(Dersou Ouzala, 1975)
Director: Akira Kurosawa
Muy a pesar nuestro la memoria siempre será
ingrata aún con los films que amamos. Nunca será posible, entonces, recordar todo lo que vemos y, con el paso del
tiempo, es posible que creamos haber visto imágenes que quizá jamás existieron
en tal o cual film. Sin embargo, al evocar Dersu Uzala, la visión de los
personajes ubicados en los extremos del cuadro, levantando los brazos en señal
de despedida y llamándose por sus respectivos nombres o apelativos, vuelve siempre con caracteres firmes y muy
definidos. Esos gritos: ¡Capitaaánn!....., ¡Deeeersu! aún resuenan en nuestros
oídos y nos siguen emocionando como cuando vimos esta película por primera vez.
Estos personajes, el Capitán Arseniev y el
cazador Dersu Uzala, son los representantes de dos universos distintos y
contradictorios, que el azar reúne en dos ocasiones (el film tiene dos partes
bien marcadas, divididas por la despedida arriba mencionada) y que entablan una
relación interesada y llena de curiosidad al comienzo, especialmente por parte
del capitán (y de sus hombres) y, luego, de franca amistad. Los temas que
presiden la relación de estos hombres constituyen algunas de las constantes del
cine del maestro japonés: de un lado, el aprendizaje enriquecedor y, de otro,
el compromiso que la amistad y la vida exigen de los seres humanos.
Dersu es una suerte de sabio que vive en
armonía con la naturaleza. Habiendo crecido en el bosque, hasta las cosas más
pequeñas que allí suceden no tienen secretos para él: el sonido del viento, el
lenguaje de los árboles y plantas, el rugir del acechante tigre. Poseedor de un
extraordinario sentido de la orientación y de la supervivencia y diestro en el
manejo de su viejo fusil, Dersu pasa de ser un tipo raro y motivo de burla a personaje entrañable e imprescindible, que
permite al capitán y a sus soldados cumplir con su misión de trazar un mapa de
la región y a la vez descubrir al ser humano que habita en él, un mongol
iletrado, de baja estatura, de andar sigiloso y de modales rudos. Este
reconocimiento tiene amplias resonancias fordianas, en esos encuentros corales
en torno a la hoguera, donde el viejo cazador adopta la posición del maestro,
del guía noble y solidario. Y allí, en esas imágenes bellas y vigorosas es posible percibir el olor del
bosque y el calor humano que se desprende de los personajes.
Para el capitán Arseniev, la experiencia
vivida al lado de Dersu, cambiará su visión del mundo. El bosque, hasta hace
poco desconocido y violento, aparecerá ahora como un lugar donde el ritual y la
armonía son el producto de unas leyes muy precisas, las cuales no se pueden
alterar sin consecuencias fatales para sus transgresores y, así, el tigre
herido se convertirá en una imagen premonitoria de la suerte futura de Dersu.
Pero, también, en el ámbito de los
sentimientos, Arseniev será fuertemente conmovido. La entrega abnegada de
Dersu, desafiando a la violenta tempestad y animando al exhausto militar a
construir su precario refugio, tendrá una propuesta paralela en la invitación
del capitán a un envejecido Dersu para habitar su casa de la ciudad. El
capitán, entonces, tendrá que comprender dolorosamente que ambos mundos son
incompatibles. Los espacios abiertos, la naturaleza, reclaman lo suyo. Y la
civilización, de la que Arseniev forma parte, en su avance indetenible,
arrasará, como en los films de Sam
Peckinpah, con los últimos vestigios de aquella raza de hombres libres y
solitarios, extraños y generosos.
Rogelio
Llanos Q.
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