(1982)
Director: Clint Eastwood
América, años de la
depresión económica. Red Stoval (Clint Eastwood) es un cantante de música
“country” a quien el el éxito le ha sido esquivo toda su vida. Ahora, sin
embargo, se le ha abierto la posibilidad de probar su valía en el Gran Ole Opry
de Nashville, que lo sacará del anonimato, que le abrirá las puertas de la
gloria. Como ya lo viviera en la Oklahoma del siglo pasado y la gran carrera
por la posesión de la tierra, el viejo que lo acompaña (John McIntire), sabe lo
que este viaje significa para Red. Y, por ello, mirando la pradera que se
extiende hacia el horizonte desentraña, para su nieto Whit (Kyle Eastwood), la
verdad detrás del camino emprendido. Más allá del beneficio material, efímero y
volátil en un medio de geografía hermosa pero precaria y de personajes
miserables, está el encuentro consigo mismo, el conocimiento de sus
posibilidades, la realización de sus sueños. Una vez más, la búsqueda del
paraíso, la aventura tras el ‘sueño americano’.
Red es un tipo que se está
muriendo. Su cuerpo, agotado por la bebida, los golpes, los fracasos y las
noches interminables, ha sido invadido por la tuberculosis. Red sabe que el
final está cerca y, por ello, el viaje a Nashville se convierte en una carrera
contra el reloj. Y mientras el coche se desliza por la cinta de asfalto, se esbozan los versos de una canción, se
destrozan los barrotes de una cárcel a la manera de un viejo ‘western’, se
cobra una deuda atrasada a un fullero, se le da la mano a un viejo que retorna
a su tierra, se le da una lección de vida a un muchacho.
Honky
Tonk Man es una hermosa película dirigida por Clint Eastwood, en torno al
aprendizaje, que respira simpatía por unos personajes poseedores de una gran
dimensión moral. Whit, es un muchacho que admira y quiere a su tío Red. Y como él, dejará a
los suyos para emprender su propia búsqueda. Talento y capacidad de observación
no le faltan, por ello su complicidad con Red resulta perfecta, auténtica. El
viaje significa para Whit una verdadera instrucción en el riesgo y la picardía,
el descubrimiento del amor, el gusto por la aventura, pero también implica su puesta en contacto con
una serie de personajes desplazados y empobrecidos, que terminan habitando las
composiciones que Red interpreta con voz cansina.
Honky
Tonk Man es un film de ritmo deliberadamente lento, acorde con los ambientes
monótonos y deprimentes de una América rural en crisis. A pesar de ello, un
sutil encanto se desprende de cada una de las anécdotas que componen la travesía
de los cuatro personajes, disímiles en la edad y en los caracteres, pero con
una experiencia en común y un aprecio por la vida que se revela en ese terco
empeño por lograr el objetivo trazado. Pero, es en la parte culminante del
film, desde el ingreso de Red al Gran Ole Opry y su prueba descalificadora -
por la tos que lo agobia y traiciona- hasta la aparición de los créditos
finales acompañados por la música de Red que la radio transmite, donde Eastwood
alcanza como realizador esa maestría heredada de los clásicos, y que en él se
manifiesta a través de la simplicidad en la narración, la serenidad en el
encuadre y el cariño por los personajes marginales.
La fascinación de Whit siguiendo de cerca la
última grabación de Red, esforzada, entrañable, agónica, nos resulta
ineludible. Su tristeza y emoción expresadas en la contemplación del final de
Red, y luego en su funeral, las hacemos nuestras y nos traen cálidos recuerdos
de esa despedida final, digna, pudorosa, de Pistoleros al atardecer (1961, Sam Peckinpah). Sin embargo, Honky tonk man no es un film pesimista.
La llave del coche de Red lanzada a la tumba por Whit, nos dice que el
muchacho, ahora convertido en un hombre, marchará entonces solo, con sus
propios medios y con su guitarra, por la larga e infinita carretera.
ROGELIO
LLANOS Q.
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