30/11/13

KAGEMUSHA, LA SOMBRA DEL GUERRERO

(1980, Kagemusha, Akira Kurosawa)

La obra de Kurosawa está surcada por varias obras maestras, algunas llenas de ternura como Vivir o Dersu Uzala, otras cargadas de un singular aliento épico; todas, sin embargo, están rubricadas por ese profundo sentido humanista que caracterizó el quehacer de este cineasta al que el desaliento y la incomprensión abrumaron hasta llevarlo al borde del suicidio. Kagemusha, perteneciendo al segundo grupo de esas obras maestras aludidas, es un film histórico y desesperanzado, que roza la perfección y al cual Kurosawa se entregó con intensidad como si de su testamento fílmico se tratara. La interpretación estilizada de los actores, la composición visual de cada uno de los planos en donde se revela el eficaz uso del espacio, el impresionante cromatismo y sensualidad de las imágenes, el ritmo armonioso del film que se deriva de las alternancias de la acción con los momentos de reposo así como la riqueza de temas y significados, que tienen como motivo principal la identidad del ser humano, y que anidan en los detalles que la cinta descubre, permiten llegar a esa conclusión definitiva.

La anécdota que Kurosawa nos cuenta en Kagemusha, ambientada en el siglo XVI, aborda la lucha por la supremacía entre el clan de  Shingen Takeda, defensor fiel de los valores del Japón feudal  y la alianza de Tokugawa y Nobunaga, éste último promotor  ideológico  de los valores occidentales y cristianos. La muerte de Shingen, sin embargo,  obliga a los generales del clan Takeda a usar un kagemusha  (un sosia o doble) a fin de mantener el poder. Un ladrón, de físico parecido a Shingen, cumplirá el difícil papel a cambio de su libertad. El ejercicio del poder se convierte, entonces, en una representación teatral y son estos temas –el poder  y el espectáculo, la realidad y la ficción, entrelazados- los que Kagemusha aborda apasionadamente.

Si bien la elección del doble de Shingen resulta precisa y exitosa en los primeros momentos, la estabilidad, empero, es aparente. La precariedad de la situación creada, magnificada por los conflictos intestinos y la amenaza exterior, desemboca en dos hechos fundamentales: el descubrimiento del fraude y expulsión del doble a causa de una imprudencia generada por el afecto surgido entre el kagemusha y el nieto de Shingen, y el fin del clan desencadenado por la ambición de Katsuyori, a quien se le ha negado el derecho de sucesión. La representación, entonces, concluye. El poder o su ilusión, imposible de perpetuarse, estalla inevitablemente. Como toda creación humana, ha  mostrado su debilidad esencial. Y en su fin ha arrastrado a todos, a actores y a espectadores, a hombres y a animales.

La vocación de Kurosawa por el espectáculo no lo hace renunciar a la reflexión propuesta en el film. La complacencia es sustituída por la sutileza. Kurosawa omite mostrar adrede las batallas, las cuales son sugeridas al espectador a partir de una concepción eisensteniana de las imágenes puntuadas, en algunos casos, por una música que despierta algunas remembranzas “westernianas”. En la banda sonora se instala el ruido de las armaduras  y del galope de los caballos, al mismo tiempo que las figuras de los guerreros  son enmarcadas por la oscuridad de la noche o por los rojizos destellos del fuego destructor. La fuerza dramática que recorre todo el film, encuentra su máxima expresión en el final del clan Takeda, el que contemplamos a través del humo de los disparos de los arcabuces o de la mirada angustiada del que fuera la sombra del guerrero.  El horror del combate, sin embargo, quedará magníficamente plasmado en esos planos inolvidables de los hombres y caballos agonizantes, pugnando por levantarse y cayendo nuevamente, mientras el estandarte, y el kagemusha detrás de él, se hunden definitivamente en las serenas aguas del lago que cobija los restos de su antiguo y poderoso señor.

ROGELIO LLANOS Q.


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