Para hoy domingo tenía programado
efectuar algunas tareas relacionadas con los proyectos en los que estoy
comprometido. Algo avancé ayer, con lo cual encontré la justificación suficiente
para olvidarme de mis obligaciones de hoy y entrar a Internet a investigar, una
vez más, sobre Constantino Carvallo, filósofo, educador y crítico de cine entre
otras títulos que, seguramente, en su modestia innata y auténtica (a tenor de
quienes lo conocieron de cerca), habría rechazado por lo pomposo que pudiera
parecer o sonar.
Pues bien, encontré una nota redactada en
homenaje a él, por Nicolás Tarnawiecki, filósofo también, antiguo alumno de
Constatino, y luego compañero de carpeta en la Universidad Católica
y, finalmente, colega, en el colegio Los Reyes Rojos, que Constatino dirigió en
el Barranco de Eguren.
Podría haber recurrido al fácil
expediente de adjuntar la nota o dar la dirección electrónica para que los
interesados entraran y leyeran el texto muy sentido que el autor dedica hacia
el amigo ausente, y escribir sobre algún tema de actualidad pero, tratándose de
un artículo sobre Constantino, el amigo que no conocí, prefiero utilizar mis
palabras para dar cuenta, a través del comentario de la referida nota, de
algunos hechos que contribuyen a enriquecer la imagen del hombre bueno y justo
que fue Constantino Carvallo.
Está pendiente aún la nota que me he
propuesto escribir abarcando no sólo la trayectoria de Constantino como
educador, sino también la del crítico de cine que destilaba pasión por las
películas y erudición. Reitero, esa nota está pendiente y estoy documentando mis
archivos para hacerla con el conocimiento debido y, claro está, con el afecto creciente
por una persona que dedicó su vida a moldear –con respeto y amor- aquella
materia sensible y delicada como es la niñez y la juventud. Su libro El Diario Educar es absolutamente
revelador de ese noble quehacer.
Lamento, sí, que la nota de Tarnawiecki: La
Despedida de un
Maestro: Constantino Carvallo, no esté bien escrita. Fue incluida en .edu, publicación de la Pontificia Universidad
Católica del Perú y, se aprecia con meridiana claridad que allí faltó un
editor, Sin duda, la nota transmite afecto, gratitud y emoción y, en honor a
ello, es digna de ser tomada en cuenta, pero, como debe ocurrir con todo
material destinado a la imprenta, debió ser revisado y corregido. No pretenderé
en este texto señalar los errores, porque no quiero extenderme en una nota que, por lo demás, se plantea un
objetivo distinto. Rescato, entonces, algunos aspectos y anécdotas que allí
aparecen.
Cuenta Tarnawiecki de las asambleas que
se desarrollaban en Los Reyes Rojos en las que estaban presentes desde los más
pequeños hasta los mayores. Sin duda, y eso lo documenta bien Constantino en su
libro, una de sus grandes preocupaciones fue la integración. Allí, en su
colegio, el blanco y el negro, el bajo y el alto, el creyente y el no creyente,
el rico y el pobre, tuvieron su espacio, tuvieron voz, tuvieron afecto. Me habría
gustado que Tarnawiecki hubiera profundizado en la naturaleza de esas
asambleas, pero prefiere cambiar de tema y contar aquella anécdota en la cual
Constantino interpelaba, de manera ‘sui-generis’, a los alumnos que iban a
pasar de la primaria a la secundaria, como cuando le tocó evaluar a los más
‘chancones’ pidiéndoles que bailaran una lambada para ver cómo enfrentaban tal
desafío. Sonrío en este momento porque habiendo sido yo un ‘chancón’, maldita
la gracia que me habría hecho rendir tal prueba. Constantino poseía una
mentalidad que estaba más allá de las ortodoxias y formalismos mutiladores de
la educación tradicional.
Y cómo no mencionar ese párrafo del texto
de Tarnawiecki donde habla de aquellos gustos y preferencias musicales que yo al
compartirlas, al saber que también son los míos, me alegra y emociona porque
esa música que disfruto cada día, los libros en los que me sumerjo cada noche o las películas por las que me apasiono, se
convierten ahora, además, en una suerte de recuerdo y homenaje particular y permanente
a este hombre sabio, al maestro que nunca abandonó su hermosa tarea de educar.
Recuerda, pues, Tarnawiecki “el equipo de sonido de su camioneta donde escuché
por primera vez a Bob Dylan, Leonard Cohen, y a Lou Reed cantar “Walk on the
Wild Side”; una vez que nos invitó a su casa en Chorrillos, donde pensé:
“Además de estante de libros, tiene estante de discos”. En retrospectiva diría
que le agradezco, no tanto la música que nos mostró, los libros que nos hizo
leer o su fascinación por el cine, sino las ganas que nos transmitió de
disfrutar de estas cosas.”
Luego de contar otras reconfortantes
experiencias que vivió al compartir carpeta con Constantino en la Universidad Católica ,
Tarnawiecki concluye su nota expresando su gratitud por enseñarle a pensar en
sí mismo y en el hombre y a amar la vida. Lástima, a Constantino la vida se le
acabó muy pronto, apenas a los cincuenta y cinco años, pero, sus textos, su
historia, su entrañable historia sembrada de anécdotas en las que se
entremezcla el humor y la amabilidad, la tolerancia y la ternura, contada por
aquellos que lo conocieron o que trabajaron en su entorno, revelan al hombre
bueno, sensible y generoso que fue. Que Constantino siga viviendo en el corazón
de quienes deseamos un mundo más solidario y más justo.
Rogelio Llanos
Lima, 11 de enero de 2008
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