo marcha sobre ruedas. La
comunicación se ha cerrado, el sexo es la única vía de evasión y el espacio
para la autenticidad prácticamente se ha reducido a la nada. En cambio, lo que
va ganando de manera casi imperceptible a los personajes es un deseo
inconsciente de autodestrucción. Y por ello es que Ben se aferra a Janey a
pesar de sus humillaciones, Elena roba en la farmacia o se obliga a participar
en el juego de intercambio de parejas. Existe el deseo expreso de tocar el
fondo, de agudizar los conflictos, como una forma, tal vez, de sentirse vivos.
Hay por otra parte, un gran desencanto en los personajes, como si no tuvieran
mayor horizonte que la realidad más inmediata.
De hecho ese desencanto de los protagonistas
de La Tormenta de Hielo está ligado
con el contexto político en el que se desenvuelve el relato. Y es que el año en
el que transcurre la historia, no ha sido una elección gratuita del cineasta
taiwanés. 1973 fue el año del Watergate de Richard Nixon, el año en que se puso
en evidencia una de las mayores mentiras de la democracia norteamericana y que
marcó a toda una generación aún conmocionada por el desastre de Vietnam.
Y es obvio que una de las intenciones del
director de La Tormenta de Hielo es
enlazar este acontecimiento, que significó un trauma para los norteamericanos,
con el ámbito más reducido de la sociedad: la célula familiar. Clara referencia
a una época y a un estado de ánimo: no fue fácil para el ciudadano común
aceptar que el principal responsable de
los destinos de la nación, a semejanza del padre, descubriera públicamente, a
despecho de su declarada inocencia, sus fisuras y su inmoralidad. Pero, al
director no le interesa abordar el contexto político, y sólo hace alusiones muy
rápidas a Nixon, dos a través de la televisión y una tercera mediante la
máscara que Wendy se coloca, precisamente en el momento en que se dispone a
iniciar un juego amoroso con Mikey. Sin embargo, no hay impostación alguna en
ese simbolismo sutil, que alude a la farsa y a la simulación. El cineasta se
las arregla muy bien para componer una situación inquietante y provocadora, de
tal suerte que las imágenes se ven perfectamente integradas al curso de la
narración.
- IV -
Hay dos asuntos que Lee ha abordado en su
cinta con acierto: el descubrimiento del sexo por parte de los adolescentes y
las relaciones sexuales, alejadas de cualquier asomo vital, como una expresión
fiel de unos comportamientos influidos y moldeados por un estado de cosas
dominado por el egoísmo y la vaciedad, y del cual no es posible avizorar escape alguno.
El sexo para los adolescentes en La Tormenta de hielo se expresa como
una necesidad de afirmación y sobre todo de comunicación, aquella que
precisamente está faltando en sus hogares y cuya carencia es recordada una y
otra vez por el medio en el que se desenvuelven. Paul quiere ligar a una chica
y no puede. Ante la imposibilidad de manifestar sentimientos, la droga es un
medio que está a la mano como fuente evasiva.
El sexo para Wendy, Mikey y Sandy es la preocupación central de su edad y es
intuido como una posibilidad de manifestación recurrente de afecto. Ellos
construyen un trío en el que teniendo como centro a la primera, ensayan un
juego de relaciones hecho de continuas provocaciones femeninas, persistentes
miradas indiscretas y tímidos acercamientos físicos. Con inteligencia Ang Lee
se acerca a este mundo que con ingenuidad y torpeza pretende a su manera emular
el comportamiento adulto.
Hay en los adolescentes (casi niños) una
urgencia por reconocerse mutuamente y compartir la marginalidad de la que son
objeto. Por eso, esas imágenes de Wendy y Sandy desvistiéndose bajo las sábanas
y explorando su naturaleza constituyen la lógica respuesta a un mundo adulto
que los reprime, imprimiéndoles su sentido pecaminoso del sexo, o que los tiene
franca y persistentemente olvidados. Sin embargo, al intentar reproducir ese
mundo adulto que le sirve de paradigma, lo que se puede prever hacia el futuro
no resulta nada optimista.
A su vez los adultos, rotas las barreras
familiares, intentan disfrazar el aburrimiento y la frustración con un retorno
al campo de adolescencia y su carácter lúdico: el intercambio de parejas. Sólo
que allí ya no hay inocencia, la alegría está ausente y el vacío es aún mayor.
La experiencia de los cuatro adultos, protagonistas centrales de La Tormenta de Hielo, es devastadora.
Por que aún antes de que la tragedia se haga presente, ellos han logrado
percibir la miseria de su existencia. Ese gesto de asco de Jim luego de copular desesperadamente con
Elena es brutal y patético al mismo tiempo. La imagen de Ben, alcoholizado y
desmoralizado, tras su puesta en ridículo en la fiesta o la de Janey, deprimida
y enrollándose en posición fetal asumen también el mismo carácter elegíaco.
Tras la mentira, la nada, el vacío absoluto.
- V -
La
Tormenta de hielo es un film bastante áspero y, por
momentos, roza la crueldad. Sin embargo, Ang Lee apuesta por la redención de
sus personajes. Pero para que ello suceda, el director postula la necesidad de
la experiencia traumática, aquella que permita a sus vapuleados personajes
levantarse de sus escombros y asumir con sinceridad su rol familiar.
No hay peor experiencia que la muerte de
un niño o un adolescente. Y el director la presenta aún más terrible, por
cuanto ella se produce de manera impredecible y en uno de los momentos de mayor
expresión vital: mientras Mikey juega en el hielo, deslizándose por las calles
con entera libertad, desafiando a las inclemencias de la naturaleza y en
abierto contraste con el encierro de los adultos.
Y tras el golpe moral, el reencuentro
familiar que coincide con el fin de la tormenta y que Ang Lee lo resuelve con
pequeños gestos: La mirada sorprendida y alegre de Paul, a pesar de su
frustrada experiencia sentimental, el consternado silencio de Wendy (que antes
sorprendió con un abrazo emotivo a Sandy a la vista del cadáver de su hermano),
las lágrimas de arrepentimiento de Ben y el leve abrazo afectuoso de Elena a su
marido. No hay la palabra fin, sólo la oscuridad súbita del ecran antes de que
salgan los créditos finales. Y es que, finalmente, la vida, hecha de
experiencias rudas y venturosas, melancólicas y alegres, continúa su marcha
aunque nada es seguro y permanente.
- VI -
La
Tormenta de hielo es un paso adelante en la obra de
Ang Lee. Pero su éxito, sin duda se debe también al extraordinario cuadro de
actores que encabeza Kevin Kline. Este actor, luego de su participación en Reencuentro (The Big Chill, 1983) , realizó una serie de películas en las que
se temió que quedara encasillado como comediante, y no necesariamente exitoso.
Pues bien, en esta cinta Kevin Kline demostró sus notables condiciones de actor
dramático. Hay que verlo intentando vanamente comunicarse con Paul o en su papel de macho
burlado en la fiesta de los Harford, para darse cuenta de su madurez alcanzada.
Sigourney Weaver está espléndida en
su rol de amante de Ben. Y uno de sus
grandes momentos es cuando pasa del gesto placentero al aburrimiento y luego al
desprecio de su pareja. Su Janey resulta siendo una mujer fatal atractiva e
inolvidable.
Pero, no seamos injustos con los demás
actores. El conjunto, en general, es parejo y hace de la película una
experiencia digna de verse. Aún cuando salgamos del cine conmocionados y
perplejos.
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