(2000, Crouchin tiger, hidden dragon)
Director: Ang Lee
- I -
Sorprendente la carrera de Ang Lee. Para hacer El tigre y el dragón volvió a China y a
sus ambientes y motivos populares, luego de haber pasado por un corto período
de trabajo en occidente, del cual nacieron tres películas, Sensatez y sentimientos (Sense and sensibility, 1995), La tormenta de hielo (The ice storm,
1997) y Paseo con el diablo (1999). Pero,
bueno, decimos sorprendente por cuanto este cineasta ha demostrado tener un
gran talento para manejarse en ambientes y climas dramáticos totalmente
diversos y con actores muy diferentes unos de otros. Sin embargo, no hablamos
de extrañeza por cuanto Ang Lee ha conservado una constante a lo largo de su
obra y ella está referida a la Norteamérica que el apreció desde sus años mozos
cuando estudió cine en Nueva York.
Lo que queremos decir es que el cine de Lee establece
de una u otra manera una ligazón con la cultura norteamericana y con sus
manifestaciones, ya sea mediante la observación irónica y desilusionada como
podría ser en Beber, comer, amar
(Eat, drink,, man, woman, 1993) o en Manos
que trabajan (Pushing Hands, 1991), a través de la crítica descarnada a
ciertos comportamientos que en el orden sexual y generacional se dieron en la
sociedad nortemericana de los años setenta y que tan bien lo reflejó en La tormenta de hielo (The ice storm,
1997) o mediante el abordaje duro y nada complaciente de un segmento vital de
la historia americana: la Guerra de Secesión. En el caso de El tigre y el dragón, la referencia a
la Norteamérica que él conoce se da de manera indirecta, por el lado de la
aventura o mejor aún por su forma de encararla, aún cuando ella pueda verse
como propia de los relatos orientales, y, sin duda alguna, por las alusiones y
resonancias westernianas del relato.
La historia tiene
lugar en la vieja China del siglo XIX, de la cual no se ofrece otra información
que la necesaria para ambientar la épica aventura de unos hombres y mujeres
cuyo coraje y habilidad extraordinarios para el combate cuerpo a cuerpo los
eleva a la talla de héroes de leyenda. A lo cual habría que añadir el sentido
místico o religioso que los personajes imprimen a cada uno de sus actos,
partiendo de la sumisión a las enseñanzas de la tradición y teniendo como norma
de conducta el respeto a sus mayores y el combate a la injusticia y a la
maldad.
- II -
Li Mu Bai, es
quien mejor define las cualidades del héroe chino. Admirado y envidiado, a este
personaje lo encontramos por primera vez en la historia como el héroe con
pasado glorioso, llegando a casa, cansado de tanto guerrear y dispuesto a
deponer finalmente las armas. Como algunos de los héroes fordianos, Li Mu Bai
ansía el hogar negado, oculta o intenta ocultar sus sentimientos, pero también
como ellos, incapaz de desligarse de ese pasado de lucha en el que ha crecido y
de la profunda soledad en la que está inmerso.
Su encuentro con
Yu Shue Lien (Michelle Yeoh) que abre el film, contiene ya una fuerte carga
emocional. Comienza contándole sus experiencias para concluir, en un plano
contraplano revelador, preguntándole si ella se va a ir pronto de allí. El juego
de miradas y las acciones que de inmediato observamos nos dice mucho más que
las palabras. Allí descubrimos que entre ambos la amistad es sólo una coartada para
no poner en evidencia sentimientos y deseos tan profundos como insatisfechos.
Las razones se irán conociendo a lo largo de la cinta y este motivo es una de
las líneas motrices del film.
La renuncia de Li
Mu Bai a la vida aventurera se expresa a través del deseo de obsequiar su
espada a su viejo amigo y mentor, el señor Te. Esta espada, singular por su
fino acabado y su temple especial, tiene una antigüedad muy grande. Se habla de
cuatrocientos años, de tiempos heroicos, de brazos poderosos que la han
poseído, pero también se hace mención de la mucha sangre derramada, que ahora
no se aprecia sobre su superficie, pero que allí subyace a manera de símbolo
para recordar su naturaleza trágica y violenta, como la historia de la cual
ahora va a formar parte.
Porque,
precisamente, es a partir de esta espada, el robo del que es objeto y sus
sucesivos desplazamientos, que la historia va tomar un determinado curso
obligando a los protagonistas a
descubrir su verdadera naturaleza y sus reales sentimientos. Y reiteramos esta
intención de no mostrar la verdadera naturaleza de las cosas o de los
sentimientos que agobian a los protagonistas porque, sin duda, uno de los
puntos centrales y motivo propulsor de El
tigre y el dragón es el juego entre la apariencia y la realidad que abarca
a todos los componentes del relato, empezando por la misma espada, cuya belleza
encubre el sino trágico que la acompaña.
Tanto Li Mu Bai
como Yu Shu Lien intentan disfrazar tras el respeto a la memoria del ser
querido muerto, la mutua atracción que ambos sienten; Jen Yu oculta tras su
frágil figura y sometimiento a la voluntad paterna, la naturaleza aventurera de
la que está poseída, escondiendo al mismo tiempo su amor por Nube Negra, un
bandolero, terror de los viajeros y, sin embargo, completamente vulnerable ante
un amor contrariado. Por su parte, Zorra de Jade, oculta su maldad y espíritu
de venganza tras su imagen de mujer protectora de Jen Yu; e incluso, el oficial
de policía disimula, tras su misión oficial, el deseo de vengar la muerte de su
esposa a manos de Zorra de Jade. Este juego de apariencia - realidad se plantea
dos objetivos: de un lado, dotar a los personajes de un espesor humano a veces
no tan fácil de encontrar en un cine de géneros y, de otro lado, establecer
interrogantes que contribuyan a acumular puntos de interés en torno a los
personajes y a la historia misma.
– III –
De esta manera, la estructura relativamente
sencilla de El tigre y el dragón que
la hace plenamente disfrutable en tanto película de aventuras, se ve
complementada con la riqueza de sus personajes llenos de matices, impulsos y
motivaciones. Sus pequeños o grandes conflictos que sazonan el relato nos
cautivan de inmediato.
Así, la relación de Li Mu Bai y Yu Shi Lien
se complica por la presencia de la joven aguerrida Jen Yu, de quien el primero
está fascinado y desea ser su maestro; a su vez Yu Shi Lien también está bajo
el influjo de la frágil Jen Yu, con quien ha intercambiado confidencias y le ha
proclamado un cariño filial. Jen Yu, por su parte, sueña con Nube Negra, pero
la fuerza de la tradición le impone una conducta que luego ella se resiste a
continuar aceptando. Esta variedad en los centros de interés hace que la
película se abra en abanico a fin de mostrar todo el escenario sobre el cual se
imbrican las diversas historias individuales.
La estructura
lineal del relato se rompe en dos ocasiones para dar paso a los recuerdos
nostálgicos y épicos de Jen Yu. Se trata de una secuencia larga, pero necesaria
a fin de conocer el pasado de este personaje cuyo encuentro con el bandolero
será fundamental para su destino. Y si bien la ilación de los acontecimientos
se interrumpe momentáneamente, Ang Lee compensa este bache de la historia con
una secuencia llena de brío, humor y acción.
Porque
precisamente es en tal secuencia, que tiene como fondo el desierto rocoso sobre
el que transita una caravana, donde Ang Lee acude a su maestro americano, John
Ford construyendo una variante de aquél célebre plano de La Diligencia, en el que un movimiento lateral de la cámara nos
descubre a los indios, que aparecen dominando el paisaje y anunciando el peligro
que corre el coche en el que van los pasajeros. En El tigre y el Dragón, coinciden la visión subjetiva y en panorámica
de la caravana avanzando, como si se tratara de alguien que observa desde un
montículo, sin embargo, Ang Lee opta luego por un movimiento de cámara hacia
arriba donde sorpresivamente aparecen los bandoleros que se aprestan a asaltar
la caravana.
En esta larga
secuencia donde se narra el encuentro y la relación amorosa entre la joven Jen
Yu y el bandolero Nube Negra predominan los colores claros y cálidos del
desierto, así como los espacios abiertos que subrayan la lejanía de las
ataduras que la sociedad tradicional impone en el mundo urbano. Los
protagonistas viven así en entera libertad la experiencia del encuentro amoroso
a partir de sus rivalidades, desconfianzas, provocaciones y sometimientos. La
cámara cinematográfica capta con mucho humor el desarrollo de esta relación,
pero en ningún momento la tensión decrece, como tampoco decrece el interés del
film porque las interrogantes sobre la evolución de esta relación en medio de
las otras líneas del relato se multiplican.
– IV –
Si bien es cierto
que las historias planteadas tienen los suficientes atractivos como para
mantener el interés del espectador, sin embargo hay un elemento adicional que
hace de El tigre y el dragón una
verdadera delicia visual. Se trata de los enfrentamientos cuerpo a cuerpo entre
los diversos personajes que convergen en la historia: puñetazos, patadas
voladoras, lances de esgrima utilizando espadas, machetes, picas, lanzas y toda
la parafernalia propia de las llamadas artes marciales.
No se trata, sin
embargo, de peleas vulgares a la manera del cine de Hong Kong. Se trata de
estudiadas coreografías que semejan un verdadero ballet cuyo fascinante escenario
no sólo son los amplios patios circundados por las casonas o la pista de
combate donde entrenan los luchadores, sino también los techos de las casas o
las ramas de los árboles. En la mejor tradición de las historias legendarias y
fantásticas, los personajes del film de Ang Lee, además de ser diestros
luchadores, poseen, con toda la verosimilitud que la magia del cine instala,
las cualidades del tigre ágil y silencioso y las del dragón exuberante y feroz.
Porque
efectivamente estos personajes, gracias a la imaginación de Ang Lee y a los
efectos especiales de Yuen Wo-Ping, se desplazan con toda naturalidad, sin
dejar de combatir, por las paredes, superficies acuáticas o los elevados
árboles, intentando dirimir superioridades o poniendo de manifiesto su
capacidad de supervivencia en medios francamente hostiles o violentos. La lucha
entre las ramas de los árboles, en medio de una atmósfera iluminada por los
rayos solares entre la esquiva Jen Yu y el maestro Li Mu Bai está dotada de un
raro lirismo que, una vez más, nos acerca a la experiencia oscilante entre lo
lúdico y lo pasional. Sin embargo, el talante predominante en todas estas
secuencias de combate es el humor, pero aquél que se ve con la sonrisa en los
labios y el corazón emocionado. La lucha en la cantina, con una Jen Yu
imparable y destructora es francamente desternillante, nos recuerda aquellas
peleas westernianas de un Hathaway o
de un Hawks.
- V -
La aparente
distancia entre El tigre y el dragón
y el resto del cine de Ang Lee no es tal. Hay en todas sus películas un intento
de escarbar y rescatar los sentimientos más profundos de sus personajes, que
logran aflorar no sin cierta dificultad como producto de la colisión con la
experiencia vivida, tal vez desgarradora
o violenta y no pocas veces frustrante.
En El tigre y el dragón, a pesar del humor
y de la aparente sencillez de su historia, los personajes persiguen vanamente
la realización de sus sueños e ilusiones. Siguiendo ese objetivo, descubren sus
sentimientos y ponen en juego todas sus posibilidades y habilidades. El
destino, sin embargo, resulta siendo fatal y, a pesar de todo el esfuerzo que
los personajes llevan a cabo, sin embargo, el peso de la tradición y el pasado
contribuyen o determinan la clausura de los últimos resquicios de libertad o de
autonomía que pudieran existir.
Así, el pasado
violento que pone en contacto a Li Mu Bai y a Zorra de Jade, tiene como única
resolución la muerte de sus protagonistas; Yu Shu Lien y el mismo Li Mu Bai no
podrán materializar el sentimiento amoroso que los une a causa de una norma
moral al que ambos están sujetos; ni siquiera el oficial de policía podrá
vengar la muerte de su mujer porque será eliminado a manos de la asesina que
está buscando.
Y por el lado de
Jen Yu y Nube Negra, la tradición impone la imposibilidad de una vida en común.
Hay diferencias de clase insalvables y está, además, el deseo de la joven de
tener una vida llena de aventuras y experiencias distintas a las que su familia
le ha destinado. Ella sabe que no dispone de salida alguna y, por ello, con
decisión y valentía, acude a su último refugio –los sueños y la fantasía- aquél
único espacio donde es posible, sin interferencia alguna, gozar la ilusión
y vivir la auténtica libertad. No es de
extrañar, por tanto, que como la flecha postrera de Robin y Marian, su vuelo
hacia el infinito adquiera la trascendencia de la hermosa leyenda o de la
historia verdadera.
Rogelio Llanos Q.
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