30/11/13

LA DELGADA LÍNEA ROJA



(THE THIN RED LINE, 1998)

Director: Terrence Malick



EL PARAISO


En el principio la luz descorrió el velo de tinieblas que cubría al mundo. El agua se separó de la tierra y los animales y la vegetación empezaron a poblarla. Más adelante, apareció el hombre, ese ser racional y punto más alto en la escala de los organismos vivientes, para gozar de los frutos del paraíso en el que fue puesto.

Tal es la primera afirmación con la que Terrence Malick abre su último film, La Delgada Línea Roja. Esa imagen en picado del cocodrilo, animal de apariencia antediluviana, sumergiéndose lentamente en el agua y, luego, aquellas otras, con la cámara a la altura del hombre, del soldado Witt (John Caviezel), remando con despreocupación en las apacibles aguas del mar u observando con curiosidad los juegos de los niños nativos, subrayan el significado inaugural que el director pretende imprimirle a estas primeras imágenes de un film que se anuncia desde ya, reflexivo y ritual.

Los niños se pelean mientras juegan, las enredaderas envuelven y tapan a los árboles para poder crecer, un animal se alimenta de otros o de despojos humanos para poder sobrevivir. Cada día es el resultado de la derrota del día anterior. Y cada mañana el sol brilla en un cielo azul intenso y los seres que moran en ese mundo disfrutan de una apariencia de orden y paz con que se recubre esas luchas intestinas y secretas que anidan en el corazón de la  naturaleza.

Se trata del paraíso de Malick, donde la belleza y la serenidad no descartan la presencia del peligro acechante encarnado en el cocodrilo que se mimetiza en la naturaleza, un peligro inherente a  un medio que crea su propio equilibrio, para definir un orden y una armonía esenciales.

Pero no sólo el cocodrilo prefigura el peligro. Una voz en off, que hace eco de la preocupación del director, pregunta con gravedad qué hace la guerra en el corazón de la naturaleza, por qué la naturaleza lucha consigo misma, por qué pelea la tierra con el mar. ¿No es posible la armonía sin la tensión de fuerzas opuestas, sin el conflicto, la muerte y la contradicción?. Tal interrogante recorre de principio a fin a La Delgada Línea Roja, tercer film en más de 20 años de carrera del gran Terrence Malick.


LOS HOMBRES


Un barco patrulla aparece en el horizonte interrumpiendo la tranquilidad del día. En la banda sonora, el ruido del motor acalla los gritos de los niños y los cantos de los nativos. Witt y su compañero, soldados desertores en esa isla de la lejana Melanesia, también se inquietan y corren temerosos. Una elipsis sorpresiva nos ahorra detalles. Han sido extraños en una tierra que han identificado como el paraíso. Ahora, prisioneros de sus mismos compañeros, también son extraños en un universo en el que están obligados a servir y a matar. Witt comprende que ya no hay espacio para el hombre en la tierra. Entiende que la única esperanza del hombre está en su sacrificio. No es raro, entonces, que se ofrezca como voluntario en un momento decisivo del combate. Y resulta del todo coherente cuando, hacia el final del film, sacrifica su vida para salvar la de sus compañeros.

Seis años en el ejército y Witt nunca llegó a cambiar. Tal fue el reproche que el duro  sargento Welsh (Sean Penn, en una actuación correctísima) le hiciera en un comienzo a Witt, en aquella ocasión en que el sargento le espetó su pesimismo: “De aquí no hay escapatoria posible. Este (refiriéndose al ejército, al barco en que navegan y a toda la violencia que los rodea) es el único mundo que existe y que se está destruyendo a sí mismo”. Sin embargo, el cinismo y la dureza del sargento no son sino máscaras inevitables a las que recurre para recubrir su vulnerabilidad. A pesar de la dura experiencia vivida, aún ahora Welsh lamenta no poder ser indiferente al dolor y desaparición de sus compañeros. Y por ello es capaz de desafiar las explosiones y las ráfagas de metralla para llevarle morfina al herido que grita su desgarro y la proximidad de su muerte. Welsh, tampoco quiere recompensas, no quiere propiedades a las cuales identifica como las causantes del dolor del hombre. No sabemos si en realidad tal fue la postura moral de los hombres que pelearon en Guadalcanal, pero sí comprobamos con emoción que así están hechos los “héroes” de Malick.

En La Delgada Línea Roja no hay ni buenos ni malos. Por ello, como film de guerra, es totalmente atípico si tomamos en consideración que el género bélico tiene unas constantes plenamente definidas e identificadas. En el film, sólo hay los que dan órdenes y los que las reciben y ejecutan. En ambos lados, sin embargo, existen unas motivaciones íntimas y profundas ligadas a actitudes éticas como la justificación, el rechazo o el compromiso, que a manera de resortes movilizan la acción de cada uno de los soldados.

¿Qué moviliza, por ejemplo, al coronel Tall (Nick Nolte) a tomar sus polémicas decisiones?. Una voz en “off “ nos da cuenta de la reflexión interior del coronel. Los años que pasó lamiéndole las botas a los generales, su estabilidad familiar, su maldito ascenso tantas veces truncado. Esta es su oportunidad, esta es su guerra y, ahora, su voluntad deberá ser cumplida a cualquier precio. La naturaleza es cruel y el hombre, como parte de ella, también lo es. La estatura del hombre es la de su ambición Tal es la filosofía del violento coronel Tall.

En el lado opuesto, se encuentra el capitán Staros (Elias Koteas), un abogado que la fuerza de las circunstancias lo ha obligado a tomar las armas.  Su mayor temor es que el miedo lo lleve a la traición y a la cobardía. Asumiendo que sus actos están en correspondencia con su fe de creyente, pide a Dios la fortaleza necesaria para cumplir su misión. Ha asumido como deber primordial la defensa de la integridad física de sus hombres. Sus muertes le recuerdan la fragilidad del ser humano, que reza, vomita o que se acobarda, sabiendo de la inminencia de la muerte.

Los abundantes textos  que se escuchan en la banda sonora en contrapunto con la notable partitura de Hans Zimmer constituyen un tramado de voces que apuntan a consolidar la reflexión de Malick. Allí se entrecruzan las voces de los personajes descritos  con la acción del film o con las visiones nostálgicas de algunos de los personajes. Así, resulta interesante observar cómo el soldado Bell, a través del recuerdo de su mujer y de los días felices, puede continuar participando de  la pesadilla que le ha tocado vivir. “¿Por qué habría de temerle a la muerte?. Te pertenezco a ti. Si muero antes, te esperaré al otro lado de las aguas oscuras”, piensa mientras en sobreimpresión evoca o imagina los abrazos y caricias de la mujer amada. La ironía que el film subraya es que, a veces,  el amor se termina antes que la vida.

Más allá del texto poético, que algunos ven como un lastre del film, opinión con la que no estoy de acuerdo, Malick sabe arrancar de sus personajes y de sus actores la fuerza suficiente para hacer creíble su universo.  Film de múltiples personajes, a los que le dedica pequeñas o grandes anécdotas, La Delgada Línea Roja centra, empero,  su mirada en estos cinco hombres que la vida, la suerte, las circunstancias o, quizás Dios, los ha puesto como testigos de un hecho vital: llegar a las fronteras del ser humano, allí, en ese línea invisible que separa la razón de la locura, la luz de las tinieblas, la belleza del horror.

EL INFIERNO

La compañía C-Charlie ha sido encargada de tomar la colina 210 de la isla de Guadalcanal dominada por los japoneses. Al mando de la invasión está el coronel Tall y el encargado de ejecutar la acción es el capitán Staros. La isla tiene una exuberante vegetación que cubre la colina y la pendiente que lleva a ella. Se trata, entonces, de la lucha del hombre contra el medio que lo rodea y contra el enemigo escondido que tiene al frente.

El trabajo visual de Malick es, una vez más, impresionante, operando sobre los contrastes para apoyar la idea de la inocencia destruida, de la armonía perdida. Los vivos colores de la vegetación se resienten de las tonalidades oscuras y grises de los soldados, la oscilación apacible de la hierba mecida por el viento se transforma en un extraño y convulsivo movimiento de hombres, tierra y follaje generado por el fuego y las explosiones.

El paraíso se ha perdido. Los hombres no se reconocen entre sí. Las lenguas están confundidas. El impulso atávico del hombre de  matar resurge con la fuerza de lo reprimido por siglos de convenciones. Es el triunfo del instinto. La bondad, la belleza, la comprensión se han convertido en cadáveres amputados o semienterrados, que denuncian la miseria del hombre que ni siquiera es capaz de soportar el olor de la propia humanidad en descomposición.

¿De dónde viene este gran mal?. Se pregunta Malick, mientras los torturados se convierten en verdugos y los asesinados en criminales. ¿Cómo es posible que aquellas visiones del soldado Bell o del soldado Witt, desbordantes de paz y sosiego, de abrazos y besos con el ser querido, se transformen luego en imágenes de destrucción, de impiedad y muerte?. Definitivamente, todo rastro de civilización se ha borrado. El hombre ha ingresado a un universo en tinieblas, que Malick remarca con la presencia invisible del enemigo,  con el paso rápido de una serpiente o con aquella oscuridad artificial creada ya por las explosiones (que oscurecen el ecran) o por los frondosos y elevados árboles, por los que apenas ingresan los rayos solares.  Estas tinieblas, finalmente, se han confundido íntimamente con ese lado oscuro y misterioso del ser humano. Es el horror conradiano el que Terrence Malick testifica de manera impresionante en La Delgada Línea Roja.


EL AMANECER


La Delgada Línea Roja es, pues,  un film de abierta crítica a la guerra. No hay el menor asomo de heroísmo, según los esquemas genéricos de los films de guerra tradicionales. El episodio del sargento Keck (Woody Harrelson), volándose los genitales por un inconcebible error al manipular una granada rompe la imagen formada momentos antes cuando incitaba violentamente a su subordinado, acobardado por el estruendo de las balas, a enfrentar al enemigo. Y, asimismo, la toma de la casamata japonesa, si bien está llena de tensión y muestra el nervio del director en las escenas de acción, sin embargo, carece al final de la emoción de la victoria. Las imágenes de los hombres fusilándose unos a otros resulta impresionante y conmovedora. Y, por ello, La Delgada Línea Roja es un film de una acusada tristeza, de una profunda melancolía.

La isla de Guadalcanal fue finalmente tomada. Pero la marcha de la tropa, silenciosa y meditabunda, parece más bien el retiro en derrota de un desilusionado grupo de hombres . Definitivamente, los soldados que regresan a casa ya no son los mismos. Todo lo bueno que pudieron haber aprendido o soñado antes de esta experiencia fue pulverizado por una guerra, que al margen de las motivaciones que la originó, extrajo del hombre su vileza y su maldad.

Y mientras los soldados se alejan, los nativos navegan tranquilamente en sus botes por el río, las aves se acarician y las plantas vuelven a florecer. La naturaleza, por ahora, está nuevamente en calma.


Rogelio Llanos Q.







1 comentario:

Javier dijo...

¡Un tema muy interesante para un blog!