29/11/13

A comienzos del siglo XX : LOS INTELECTUALES Y EL CINE

Escribe: Rogelio Llanos Q.


En sus inicios el cine fue un mero instrumento de registro de la realidad cotidiana. Las primeras imágenes de los hermanos Lumière daban cuenta de diversos grupos humanos en  su actividad diaria y normal. La salida de los obreros de la fábrica Lumière, La llegada del tren, La demolición de un muro, etc fueron algunos de los títulos que compusieron la primera muestra exhibida aquél 28 de diciembre de 1895, en el sótano del Grand Café parisino, ante un público sorprendido y perplejo  por la fidelidad de la reproducción, y que compensaban la falta de una tercera dimensión con la materialización del movimiento.

Estas imágenes configuraban desde ya, y de manera involuntaria, la definición de lo que años después se llamaría cine documental, cuyas bases se encontraban en la apelación permanente a una realidad dinámica y cambiante. Las películas de Lumière así como las que por entonces empezaron a proliferar poseían un realismo exacerbado para la mentalidad del público de fin de siglo, que asumía sin controversia alguna el punto de vista de la cámara, de tal suerte que lo que veía en la pantalla era –para este espectador- la realidad fiel, inequívoca y transparente.

Tendría que venir Georges Méliès para darle el impulso imaginativo y mágico que el cine necesitaba para su desarrollo. Este desarrollo se inició a través de la exploración de las innumerables posibilidades de la manipulación del nuevo invento (sobreimpresiones, virados al color, apariciones y desapariciones, etc.) vía la conjunción de recursos propios de la escena teatral y de aquellos relativos al trucaje del medio fotográfico.

La posición de los intelectuales


A partir de la obra de Méliès, el cine evolucionó rápidamente incursionando por los innumerables caminos de la ficción y el documental. Aparecieron los grandes maestros como David W. Griffith (El Nacimiento de una nación), Charles Chaplin (La Quimera del Oro), Fritz Lang (Metrópolis), F. Murnau (Nosferatu), etc., que le dieron impulso al cine vía la introducción de nuevos elementos a un lenguaje aún en formación.  Sin embargo, su crecimiento como arte no fue a la par que su desarrollo industrial y comercial. En el ámbito intelectual, muchos se resistieron a aceptar la naturaleza artística del cine, en parte por la producción masiva de películas cuya finalidad era declaradamente lúdica y con afán de lucro, pero también por la presencia de un colectivo que regía los criterios de una producción masiva de acuerdo a los gustos de un público ávido de emociones y evasiones y apostaba por el uso repetitivo de fórmulas que empezaban a ser fácilmente aceptadas  por un espectador aún sin respuesta válida ante los estímulos de las imágenes en movimiento.

La obra de arte siempre estuvo vinculada tanto al esfuerzo individual como a criterios de clase. El cine, en tanto producción colectiva y origen popular alentaba, más bien, opiniones adversas. Diversión plebeya, el cine fue inicialmente despreciado por los intelectuales, nos dice Román Gubern en su Historia del Cine. El público que acudía al cine no era el mismo que presenciaba conciertos, se emocionaba ante la pintura o aplaudía en el teatro. Georges Duhamel resumió la posición de los intelectuales en la frase: placer de ilotas, pasatiempo para criaturas miserables...

A contracorriente de lo opinado por Duhamel, en las líneas que siguen se resume las primeras impresiones de cuatro escritores que vivieron el nacimiento del cine en diferentes partes del mundo. Su deslumbramiento inicial no les impidió luego efectuar una reflexión sobre el medio y sus circunstancias. Variados fueron sus motivos de acercamiento al mundo de las imágenes. Lo que rescatamos de todos ellos, sin embargo fue la pasión con la que encararon su relación con este invento maravilloso sobre el cual empezaron a correr ríos de tinta y que, en palabras de Román Gubern, ha contribuido a crear al hombre de hoy.

Máximo Gorki y el tren de las sombras


A menos de un año de la creación del cinematógrafo, el escritor ruso Máximo Gorki descubrió su punto de vista que oscilaba entre la sorpresa y el escepticismo. Deslumbrado por el movimiento al interior de la imagen, no pasa por alto la calidad de vida al interior del cuadro. Allí, según sus propias palabras, hay una vida gris, muda, desolada, lúgubre. Y entonces llega a la conclusión de que lo que se mueve no son más que sombras y fantasmas, producto de un acto de magia que ha empequeñecido a la gente y la ha reducido a la mudez absoluta. Y de repente, un tren que amenaza salirse de la pantalla y arrasar con los espectadores. Pero no, al igual que los demás seres y objetos, se trata de un tren de sombras, que desaparece una vez transpuestos los límites del cuadro.

Gorki presumía que este invento podría tal vez tener un futuro en el campo de la ciencia, contribuyendo al desarrollo intelectual del hombre. Presumía, pero no podía sustentar tal presunción. Y resaltaba el abierto antagonismo entre lo que sospechaba podría ser una alternativa educativa y el medio en el cual funcionaba el cine: la barraca de feria y su fauna habitual. Ni las atmósferas grises ni las escenas felices eran congruentes con los colores chillones y picarescos de los ambientes en los que eran exhibidos. En la Rusia de su época, Gorki no admitía ni lo bucólico ni lo idílico. El cine,  era una evidente contradicción.

León Tolstoi y el entusiasmo por la imagen


Para el autor de La Guerra y la Paz, el cine fue un motivo de entusiasmo, pero también de preocupación. Tolstoi vio en el cine a un instrumento capaz de revolucionar la literatura y el teatro. Al decir que el cine estaba más cerca de la vida, el escritor no ocultaba su atracción por el nuevo medio de expresión, del cual subrayaba su particular capacidad para los cambios de escena y, sobre todo su fuerza para transmitir con convicción las emociones y sensaciones. De todo ello, Tolstoi infería la necesidad que tenían ahora los escritores de ponerse a tono con los tiempos. Las insuficiencias y limitaciones del teatro quedaban a la vista ante el paso arrollador y maravilloso de las películas.

El entusiasmo de Tolstoi lo llevó en más de una ocasión a prometer la elaboración de un guión cinematográfico. Su promesa iba acompañada de la narración oral de los detalles de la historia. Planteado el argumento, se apasionaba con el desarrollo de los personajes y los entresijos anecdóticos. Su fantasía crecía conforme avizoraba las múltiples posibilidades abiertas por los diversos hilos narrativos que su fértil capacidad creativa esbozaba sin desmayo. Sin embargo, tras el desborde imaginativo venía el silencio y el olvido. Al desenfreno creativo, le sucedía la desidia y la despreocupación. Tolstoi nunca llegó a escribir para el cine.

Jean-Paul Sartre: el cine y la ilusión


En una ocasión dijo Sartre que amaba lo mágico. Y lo mágico eran las películas. Allí en ese reino del blanco y negro, donde era posible la visión de lo invisible y en donde todo se reducía a la nada, Sartre tuvo una infancia feliz. No importaba si los héroes no tenían voz, lo que contaba era el poder comunicarse con ellos. Y el medio de comunicación era la música convertida en el sonido de su vida interior.

El sufrimiento, el placer, el miedo eran vividos por el Sartre niño gracias a esos acordes premonitorios que bajo la forma de marchas, disonancias o dulces melodías lo envolvían de manera liberadora transportándolo hacia un mundo donde era posible tenerlo y alcanzarlo todo, un mundo donde los héroes se imponían a los villanos y las damas eran siempre el más preciado trofeo del vencedor. Y tal vez, por eso mismo, cuánto  dolor y decepción cuando las luces de la sala hacían que se esfumara la ilusión y el mundo se partiera en mil pedazos. Categórico Sartre concluía su reflexión: en la calle me parecía estar de más.


José C. Mariátegui: cine y circo


En 1928 se estrenó en Lima la película de Charles Chaplin,  El Circo. Por ese entonces, José Carlos Mariátegui escribía en la revista Variedades, lo cual aprovechó para publicar su famoso texto “Esquema de una explicación de Chaplin”, basado en dos películas del cómico norteamericano: En pos del oro y El circo. Más allá de las referencias cinematográficas, el texto descubre el acercamiento serio y riguroso a la naturaleza esencial del cine, ligándolo con inteligencia a ese entrañable espectáculo popular –“arte bohemio por excelencia”- como es el circo. Muchos años después, Federico Fellini concordaría con tales opiniones a través de sus imágenes sentidas y desbordadas.

Mariátegui hacía hincapié en la cercana relación de cine y circo a través del movimiento, sin dejar de reconocer que ambos tenían su propia técnica y esencia. Y apuntaba que si bien el cine había terminado por matar al teatro burgués, no había podido eliminar al circo, recuperando en Chaplin, “artista de cinema, espíritu de circo”,... todo lo que de bohemio, de romántico, de nómada hay en el circo”.

Así pues, muchas razones se han esgrimido a favor y en contra del reconocimiento del cine como arte. En medio de muchas opiniones adversas, algunos fueron realmente visionarios y adelantaron la vena artística e intelectual del cine y el placer de la mirada ante la imagen en movimiento; otros, probablemente, vivieron el tiempo suficiente como para lamentar sus apresuradas y radicales afirmaciones lapidarias acerca de un medio de expresión que, en un relativo corto tiempo, llegaría a ser la manifestación artística más importante del siglo XX.

Referencias:

Ø  Gubern, Roman – Historia del Cine. Barcelona, Baber, 1992
Ø  Los escritores frente al cine. Madrid, Fundamentos, 1981
Ø  Bedoya, Ricardo - 100 años de cine en el Perú: una historia crítica. Lima, Universidad de Lima, 1992.


Nota escrita en diciembre 2001 para Hablemos de Quimpac 

No hay comentarios: