30/11/13

COITUS INTERRUPTUS: PLACER O NO PLACER, ÉSE ES EL DILEMA



Escribe: Rogelio Llanos

- I -

Algunos le llaman el método de la marcha atrás, otros, con cierto aire doctoral, lo denominan coitus interruptus. Ya sea en español o en latín, que para los efectos es lo mismo, lo cierto es que a pesar de exhibir un título provisto de  cierto aire de arrepentimiento, inventado tal vez por alguien que tenía la plena confianza en que luego de un desliz amoroso era posible corregir el desatino incurrido, tal título encierra también una advertencia: ‘cuidado, tal vez has ido o estás por ir demasiado lejos, y si bien lo estás disfrutando, después te puede pesar’. ¿Y cuándo es ese después? Pues, una vez que el placer da paso a la reflexión o, de otra manera, cuando los instintos (los bajos instintos dirán los mal hablados) han sido aplacados y luego del sueño reparador que sigue a los avatares y estertores del combate amoroso.

Efectivamente, tras el orgasmo liberador, casi con toda seguridad, las dudas acerca de si el procedimiento dio resultado o no quitarán irremediablemente algunas horas de sueño a él o a ella. Cierto es también que nadie quitará lo bailado a la pareja, como suele  rezar ese dicho popular que resume esa actitud de muchos  de ‘gozar ahora que después, ya se verá’. Pero ese gozar ahora, por lo general  vivido con cierta torpeza y tensión, suele estar mayormente determinado por aquel tiempo que le toma al hombre transitar desde las primeras caricias que da o recibe hasta su pico orgásmico, es decir aquella pequeña montaña por la que él asciende lenta y  placenteramente y de la que desciende vertiginosamente y, a veces, con no poca desilusión. Es luego de este descenso, entonces, cuando aparecerán los primeros síntomas de la preocupación - sobre todo en ella -  que podrían devenir más adelante en angustia, si acaso el día fijado para que aparezca la deseada regla, ésta empieza a brillar, precisamente, por su ausencia.

Lo lamentable, entre otras cosas, es que esta angustia de la pareja ni siquiera tendrá, en un gran número de casos, el consuelo del recuerdo de una situación de pleno solaz y satisfacción, como es de desear que ocurra en toda relación sexual. La peor parte, claro está, la lleva la mujer, cuyo papel se reduce numerosas veces a ser mero objeto de estímulo para el hombre, destinando, además, gran parte de su energía a mantener un estado de vigilia tal que le permita recordarle a su pareja que debe retirar el pene apenas empiece a desencadenarse el proceso de la eyaculación, con lo cual sus probabilidades de alcanzar el propio clímax disminuyen de manera clamorosa.  Y para agravar aún más las cosas, está ahora con la incertidumbre de si logró evitar que un minúsculo espermatozoide se colara de manera impertinente en su matriz, poniéndola en los umbrales de  un embarazo no deseado.

- II -

Desde tiempos inmemoriales esta marcha atrás o “coitus interruptus” como suelen llamar los especialistas a este método anticonceptivo ha sido una práctica a la que ha recurrido el hombre en no pocas oportunidades. Ya la Biblia nos da cuenta del ‘primer hombre’ que puso en boga este método: el inefable Onán.  Y si él no fue el primero, fue, por lo menos, el primero a quien Dios escarmentó por negarse a eyacular en la vagina de su mujer. Así que este método, desde el saque no fue bien visto por los fanáticos religiosos, aunque, bien lo sabemos y es una verdad de verdades, la hipocresía existió desde que el hombre posó sus pies sobre la tierra. Pero, también, fue la salida inmediata para todos aquellos que no quisieron tener o incrementar su descendencia. Sin duda, el temor a convertirse en padre o madre prematuros habría recorrido las diversas épocas de la historia de la humanidad, y es precisamente este temor el que terminó imponiéndose al miedo de ser objeto de las iras  de un Dios vengativo y castrante, en el que se cree...pero sólo para aquellas cosas que no tienen que ver con el sexo.

Para aquellos cultores de una moral pacata e hipócrita así como para muchos cristianos, el asunto no concluyó con la maldición de Onán y sus seguidores. Por el contrario, ahora sus esfuerzos estuvieron dirigidos a incluir dentro del pecado de Onán a la masturbación, aquel desahogo natural, sano e inofensivo, practicado por hombres y mujeres, y que aquellos empezaron a denominar vicio solitario,  con toda la premeditación, alevosía y maldad de la que eran capaces. Con ello, sin embargo, caían en una contradicción, pues Onán, según la crónica bíblica, al momento de ser descubierto por el ojo omnipotente, no se estaba autoestimulando, sino llevando a cabo un coito común y silvestre. La única coincidencia con la humilde masturbación era el  genocidio planeado de los millones de espermatozoides que, tras su alocada carrera, terminaban precipitándose al vacío, lejos de la ansiada y húmeda calidez del conducto vaginal.

Pero, la ceguera y el prurito moralista llevó a estos fanáticos a insistir en una sinonimia sin sustento alguno y, además, al invento de una serie de fantasmas destinados a reprimir la masturbación (locura, enfermedades y otras sandeces). Y, entonces, a todos los hombres y mujeres, que en la soledad de sus habitaciones, se entregaban placenteramente al disfrute de aquella gracia que la naturaleza nos ha otorgado, les llovió también azufre y ceniza del cielo cuando fueron lapidados con el sanbenito de onanistas. Pero en este caso sí podemos decir que la justicia tarda, pero llega. La historia, el tiempo y la semántica, finalmente, han demostrado que aquellos que durante siglos fungieron de jueces celadores de una falsa moral, no eran más que unos ignorantes, reprimidos y unos pobres diablos predicadores. Lo que subleva, sin embargo, es que a pesar del descrédito de aquellos charlatanes, y de la pública reivindicación de la gratificante actividad masturbatoria así como del derecho de cada persona a ejercitarla y gozarla, todavía existen personajes que siguen exhibiendo muy orondos su analfabetismo y haciendo de la falsa ecuación, onanismo igual a masturbación, todo un principio anatemizante.


- III -

Pues bien, hecho el deslinde y llamando a las cosas por su nombre, nos quedamos ahora con el coitus interruptus, que como ya lo hemos mencionado es conocido y ejercido por el hombre desde hace muchos, pero muchos siglos. No diré desde los albores de la humanidad, porque no nos imaginamos a un hombre primitivo negándose a dejarse llevar por el instinto y perdiéndose la oportunidad de gratificar a sus aún rústicos sentidos mediante la placentera eyaculación en el interior del objeto de su deseo y luego de un apareamiento salvaje, violento (¿hay alguno que no lo sea?) y quizás como producto del establecimiento de una cierta supremacía al interior de un grupo humano.

El resultado más probable, entonces, era la preñez de la hembra y la multiplicación de la especie. Instintivamente, pues, la humanidad fue creciendo hasta llegar a aquellas organizaciones sociales primitivas en las que, en algún momento, el incremento de la descendencia no fue bien visto o el concepto de familia, y las restricciones correspondientes, empezaron a arraigarse. Aún nos falta investigar este paso y, por ello, emulando a Stanley Kubric en el trazo de esa gran elipsis de 2001: Odisea del espacio –el mono que descubre el hueso como arma, lo lanza al espacio, y este hueso se transforma maravillosamente en una nave espacial- obraremos de manera similar: tras la primera descarga seminal del hombre primitivo que empieza a poblar el mundo, hacemos un arco por sobre toda la evolución de la especie humana y llegamos a este presente donde, a pesar de los grandes adelantos de la ciencia, aún seguimos apelando a este viejo recurso del coito interrumpido para no continuar incrementando la tasa poblacional...o tal vez, simplemente, para que no quede huella alguna de la infiel aventura física.


- IV -

Y es que el coitus interruptus es el método que tenemos más a la mano, y el que, mal que nos pese, nos puede aliviar –en toda la extensión de la palabra- en aquellos momentos en que, yaciendo junto al ser amado o deseado,  nos urge descargar toda nuestra energía acumulada, es decir, toda nuestra pasión o arrechura. A diferencia de lo que ocurre con el uso del condón, aquí la carne está en contacto directo, no hay ninguna barrera plástica que impida a la mujer tocar, acariciar, lamer, besar o sentir en su interior el pene de su pareja. Asimismo, podrá gozar del roce intenso del glande con las paredes de su cavidad vaginal, y se deleitará con el sonido que ocasiona el pene deslizándose a través de los jugos y secreciones íntimas de ambos. Sí, efectivamente, si no hay otro método alternativo por el momento, tal es la salida inmediata...aunque insegura.

Eso sí, lo recomendable en tales casos es que el hombre no haya tenido una eyaculación previa. Recordemos lo siguiente: el hombre puede llegar al orgasmo en segundos, aunque apelando a un esfuerzo extraordinario puede retrasar la descarga orgásmica hasta llegar al minuto y medio como promedio y, en algunos casos (¿óptimos?) alcanzar los tres o cuatro minutos. Aquí, para efectos de estimación de tiempo, por supuesto, estamos hablando de un bombeo constante o de una acción masturbatoria  también continua. Pues bien, hay algunos hombres que a fin de durar más durante la cópula se masturban en los momentos previos al encuentro sexual. Y ello no está mal, pero lo que definitivamente no será conveniente es que esta masturbación se lleve a efecto justo cuando hay la intención de practicar en lo inmediato el coitus interruptus como método anticonceptivo. Algo de semen podría quedar en el conducto de salida y con ello hacer aún más inseguro – o inútil- el método mencionado.

Existe una gran cantidad de literatura técnica, científica y pseudo científica que sostiene que sí es posible practicar el coito luego de una primera eyaculación, y para ello se requiere simplemente que el hombre orine luego de concluir la cópula – con lo cual el pH ligeramente ácido de la orina eliminaría a los espermatozoides remanentes en el conducto de salida - y proceda a un lavado cuidadoso de sus genitales. Sin embargo, vistos los números que las estadísticas muestran y, con la desconfianza nacida de la misma magnitud del riesgo al que nos enfrentamos, preferimos darle un crédito mediano a esta opinión. En todo caso, quien quiera probar...tal vez la suerte esté de su parte o que la Fuerza lo acompañe..

Por lo tanto, alineados dentro del ala conservadora (sólo para este punto) damos como primera recomendación para la práctica gozosa  –si no hay más remedio- del coitus interruptus, que no haya habido masturbación previa. Pero, aclaremos, esta recomendación no garantiza la confiabilidad del método. De acuerdo a los estudios de investigación, este método es el más inseguro de todos. Y sin masturbación previa o con ella, según algunos especialistas, el porcentaje de fallos por año está entre el 18 y el 23 %. Así pues, la pareja que acude a este método debe estar avisada que está jugando con fuego. Pero, si el riesgo agrega placer al encuentro o si no se animan por utilizar otros medios paliativos (de los cuales hablaremos en otra ocasión), pues entonces, adelante...y parafraseando a cierto personaje de la política criolla local...Que Dios ampare a la pareja.


- V -

Sigamos entonces con algunas sugerencias, que aparte de ayudar a incrementar las posibilidades de protección, permiten obtener o incrementar el placer de la pareja. Alguna joven con poca experiencia, por ejemplo, podría preguntarnos acerca de cómo saber si su pareja se ha masturbado recientemente o no. Pues bien esta pregunta que puede parecer ingenua, tiene muchas aristas en las respuestas y, de hecho en su puesta en práctica. Veamos por qué.

Partamos de una pareja promedio. La pareja promedio tiene un pobre nivel de comunicación en el orden sexual. Generalmente, el uno asume que el otro conoce sobre el tema y que, al final, todo se reduce a un entrar y salir y una eyaculación final, en el caso del hombre, y en el caso de la mujer la suposición (por parte de él) de que gozó con la experiencia y si llegó al orgasmo o no, mejor ni preguntar. Y es que hay cosas que se ocultan, que no se dicen o preguntan por vergüenza o porque el hombre tiene ciertas ideas preconcebidas sobre cómo desarrollar la actividad sexual. Lamentablemente, hay que decirlo, en la gran mayoría de parejas, el hombre impone el comportamiento sexual, bajo la premisa –totalmente equivocada- de que es quien domina las artes amatorias por su experiencia (de él sí se acepta como bueno el que haya compartido el lecho con otras mujeres) y por su condición de macho.

Pues bien, bajo la premisa anterior –repetimos, total y radicalmente equivocada- resulta casi impensable que la mujer le pregunte directamente a su pareja si se ha masturbado o no. Quizás sea el temor o la vergüenza de hablar de tales asuntos que competen a la intimidad del otro lo que le impida hilvanar la pregunta de marras o tal vez sea la certeza o la intuición de que su pareja va a responder con indignación a tal interrogante o el presentimiento de que se lo va a tomar a mal o con vergüenza ante la considerada insidiosa insinuación. Pues resulta que la masturbación, a pesar de que los falsos mitos (locura, minusvalía, etc.) han sido derribados, sin embargo, continúa siendo inaceptable para no pocos hombres, que ven en ella, incluso, una suerte de cuestionamiento a las buenas y sanas costumbres, una total falta de madurez y, yéndose al extremo, un atentado a la sacrosanta virilidad. Pero este es un tema para desarrollar en otro momento.


- VI -

En vista, entonces, de que la pregunta directa puede convertirse en un agravio y, por lo tanto un adiós prematuro al placer previsto, pospongamos esta opción hasta cuando haya la suficiente confianza entre la pareja y, sobre todo, hasta cuando hayan aprendido –pensemos que eso es posible, pero no es nada sencillo- a comunicarse. Recordemos bien que entre el placer y la pelea sólo existe una delgada línea de separación.

Y bien, ¿qué hacer, entonces? Aquí vamos a hacer una importante suposición: la pareja ha logrado traspasar las antiguas, restrictivas y frustrantes  prácticas copulatorias decimonónicas, las cuales se restringían a un coito elemental (movimientos de entrada y salida del hombre mientras la mujer se mantenía en estado de total pasividad) que concluía cuando el hombre finalmente eyaculaba (modelo reproductivo). Para felicidad de la humanidad, este tipo de cópula está cada vez más en retirada, aunque, triste es reconocerlo, todavía existe, especialmente en aquellos grupos sociales de mayor atraso económico y cultural, y donde el machismo se expresa con mayor virulencia. 

Siguiendo con el supuesto, entonces, tenemos a una pareja que se toma el tiempo necesario para explorarse. Hoy por hoy, aún cuando se trate de una pareja con bajo nivel de comunicación, y el hombre esté provisto de muchos prejuicios, tienen lugar algunas audacias, las cuales, probablemente, serían objeto de miradas de reprobación, ácidos comentarios y no poca envidia por las generaciones anteriores.

Pues bien, ¿qué hará esta pareja? Tocarse, acariciarse, y estimularse a través de la manipulación de las llamadas zonas erógenas y, especialmente, de los genitales. Es aquí, llegados a este punto, donde podemos efectuar una sugerencia sobre el qué hacer en estos casos, sugerencia que tampoco asegura éxito, es verdad; es más,  ni siquiera está avalada por la investigación científica (todo hay que decirlo), pero al menos tiene una buena dosis de imaginación, mucho de placer y proviene del intercambio de experiencias con mujeres francas, entrañables y provistas de una excelente proclividad a la exploración y al goce sexual.  Al fin y al cabo, sin dejar de privilegiar el carácter lúdico del encuentro amoroso, un excelente objetivo es que la mujer  incentive y agudice  todos sus sentidos: vista, olfato, tacto y gusto. Esta sugerencia –suerte de teoría casera y experimental- provino en realidad de una joven con fértil imaginación, altamente dotada para las artes amatorias y un exquisito sentido del gusto.


- VII-

Veamos, entonces, qué nos sugirió nuestra joven amiga para detectar si ha habido una eyaculación previa al encuentro amoroso. “Todo debe empezar con las primeras exploraciones”, dijo ella. “Allí” – siguiendo siempre con sus indicaciones- “la mujer debe acariciar el pene del hombre con sutileza, mirarlo como quien no quiere la cosa, y tocar muy suavemente (porque es una zona muy sensible al igual que el clítoris) la punta del glande”. “Tanto si está sumamente excitado como si ha concluido de manera reciente una práctica masturbatoria” -subrayó que ello no ocurre si ha transcurrido mucho tiempo desde que concluyó la masturbación o si aún no existe la suficiente excitación-“quizás sea posible tomar distraidamente con los dedos, esa pequeña gotita de líquido viscoso que se forma en la punta del pene”.

“Este líquido –fluido de Cowper (ella sabía hasta el nombre del científico que estudió la fisiología del hombre)-  podría estar conduciendo espermatozoides, y con mayor razón si es que ha ocurrido una eyaculación previa”. “¿Es posible saberlo?”, le pregunté no sin cierta ingenuidad. “No siempre, pues se trata de elementos microscópicos”, respondió ella con presteza. “Sin embargo, será bueno oler este líquido  y tratar de reconocer el olor característico del semen”, pontificó la joven con firmeza y seriedad. “Te repito, si ha habido una eyaculación previa reciente, sí podría ser posible reconocer la presencia del semen por el olor”, nos dijo de manera concluyente observando nuestra expresión de escepticismo. “La otra opción, y mejor aún”, dijo con toda la frescura del mundo, “es iniciar una fellatio, y comprobar ya sea oliendo el glande o lamiéndolo, si es que ha tenido lugar una expulsión previa de semen”. “Pero, no siempre es posible detectarlo”, retrucamos con terquedad, “con el paso de las horas, minutos tal vez, el olor desaparece, y si ha habido un lavado previo, lo más seguro es que no quede rastro alguno”. “En todo caso, tonto, que el placer no se frustre y que vuele la imaginación de la mujer mientras efectúa el acto felatorio”, concluyó nuestra joven amiga, mientras una sonrisa burlona y pícara iluminaba su rostro agradable y provocador . “Al final y al cabo”, concordamos, “resulta interesante tornar el juego detectivesco en una suerte de pretexto para iniciar, con toda la calma e intensidad del momento, ese dulce y acariciado ascenso hacia el ansiado clímax amoroso al que tiene pleno derecho toda  pareja”.

Ahora bien, si no ha habido eyaculación de por medio, ¿es posible tener una relación sexual usando el coitus interruptus como medio anticonceptivo? Tal vez sí, en todo caso, la confiabilidad se incrementaría ligeramente.  Repetimos, tendríamos un ligero incremento de la confiabilidad, pero no hay nada, lo decimos categóricamente, que nos asegure un alto porcentaje de éxito, y siempre habrá un elevado grado de incertidumbre en este método, y junto con esta incertidumbre lo que habrá, sobre todo, es un profundo sentimiento de frustración tanto en el hombre como en la mujer. Por lo tanto, lo que mencionaremos a continuación es, más bien, cómo atenuar –no eliminar, porque ello no es posible bajo nuestro particular punto de vista- ese sentimiento de frustración.


- VIII -

Retomemos la situación anterior. La mujer practicando una fellatio, reconociendo la naturaleza de la secreción masculina y, por supuesto, disfrutando de su sabor, su viscosidad y transmitiendo a su pareja el placer necesario para motivarlo a que él la retribuya llevando a cabo la actividad equivalente a la que ella está haciendo. Por ello, precisamente, altamente recomendable es la posición denominada 69. Es decir, el hombre explorando con la lengua y los labios las partes íntimas de ella, mientras ella juega con el pene en su boca. Es cierto que no a todos los hombres gusta efectuar el cunnilingus. Algunos hombres, de mente obtusa y pobrísima imaginación, consideran que los genitales de la mujer son sucios y, por ello, se pierden de la gratísima sensación de dar y sentir placer acariciando aquel hermoso lugar que el gran Courbet llamó con toda felicidad El Centro del Universo. Algunos autores traducen también el título original francés como El Origen del Universo. Unos y otros aciertan. Ambos son nombres muy bellos para esa región femenina de un encanto sin igual.

El concepto de mayor importancia cuando se lleva a cabo una relación sexual es que tanto el hombre como la mujer tengan la oportunidad de gozar y de llegar cada uno a su orgasmo. Que uno llegue primero que el otro o que lleguen juntos, no importa demasiado. Ya Shere Hite pulverizó en sus textos el mito de la simultaneidad orgásmica (tema que trataremos muy pronto). Lo importante es que ambos alcancen el clímax y gocen de los beneficios que significa esa explosión interior de energía y que continúa luego con esa sensación de paz y sosiego que sólo se consigue a través de esta manifestación de placer.

Pues bien, cuando se utiliza el coitus interruptus  como método de anticoncepción, el clímax de ambos debe ser casi una obligación, pues ello, precisamente, sirve para atenuar, de un lado, la frustración femenina de no sentir la descarga seminal en su interior, y de otro, la frustación masculina de tener que ir en contra de su deseo y de su instinto natural de mantener, o introducir aún más y vigorosamente, el pene en la vagina de su pareja, y por lo tanto, estar obligado –con toda la tensión que el momento comporta- a retirar el pene rápidamente para que el semen sea expulsado fuera del orificio vaginal.

De allí que nuestra sugerencia es que la mujer llegue al orgasmo antes que el hombre. Y para ello, el hombre debe estimular suavemente, con muchísima delicadeza, y como si su vida dependiera de ello (por favor, no reírse, estamos hablando en serio), el clítoris de su pareja, de preferencia con la lengua o delicadamente con la punta de uno de sus dedos, y en este caso tocando únicamente la superficie alrededor de él, sintiendo cómo se erecta y endurece, y jamás poniendo el dedo directamente en la punta, porque le ocasionará dolor y pérdida de placer a su pareja. En otras palabras se debe trabajar directamente en pos de un orgasmo por excitación directa del clítoris. La búsqueda del orgasmo a través de la penetración vaginal, en estas circunstancias, es mucho más difícil, pues lo que puede ocurrir en el intento es una eyaculación indeseada en el interior de la vagina o simplemente la terminación por parte del hombre y su desinterés por hacer que su pareja llegue al clímax.

Apenas producido el orgasmo femenino, el hombre debe introducir –siempre con cuidado y habilidad - el pene en la vagina de la pareja, la cual en ese momento instintivamente tiende a cerrarse, pero conservando aún cierta humedad. Proceder, pues, a abrirle los labios menores de la vulva e introducir lentamente, pero con firmeza, el pene –a estas alturas, lo suficientemente duro y erguido- motivando a que ella intente la búsqueda de un nuevo clímax o la prolongación del anterior. No olvidar que la multiorgasmicidad de la mujer hay que descubrirla con paciencia y destreza. Esta tarea, obviamente, no es apta para los apurados buscadores de orgasmos (de los propios, claro está).

Por supuesto, no siempre esta respuesta multiorgásmica es  coronada por el éxito. Pero ello no debe desanimarnos, pues si ella ya logró tener un orgasmo, el hombre debe considerar que ya se ha ubicado dentro de ese círculo bastante privilegiado de personas que ha podido compartir la experiencia de apreciar y a la vez ser protagonista del proceso orgásmico femenino. Y lo que de allí se deriva no es otra cosa que una reacción en cadena que involucra la multiestimulación de los sentidos del hombre a causa de la excitación visual (hinchazón de los genitales y espasmos orgásmicos de la mujer), auditiva (gemidos propios de la manifestación placentera de ella), gustativa u olfativa (sabor u  olor de las secreciones vaginales o del sudor de ella), y tactil (dureza de los pezones o del clítoris, la humedad cálida de la vulva).

El resultado, pues, de este violento proceso violento de excitación es la exacerbación del deseo sexual del hombre, quien experimentará un fuerte impulso hacia adelante, bastándole entonces unos cuantos bombeos (movimientos de entrada y salida) para sentir que el semen está a punto de descargarse. Es allí, precisamente, donde el hombre debe retirar el pene y, de preferencia –ésta es una sugerencia de mi joven amiga- ubicarlo sobre la región abdominal de la mujer, mientras lo sostiene firmemente con la mano, agitándolo luego vigorosamente, para cuidadosamente dirigir el tibio flujo del semen hacia el pecho de la mujer.

Le preguntamos a ella el por qué eyacular sobre el abdomen de la mujer. Me respondió diciendo que era porque, por lo menos así, viendo tanto el uno como la otra, la manera en que el semen sale disparado del pene, se producirá una extraordinaria gratificación emocional que  disfrutará la pareja de manera conjunta, cosa que no ocurre cuando –como sucede con algunos, por exceso de celo en la aplicación del método, se concluye eyaculando sobre los muslos de la mujer o lo que es peor sobre la cama en la que ambos se encuentran. “Otra sugerencia”, nos indicó esta joven con su aire de sabiduría y suficiencia, “de resultados altamente positivos, es que la eyaculación se efectúe en la boca de la mujer, siempre y cuando, claro está, ella acepte y, sobre todo, que muestre satisfacción y placer por ello”. Efectivamente, recordemos aquí, que nada debe hacerse por obligación. Hay quienes gustan eyacular sobre las nalgas o espaldas de la mujer, especialmente cuando la penetración es desde atrás. “Mira”, me dijo de manera tajante, “si tal situación es motivo de goce para la pareja, pues adelante, pero, insisto, el compartir ambos la visión de una eyaculación es para muchas parejas altamente placentero”. “En todo caso”, concordamos una vez más, “debe procederse de tal manera que ambos queden lo suficiente y claramente satisfechos”.


- IX -

Bajo la situación descrita, por tanto, ambos han tenido un clímax, no el mejor o el más largo o intenso, pero bajo la condición propia del método, algo para recordar después como un momento grato y único. Lo que no se debe olvidar, repetimos, es que siempre existe la posibilidad de que haya algunos espermatozoides en ese líquido viscoso que evidencia la excitación masculina. Y una vez que ellos están en la cavidad vaginal, puede que no haya fuerza humana que los detenga en su impresionante e impetuosa carrera hacia la fertilización del óvulo.

Es bueno por ello también comentar que hay algunas mujeres que utilizan un irrigador para lavarse la vagina luego de concluida la relación sexual. Y este irrigador lo usan tanto si se trata de coitus interruptus o no. En el primer caso, si lo vemos en términos de eficacia, simplemente diremos que incrementa en algo la confiabilidad del método, lo que se pierde, sin embargo, es la posibilidad de que la pareja continúe en contacto o prodigándose caricias o simplemente reposando después de haber llegado al clímax, debido a que la mujer tiene que salir rápidamente a efectuar el lavado vaginal; y esto es algo que algunas mujeres estiman injusto, pues mientras ellas tienen que levantarse y correr hacia el baño para proceder a su lavado, el hombre sigue echado en la cama, tomándose un descanso reparador. A ellas, pues, no les falta razón, y por ello siempre es necesario buscar un método que les permita a ambos gozar a plenitud en todas las fases. Nosotros estamos entre los convencidos de que cuanto más goce ella, él alcanzará altísimas cotas de placer. El coitus interruptus no es, precisamente, un método que haga ello posible.

Para concluir, una vez más las estadísticas: entre un 5 y un 15 por ciento de las mujeres que usan métodos anticonceptivos diseñados para utilizarse en el momento del coito (diafragma, preservativo, espuma, coitus interruptus) quedan embarazadas durante el primer año de su uso. Y por otro lado, tal como dicen los diferentes manuales sexuales: el coitus interruptus requiere un alto grado de autocontrol y un preciso sentido de la oportunidad. ¿Y todos tenemos estas cualidades? La alta tasa de embarazos producidos en mujeres que practican este método, trescientas de cada mil, es una clara muestra de que la gran mayoría de hombres ni poseen ese famoso autocontrol del que a veces se pavonean y casi siempre se retiran a destiempo, entre humillados y afligidos. “O por lo menos”, agregó nuestra amiga, “tal es cómo lucen luego de su no siempre gloriosa descarga seminal”.

Lima, mayo 2005

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