(Pale
Rider, 1985)
Director:
Clint Eastwood
Clint Eastwood es el
realizador actual que mejor conoce el “western”, ese género cinematográfico
amado por John Ford y Howard Hawks; pero, sus películas cargadas de ira y
violencia recorren en apariencia otros caminos, esbozan personajes que con su
cinismo intentan recubrir sus emociones y que, más bien, se acercan, en su
solemnidad, a los de cierto cine japonés. Sin embargo, las imágenes de esos
siete magníficos -pero en negativo- que conforman la banda de Stockburn (la
banda mejor fotografiada de las películas del Oeste) contratada por LaHood
(Richard Dysart) para imponer su “orden” en la región, los largos e
impresionantes guardapolvos de estos mismos pistoleros que esperan la hora
decisiva, el cuadro impresionante de un Oeste que agoniza porque la tierra es
horadada por la civilización o el hombre solitario que anhela un hogar pero que
sabe que, cumplida su misión justiciera, tendrá que continuar su camino, están
muy enraizadas en la tradición misma del género.
El tema y estructura de El Jinete Pálido no son ajenos ni se
diferencian tanto de otros “westerns”. Es más, podría decirse que se trata de
un retorno a Shane (1953, George
Stevens), sólo que esta vez el conflicto de unos mineros expoliados por el
poderoso de turno reemplaza al de los
granjeros aterrorizados por el ranchero ambicioso y, no es un niño el que contempla con emoción y
cariño al recién llegado que atina a defender a su familia sino una
adolescente, que más allá de la admiración por el justiciero, siente -al igual
que su madre- la atracción turbadora por la virilidad del pistolero. Un
homenaje a Shane, sin duda, pero el film de Eastwood tiene la particularidad de
poner los acentos en aquellos impulsos humanos tan vitales como ocultos -el
deseo o la venganza- que Shane tan sólo se permitía sugerir. La entrega de
Sarah (Carrie Snodgress) a Preacher “para no tener que lamentarlo después” o la
ejecución de Stockburn (John Russell) a manos del mismo Preacher, desmesurada e
inmisericorde, rubrican las diferencias fundamentales entre ambos films.
De otro lado, El Jinete... recorre aquellas parcelas
del género que tienen que ver con la
leyenda, su épica y su naturaleza enigmática. Preacher (predicador) es un
pistolero emparentado con el Manco o el Rubio (personajes de los films de
Leone), en tanto hombre de pocas palabras, movimientos habitualmente pausados y
rápido con el revólver, que tiene en su
cuerpo las cicatrices de un pasado violento y que está imbuído de un ánimo
vindicativo. Sin embargo, hay en él algunos elementos y detalles que permiten
mostrarlo como un emisario divino que, cual jinete del apocalipsis, trae la muerte para los abusivos, el mensaje
- a través de sus acciones- de unión y solidaridad para los desterrados y el
conocimiento del amor para las mujeres. Eastwood acierta al configurar la
esencia ambigua de su personaje, cuya materialización en el lugar pareciera ser
una respuesta a las oraciones y pedidos de justicia de la adolescente Megan
(Sydney Penny), ligando de esta forma su figura a un origen místico.
Su conducta y su estrategia
contribuyen, además, a consolidar esa imagen fantasmal, omnipresente. Como si
de un acto mágico se tratara y en el que no está ausente el humor, Preacher
aparece en los momentos de mayor peligro para salvar a las víctimas del abuso
(la paliza a los malhechores que han agredido a Hull, el rescate de Megan a
punto de ser ultrajada), desaparece misteriosamente para desconcierto de
propios y extraños (detalle reiteradamente usado en el duelo final) o irrumpe
de manera imprevista desde el lugar menos esperado (la mano y el revólver que
asoman oportunamente desde el abrevadero de los caballos para liquidar al
villano). La fascinación que del film se desprende, le debe tanto a la solidez
del guión de Michael Butler y Dennis Shryack
y a la madurez de Eastwood en la dirección como a las privilegiadas
imágenes de hermosos claroscuros de la fotografía de Bruce Surtees.
Antes de El Jinete Pálido Clint Eastwood ya
había tenido algunas experiencias como realizador, incluyendo dos “westerns” (La venganza del muerto y El fugitivo Josey Wales). Con toda
seguridad, sus comienzos como actor en los films de Sergio Leone y de Donald
Siegel influyeron en la decisión de retomar, estando detrás de las cámaras, un
género en vías de extinción, pero también, determinaron de manera decisiva en
su estilo de realización, en la reflexión y abordaje de las peculiaridades
propias del género y, sobre todo, en ese cariño tan especial por el cine y sus
avatares que trasciende sus mejores películas. El Jinete Pálido, sin duda, es una evidencia mayor de lo que
manifestamos. A partir de allí, ya no miramos con los mismos ojos la obra
posterior de Eastwood. A partir de este “western” subyugante, que anuncia desde ya a Los Imperdonables (1992), nos vemos obligados a volver a examinar su obra anterior y a
redescubrir, por ejemplo, un film
entrañable como Honky tonk man
(1982).
ROGELIO
LLANOS Q.
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