Muchos temas se están
quedando en el tintero. Desde la correspondencia amical hasta artículos
prometidos y hasta ahora incumplidos. Hubiera querido agradecerle a mi amigo
Jordi su nota amabilísima de hace un par de semanas; hubiera querido comentar
aquello de los pedestales y el ánimo polémico de David (aceptado lo de los
whiskys, aunque ¿podría ser mejor un Escorihuela Cabernet Sauvignon?), hubiera
deseado escribir algunas noticias cinéfilas para enviar al amigo italiano
Maurizio Ponzetto, admirador del siempre controvertido Peter Greenaway (se
agradece el artículo); hubiera querido también abordar ya la pequeña gran
música de los Travelling Wilburys (y brindar por la amistad, una vez más con
los ya entrañables Jordi y Nati) y cumplir con el escritor en ciernes , Henry
Flores, que seguramente un día de estos dará que hablar (no me cabe la menor
duda); pero la molicie, ese ser ribeyriano,
informe e inasible, aunado a un
bloqueo cíclico e implacable han conspirado contra este deseo de enfrentar la
angustia de la página en blanco.
Sí, porque iniciar un
texto me cuesta mucho. Y siempre me digo que, más entretenido es agarrar el
libro del escritor predilecto y saborear párrafo tras párrafo, metiéndonos en esos
universos maravillosos e imaginarios y huyendo de una realidad cada vez más
dura, menos atractiva y que, para colmo de males, está presentando negros
nubarrones en el horizonte. Sin embargo, las noticias en el periódico son
preocupantes, y mi olfato para estas cosas, hasta el momento, nunca me ha
dejado mal parado. Es por eso que me levanté de la cama y me senté frente al
teclado, dispuesto a escribir sobre lo que me inquieta ahora. O más bien, a glosar algunas notas extraídas
del artículo del inefable Richard Webb, artículo titulado “La ilusión
monetaria”.
El sólo título
seguramente que a muchos ya les hará recordar ese fenómeno tan nefasto vivido
en la década de los ochenta: la inflación. Y quiero glosar estas notas por
aquello de la socialización de nuestros temores. O por aquello que una pena
entre dos (o más, en este caso) es menos atroz. Sí, el fantasma de la inflación
está retornando. El ruido de los cascos de los caballeros negros, bajo la forma
de alza de precios en los alimentos y en otros bienes de consumo, ya se están empezando a escuchar con más
fuerza. Vean si no cómo empieza Richard Webb su nota: “Cuando regresa la
inflación empieza la confusión”.
Alentador…¿verdad? Y tengo unas enormes ganas de meterme a la cama,
dormir, soñar y olvidarme de los oscuros augurios que empiezo a leer, escuchar
y ver.
Y como para que no nos
quede la menor duda, el economista nos restriega en la cara algunas cifras
irrefutables, que en algún momento las escuchamos por algún lado, pero que en
ese afán de vivir el momento y dejar para después las preocupaciones pues las
dejamos a un lado o no quisimos prestar mucha atención a ellas. Las quisimos
olvidar, pero estaban allí. Nunca se fueron y, ahora, se hacen más que
evidentes. Veamos con algo que duele para quien guarda ilusionado su platita en
el banco. Dice Webb: (el año pasado) “los bancos ofrecían atractivas tasas de
interés, entre 3% y 5%, pero la inflación resultó siendo 5.7%, por lo que la
mayoría de los ahorristas cerró el año con menos dinero del que tuvieron al
inicio”. Pocos seguramente se han dado cuenta cuánto han perdido, pero el no
darse cuenta no le quita un ápice de verdad a lo que ha sucedido con el capital
puesto en los bancos.
Y si vemos ahora por
el lado de los ingresos laborales. Según los datos que incluye en su nota, Webb
sostiene que las estadísticas oficiales hablan de un incremento del 26% en los
últimos cinco años. El costo de vida, de acuerdo a lo que sostiene el
economista se elevó en 15%, es decir, la mejora salarial real está en el orden
del 10%. El salario, por su parte aumentó en 16%, pero descontando el 15%
mencionado, resulta en términos reales de 1%.
Y esto es sólo el
comienzo. Los pronósticos no son nada buenos. Yo quisiera que hubiera un error
en ellos. Quisiera decir que se trata de una exageración de aquellos que creen
ver en la silueta creciente de Alan García un símbolo metafórico de ese futuro
inmediato que se nos viene en el campo económico. Durante muchos años fui anti
aprista. Ahora, a la vista de ese futuro político tan incierto que se nos
presenta, con los Humalas, las Lourdes o los Fujimoris esperando pescar en río
revuelto, me he convertido en ‘no aprista’. Es decir, no soy aprista, pero
deseo que puedan llegar al fin de su gobierno con la economía (o sea con
nosotros) a flote. Aunque, para ser sincero,
dudo mucho que entre tanta corrupción, tanta inmoralidad, ello pueda ser
posible.
Y para completar el
panorama, se nos viene a todo galope el racionamiento de energía, pero el
inefable primer ministro, Jorge del Castillo, dice en el periódico de hoy que
tales noticias son “un alarmismo innecesario” y que “lamentablemente ya hay
gente alucinando que se va a quedar sin luz”. ¿Será que, aparte de la
inflación, volverá la estupidez convertida en chiste? Como dijo el ex
Ministro de Energía, ing. Carlos Herrera, “Sólo nos queda rezar”.
Lima, 21 de julio de
2008
Rogelio Llanos Q.
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