(TIREZ
SUR LE PIANISTE, 1960, FRANCOIS TRUFFAUT)
Escribe:
Rogelio Llanos
Al comienzo del filme, un hombre corre desesperadamente.
Se estrella contra un farol y cae. Un desconocido lo auxilia. Conversan. De
repente, surge el tema de la mujer, es decir el tema del amor, de la pasión.
A manera de viñeta que abre el filme, esta
secuencia le permite a Truffaut instalar el tema de su predilección. Preparados
como estábamos para apreciar un policial, nos encontramos con una historia de
amor frustrado, de amor en fuga.
El protagonista es Charlie Kohler (Charles
Aznavour) que evoca un pasado de desengaño amoroso que intenta olvidar. Charlie
es un pianista de taberna. Antes fue un virtuoso del piano. La persecución
gangsteril en la que se ve envuelto por causa de su hermano (el hombre que
corre al comienzo), promueve la vuelta al presente de los fantasmas del
pianista. Motiva, sobre todo, la segunda oportunidad de alcanzar la felicidad
junto a Lena, la camarera que le declara que en su cumpleaños besó a todos para
poder besarlo a él. Actitud semejante a la de Teresa, la ex esposa de Charlie,
muerta por suicidio, que le confiesa que se acostó con un empresario para que
él alcance el éxito profesional.
Besar a otros, acostarse con otros, porque
se ama intensamente a una persona. Es contradictorio. Pero así es la pasión. Y
así de apasionadas son las mujeres de Truffaut. Lena, Teresa,, y aún la
prostituta Clarisse, inauguran un universo femenino hecho de encanto y de
misterio, pero también de violencia, a veces no tan sutil, propia de una
entrega apasionada, cuando no del cálculo frío y premeditado.
Estas mujeres, por cuyas piernas los
hombres son capaces de dar la vida, tienen el privilegio de la iniciativa.
Truffaut, enamorado del cine, no dudó en tomar como modelo a Mujer Pasional (Johnny Guitar de Nicholas ray, 1954) para diseñar sus personajes
femeninos, con una fortaleza moral que avasalla a su contraparte masculina.
Entre la timidez y el rapto de audacia,
entre la vulnerabilidad y el instinto de supervivencia, Charlie busca una
identidad perdida en medio de avatares amorosos y frustraciones personales. El
espejo en el que se ve reflejado en la taberna, es un continuo recuerdo de una
imagen escindida que reclama recomponerse, que busca estabilidad y apoyo. Las
mujeres parecerían llamadas a restablecer el equilibrio perdido, pero ellas
tarde o temprano terminan por alejarse o morir. No hay esperanza alguna, sólo
queda recomenzar la búsqueda, como sugiere el final de la película con la presentación
de la nueva camarera y la mirada incierta de Charlie.
Y es que Truffaut tiene una visión
pesimista de la vida. No cree en la felicidad duradera. La pareja, o el
triangulo sugerido, no irá muy lejos. Permitirá, en cambio, un aprendizaje tanto
más doloroso, pues los momentos vividos se han apurado como si hubieran sido
los últimos.
Sin llegar a la altura de sus grandes
filmes, aquí entremezcla la dulzura y la pureza de sentimientos, la fragilidad
y el dolor con una sensibilidad rara veces vista en el cine. Disparen sobre el pianista, oscilando
entre el humor y el drama, con una puesta en escena aún deudora de la estética
de la Nueva Ola ,
nos convoca a seguir la suerte de los Charlie Kohler, de los Antoine Doinel o
de los Bertrand Morane, seres atraídos irresistiblemente por el encanto de unas
mujeres apasionadas como ellos, pero inasibles, mágicas, volubles…
Lima, segundo semestre, 1994
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