28/11/13

Un viejo artículo: ADOLFO ARISTARAÍN


 Aún recordamos impresionados a Federico Luppi en Tiempo de Revancha (1981), parado frente al espejo y cortándose la lengua para evitar el fracaso de su combate personal contra una empresa transnacional poderosa. Tiempo después, en Últimos días de la víctima (1982), similar impacto volvió a ocasionarnos ese salvaje e inesperado disparo a quemarropa que ejecuta también Federico Luppi y con el que le vuela los sesos a un hombre desarmado y desconocido. Ambas escenas de violencia desbordada fueron, para nosotros, las singulares cartas de presentación del cineasta argentino Adolfo Aristaraín.

Pero más allá de ellas, lo que nos llamó poderosamente la atención fue el particular destino tomado por aquellas cintas, que se presentaban con el ropaje característico de un policial norteamericano y que, sin embargo, anclaban en una realidad local conservando su hálito porteño. En el caso de Tiempo de Revancha, la lucha del individuo contra la organización derivaba con inteligencia y eficacia hacia los predios del llamado cine político. Últimos días..., en cambio, se afirmaba en su abierta filiación a los  “film noir” americanos, tanto por los ambientes grises y enrarecidos, como por la naturaleza de sus protagonistas: solitarios, ambiguos, parcos y poseídos por una frialdad y presencia espectral.

Pues bien, tanto la una como la otra, hacían mención a situaciones coyunturales de dolorosa actualidad en una Argentina aún visitada por los fantasmas de la represión militar  y el autoritarismo. Tiempo de revancha, sin embargo, presentaba una historia y un mensaje válidos para todo el ámbito latinoamericano: una empresa transnacional abusiva y explotadora, un obrero obligado a silenciar sus ideas políticas, un trabajo peligroso mal remunerado y peor asegurado, unos agentes corruptos y chantajistas, unos antagonistas de posiciones totalmente irreconciliables. Por su parte, Últimos días de la víctima, más sutil y compleja, tejía una narración con acentuados tonos tenebrosos acerca de un mercenario, de un pistolero a sueldo; el film se hacía así eco del ambiente sórdido e inseguro de los tiempos de la dictadura, época de amenazas y sospechas, de crímenes anónimos, de trampas y traiciones y donde los cazadores del ahora eran las presas del mañana.

Sin duda, tales atmósferas no eran proclives a los diálogos, sino más bien a los silencios y a las miradas. De allí la naturaleza de una puesta en escena que oscilaba entre el ritmo sostenido y vibrante propio de un thriller en Tiempo de Revancha y el montaje sintético, pausado y escrutador, que predominaba en la inquietante Últimos días de la víctima.

Con el cambio de vientos en la Argentina, el cine de Aristaraín fue tomando otros derroteros aunque la violencia y las implicancias sociales y políticas de sus cintas se mantuvieron vigentes, pero bajo formas distintas. Así, en la siguiente década, hace dos películas en las que sus conflictivos personajes viven en un entorno agresivo, pero tienen la oportunidad de afirmarse en sus posiciones ideológicas y encontrar a través de esa afirmación un lugar en el universo en el que habitan. Un lugar en el mundo (1991) y Martín (Hache) (1997) son, a su manera, dos caras de la misma moneda.

La primera, tiene lugar en un ambiente rural, westerniano, que en ciertos momentos, y a causa  de la disposición emocional de los personajes, remite al Shane de George Stevens. Pero, más allá de la reconocida influencia del cine norteamericano, Un lugar en el mundo nos habla de un grupo de personas, idealistas y soñadores, cuyos afectos y rechazos, acercamientos y peleas en medio de un contexto de lucha social, marcaron profundamente la niñez de un joven que retorna a casa tras unos recuerdos ahora lejanos y entrañables. Martin (Hache), cuya ambientación es netamente urbana, es una suerte de educación sentimental y moral de un muchacho, a quien el destino conduce a una convivencia forzada con un padre, cuya neurosis y problemática compleja no son precisamente los medios ideales para restablecer una comunicación perdida hace muchos años. Martín (Hache) es la película del desarraigo, del bloqueo creativo, del conflicto generacional. Aristaraín, en una jugada arriesgada y finalmente exitosa, apuesta en esta película por  la confesión abierta, la discusión vehemente y el desgarro público como una manera de intentar resolver los enfrentamientos entre sus personajes desencantados y en un permanente desequilibrio que compromete sus sentimientos y su capacidad creativa.

Si Martín (Hache), con sus punzantes y abundantes diálogos, asume el tono provocador de un director en plena posesión de sus recursos narrativos, Un lugar en el mundo es la mejor muestra del talento de un cineasta, capaz de llevarnos de manera sensible por el terreno de las ilusiones y los sueños. Aunque ellos sean efímeros y, tal vez, imposibles.


Rogelio Llanos Q.


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