30/11/13

LOS DELICIOSOS SONIDOS DE LA INTIMIDAD




...el ruido de los besos,
el murmullo de los suspiros,
los sonidos entrecortados se hacen oir...
Ya los sofás gimen,
corren tiernas lágrimas,
el temblor se apodera de ellas;
se desvanecen
y nadan en un torrente de sensaciones.

(Honoré-Gabriel de Riquetti, conde de Mirabeau,
El libertino de Calidad, 1783)


Escribe: Rogelio Llanos Q.


Gemir o no gemir, tal parecería el dilema para las parejas, que encuentran en los sonidos emitidos por él o por ella, durante una sesión amorosa, el impulso renovador para satisfacer sus afanes amorosos o, por el contrario, que reprimen esa respuesta auténtica del cuerpo levantando la última barrera preservante de una intimidad celosa. Se gime porque no es posible contener más la energía acumulada con el deseo. Se gime también por el gusto de escucharse o que la escuchen o lo escuchen. Se gime porque así se alimenta aún más el ardor y las ganas. Pero también se gime porque hay quienes tienen la necesidad de fingir.  La mujer es quien más finge porque a él le gusta saber que la está haciendo gozar o porque ella desea terminar cuanto antes una cópula no deseada. Hay quienes no gimen, también. Y no se gime por la vergüenza de hacer saber al otro el estado de vulnerabilidad en que se encuentra, pues aún en pleno siglo XXI existen seres humanos que continúan pensando que el sexo es parte del costo que se tiene que pagar por vivir. Y no se gime porque toda esa carga represiva que se ha llevado a lo largo de la vida también se manifiesta o se hace sentir en el campo de Venus.

Muy poco se ha escrito sobre estas muestras de excitación o de placer de hombres y mujeres durante la relación sexual. Tanto hombres como mujeres se resisten muchas veces a mencionar lo que hacen, cómo lo hacen o lo que les gusta que hagan sus parejas en materia de gemidos o sonidos. Todos pueden hablar en mayor o menor medida de las diferentes acciones y reacciones que comporta la actividad sexual (qué poses utilizan, cuántos polvos se tiran en una noche, lo mucho que hacen gozar a su pareja, etc), pero muy pocas se detienen a detallar los deliciosos sonidos que se emiten durante la relación sexual. No hablamos únicamente de los sonidos que se generan en el coito en sí, nos referimos a los sonidos que empiezan a producirse desde los primeros besos, tocamientos o escarceos amorosos.

Empecemos, entonces, por el principio. Y el principio es un reconocimiento: todas las parejas en el acto amoroso emiten sonidos muy particulares. No estamos aludiendo a frases o conversaciones o narraciones, que sería motivo de otra nota (hay quienes gustan de contar historias o hacer públicas sus fantasías mientras copulan), sino a sonidos que caen dentro de las categorías de gemidos, quejidos, gritos, ruidos y monosílabos que, inequívocamente, para alguien que estuviera fuera de una habitación y no supiera de antemano que dentro hay una pareja en disposición de copular, le permite saber o imaginar lo que allí está ocurriendo. Es decir, estos sonidos son propios, casi exclusivos, de la relación amorosa, y sólo se emiten en tales circunstancias: vale decir, con las personas sometidas a una situación en la que hay tensión o energía contenidas; con hombres y mujeres bajo los efectos de la emoción o excitación que proviene del deseo en ascenso, en su punto culminante o ya en la franca etapa refractaria; con individuos que teniendo la certeza de privacidad o bajo la creencia de que no hay nadie cerca de ellos deciden dar rienda suelta a sus pulsiones sexuales; con seres humanos que han descubierto que la entrega total o parcial, consciente o inconsciente, al goce carnal, les permite liberarse de la angustia y el estrés que les causa la aparición del deseo.

Decimos casi exclusivos porque también hay que reconocer que durante la masturbación los seres humanos emitimos, deseamos emitir o tendemos a hacerlo, esta clase de sonidos que permiten también incrementar el placer o acelerar la llegada del orgasmo, sin contar con que al momento de éste hay sonidos que se generan independientemente de nuestra voluntad. En todo caso, volveremos a la masturbación en su momento.

Una pareja que inicia los primeros acercamientos consume mucha energía y tiempo en observarse, tocarse y besarse. En esta etapa los ruidos son muy insipientes.  Apenas, quizás, algunos susurros como ¡uhmmmm! O suspiros que concluyen en un ¡ahhhh! premonitorio, especialmente después de los primeros besos apasionados, es decir esos besos en los que labios, lengua y dientes se tocan, se exploran unos a otros, con el feliz regodeo consiguiente. Los chasquidos de los labios, el sonido atenuado de la lengua buscando a la otra lengua y los ¡mmmm! insistentes y obsesivos suelen prolongarse por varios minutos, más aún si mientras los labios y lenguas se buscan, descubren y exploran, las manos de él acarician los senos o los pezones ya sea por encima de la ropa o debajo de ella. Y resulta siempre fascinante sentir que, mientras los besos se suceden de manera continua y prolongada, los labios de ella se reblandecen y se enfrían, volviéndose más jugosos y más permisibles, en clara señal de haber alcanzado un alto grado de excitación.

Es el momento del paso de las palabras tiernas o de las ingenuas declaratorias de amor a las manifestaciones abiertas del deseo. Es el paso de las miradas ligeras y sonrisas cómplices a las observaciones profundas y miradas curiosas e insinuantes. Es el momento del tránsito inevitable de las caricias delicadas al masaje audaz y provocador. Aquí las miradas se vuelven inquisitivas, los ojos brillan de deseo, y los párpados superiores caen ligera y ostensiblemente como una señal de que el pene está húmedo y erecto, los pezones erguidos y duros, la vulva mojada  y el clítoris endurecido. Es el momento, tan efímero como turbador, del silencio. Hay expectativa por la fase siguiente y, entonces, la respiración se vuelve agitada, entrecortada porque el corazón está latiendo como corcel desbocado. Por la angustia y la desesperación del momento, ambos pueden enmudecer y, quizás, algunos sonidos guturales podrían hacerse presentes, lo cual es, de todas maneras, una señal para que los dos reinicien el combate amoroso. Una pequeña tregua para volver luego a la etapa más azarosa, más perturbadora y también más violenta.

Aún en las parejas con experiencia, siempre el inicio tiene su pequeña dosis de misterio: ¿cambiará la estrategia de los preliminares? ¿será igual que siempre? ¿me tocará en los mismos lugares? ¿qué hará primero? Pero estas preguntas, en tal ocasión, difícilmente se realizan en el plano de la racionalidad. En todo caso, son como ideas que cruzan a velocidad por la mente de ambos miembros de la pareja o de uno de ellos. Generalmente, es la mujer quien piensa más en ello que los hombres, más preocupados éstos por la performance que deben rendir, por conservar el alto grado del deseo o por mantener la dureza del pene. Para no pocos hombres, cada cópula es como una prueba que deben rendir. Y deben rendirla bien para que su ego no quede maltratado. De allí que –salvo en el caso de los habladores, que muchas veces hablan para disimular sus insuficiencias o minusvalías- los sonidos que emiten en esta fase son mínimos, a diferencia de las mujeres que una vez que son ganadas por el deseo, se dejan llevar por él y su voz adquiere una tonalidad distinta que, en algunos casos, la lleva a los susurros, a las expresiones mínimas y a los gemidos, en un intento –no siempre consciente (la naturaleza es sabia y la mujer desde el saque asume su condición de guía) de conducir a su pareja por las mejores vías para llegar a consumar exitosamente la cópula. No siempre los hombres entienden este lenguaje del cuerpo, y desoyen los sonidos que la mujer desliza como respuesta a su arrechura en ascenso y que es un signo auténtico de su deseo y de su intimidad. Pero, repetimos, hay muchos hombres que padecen de sordera crónica.

Ya con los genitales dispuestos a la cópula, el umbral entre la racionalidad y el instinto se convierte en una línea muy delgada fácil de transgredir.  Sin embargo, los seres humanos tenemos elementos de control insospechados. De allí que, a pesar de estar en ese punto que denominamos umbral, hay, en no pocos casos, un destello de racionalidad que advierte a él o a ella que seguir adelante podría tener algún tipo de consecuencia no deseada (embarazo, principalmente). Si no existe un método pre establecido de anticoncepción (pastillas, uso del DIU, uso de óvulos, etc.) o un método post-coitus (pastilla del día siguiente, lavados vaginales, etc.), ese es, precisamente, el momento de ponerse el condón o de buscar formas alternativas al coito para saciar el deseo que agobia, angustia, impulsa. Estamos hablando de esa fracción de tiempo (o de minutos, quizás) en que se deja de lado las caricias previas y se desea pasar, ya con intensidad, a la exploración genital, es decir cuando la pareja busca ya sin barrera emocional alguna llegar a aquellos puntos –generalmente los genitales- desencadenantes del clímax. Si ocurriera eso que denominamos destello racional entonces la pareja hará aquellas acciones necesarias para adquirir y dar placer, pero sin arriesgar a generar una concepción. Es decir, se pasará al sexo oral, a la  estimulación mutua, al sexo anal o al coito con la debida precaución (uso del condón ya mencionado o a la cópula con la intención de efectuar el nada recomendable coitus interruptus).

Si no hubiera ese destello racional antes referido, la pareja se adentrará en el campo de Venus impelido por el deseo, desconociendo cualquier vestigio racional (con aquella actitud del quiero gozar ahora y ya se verá después) corriendo todo el riesgo que la cópula implica. Repetimos, son fracciones de tiempo en el que en materia de sonidos, aparte del ruido atenuado que hace el plástico al ser desenrollado a lo largo del pene, hay una miscelánea de expresiones que van desde la advertencia para no olvidar la colocación del condón hasta las expresiones encubridoras de las intenciones íntimas de cada miembro de la pareja (el hombre se muere de ganas por penetrar, pero quiere dar la imagen de autocontrol; ella quiere ser penetrada, pero sabiendo que él termina rápido, disimula sus ganas e insinúa el deseo de seguir siendo acariciada). Aquí, más que los sonidos, ruidos o susurros, proliferan los silencios o las frases.

En cada una de las diferentes bifurcaciones que la pareja decida recorrer, las reacciones son distintas y, los sonidos probablemente también. En materia sexual no existen las reglas, y por lo tanto en cada vía que la pareja transite hay una total libertad de acción. Y nada debe estar controlado, cronometrado ni pautado. Si se opta por el sexo oral, por ejemplo, podría ser que ella lo inicie (fellatio), que él lo continúe (cunnilingus) y así de manera alternada, buscando incrementar el grado de excitación. La única regla –si acaso existiera- sería no ir hacia un final veloz y, más bien, dilatar el mayor tiempo posible los llamados juegos previos. Suponiendo que ello fuera así, y que la relación se inicia con una fellatio, los ruidos  que allí se generan provienen de los labios de ella, los chasquidos de sus labios al besar o al chupar el glande o el tallo del pene. Pero también de parte de él, el  uhhhh!, ahhhh u ohhhhh característicos se producirán una y otra vez, especialmente si ella recorre, lenta o rápidamente, según el gusto de la pareja,  con su lengua o con los dedos o con la palma de su mano la base del glande. Para muchos hombres –que aceptan que la mujer los estimule con la mano (a algunos les disgusta por los prejuicios anti masturbatorios) – la frotación de la base del glande con la palma de la mano resulta particularmente placentera. El desencadenamiento allí de los gemidos masculinos es casi seguro (nunca se puede ser categórico en las afirmaciones porque, repetimos, en materia sexual nada está normado y ningún ser humano está programado en sus reacciones). Y la razón es muy sencilla: generalmente el hombre es consciente de su sexualidad desde que se masturba, y la masturbación –que es un subir y bajar la mano o los dedos en torno al pene erecto- significa la estimulación de los miles de nervios que confluyen especialmente en el glande y mucho más específicamente en su base. Cuando el hombre se masturba, aplica una mayor presión en esa base., especialmente cuando la eyaculación está por ocurrir o cuando apura su llegada. Ese es el momento en que el hombre empieza a gemir, gritar, boquear, hablar. Si la mujer estimula el glande presionando la base, el efecto y los sonidos son similares.

Algunos profieren un ¡¡hsssssss!! profundo, como aspirando, intenso, prolongado. Es una señal que la excitación de él está en franco ascenso y que si se continúa con la fellatio o con la estimulación manual, podría ocurrir la eyaculación.  Los hombres –no es una regla, pero es algo bastante común- gimen poco y hablan un poco más. ¡Qué rico!, ¡Sigue!, ¡Así!, son algunas de las expresiones más frecuentes. En no pocos casos, tales expresiones son seguidas de apelativos, diminutivos, nombres, etc., y hay también quienes gustan decir procacidades, que no siempre son del agrado de la pareja.

En el cunnilingus, los ruidos ahora provienen del contacto de los labios y la lengua de él con la vulva. Estos ruidos son francamente deliciosos. Los chasquidos de los labios al besar los labios mayores, los labios menores, el clítoris, se entremezclan con los ruidos que ocurren al pasar la lengua con avidez sobre los genitales mojados de ella. El ruido es mayor por cuanto la humedad se intensifica por el alto grado de excitación de ella y por la presencia de la saliva de él en los genitales femeninos. Una sábana mojada al final del combate es la huella inequívoca de que sobre ella se ha efectuado el maravilloso cunnilingus. Chupar el clítoris es todo un placer y el ruido que de allí proviene excita aún más a la pareja. Si sobre el clítoris, duro y erecto, se pasa el dedo, estimulándolo, acariciándolo, también es posible arrancar de ella un ¡hsssss! intenso, profundo, pero es bastante común que a lo largo del cunnilingus se dejen escuchar los ahhhh!!!  prolongados o intermitentes, pero siempre agitados, urgentes y con un volumen en ascenso. También son bastante frecuentes los ¡¡¡uhhhhhh!!!! intercalándose graciosa y obsesivamente con los muy comunes ¡¡¡¡ahhhh!!!!.

Estos gemidos suelen ser una descarga emocional formidable para ella. Tan formidables, necesarios, fascinantes, maravillosos como perturbadores y arrechantes. Contribuyen, junto con el orgasmo a darle equilibrio emocional a la mujer. Tales respuestas se dan también si se opta por la estimulación manual (de él hacia ella) o la masturbación. Tal vez muchos hombres dirán que tales acciones son innecesarias o tontas si es que es posible ya efectuar la penetración. Nuestro punto de vista es distinto. Creemos que estimular un clítoris o ver a una mujer masturbándose es uno de los momentos más fascinantes de la vida sexual de una pareja. Y en términos de sonidos (pues tal es el motivo del presente texto), ambas son actividades de una exquisitez extrema. Para empezar, el primer sentido que resulta gratificado es la visión. Ponerse al costado de ella y pasarle la mano por los genitales, explorándolos con delicadeza, sintiendo el agradable contacto de los vellos en la palma o en el dorso de la mano, introduciendo lenta y cuidadosamente el dedo en el surco, separando los labios mayores de los menores, frotando el clítoris por encima del capuchón (jamás en la punta porque le dolería y se perdería el encanto), demanda una actitud de entrega total hacia ella. Ella requiere que le demos placer, y se lo estamos dando. En el silencio de la habitación, es posible percibir con gran gozo el delicado roce de la mano con la piel de ella, con sus genitales. Podemos acercar los ojos, la nariz y los oídos a su cuerpo o, específicamente,  a sus genitales mientras acariciamos el vello púbico, los labios, el clítoris. Podemos ver de cerca cómo los muslos se empiezan a separar y los labios a abrir, dejando ver los rosados restos del himen roto y las burbujitas de los jugos femeninos que aparecen por la parte inferior de la vulva. Si comenzamos a introducir uno o dos dedos en la vagina, para mojarlos y aprovechar esa humedad en lubricar toda el área o porque queremos conocer el olor íntimo de ella o el sabor de sus jugos, escucharemos el hechicero chapoteo de los dedos en la fuentecilla formada. A muchas mujeres les encanta este sonido y responden con el ansioso ¡¡¡¡Así, así!!! o el estimulante ¡sigue, sigue, sigue!!! que combinan con los espontáneos ¡ahhhh!!! u  ¡ohhhh!!! que contribuyen a que el hombre, espectador privilegiado tenga el pene cada vez más duro y listo para la penetración.

La fase descrita es una de los mejores momentos previos a la penetración. Repetimos, no hay regla alguna sobre cuál debe ser la continuación. Habemos quienes, ante la visión de una vulva completamente mojada, optamos nuevamente por el cunnilingus, lo que a una mujer siempre satisface, quizás por el hecho de que entiende o llega entender que él está descubriendo, explorando, apropiándose de parte de su fuero más íntimo. En el caso de él, de manera inconsciente, ese acto también lo llega a asumir así. No olvidemos que para gran parte de nuestra sociedad occidental y cristiana (felizmente ya no para algunos), los genitales aún continúan siendo las partes  feas, sucias y malas del cuerpo humano. La formación moral y educativa de muchas mujeres especialmente (y también para no pocos hombres), las lleva a considerar los genitales como zonas proscritas o a las que no debemos conocer mucho y a las que se debe prestarles poca atención. Reiteramos, felizmente la tendencia a cambiar tal punto de vista está creciendo con el tiempo. Durante esta fase, los sonidos preponderantes son el chapoteo de los dedos, la fricción de los dedos sobre el clítoris, los gemidos de ella o las palabras de él animándola a que se concentre en el placer y llegue a los predios cercanos al orgasmo.

En las cercanías del clímax de ella, se pueden seguir dos caminos: o se continúa apoyando la labor de ella para que llegue al orgasmo o se pasa a la penetración. Si se optara por el primer camino, hay una buena recompensa para el hombre: la visión total de un cuerpo femenino contorsionándose, estirándose, moviéndose, susurrando, gimiendo, gritando en los estertores del orgasmo. Para nosotros esa visión no tiene comparación: algunas cierran los ojos en el afán de concentrarse en una visión ( y allí están solas, no necesitan a nadie, se aíslan de su pareja, son ellas y nada más que ellas); otras abren los ojos como sorprendidas ante algo nuevo o desconocido que su cuerpo en un estado casi hipnótico no esperaba; los pezones durísimos, crecidos, desafiantes, más rosado oscuros que nunca, como pidiendo  que los acaricien, que los besen, que los satisfagan; el abdomen duro, tenso, pidiendo sentir un cuerpo encima; los muslos separados, tensos, estirados, aunque otras tienden, más bien, a cerrarlos para hacer de la vulva un órgano protuberante, pero a la vez inaccesible y resistente a la penetración, concentrando todos los esfuerzos y los nervios en el clítoris; las piernas y los pies estirados al máximo, ya sea que los muslos estén abiertos o cerrados. Y durante toda esta fase que se desarrolla en el umbral del clímax los gemidos se tornan insistentes, inquietantes, angustiosos. Se escucha la respiración entrecortada y cada vez más rápida, mezclándose esos sonidos con los de la mano de ella o de él frotando frenéticamente el clítoris. A esas alturas, mucho más recomendable es que ella misma se estimule, se masturbe, porque ello hará posible que establezca su propio ritmo y no corte el desarrollo del orgasmo. No olvidemos que en tal punto del camino, una pequeña distracción y todo se arruina. De allí que la concentración de ella en su cuerpo, en su visión, en su fantasía, en su imaginación es fundamental y necesaria. Él tiene que ser lo suficientemente cómplice para apoyarla en esa tarea. Un principio básico –que muchos nos cuestionan o no nos creen- pero que es inevitablemente cierto es el siguiente: la mujer en el tramo inmediatamente previo al orgasmo se libera totalmente de su entorno, esto es, en su mente hay imágenes independientes de la pareja con la que están. Me explico: puede que en esos momentos tengan la imagen del hombre que aman, que desean, que las excita, y esa imagen puede coincidir con la del hombre que está a su lado o encima o debajo de ella, pero no es él. Definitivamente no es él, sino su representación fantasiosa o imaginaria. Por ello decimos, que allí ella está sola con sus sueños, con su imaginación, con su fantasía. Los hombres tenemos que aceptar esa realidad y no debemos sentirnos mal. Así es la naturaleza femenina y humana. Los hombres también actuamos de una manera similar.

Si bien nos hemos apartado ligeramente del tema central –los sonidos, ruidos, susurrros, gemidos, etc, durante la cópula- hay que entender que la intensidad de estas manifestaciones sonoras tienen que ver necesariamente con la respuesta orgásmica. No se puede explicar la intensidad de los ruidos o gemidos si no se tiene en consideración esa transformación que ocurre en el cuerpo femenino. Por ello es que los ¡¡¡¡ahhh!!!! continuos  y con intensidad creciente que se multiplican durante esta fase, llegan a desembocar finalmente en un yaaaahhhhhh!!!!! salido desde las entrañas, un yaaahhhh!!! profundamente liberador, y que luego se va transformando en un susurro y y en una respiración agitada que corre paralela con el relajamiento del cuerpo, la distensión de los músculos faciales en una sonrisa tierna, ingenua, que en algunos casos va acompañada de un delicioso rubor, como si ella sintiera un poquito de vergüenza de haber mostrado esa parcela tan íntima como adorable de su ser. Es el momento de los besos tiernos, de los labios levemente acariciados por los otros labios. Y mientras tanto, la mano de ella o la de él, suelen acariciar –tal es una buena sugerencia- con sumo cuidado y delicadeza la vulva, presionando ligeramente, en algunos casos, como para disipar los últimos estremecimientos del orgasmo. Una entrañable amiga nos comentaba que sus estremecimientos –temblores los llamaba ella- llegaban a ocho, y que luego o mientras tanto tenía un deseo intenso de ser acariciada, de ser besada.

El sonido, grito o gemido final de la mujer al llegar al orgasmo tiene muchas variantes. Cada mujer posee su propia expresión final de placer. La experiencia, los textos escritos, los relatos, etc., registran múltiples manifestaciones orales de placer. Hay mujeres que únicamente acentúan los ¡ahhhh!!!! o los o ¡ohhhhh!!!! o los ¡uhhhh!!!!; en cambio hay otras que dicen con fiereza  ¡¡¡siiiiiiííí!!!!!; pero también las hay aquellas que mencionan el nombre de su pareja (a veces se les escapa el nombre de quien están pensando en realidad); aunque hay otras que utilizan algunos apelativos como ¡papito!!!!, ¡mi amor!!!!!. También sabemos de casos de mujeres que junto con el estertor final (a veces un sonido incomprensible) largan el llanto o se desmayan si la energía acumulada es descargada violentamente. No faltan también mujeres que mencionan a la divinidad ¡¡¡Ohhhh Dios!!!, y quizás lo hacen como una muestra de agradecimiento o, todo cabe en lo posible, de arrepentimiento. Sea cual fuere la reacción del cuerpo femenino y de los sonidos que ella emita, creemos que la actividad orgásmica no sólo es importante en la vida sexual de una mujer, sino que es bajo todo punto de vista, y considerando su tremendo impacto liberador, absolutamente necesaria. En toda relación sexual, el orgasmo femenino debería ser casi una regla. Una mujer que no llega al orgasmo sentirá una profunda frustración. Y si su vida sexual se reduce a una actividad receptora de semen, con crónica ausencia del poder liberador del clímax, el resultado será una mujer sin incentivos, con resentimientos y en camino hacia una neurosis paralizante.

Si acaso después de los previos, la pareja optara por la penetración, sin duda, la decisión es oportuna porque ambos genitales están completamente lubricados. El primer ruido que suele aparecer es el crujido de la cama (unas suenan más que otras), porque los cuerpos se empiezan a mover al unísono, ya sea que un cuerpo esté encima del otro o que estén sentados o de costado o parados. Ese ruido, aunque pocos lo admitan, es sumamente excitante para la pareja. Claro está, si se conoce que el entorno está libre de miradas y oídos curiosos. Ese ruido de la cama que se produce mientras el pene entra y sale de la vagina, es como un eco de la acción que se está llevando a cabo. Es, por tanto,  una suerte de llamado a la conciencia durante la cópula para hacer más real el momento vivido: estoy gozando, lo estoy haciendo y con el hombre que amo y deseo, me están penetrando, tengo su pene dentro de mí, me he abierto para él, lo estoy haciendo gozar, estoy sintiendo placer. Y a partir de esta constatación subrayada de la realidad es posible trascender a la tan necesaria afirmación de su autonomía y libertad: sí, puedo hacerlo, nadie me lo impide, soy feliz, me siento plena, me siento toda una mujer, siento que soy una mujer completa. Y para los hombres, las reacciones son similares.

Junto con el ruido de la cama que acompaña al movimiento de los cuerpos, es posible escuchar dos ruidos adicionales: el suave e inquietante golpeteo de los cuerpos al chocar uno con el otro –tap, tap, tap. Ruido continuo por momentos (mientras se aceleran las entradas y las salidas del pene en la vagina) y que luego se interrumpe, mientras el hombre descansa unos segundos o minutos para tomar aire, para luego reiniciarse por un pequeño tiempo adicional e interrumpirse una vez más. Y así, sucesivamente. Durante este golpeteo, casi siempre es posible escuchar la voz agitada de la mujer que pide que tal movimiento se prolongue más y más. ¡Así, así, así!!, ¡Sigue, sigue!!! ¡No pares, no pares!! Son las expresiones encendidas, agitadas, implorantes, exigentes, urgentes, más usuales Este ruido intermitente también es excitante, y durante los cortos períodos de descanso la pareja aprovecha para cambiar el sentido de los movimientos, tornando a los circulares con frotación íntima de los genitales internos y externos. El chasquido de los labios sobre los otros labios, el sonido de los besos sobre los pezones de ella o sobre su espalda o su cuello se confunden con los ¡ahhh!!! u ¡oooohhhh! de ella.  

El otro ruido que acompaña el crujido de la cama es el chapoteo del pene en la vagina plena de humedad y de aquella secreción viscosa que permite que el pene resbale con suma facilidad en el surco femenino. La cópula es la mayor fuente de sonidos durante una relación sexual: la cama que cruje, el tap tap de los cuerpos que chocan, el chapoteo del pene en la vagina jugosa, los bufidos de él, los ahhhh,  oohhhh, uhhhh de ella, los sigue sigue, así, así de ella, y ya en el momento del orgasmo los yahhhh!!! U otras expresiones espontáneas y usuales que antes referimos de él o de ella.

Hemos dejado en el tintero todo lo que corresponde al sexo anal. Será para otra ocasión. Hay mucho por hablar sobre este tema y ya nos hemos extendido en demasía. En materia de sonidos, en la penetración anal, hay mucho de lo que hemos mencionado en el presente artículo, pero habría que agregar aquellos gemidos femeninos que, especialmente al inicio de la relación o cuando se efectúa por primera vez, están referidos al dolor, la molestia o la incomodidad. Hay que tener presente que el ano es un pequeño agujero cuya función principal es la excreción, y la cópula anal es, precisamente, lo contrario. Esto no significa que no se pueda o se deba efectuar. Cada pareja es libre de decidirlo y experimentarlo, cosa que bien vale la pena, pero hay que hacerlo con la debida precaución (uso de condón para prevenir los schericchia colli y otras bacterias que abundan en esa zona) y cuidado. Y cuando hablamos de cuidado nos referimos al uso de lubricantes naturales (saliva, jugos vaginales, secreción masculina, semen u otro que se pueda adquirir en la farmacia), a la penetración lenta y controlada, aunque siempre es preferible iniciar el ejercicio con un dedo debidamente humedecido. En fin, una actividad que puede ser placentera si ambos están de acuerdo en vivir la experiencia, disfrutando de los sonidos, poses, juguetes, lubricantes y, en fin de toda la parafernalia sexual que para ello se ha inventado. Y una recomendación final: es preferible abordar el sexo anal cuando el nivel de excitación de ambos está en su pico más elevado, en aquel nivel de inquietud en el cual los cuerpos de ambos ya no saben qué más hacer para alcanzar el goce máximo. Ello facilitará la penetración y hará que el olor que emana del ano femenino sea conocido, apreciado y hasta tomado como un estimulante por el hombre con tal grado de arrechura, pero también, y esto nunca debe olvidarse, para que la mujer no se avergüence al comprobar que el olor que empieza a impregnar la habitación está saliendo de su cuerpo. En tal grado de excitación, tal detalle, el olor y la materia fecal que se empieza a depositar en el condón, son asumidos de manera normal. Los sonidos, voces, expresiones que de allí se derivan son bastante previsibles.

Los seres humanos vivimos reprimidos la mayor parte de nuestra vida. El sexo, gracias a la intimidad en la que lo practicamos, hace viable nuestra liberación. Con la descarga emocional y física de los cuerpos, los seres humanos podemos luego volver a nuestra vida diaria para encausar nuestra energía en otras actividades rutinarias o creativas, y que forman parte necesaria de la existencia. Gemir durante una masturbación, una estimulación erótica o una cópula es una manera de reivindicar la necesidad de expresarnos en libertad. Es una manifestación auténtica del placer que el cuerpo está experimentando. Y no debe haber vergüenza alguna de admitirlo. Gimamos, hagamos ruidos, susurremos, hablemos, gritemos durante nuestras manifestaciones sexuales, y motivemos para que los demás también lo hagan. Es una buena forma de hacer que en nuestro entorno prevalezca la alegría, el buen humor y, ¿por qué no?, la felicidad.


Lima, febrero 2009.

1 comentario:

ABC dijo...

Esta es una parte interminable de la historia de amor.