Para Gaby, brazos en alto y aullidos rockeros
Para Ceci, que estuvo allí con nosotros.
Para la Yolita, los detalles que no pudo ver.
Shakira: objeto de mis más febriles deseos (cuando no tenía el
pelo pintado)
Cintura cimbreante, perversa invitación a la lujuria (libreto en mano)
Bellos ojos para reflejar el deseo en expansión (y los dólares del
marketing)
Piernas que semejan torneadas columnas, soportes del universo entero (y del
argentino De la Rúa)
Senos que advierten de ocultos placeres gozados ( y que pronto pasarán por
el plástico de turno)
Boca hecha exclusivamente para libaciones olímpicas (y de playboys
terrenales).
El día amaneció soleado, cálido. Otro
cinco de marzo más y, como decía mi abuelo un año menos de vida. Pero, bueno,
digamos la verdad, no se trataba de un cumpleaños más, era sobre todo un día
muy esperado por la familia, por la pequeña familia, era una fecha para la cual se había vivido a lo
largo de casi un mes, pasando por angustias y preocupaciones, por emergencias y
enfermedades. Pero, sorteando todas las
dificultades presentadas, al fin habíamos llegado victoriosos a este día: el
día del concierto de Shakira. La
noche de la mangosta. La hora de los gritos y la canciones, de los silbidos y
los aplausos. Y también el minuto final en el que los 330 dólares VIP se iban a
convertir en un jubiloso recuerdo.
Ni más ni menos. La colombiana, no la de Pantaleón…, sino la engreída de García Márquez, nos había concedido el
privilegio de aterrizar en nuestro sufrido país para transportarnos con su
cimbreante figura y sus edulcoradas canciones
a ese universo inasible y efímero en el cual es posible tenerlo y
alcanzarlo todo: el paraíso de los sueños y de la imaginación. Para todo
peruano biennacido y que se precie de ser normal, ¿podría preocuparle el pequeño hipo
inflacionario de este caluroso verano, después de haber visto las nalgas de Shakira golpeando la pantalla de
televisión al compás de Ojos Así?
¿le interesaría saber acerca de la píldora antimenstruación y de la lucha emprendida por un folklórico
Ministro de Salud para prohibir condones y píldoras anticonceptivas después de
haber saturado las neuronas y todos los resquicios cerebrales con los
movimientos de tigresa en celo de esta jovencita de apenas veintiséis añitos?
Sin duda, el mundo no podría andar al revés y, como la naturaleza manda, y
gracias a ella estamos aquí, gritamos a todo pulmón: ¡Que viva la arrechura!,
…..y si es con azúcar y miel, a lengüetazos con ella.
Así que olvidándonos por un momento de la
ironía y melancolía de los últimos Dylan
y de las osadías del Raven de Reed, nos dispusimos a ponernos la
vincha de Shakira y a gozar del
espectáculo. Que Mr. Flit sepa bien que no hubo embozamiento alguno y sí, en
cambio, exposición pública de una panza cuarentona en medio de un mar de pubis
florecientes y pechitos desafiantes.
Muchas imágenes y recuerdos musicales
fueron desempolvados durante las casi dos horas de luces y sonidos de un
concierto preparado hasta el mínimo detalle, pero ninguno de ellos fue una
prolongación emotiva de lo ocurrido en el escenario. Fue, más bien, el producto
de esa, a veces impertinente, costumbre de criticar, de anteponer la razón a
aquello que, tal vez, no deberíamos sino mirarlo con complacencia, olvidándonos
que hemos pasado a a pertenecer esa categoría que de manera benevolente se ha
dado en llamar la edad madura o más intelectulamente, la edad de la razón.
Pero, caramba, efectivamente, tenemos ya 48 años. Y fue con esa desazón que me
desperté esa cálida mañana del pasado 5 de marzo.
Pero como todas las historias, éstas
deben empezar por el principio, así que así lo haremos y, en todo caso, que me
disculpen aquellos que quieren que les cuente exclusivamente los chismes del
concierto. Este no es el escenario, y sí en cambio, una hoja de papel donde
este humilde cronista, egocéntrico y malhablado, quiere dejar constancia de lo
que vivió, recordó, gozó y sufrió a propósito de la coincidencia de su
aniversario con un concierto al que era imposible faltar a menos que se tuviera
que vivir por el resto de nuestra existencia con el remordimiento de promesas
incumplidas a la niña de nuestros ojos.
El shock
La noticia de Shakira en Lima, allá por el mes de enero, nos puso ya en estado de
alerta. Se anunciaba un sismo económico de gran magnitud. Desde ya mi bolsillo
empezó a resquebrajarse. Y no sé si muchos se dieron cuenta o no, pero desde
ese momento empecé a caminar con las manos en los bolsillos. Algunos murmuraron
con malicia que había regresionado a mis años de húmeda adolescencia, otros
–entre envidiosos y maledicentes- dijeron que la influencia de Marco Aurelio
Denegri sobre mi mente –ya retorcida por el paso de los años- había sido
nefasta y que la locura estaba a la vuelta de la esquina.
Nadie jamás pudo imaginarse que los
bolsillos temblaran como poseídos por una maldición gitana. Nadie es capaz de
concebir que unos bolsillos pueden adquirir vida propia y manifestar un terror
semejante. Pero juro que fue así. Un día
escuché decir a la señora Teo que cada vez que lavaba mis pantalones, le
invadía un profundo sentimiento de melancolía. Es la Casa Usher, señora, dije yo inmediatamente, sientiendo al fantasma
de Poe en mis espaldas No me escuchó
anonadada por el fenómeno del que estaba siendo testigo.
Y luego el silencio. Pasaron los días y
ya no hubo más noticias. Los periódicos son mentirosos, escandalosos y
alarmistas. Tal vez alguien dijo que le gustaría que viniera la diva colombiana
y…¡zas!, un buen motivo para escribir una nota periodística. Pero no. El
domingo siguiente, allí estaba el aviso publicitario, con fecha y lugar
incluidos. ¡Mierda! 5 de marzo. Me cagó mi cumpleaños. “¡Papá! Vamos a celebrar
tu cumpleaños en el Jockey” dijo Gaby. Y no hubo más que pensar, decir o
llorar. Todo estaba dicho, organizado, oleado y sacramentado. “Hay que comprar
las entradas cuanto antes. No le vas a fallar a tu hija, ¿no?”, dijo una Yolita
feliz porque ya tenía aseguradas las entradas para el concierto de Joan Manuel Serrat, que se iba a
realizar a comienzos de febrero.
No claro que no le iba a fallar a la
Gabota. Tantos años prometiéndole llevarla a ver a Shakira (y tantas veces diciéndome que para que ella vinirera al
Perú…”Pasarán más de mil años y muchos más” ….), y de repente, allí ante el
aviso de la ahora rubia de mirada ensoñadora y labios divinos. Justo ahora que
acababa de romper el chancho para ver al autor de Mediterráneo. ¡Diablos!, ¿Qué hacer? ¿Pasar a la lucha armada?
¿Pedir un aumento?
La socialización de nuestros temores y
angustias no trajo sino más dudas y terrores. La severa mirada del ingeniero
Valverde no pudo ser más elocuente. Su ordenadísimo cerebro elaboró una hoja de
cálculo mental y tras una rápida evaluación económica dictaminó que la inversión
en el conciertito de marras, inversión supuestamente elevada, como no podía ser
de otra manera, no tenía retorno posible. En otras palabras, el VAN era
negativo y, que más valía, olvidarse del asunto y dedicarse a otras actividades
conducentes a la creación de valor y generaran utilidades contantes y sonantes.
Como es natural, el aviso publicitario habla de las cosas
buenas, pero no de las malas. ¡Entradas desde 20 dólares! Pero vaya usted a
saber a dónde iríamos a aterrizar. Y con el viejo cuento del mañana iremos a
ver las entradas, fueron pasando los días. Hasta que la Yolita, puso fin a
tanta incertidumbre. ¡O es ahora o es munca! Y así una tarde, luego de una
azarosa jornada de trabajo, en que el jefe tronó como Marte en la batalla
–aunque él siempre dice que jamás pierde los papeles, y todos asentimos al
unísono, unidos en el terror y cómplices en la refriega- nos dirijimos
presurosos a Saga, acompañados de una Gaby, feliz de empezar a hacer realidad
el sueño de ver en vivo y en directo a la rockera de Pies Descalzos.
¡¡¡¡¡¡¡¿Cómo?!!!!!! ¡¡¡¡¡¡¿Doscientos
veinte dólares, por estar en la fila cuatro?!!!!! ¿Y más atrasito? ¡¡¡¡¡¿Ciento sesenta?!!!!!
¿Y otro poquito más atrás? ¡¡¡¡¿ciento diez?!!!! ¡Diablos!, estos creen que
cagamos plata!, pensé desalentado. Si vamos más atrás, va a ser preferible que
me compre un disco y lo escuche a todo volumen. No voy a ver nada, y lo que es
peor es que a la Gabota, tendré que transmitirle en simultáneo el concierto,
pues las masas enardecidas no la van a dejar ver. ¡Oye, pero que caras están
las entradas!, protesté inútilmente a la guapa chica que me atendía. ¡Ni por Joan Manuel estoy pagando tanto! Mire,
señor - respondió amabilísima - a la gente le gusta Shakira, está de moda, la gente está comprando las entradas
y….además - y aquí dio el zarpazo mortal- usted dice que va a ir a ver a Serrat; usted se está dando un gusto,
pues bien, ahora déle un gusto a su hija. Mirada a la Gabota – nunca le había
visto ojos tan ansiosos, mismo Ojos Así
– y los muros de Jericó fueron derribados sin defensa alguna. Y, entonces, la
tarjeta salvadora: “Banco de Crédito a su servicio, señores. Ahora ustedes
pueden pagar en cómodas cuotas mensuales”. Y todo por cortesía de Mr. Romero.
Gracias señor Romero, pero no me olvido de la impronta montesinista que marcó
tu frente, por más que Llorente y compañía trataran de lavarte la cara. Así pues, este mes respiraré tranquilo y
viviré como si no hubiera tocado mis alicaídos ahorritos.
La espera
Los días pasaron. Rutina laboral entre gritos
y susurros, vacaciones de Gaby con piscina y clases de inglés (Avril Lavigne
mediante) y mate (que Dios te agarre en estado de confesión, hija),
agotamientos crónicos de la Yolita y palabras cariñosas de la mamá, cuya
permanencia en casa –no por mucho tiempo, pues extraña la suya y al hijo mayor
- me hace feliz y compensa los muchos años que los estudios y el trabajo nos
apartaron físicamente.
De repente la tormenta estalló. La mamá
de la Yola en la clínica, operación de emergencia, peligro de complicaciones,
recuperación final no sin angustias, lágrimas
y temores. Luego, la Yolita con infección estomacal. Los mal hablados
dicen que por comer demasiado. Ella dice que es falso, que su dieta es
permanente. Y yo digo que permanentemente la está empezando. Todo es cuestión
de interpretación. En todo caso, las intenciones valen.
Y, finalmente, la Gabota con tremenda
amigdalitis. Si la Gaby no mejora para el cinco, adiós concierto, gasto en
vano y no hay crónica. Aún recuerdo los
preparativos para el matrimonio de Susy y Piero. La Gaby pasó sin dormir días
de días con la ilusión de ver a los chicos en vestido de fiesta y en vísperas
de ir al tálamo nupcial, seguramente pensando en el tremendo tonazo que iba a
disfrutar en la soleada Chosica, planeando secretamente sacar a bailar a papá,
que una vez más andaba mal del pie y para colmo con el peso de la antiestética
barriga, buscando mentalmente cómo hacer para que la mamá le permita permanecer
en la fiesta hasta el final y no le esté martillando el cerebro con el
inevitable ¡Nos vamos, Gaby!, porque una
vez que ella decide, no habrá Dios ni fuerza humana que la hagan cambiar de
opinión. Pequeña será, pero su terquedad es de proporciones gigantescas. Leo,
pues, ¿ya?
Pues bien, en esas andaba la Gaby, y justo
el día del día del matrimonio, su pancita, le jugó una mala pasada. Sacando
fuerzas de flaqueza, quiso seguir adelante, pero la pancita fue implacable.
¡Quiero ir!, dijo con la angustia reflejada en su carita. Bueno, te tomas un té
y nos vamos dijo la mamá. Y papá: si te sientes mejor dentro de un rato podemos
ir, todavía hay tiempo. Y juro, que si salíamos media hora después, ni
Schumacher me alcanzaba. Pero, finalmente, la pancita se impuso al corazón, al
cerebro y a todo su pequeñito ser: ¡No va ella y nadie más va!, gritó
categórica y malgeniada la pancita. Y papá tuvo que guardar su veintiúnico
terno, y la mamá cambiar el vestido por la bata para atender a una Gabota cuyos
tremendos lagrimones le recordaron a papá las frustraciones que por años sufrió
a causa de unos malditos resfríos que hasta en tres ocasiones le impidieron ver
la entrañable Jules et Jim. A la
cuarta fue la vencida, pero el dolor y la impotencia quedaron en el recuerdo.
Todo esto vino a cuento porque la
amigdalitis de Gaby, tras un pequeño receso, recrudeció con fuerza y, papá
siempre pesimista, pensó: Ya nos jodimos, no va la Gaby, no va nadie a este
concierto. Bueno, Jose (sin tilde) habría sido convocado en emergencia para
decidir si le podía ser infiel a Cosapi por unas horas para aprovechar las
entradas. Pero, el doctor John modificó su estrategia y aseguró con firmeza:
para el miércoles vas a estar bien y podrás ir a ver a Shakira. Palabras y pociones mágicas. Adiós dolor, adiós fiebre y
el camino quedó expedito para presenciar la noche de la mangosta.
El día
Cinco de marzo. Amaneció muy temprano. La
Yolita, muy cariñosa, con mimos a las cinco y media de la mañana, me sacó de mi
letargo. Amores somnolientos, amores de cuarenta cuarenta, que jamás inspirarán
–a Dios gracias- al inefable José José.
Duchazo para terminar de barrer los últimos restos de sueño. Y, luego, al
trabajo, con Dylan en la casetera a
todo volumen que en vigorosa versión satura nuestros oídos con el glorioso Like a Rolling Stone.
Días atrás cierta depresión había hecho
que lamentara el rápido paso de los años. Hoy día me sentía optimista, con
ganas de hacer cosas. Pensaba en que la Gabita iba a estar feliz hoy y tan sólo
de imaginarlo mi buen ánimo iba en aumento. En el trabajo, las felicitaciones
de rigor. Contento por las felicitaciones de las chicas: Julissa (Here comes
the bride, pero, esperemos con el final feliz que todos le deseamos. ¡Suertudo,
Andy!), Esmilda (discreta y añorante de tiempos felices que deseo que pronto
retornen para verla sonreir), Sadith (a veces amable, otras un tanto distante,
y de quien nunca sabré lo que está pensando), Olguita (empeñosa como siempre y
hasta que lo logró, ¡Congratulations!) y Giovanna (la inteligentísima Giovanna, ¿habrá alguien más capaz que
ella?). Y también el abrazo de los compañeros de trabajo.
15:00 hrs. Ya estaba en casa almorzando
el seco de cabrito que Tere envió desde Trujillo. ¿Fue con tamalito verde?
Tremendo banquetazo que me obligó, mismo lobo feroz después de engullirse a la
tierna ovejita, a una siesta reparadora. Nada de lectura, nada de
música….silencio total, preparando los sentidos para la recepción de la
mangosta.
18:20 hrs. Bien bañaditos, bien
cambiaditos la pequeña familia de tres se puso en marcha, taxi mediante. Ya en
la Javier Prado nos dimos cuenta que la entrada al Jockey no iba a ser tan
sencilla. Congestión de taxis y combis. Pero, caramba, teníamos como tres horas
por delante. Recuerdo que para el concierto del gran Charly García (Sui Generis) en el Monumental, salí con una hora de
anticipación y la angustia me empezó a ganar cuando ví semejante atolladero.
Con tanta antelación, me dije no debe haber problema, así que eché una
cabezadita y soñé. Sin embargo, no recuerdo que soñé. Debo agradecer, sin
embargo, que no tuve aquel sueño recurrente que a veces suele espantar mis
noches de descanso. Ese sueño tiene que ver con balas que atraviesan mis carnes
–como aquella vez que Napoleón me fusiló en mi viejo barrio de Talara- o de
espadas que van rompiendo con extremada lentitud y prolijo detalle todas las
capas de mi piel y malformados músculos, y a continuación el desvanecimiento
final y el brusco despertar: ¡Yolita!, ¡Yolita! Tengo pesadillas. Y la Yolita:
¡Ya, ya!, Yo también tengo pesadillas, …duerme, duerme. Un poco más y le pido intercambiar
pesadillas, porque la escucho roncar tan plácidamente que si eso es tener
pesadillas….Le pongo la mano encima y como si tuviera un resorte mi mano sale
despedida y, bueno, resentido me recluyo en mi esquina hasta el día siguiente
en que la Yolita se despierta como si nada hubiera sucedido.
De pronto, vemos una tremenda cola que se
agita a lo largo de la Panamericana Sur paralela al Jockey en cuyas
inmediaciones por fin estamos. ¿Por dónde es VIP?, le pregunto desde mi altura
al policía que cuida en las inmediaciones de las puertas. El muy igualado me
respondió burlón: Todos forman la misma cola. Ni modo, a caminar de regreso
hasta encontrar el final de la cola. Cuadra tras cuadra, emprendemos el
humillante retroceso. ¿Quieren un puesto en la cola?, nos lo ofrecen los
vampiros de siempre. Y sorteando vampiros, fans y una variopinta gama de
ambulantes llegamos unas cinco cuadras más allá al final de la cola. Ya
estamos, Gabota, en la recta final.
Y de repente, aquietada un tanto la
tensión del momento, sentí con mayor agudeza un dolor en el pecho que iba en
aumento. Ya lo había notado, ligeramente, en casa antes de salir, pero
convencido que se trataba de gases no le dí mayor importancia. Pero ahora lo
sentía crecer. Tranquilo Rogelio, es en el lado derecho, no puede ser un
infarto. A ver movamos el cuello. Diablos, duele más. Si me quedo quieto, en
cambio, no siento mucha molestia. Debe ser muscular. ¿Y si es óseo? ¿será un
cáncer? Disculpen, pero soy hipocondríaco en grado sumo. Eso es lo que me digo.
Tranquilidad, tranquilidad.
Cada paso que doy al ritmo del movimiento
de la cola, me recuerda que el dolor sigue allí agazapado, que crece por
momentos y a ratos disminuye. ¿Y si fuera un infarto?, me vuelvo a preguntar,
tentado de correr al carro policial en búsqueda de ayuda. Y de repente, mi
imaginación trabajando a marchas forzadas me mostró lo que mi madre podría leer
al día siguiente en El Trome y otros
diarios chicha: Bobo de cuarentón no resistió ver a Shakira. Mr Flit diría: tuve razón, fue con una capa para ocultar
sus indecencias. Sería pasto de la prensa amarilla, la comidilla de los amigos
de Quimpac. La gran ilusión no me
dedicaría ninguna necrológica. ¡Mierda!, una muerte vergonzosa. No puedo
morirme así. Y debo reconocer que pedí a Dios que retrasara la obstrucción de
la maldita arteria. ¿Por qué ingerí tanto huevo frito, tanta parrillada? Dios
mío, no te olvides que como Noé en medio del diluvio he tomado también bastante
vino para limpiar mis esclerotizadas arterias. Algo habrá hecho, ¿no? No, no
puedo morirme aún. Le malograría el concierto a mi chiquitina. Y por último, si
me he de morir, que sea después del concierto, en mi cama. Roge, 5 soles para comprar unos binoculares,
interrumpió mis pensamientos una Yola entrando en la ola de la mangosta.
Chispas, además del dineral de la entrada, ahora más gastos para ver a la
colombiana. Luego de diez minutos: Roge, otros cinco soles para la vincha. Un
No, salido de los más hondo de mi bolsillo, rompió la noche apacible de la
familia de tres. Es sólo dos soles, Roge. (en un tono algo así como estás
ahorrando tres soles). Silencio. Y el dolor que jodía y jodía. Y si me muero,
el último recuerdo de la Gaby será que no le quise comprar la vincha de marras.
Unos metros más allá y un arrepentido bolsillo dejaba escapar contrito los dos
nuevos soles. Tal vez debería comprar una vincha para mí, pensé. Si tan solo
tuviera una panza menos deforme. El temor al ridículo me detuvo. Pero como
terapia debí habérmela puesto. Ocasión perdida. Una vez más, Roge.
Y con el dolor que iba y venía, llegamos
a la parte crítica del ingreso. Cerca de la puerta, los zampones y los vampiros
metiendo gente en la cola por unos cuantos nuevos soles. Hay que pegarse para
que no entre nadie. Que suerte, la Yolita está adelante, la Gabota en medio y
yo al final. Pero lo mejor de lo mejor está detrás de mí. Una jovencita, ya no
tan jovencita, puso sobre mis hombros sus apreciables y lindos atributos. ¡Ay,
mamita, cuidado!, me acordé de la expresión del tío Alberto, allá en la lejana
Talara, sosteniendo a una Adria Acevedo a punto de caerse, entradita en carnes
toda ella, pero con su formitas, vaya que sí. Pues bien, me dije, no tengo
ningún inconveniente en sostener sobre mis hombros tan preciosa carga, pero ¿y
si ello acelera mi partida? Por enésima vez me pregunté si no sería una
felicidad morir antes, durante o después del amor. Me distraje unos momentos
recreando en mi mente retorcida los detalles de tal situación.
Al fin dentro del Jockey. Ahora sí, a
buscar nuestra ubicación. Busqué anfitrionas de monos apretadísimos (como en
los conciertos de Yes, Wakeman y otros), pero se nos adelantó
un patita, el cual nos llevó hasta un punto ubicado a 50 metros del escenario.
Se podía ver todo el escenario, pero para los primeros planos, tendríamos que
apoyarnos en las tres pantallas gigantes instaladas (una en el fondo del
escenario) y dos en los costados. No ví a ningún conocido, pero sí me atrajeron
dos piernas bien torneadas de una mujer sentada en la platea, algunas filas atrás.
¡Cómo se va llenando el lugar! Y…¡zas! Una miradita atrás para mantener en la
memoria esas piernas blancas, largas y torneadas, unas veces dobladas, otras
extendidas, las más de las veces cruzadas. Dios, tendré que confesar algún día
mis pensamientos y miradas impuros, si quiero entrar en tu reino. Pero eso
supone el pecado previo. Y con toda seguridad que ese pecado no lo perderé por
nada del mundo. ¿Qué quieres que haga, Yolita?, la culpa la tiene el cine que
me convirtió en un “voyeurista” irredento. Pero, somos felices ¿verdad? Y
siempre me gustaron tus piernas, pequeñas pero bien proporcionadas.
20:30 hras. Unos sujetos se mueven
sospechosamente en el escenario, sobre el cual encontramos una guitarras
eléctricas, una acústica y una solitaria batería. Me siento mejor, el dolor ha
disminuido. De pronto, los sujetos se agitan en la oscuridad, se distribuyen
sobre el escenario y el sonido atronador de las guitarras eléctricas remece las
instalaciones del Jockey. Se trata de la banda Libido, ganadora de un Grammy en su última versión, que arranca un
tema que yo desconozco, pero que la Gaby, sorprendida y entusiasmada aplaude y
aulla como muchos de los seguidores de este grupo de rock nacional. Le sigue un
tema más pegajoso que, según Gaby, se llama Vampiro. Y seguramente es así porque en medio del sonido
defectuoso, logro escuchar de vez en cuando la palabra vampiro. Formación
clásica: tres guitarras y una batería. Pero, ni las guitarras aguerridas, ni
los gritos destemplados y tampoco la agresiva batería logran calentar el
ambiente. Sólo los muy fanáticos (que los tiene este grupo, sin duda) se animan
a corear las canciones. En medio del ruido ensordecedor recordé las palabras de
García Márquez en su inolvidable Vivir para contarla: “….Hasta descubrir
el milagro de que todo lo que suena es música, incluidos los platos y los
cubiertos en el lavadero, siempre que cumplan la ilusión de indicarnos por
dónde va la vida”, frase perfectamente aplicable a esa obra maestra de Lou Reed que es The Raven (gracias, Ceci, estoy en deuda contigo por el resto de mi
existencia, lo reitero una vez más). Pero lo que allí escuchaba no me indicaba
por dónde va la vida. Pero sí me motivaba a ver a mi pequeña Gaby, fascinada
con el ruido y feliz de reconocer a uno de sus grupos admirados. Para ella, esa
música sí le indicaba por donde iba la vida. Y eso era más que suficiente para
mí.
Son buenos ¿no?, dijo una Yolita buscando
animarse. Más o menos, alcancé a balbucear. No quise apagar su entusiasmo y
mucho menos el de la Gabota, en su primer concierto de rock (y espero que haya
bastantes y buenos en el futuro). El cuarto y quinto tema tienen como apoyo una
guitarra acústica que subraya melodías que tampoco tienen tanta acogida en la
gente de las localidades más caras. Los coros los escucho atrás en el stand up
y en las graderías. Como premio para ellos, viene el reconocible Tanto, tanto,
….cuyo nombre con toda seguridad la Gaby lo sabe (me lo acaba de decir: En esta habitación), pero yo,
cuarentón, peinando algunas canas y barrigón no lo recuerda, obsesionado con
las imágenes del recuerdo de las viejas bandas de rock progresivo que alguna
vez visitaron Lima. El ruido de esta banda, sin embargo, no me molesta. Al
contrario, me siento rejuvenecer. El descubrimiento del rock fue para mí una de
las grandes cosas que la vida me ha dado. The
Ventures, esos guitarristas de los sesenta me abrieron las puertas a un
mundo diferente, porque si bien yo había escuchado a The Beatles en mi niñez, sin embargo, el largo paréntesis que
supuso las viejas baladas de Enrique
Guzmán, las canciones rancheras (¿te acuerdas de Mi Tenampa, Juanita?
¡Cuánto quisimos a José Alfredo Jiménez!) y el amplio espectro de la música
instrumental (de la cual rescato una simpática portada de Herb Alpert en su The Best
of H. A. and his TB y algunos de sus temas, pero sobre todo el Take Five interpretado por Fausto Papetti) que cubrieron mi niñez
y adolescencia y apagaron por una buena temporada los fuegos despertados por la
contagiante música de Lennon, McCartney
y Harrison. Pero The Ventures,
me hicieron volver a la senda del ruido electrónico y el tam tam salvaje del
rock. Su LP The Ventures on stage,
es una pequeña joyita que escuché en el año 1972 y que jamás conseguí en ese
formato. Años después, un casette satisfizo mis ansias de posesión. Fueron
tiempos muy lindos, que tal vez algún día los describa en detalle. Para
entonces, Bob Dylan, ya había
grabado dos de sus mejores discos: Highway
61 Revisited y Blonde on Blonde,
y el bellísimo Blood on the tracks
estaba casi en vísperas de ver la luz, pero para mí, un provinciano proveniente
de la provincianísima Trujillo, el gran Zimmy
aún estaba a ocho años de distancia. Tan lejos y tan cerca.
Nueve en punto de la noche. Los muchachos
de Libido pusieron fin a su
presentación. Gracias a los organizadores y gracias a Shakira por invitarnos, fue su estertor final. ¿Se habrá enterado Shakira que los muchachos de Libido dejaron su esfuerzo y sudor
sobre el escenario? Nadie pidió un encore,
nadie se puso de pie. Se fueron como vinieron: sin pena ni gloria. Pero ya los
oídos de mi Gaby habían sabido lo que es ir a más de 75 decibeles.
A propósito de Libido, que se pronuncia, -Dios me perdone- Líbido (con tilde),
debería llamarse más bien Lívido y no le iría mal. Hay mucho ruido y pocas
nueces. Prometen y no cumplen. Sus sonidos atronadores reclaman letras
subversivas, acordes con el nombrecito de marras que para algunos aún suena
contracultural. Sin embargo, nos encontramos con temitas de amores desgarrados,
amores contrariados, amores olvidables. ¿Conocerán acaso el amour fou? ¿Podrían
escuchar al Velvet o en todo caso
volver a escucharlo?
Un receso de una hora y vuelta a mirar
atrás, pero sin ira. Sí allí están las piernas que caminan solas, que se mueven
con una secereta autonomía y que hablan como el brazo de la narración del
maestro Yasunari Kawabata. Intentaré
conservarlas en mi memoria . Poco a poco
el lugar se va llenando y las piernas se pierden de mi vista para siempre.
Algún día escribiré sobre aquellas partes del cuerpo femenino, que Truffaut conceptuó como el compás capaz
de definir el universo. Pero escribir sobre ellas tendría un costo elevado.
Jamás mujer alguna me hizo conocer su odio. Y si me odiaron, no fue por mucho
mucho tiempo. Pero lo que no quisiera es que ahora me odiaran. Susceptibles y
resentidas como son, no podría salir indemne de tamaña ordalía. Por ello
tendría que cambiar nombres. Lástima, los nombres son tan importantes como los
rostros. Un desnudo femenino, sin rostro, carece de la violencia y sensualidad
del erotismo. Un cuerpo sin nombre obliga a inventarle uno. Como dijo McArthur,
volveré a este tema apasionante y complejo.
Cada vez más nos vamos convirtiendo en
pequeñas moléculas de este universo. Cada vez más representamos una menor
fracción del total. Un poco más y seremos engullidos por una masa que se
prepara para rendir pleitesía a uno de sus íconos más queridos de los últimos
tiempos. Un ícono capaz de someter con sus canciones agridulces y pasteurizadas
y de embrujar con sus estudiados movimientos de tigresa en celo.
El concierto
El volumen del sonido de los equipos se
incrementa. La gente presta atención al escenario sobre el que se ha extendido
un telón rojo con las figuras antagónicas de una mangosta y una cobra a punto
de emprender un combate mortal. Falsa alarma. El tema musical concluye y el
telón continúa sin abrirse. De pronto, unas luces amarillas en el interior
dibujan las sombras de dos guitarristas que emprenden un riff introductorio. Las sombras desaprecen, el telón se abre, haces
de luz desde la parte inferior iluminan el cielo anunciando el ingreso en
escena, como emergiendo de las profundidades de la tierra, una gigantesca cobra
en posición de ataque y bajo cuyo cuerpo se encuentra la chica por la cual se
han reunido 25,000 personas.
Ojos así abre el concierto. Son las diez de la noche. Gritos
aullidos, aplausos, histeria de las chiquillas, miradas ansiosas a un cuerpo
ondulante que no tendrá los pechos de la Hayek
ni el culo de la Jennifer López,
pero sí tiene las medidas necesarias como para no alejarse demasiado de los
cánones de belleza del exigente Marco Aurelio. La gente no soporta estar mucho
tiempo sentada. El ritmo de la música contagia a todo el mundo, que de pie
agita los brazos, canta y se mueve. La Gaby se sube a la silla y disfruta como
una chanchita el espectáculo.
Los arreglos musicales no son audaces.
Siguen la línea melódica de las versiones en disco. Eso sí, las guitarras
tienen un mayor filo rockero y no pierden oportunidad para hacer algún riff que comnique energía a las
canciones. La diva recorre el escenario de un extremo a otro, agitando a las
masas. Su discurso, es el mismo que leí en un diario local: que no hace
política, pero que a los políticos les falta amor y que ella y sus canciones
están allí para recordárselos. Las imágenes del video proyectado muestran a los
dos bichos mangosta y cobra, luchando. Las imágenes cambian luego a detalles de
lo que ocurre en el escenario: rostros y cuerpo de la diva llenan las
pantallas, planos de las guitarras en ristre nos recuerdan que estos músicos se
las traen de vez en cuando.
Juegos de luces multicolores y el humo en
el escenario dan una sensación de irrealidad. Un Estoy aquí, sacado del Unplugged
nos conecta emocionalmente a Gaby y a mí. Ella sabe que a mí me gusta esa
versión: aquí potencia la voz, allá se engríe, luego le dan como arcadas. Y
luego el estribillo que me recuerda a la Ceci cantando en su reunión de
despedida el año en que se fue a Alemania. Fue el único momento que sentí una
extraña y cálida mezcla de alegría y melancolía. La versión derivó luego en la
conocida versión en estudio, con lo cual la masa lanzó chillidos de
satisfacción. Mucha gente quiere escuchar en vivo la versión del disco. Rechaza
los cambios, no los reconoce y no les da el valor que realmente tienen. Una
versión en vivo, creo yo, es más bien la oportunidad de apreciar la capacidad
para innovar, para improvisar. El cambio, ya no solo de la letra sino de la
línea melódica misma, requiere talento y un perfecto acoplamiento entre el
cantante y la banda. Dylan en vivo
jamás hace versiones iguales a las de sus discos. Ni siquiera entre toma y toma
en el estudio su versión es la misma.
Octavo día, fue una copia desembozada de Bono lanzando su perorata antirrevolucionaria del Sunday Bloody Sunday de Rattle and Hum. Las guitarras abrieron
el espacio para el discursete de manera similar a como lo hizo The Edge en el film de Joanu. Pero no se le puede pedir peras
al olmo. Shakira no es más original.
Si sus orígenes la conectan con el buen rock
en español, ahora hace un rock pasteurizado de fácil llegada a las
adolescentes, pero encandilando a los viejitos con sus ágiles movimientos y
poses desinhibidas. Si hasta el maestro Gabo
cayó en sus redes.
Ciega sordomuda resulta pasable sin mariachis y potenciada a volúmenes
elevados, cercana a su versión primera; Inevitable,
guitarra en mano, hizo elevar los brazos y encender lamparitas; Tú, hizo que todos quisiéramos recibir
su cintura y sus labios que siempre quieren besar, lamparitas en alto otra vez;
Si te vas, hizo extrañar la primera
época de Shakira e hizo extrañar a
la Ceci que de haber estado acá la hubiera llevado al concierto con su Dani
incluido. Una batería surgida del suelo del escenario nos entregó a una Shakira provista de un par de baquetas
y aporreando una batería con toda su vitalidad. Fue el prólogo de Rules, según me señaló mi pequeña Gaba.
Buen número. No tengo queja alguna. Deseé estar cerca del escenario. Siguieron
otros temas en inglés de su Laundry
Service, una de ellas Ready for the
good times, que me resulta olvidable, salvo para las chiquillas que saltan
rítmicamente y nos obligan, una vez más a pararnos. La Yolita requiere zancos,
pero no es posible tenerlos, así que le hago un espacio para que pueda apenas
atisbar por un pequeño espacio que se abre entre una jovencita que ya no pudo
aguantarse más (ojo Servando y Florentino, ni son solo cholitas ni son tan
aguantadas) y un manganzón que movía rítmicamente caderas y brazos como si Shakira lo estuviera viendo. Tan grandazo
y …., pensé. Otros temas más (Allí te
dejo Madrid, Underneath your clothes)
desfilaron siguiendo las líneas de las versiones originales y haciendo las
delicias del público. Un Te aviso, Te
anuncio anticlímax, subrayado por un apresurado ¡Hasta la próxima! concluyó
todo el set de canciones preparado por esta Shakira de marketing, Shakira
de De la Rúa, Shakira de los Stefan,
muñequita de lujo que inevitablemente persistirá en nuestras retinas y habitará
en nuestro entrañable desván de los recuerdos.
Que Shakira
ha estudiado bien su libreto y lo ha aplicado con inteligencia no nos cabe la
menor duda. Nada ha sido improvisado. El guión ha sido seguido al pie de la
letra, como un mecanismo de relojería. En tal sentido, el espectáculo no puede
ser puesto en la picota. Shakira ha
mostrado que lo que hemos escuchado en el disco no es bamba, ha demostrado que
no es sólo voz, sino guitarra, armónica (buena por la introducción con armónica
y manchita guitarrera) y batería también. Su espectáculo ha sido convenientemente
dosificado para que todas estas cualidades queden en la memoria de todos los
que allí estuvimos. Y todos los que allí estuvimos gritamos cuando el libreto
así lo dijo, y todos cantamos cuando Shakira,
apuntador de por medio, así lo mandó, y todos nos sentamos cuando la producción
así lo previó. Y todos nos fuimos a casa cuando apareció la palabra fin en el
guión.
Un detalle: no escuché el atronador encore que suele haber en el tramo final
de los conciertos. A tal punto que extrañado por las simples palmas que
acompañó al ¡Hasta la próxima de la diva!, yo mismo me puse a gritar pidiendo
¡Otra! para que mi Gabota viviera lo que es un verdadero final de concierto.
Pero, tonto de mí, todo estaba previsto. Aún si hubiera habido un silencio
sepulcral, Shakira habría regresado,
pues ya estaba establecido que Suerte
(con el ridículo candelabro sobre la cabeza) tenía que cerrar el espectáculo,
acompañada por las imágenes finales de una mangosta matando a la cobra bajo el
subtítulo: Muérdele el cuello al odio. Todo previsto, todo planificado, todo
ordenadito. Después de eso ya era imposible que Shakira retornara. Si algo faltó, fue precisamente la
espontaneidad, la entrega total y sin reservas a sus fieles. Como la de Charlie, que nos regaló una hora más de
concierto después del encore, como la
emoción de Rick Wakeman al comprobar
que la gente lo había esperado para escucharlo hasta la 1 de la mañana, como el
abrazo imaginario de Miguel Ríos al
sorprenderse de la calurosa acogida de gente que veía por primera vez, como el
retorno de Serrat con tres canciones
más y los sentimientos impresos en cada
interpretación.
Tras el nuevo adiós de la diva, la gente
ya no pidió más y empezó a salir. Me imagino que contenta, porque así lo ví en
los ojos de mi Gabota. Si a mí me gustó o no me gustó, si me pareció bueno,
regular o malo, ¿importa a alguien? Ni siquiera a mí mismo, que igual la
seguiré amando a veces y odiando otras tanto. Es más que suficiente con que a
mi Gaba le haya parecido un concierto maravilloso …..y yo no seré quien la
desmienta. ¡Que así sea!
Rogelio Llanos Q.
Lima, 9 de marzo de 2003.
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