8/12/13

AHHH, LAS MUJERES

Siempre me he preguntado qué es lo que más me atrae de las mujeres, si todo en ella resulta encantador, fascinante. Será tal vez, pienso, la mirada enigmática o la actitud desafiante con la que algunas veces encubren su ternura o su pasión. Será tal vez la voz dulce o las palabras amables que ocultan actitudes férreas y voluntades inquebrantables. Será, en todo caso, el misterio que siempre las rodea o ese don inasible que ellas poseen y que nos lleva a ilusionarnos con el deseo de alguna vez tenerlas y jamás alcanzarlas. Y porque además, jamás podremos entenderlas si las miramos a través de la lupa de la racionalidad.

Dice Sabina en una de sus descargas rockeras dedicadas al objeto de su pasión: “Hay mujeres que dicen que sí cuando dicen que no”.  Sí, es una forma de interpretarlas, de incidir en su naturaleza contradictoria y, repito, misteriosa. La femme fatale, la mujer capaz de amarnos y de llevarnos insensiblemente a la perdición.  No es una regla, pero sí es una regla que ellas imponen su voluntad. Y el mundo, créanlo o no,  se ha hecho según su voluntad, talante y capricho.

La naturaleza es esencialmente femenina: es singularmente hermosa, nos proporciona el alimento diario, de ella venimos y hacia ella vamos, entramos en íntimo contacto con sus formas físicas para construir y crecer y, a veces, como nos lo recuerda Mishima en El Pabellón de Oro, la destruimos porque su belleza nos resulta insoportable. Contradicción y misterio, felicidad y nostalgia, exaltación y depresión, pasión y muerte.

Pues, definitivamente, estamos convencidos de que la naturaleza tiene el corazón de mujer. Pero también tiene sus formas, sus movimientos, sus estados de ánimo.  Es caprichosa y se agita cuando menos lo pensamos, es la pradera apacible que nos  invita al cálido paseo matutino o al agitado encuentro crepuscular o son las aguas del río que pasan inasibles e inconmovibles frente a nuestra mirada, ilusa y desconcertada.

Debemos admitir, sin embargo, que ante las mujeres siempre nos hemos mostrado torpes, sin recursos, sin palabras. Jamás hemos podido descifrar las claves que esconden sus frases, sus miradas, sus gestos. Y es que ellas, las mujeres – las de nuestras vidas y las que vemos pasar- tienen un lenguaje propio, exclusivo, hecho de palabras, gestos y actitudes y cuyo significado , la más de las veces va más allá de nuestra limitada comprensión.

Sólo una mujer comprende a otra mujer, es una frase que la he leído ya varias veces en aquellos textos que hablan de la búsqueda del placer femenino y cómo alcanzarlo. Se parte del lenguaje de los cuerpos para efectuar tal afirmación pero en esencia se trata de una forma de búsqueda y encuentro, de una vía que trascendiendo lo físico, se apoya en la exploración permitida, en la sintonía alcanzada, en la afirmación motivada y en el éxtasis compartido. Se abre así, por un momento fugaz, aquellas puertas que nos dan el acceso a ese universo secreto, tan fascinante como inasible, tan deslumbrante como efímero.


Entre la leyenda y la realidad, debo admitir que muchas veces opto por aquello que me hace vivir la ilusión de la felicidad. Fantaseo e invento historias en las que ellas son las protagonistas. Me divierto creando historias con ellas y para ellas. Y tal vez sea eso lo que las mujeres desean: que las imaginemos, que las inventemos a cada momento, y que nuestras vidas giren eternamente en torno a ellas. Si eso es la felicidad, entonces diremos como John Ford en The man who shot Liberty Valance, que se imprima la leyenda.

Rogelio Llanos Q.

Lima, noviembre 2004

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