(1994,
THE LAST SEDUCCION)
Director:
John Dahl
-
I -
Bridget Gregory (Linda
Fiorentino) es una incisiva ejecutiva de ventas en una empresa neoyorkina. Su
rostro surcado por un gesto de dureza y su voz grave y autoritaria se erigen como
vallas difíciles de superar, si alguien hiciera el intento de acercarse a ella
atraido por su porte elegante y sensual. Ciertamente, sus subordinados,
enfrascados en el logro de una venta que les depare una mísera recompensa, lo
saben. Sólo reciben de ella verdaderas ráfagas de sarcasmo y humillación.
Bridget está casada con Clay (Bill Pullman), un pequeño traficante de drogas
que un día se arriesga a una transacción mayor. Amenazado y vejado por sus
ocasionales clientes, recoge el dinero arrojado al piso y lo guarda entre sus
ropas. El peligro es parte de su negocio, que, estima, lo sacará de la miseria
y del anonimato. Dentro de la ley o fuera de ella, no hay tregua alguna. La
competencia encarnizada, la lucha por el triunfo de cualquier clase y a cualquier
precio, sirve de motor a la sociedad moderna de los ordenadores y de las
comunicaciones rápidas.
La cinta no abunda en
explicaciones sobre la conducta de sus personajes. Menos aún, justifica sus
actitudes. Pareciera, más bien, intentar la vía de la amoralidad. En LA ULTIMA
SEDUCCION no hay ni buenos ni malos, sólo hay dos categorías de personas: los
ganadores y los perdedores, los ambiciosos y los mediocres. Y quienes apuestan
por ser los primeros entienden - o lo llegarán a entender aunque sea muy tarde-
que el triunfo anhelado, traducido en términos de obtención de dinero y, por
extensión, de poder, ofrece sus riesgos y que la degradación, el miedo y la
muerte se convierten en el costo natural de esa insensata carrera por el éxito.
La cinta ingresa, luego, al
ámbito de la pareja, donde el conflicto por el poder tiene su prolongación. Una
alusión de Bridget al detalle poco elegante del transporte de los billetes, le
cuesta a ésta una bofetada. La mujer responde huyendo con el dinero. El film
instala la ambigüedad -Hubo planificación?, Fue decisión del momento?- y
acumula situaciones encaminadas a definir claramente los caracteres de sus
personajes a efectos de establecer una estructura coherente que sustente el
relato. Las imágenes nos descubren que Bridget no es de la mujeres a quien se
puede maltratar con impunidad. Ella, por el contrario, pertenece al tipo de las que mandan y
determinan las condiciones. Clay, intenta imponerse con golpes y amenazas, pero
sus métodos son cosa del pasado. La astucia, la inteligencia y el trazo fino
demolerán sin contemplaciones a la fuerza bruta.
John Dahl, el director de la
cinta, puntualiza así, desde el comienzo, dos posiciones irreconciliables, un
estado de cosas en permanente inestabilidad, un conflicto a todo nivel cuya
definición pasa por el sometimiento o la eliminación de una de las partes. Y esta definición es
rotunda. No sólo la institución matrimonial salta por los aires, sino también
una tradicional forma de conceptualización
de los roles: el mundo de los negocios -los legales y los ilegales-, las
instituciones de cualquier especie y las decisiones más importantes que allí se
toman son, cada vez menos, una parcela
exclusiva de los varones. Pero, John Dahl no va por el sendero de las
reivindicaciones. Las imágenes de su cinta revelan, más bien, cierta
perversidad y un lado sorprendentemente misógino. Sólo que la misoginia de Dahl
se recubre de fina ironía: a la frialdad
y eficacia en la ejecución del trabajo hay que añadir términos como los de
garbo y elegancia. Y esto, indudablemente, pertenece casi en exclusividad a ese
coto cerrado e insondable que es el universo femenino.
-
II -
Un lugar casi escondido en
Buffalo sirve de refugio temporal a Bridget. Una historia inventada de mujer
maltratada por un marido violento -el tono sarcástico de Dahl es evidente- y un
sutil despliegue de sus artes encantadoras le vale un nuevo trabajo de
ejecutiva en una empresa de Seguros. La gran ciudad es reemplazada por el
pueblo pequeño, donde el bar es el punto de encuentro de los hombres a la caza
de algún chisme o de una mujer.
Allí, Mike (Peter Berg), en
compañía de sus amigos destila, al influjo de los tragos, su amargura por el
pasado culposo (fracaso matrimonial) y por la mala suerte que lo ha relegado a
vivir en un pueblo mediocre. Las mujeres han dejado de ejercer atractivo alguno
para él. Ligar con ellas significa anclar definitivamente en este pueblo sin
futuro o encontrarse con el lado sombrío de uno mismo. Sin embargo, volverá a
arriesgarse. La presencia de Bridget se convierte en la promesa de algo
novedoso, la imagen de la gran ciudad con sus oportunidades aparece dibujada
ante él arropada en la estampa de una mujer a la vez misteriosa y atractiva,
esquiva y sugerente.
Dahl refuerza en sus
imágenes la figura de la mujer
dominante, soberbia, sibilina. Bridget no necesita de la violencia para
doblegar al entrometido. Sus armas, como el film irá descubriendo, son de otra naturaleza, y por tanto, más
peligrosas. Le basta con despreciarlo,
rebajarlo a la categoría de objeto, sometido a la exploración, al uso y
al desecho. La audacia de Bridget, examinando la virilidad del impertinente
desconcierta a Mike, pero también al espectador. Los tiempos actuales le
extienden a Dahl la carta de impunidad para explicitar sin reserva alguna el
poder sexual de esta vampiresa moderna.
Para Bridget el amor está
desprovisto de toda connotación romántica o sentimental. Para esta mujer hacer
el amor tiene que ver con la supervivencia, con el encausamiento del instinto
animal hacia lo funcional y utilitario. Por tanto, su acción seductora se
convierte en una importante pieza de un mecanismo o de un entramado preparado
al detalle para el logro de un objetivo. Tan fría como racional, sin embargo,
Bridget no establecerá concesiones en algo que para ella es terminante: todas
las decisiones le corresponden. Y así, ella dirá dónde, cómo y cuando hacerlo.
La ingenuidad pueblerina de Mikle es arrasada por una Bridget que disfraza su
cinismo con un magnetismo cautivante. Y aquí, John Dahl se revela certero. Las
escenas amorosas de Bridget y Mike son
resueltas mediante elipsis (el primer encuentro), de lejos y brevemente (en la
puerta del bar), ocultando los cuerpos (en la camioneta de Bridget) o mostrando
con sutileza pequeñas partes del cuerpo de la mujer. No hay lugar para detalles
inútiles y, más bien, se potencia el componente erótico del film. Al mismo
tiempo, se intensifica el tenebroso poder seductor de una actriz que de la mano
de Martin Scorsese nos inquietara, enfundada en
su transparente traje negro, como la misteriosa artista de AFTER HOURS
(1985).
-
III -
LA ULTIMA SEDUCCION,
funcionando como una puesta al día del género policial, es, a su manera, un
film implacable y siniestro. Su puesta en escena nos revela a un cineasta
imaginativo, a despecho de su aún escasa filmografía (KILL ME AGAIN (1990) y
RED ROCK WEST (1992) son los policiales que anteceden a la presente cinta). LA
ULTIMA SEDUCCION no requiere de atmósferas sombrías, de lugares sórdidos o
personajes de aspecto demencial para evidenciar la presencia del mal. En el
pequeño pueblo donde transcurre la historia, las noches son tranquilas, los
días claros, los hombres ven discurrir el tiempo entre la oficina, el bar y la
casa. Los detectives privados tienen un imprevisto lado ingenuo. Pero, allí,
agazapada entre la calma aparente de una rutina diaria, la mujer va preparando
cuidadosamente y sin escrúpulo alguno, los detalles de una trampa mortal que
saquen del juego al marido, al amante y a cuanto intruso -entiéndase
detectives- se cruce en el camino.
La pasión por el dinero, el
disfrute de la comodidad y el ascenso social están en los cimientos del
comportamiento de Bridget. Y para obtenerlos ella está dispuesta a todo. La
simulación, la violencia, el crimen, el desafío a la ley son simples estadios
en el camino a la realización de sus fines. Como una araña que tiende
pacientemente su tela para atrapar y devorar a sus víctimas, así es el trabajo
tenaz de Bridget que no va a la saga de sus ilustres antecesoras Cora Smith
(Lana Turner en THE POSTMAN ALWAYS RINGS TWICE, 1945, Tay Garnett), Kathie
Moffett (Jane Greer en OUT OF THE PAST, 1947, Jacques Tourneur) o Phyllis
Dietrichson (Barbara Stanwyck en DOUBLE INDEMNITY, 1943, Billy Wilder). Linda
Fiorentino compone un personaje que sobresale con gran nitidez. Su presencia,
aún sin tener un físico extraordinario, llena la pantalla. En algunos
momentos nos deslumbra con su soltura y
su encanto, en otros nos impacta con su gélida altivez. Su expresión resulta
exacta para mostrar sus diferentes estados de ánimo. Sin dejatr de reconocer el
aporte de Bill Pullman y Peter Berg, los logros de esta película se le pueden
atribuir mayormente a esta espléndida actriz.
Finalmente, el tratamiento
que Dahl le imprime a su film resulta, en general, acertado. Sobrio, incitando
al “voyeurismo”del espectador pero sin recurrir a encuadres rebuscados,
acumulando con precisión detalles para enriquecer las situaciones y apuntalar
la intriga, apelando a los colores ubicados en la gama de los grises, azules y
verdes para intensificar la atmósfera de frialdad, opresión y ausencia de
afectos.
Sin embargo, Dahl no llega a
redondear su trabajo. El descenlace en la casa de Clay resulta disparatado. A
contracorriente de las virtudes mostradas a lo largo del film, se revela
artificial en su burda construcción. La violenta reacción de Mike al
descubrirse su pasado no resulta plausible.
Gratuidad y estridencia predominan en la resolución de la historia, con
lo cual, el relato pierde energía y deja una sensación de frustración. Pese a
ello, las escenas finales encajan bien dentro del esquema e intenciones
planteados por la cinta: una limusina que se detiene frente a una dama
elegante, una mirada cínica de Bridget, una prueba de inocencia que se esfuma,
un carro que se integra al paisaje acerado de la gran ciudad. Inequívocamente
pues, son los vientos de la modernidad, son los tiempos que corren...
ROGELIO
LLANOS Q.
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