30/11/13

LA ROSA PURPURA DEL CAIRO


 (1985, The purple rose of Cairo)

Director: Woody Allen

Al comienzo y al final de La Rosa Púrpura del Cairo el rostro de Cecilia (Mia Farrow)  experimenta una extraña transformación. Del hastío, la duda o la incredulidad pasará a la fascinación, a la sonrisa.  Los ojos brillantes y la mirada atenta a lo que sucede en la pantalla cinematográfica por la que desfilan los personajes más dispares y se desborda la enriquecedora fantasía, descubren la cinefilia tantas veces declarada por Allen (Bergman, especialmente) y puesta en evidencia por sus personajes subyugados por Bogart (Sueños de Seductor) o los Marx (Hannah y sus hermanas).

Es, pues,  ese mismo hechizo el que la imagen cinematográfica ejerce sobre la protagonista. El sueño romántico y la aventura extraordinaria se convierten en la más cercana posibilidad para olvidar la dura realidad familiar y social. Para Cecilia, un marido sinvergüenza y abusivo y un trabajo abrumador y frustrante pueden ser sobrellevados si hay de por medio la evasión o la descarga emocional compensatoria que las imágenes cinematográficas motivan.

Que Tom Baxter-Jeff Daniels, se salga del blanco y negro de la cinta que está protagonizando, para tener un affaire amoroso con Cecilia  en medio del desconcierto de sus compañeros de reparto y de los atónitos espectadores de  la sala cinematográfica, nadie se lo espera. Lo extraordinario irrumpiendo en lo cotidiano y en abierto desafío a  lo verosímil nos causa asombro y risa al mismo tiempo. Sin embargo, la originalidad de la idea es mayor en razón directa a  la audacia del cineasta, que no pierde el tiempo en explicaciones inútiles. No hay racionalidad en el asunto ni tampoco es necesaria. El sueño, afirma tajante, es parte de la vida. Sólo que este sueño, como todas las cosas de las que se compone la vida, tiene un final que no siempre es el más feliz. Ni Tom Baxter puede ser admitido en la realidad, ni Cecilia en la ficción.

Para Allen las situaciones duras no están reñidas con el humor. La ambición de Gil Shepherd-Jeff Daniels lo lleva a no reparar en las ilusiones de Cecilia ni en el ropaje romántico de su propia creación. Monk (Danny Aiello) se aprovecha de la fragilidad de su mujer para explotarla y divertirse. Los dos constituyen prototipos de un universo real, aburrido, feo e intolerante, que contrasta con el excitante y perturbador mundo de la ficción. Gran parte del humor del film deriva de los contrastes entre ambos universos. Pero, también hay en la cinta  un cierto aire de desilusión y pesimismo, a pesar de la fascinación final de la protagonista.

Y es que la anécdota de esta película conserva inevitablemente sus aristas violentas. El maltrato a Cecilia por el marido, el dueño del restaurante y, finalmente, por el actor Tom Baxter-Jeff Daniels, son estaciones que ella recorre sin esperanza alguna. El cariño que Allen siente por su personaje no lo libra de estas sucesivas humillaciones. Lo que sucede es que este cariño, por contradictorio que parezca, está hecho de altas dosis de ironía, de una casi tácita ternura y, claro está, de cierta perversidad. La crueldad, en el cine de Allen no está muy lejana y La Rosa... es un claro ejemplo de lo que manifestamos. Si hay algún exceso hay que atribuirlo a esa tremenda capacidad que tiene el cineasta para burlarse de sí mismo, para afrontar los riesgos de la propia ingenuidad ante un mundo que se revela insensible y manipulador. No hay que olvidar, finalmente, que sus criaturas están impregnadas, por lo general, de su propia personalidad. Pasiones y obsesiones incluidas.

ROGELIO LLANOS Q.




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