(The Van, 199 )
Dirección: Stephen Frears
Luego de visitar los ambientes
victorianos con Mary Reilly, Stephen Frears vuelve a sus predios habituales
para abordar con éxito su película número trece: La Camioneta. Hablamos de
predios habituales por cuanto este acérrimo admirador de Karel Reisz y Lindsay
Anderson nuevamente se mueve como pez en el agua dentro del universo de las
clases populares –en este caso, el de la Irlanda del noviembre del 89- y sus
problemas laborales y familiares. Pero no se vaya a creer que Frears se inclina
por la opción del discurso inflamado y proclive a las reivindicaciones
sociales. No. Frears es de aquellos directores, que sin renunciar al apunte
crítico, gusta de las pequeñas anécdotas que tienen como protagonistas a unos
pocos personajes, en torno a los cuales giran otros secundarios que enriquecen
la historia, ya sea a través del humor o del conflicto, y que a la vez
configuran en conjunto el cuadro social al que el director es tan afecto.
La historia de dos hombres, Larry (Colm Meaney) y Bimbo (Donal O’Kelly),
desocupados, desplazados por la recesión, la edad y la modernidad, sólo
adquiere un mayor interés dentro del marco de la amistad entrañable de ambos, y
cuyos caracteres opuestos no resulta un impedimento para andar juntos. Larry se
ha revestido de una coraza de inconformidad y rudeza para sobrellevar su
condición de desempleado. Sin embargo, ello no es un obstáculo para el desborde
emocional ante los estímulos cariñosos de su entorno; Bimbo, en cambio, no teme
desnudar sus temores y angustias ante una desocupación frustrante y que les
cercena el horizonte social y vital.
Es, entonces, a partir de este
sentimiento que los une, que Frears encuentra el motivo principal de su
película. Y ella mostrará a lo largo de sus casi noventa minutos, los
encuentros, las peleas, los planes solidarios y las respectivas relaciones
familiares de los amigos. El pretexto
resulta siendo una vieja camioneta desvencijada que Bimbo compra para
utilizarla como medio de trabajo. La venta de hamburguesas al paso es su ilusionada
alternativa de trabajo y refugio desesperado e inmediato a una desocupación
lacerante. Pero también es la oportunidad para ayudar al amigo en desgracia. Y
así, tras las primeras pruebas e infelices ensayos, entre el entusiasmo de
Bimbo y los gruñidos de Larry, los dos amigos se ven inmersos en la aventura
cotidiana de la venta ambulante.
La coincidencia del
negocio con el Campeonato Mundial de Fútbol en el que Irlanda participa, le
sirve a Frears para el trazo de época y la rápida nota sociológica. El acento
crítico e irónico de Frears se arropa en la mirada cariñosa a sus personajes
que ilusionados con el triunfo de su equipo, de pronto olvidan a esa Irlanda que los ha marginado laboral y
socialmente y declaran a viva voz amarla más que nunca. El juego como refugio a la frustración
diaria, la borrachera o la infidelidad marital como escape a la rutina y al
aburrimiento, la relación amical a punto de romperse por la infiltración insidiosa
del vínculo laboral, el universo familiar con sus reclamos e incomprensiones,
pero también con sus afectos y sus soportes morales, son algunos de los
principales asuntos que Frears toca, reiteramos, con un delicado sentido del
humor, solazándose en las pequeñas
victorias de sus personajes, observando con cierta gravedad sus
distanciamientos o remarcando cariñosamente aquellos detalles que revelan su
cercanía física y emocional.
Por ello, resultan entrañables las secuencias
del descubrimiento, traslado y limpieza de la camioneta así como la pelea y la
reconciliación final. Frears abandona la resolución lógica y fría de la
realidad para privilegiar la emoción de la solidaridad, la ternura y los ritos
de la amistad. El grupo de gente, cada vez más numeroso, corriendo tras la
camioneta, a la manera de una gran fiesta popular, apela a la metáfora, pero
sin romper el encanto del momento. Y de igual manera, la decisión de Bimbo de
deshacerse del instrumento disociador de la relación amical deviene bajo la
cálida mirada de Frears en una afirmación optimista y en una apuesta admirable
y honesta por el hombre, sus sueños y su redención.
Rogelio Llanos Q.
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