8/12/13

LOLITA

(Lolita, 1962)

Director: Stanley Kubrick


Mientras aparecen los créditos iniciales, observamos las imágenes de unas manos desconocidas que pintan con gracia y delicadeza las uñas de un pie femenino. La música de suaves armonías y los lentos movimientos de las manos que insinúan la caricia secreta al fetiche anhelado, sugieren las intenciones del director Stanley Kubrick: hacer un film que hable de la perversidad del deseo, de la obsesión extenuante, o de las impredecibles manifestaciones del erotismo.

Sin embargo, del erotismo anunciado, no sólo por las imágenes inaugurales del film, sino también por la fuente literaria que le dio origen (la obra de Vladimir Nabokov), queda lamentablemente muy poco. La relación entre el profesor Humbert (James Mason) y la adolescente Lolita (Sue Lyon) será insinuada más por la conducta paranoica del primero que por la permisividad o el comportamiento salaz de la segunda. Aunque, hay que reconocer que resulta eficaz – y lo recordamos con placer-  aquel episodio en que el profesor Humbert (James Mason), descubre la presencia de la joven, que en actitud provocadora refresca sobre el pasto su ardor juvenil. El rostro sorprendido del profesor y su paso del gesto aburrido al súbito interés permiten atisbar la irrupción violenta del deseo que lo conducirá luego al fingimiento, los celos, la humillación y el crimen.

Sin duda, la censura de la época tuvo mucho que ver en el tratamiento que Kubrick le dio al film. Empezando por la renuncia a una actriz más joven que se adecuara mejor al personaje de la novela y, luego, por la inevitable estructura elíptica de la cinta que nos obliga a suponer o adivinar  los devaneos eróticos de la inefable Lolita, una Sue Lyon, que, probablemente electrizó a la norteamérica puritana de los sesenta, pero que vista a la distancia nos parece demasiado contenida.

Sea como fuere, el film logró rozar el mito. Y es que Kubrick fue un director de muchos recursos. Precisamente, uno de sus méritos en  Lolita es  haberle impreso una dosis de misterio que hace  derivar el interés de la cinta hacia las fronteras de la investigación policial. Para ello, el director organiza su film a partir de la búsqueda obsesiva en la que se empeña Humbert, cuyo objetivo trazado  es matar a Quilty (Peter Sellers), culpable, según él, de la pérdida de Lolita.

El extenso “flash-back” que explica la  decisión fatal de Humbert nos descubre con apuntes precisos los avatares a los que su pasión incontrolable lo empuja con ferocidad. Pero, además, Kubrick  trabaja con cuidado la caracterización de sus personajes  y, de manera inteligente, aborda la naturaleza complementaria de los dos roles masculinos: siendo escritores ambos, la imagen de hombre reflexivo y pausado de Humbert contrasta con la audacia y la extroversión de Quilty.  Los dos, sin embargo, comparten un lado perverso que los motiva a engañar a la madre –una Sra Haze (Shelley Winters) ilusa y neurótica – a fin de disfrutar de los encantos de la hija. Su enfrentamiento arribará, entonces,  a un final cuya necesidad nace de la misma fuerza de las circunstancias y que Kubrick descubre en la secuencia inicial de su película:  la destrucción física o moral de todos sus personajes.

Lolita es un film de un deliberado humor negro y donde el sarcasmo preside el universo en decadencia en el que se desenvuelven sus habitantes. Utilizando al sexo como anzuelo, el cineasta nos obliga a mirar un mundo sórdido, lleno de disfraces y dobles sentidos, y en el cual todos son perdedores y prisioneros de sus propias y bajas pasiones.  Una vez más Kubrick nos inquietó con su espíritu transgresor y su crueldad.


Rogelio Llanos Q.



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