8/12/13

Crónicas (incompletas) de cuando vino Roger Waters


Escribe: Rogelio Llanos Q

- I -

Lunes, ¿quién ama los lunes?, ¿habrá que perder nuestra cordura para celebrar la llegada de día tan espantoso? ¿no podríamos vivir en viernes permanentemente, siempre a la espera, con la dulce inquietud en el corazón, con el cerebro efervesciendo de ideas, de planes y de proyectos para esa eternidad que es el hermoso sábado, que es el amanecer del domingo?

Y no sabemos si es idea nuestra o si todos los elementos de la naturaleza se ponen de acuerdo  para que los odiados lunes el sol se desperece muy temprano y nos lance insensible e indiferente sus dorados rayos y su calor. Lo cierto es que a lo largo del año, no importa si es otoño o primavera, los lunes amanece más temprano. Independientemente de si es verano o invierno, de pronto, en medio de la niebla matinal, se abren paso las optimistas e irónicas tonalidades amarillas y blancas desplazando a ese gris familiar y entrañable que cubre no sólo la ciudad sino también nuestros cerebros y nuestros corazones.

Pero, vamos, insisto,  ¿existe, acaso, la alegría en estos días en los que friamente se pone fin a la fantasía, la imaginación y el ensueño? ¿es posible el buen ánimo y la risa cuando ya las sombras del domingo por la tarde han clausurado, implacables y crueles, los deliciosos amaneceres con amores otoñales, seguidos de las notas celestiales de la música amada preludiando el encantador almuerzo familiar? ¿es concebible un atisbo de felicidad –el corazón que late aceleradamente como a la espera impaciente e ilusionada del amor recién llegado- en estos días en que el sol empieza a brillar con intensidad desde temprano quizás para reirse  de nuestra felicidad perdida, quizás para poner en evidencia nuestra condición de asalariado sometido a la feroz e interminable dictadura de las ocho horas de máscaras, angustia y tensión?

No amamos los lunes, pero sí fuimos felices un lunes. Y tal vez hayamos sido felices muchos otros lunes en el pasado, pero nuestra memoria, quizás injustamente, ya no lo registra. En cambio, siempre recordará este lunes 12 de marzo, que amaneció brillando y ante esas luces burlonas del día que empezaba a nacer, cruzando raudo por la ciudad, pusimos a todo volumen el legendario Dark Side of the Moon, como un acto preparatorio para el esperado ritual de la noche, para la cita imprescindible con esa fracción esencial de la historia de la música contemporánea, para el feliz encuentro con las ilusiones y los recuerdos de aquellos años de descubrimiento de aquel universo construido de sonidos, nombres y mitos. Sí, hoy podía ser un gran día. Y lo fue. Roger Waters, líder de la banda inglesa Pink Floyd, estremeció a esta Lima moralista, racista y conservadora, y nos entregó generosamente su arte, con la sabiduría del hombre maduro, con la habilidad del músico de estirpe, con la maestría del genio indiscutible.
- II-

Hace ya varios años nos encontrábamos –mismo Bugs Bunny- despatarrados sobre el sofá de nuestra sala. Sí, sobre ese sofá que Yola amamos con pasión. Léase bien, el sofá que tanto ella como nosotros amamos con pasión, y no sobre el que ella y nosotros nos amamos con pasión. En todo caso, el que quiera creer que crea y el que no que imagine. Libre es el hombre de pensar, imaginar y fantasear, y es bueno que así sea. Bien se puede prolongar la realidad a un mundo de fantasía y vivir en ambos y hacer del todo una unidad. El hombre y su mundo imaginario, el hombre y sus mentiras, el hombre y su ficción. Tal es su vida, como dijo alguna vez el inolvidable Luis Buñuel.

Pero volvamos al sillón de marras desde donde hemos atisbado al mundo en innumerables ocasiones. Y desde allí, casualmente, en un sábado al mediodía –como no podía ser de otra manera- en que hacíamos un perezoso ‘zapping’ acertamos a sintonizar un concierto en el que los juegos de luces, los efectos audiovisuales y el potente sonido electrónico de los instrumentos nos revelaron la presencia del legendario Pink Floyd, banda de rock progresivo que se iniciara allá por los sesenta y cuyas presentaciones en vivo constituían una verdadera fiesta para los sentidos.

“Yolita, bandas como ésa, jamás vendrán al Perú”, dije entre desazonado e impresionado por el espectáculo que la televisión emitía y que probablemente nunca vería en vivo. No recuerdo qué concierto era pues capturé el programa ya comenzado. Y mientras veía el espectáculo, repasaba la lista de bandas y cantantes que habían pasado por los diferentes escenarios limeños: Yes, Jon Anderson, Rick Wakeman, Emerson Lake & Palmer, Jethro Tull. Tampoco eran cualquier cosa. Cierto que cuando vinieron al Perú, su mayor momento de gloria ya había pasado, pero el talento, la maestría aún formaban parte de su quehacer musical. El que nació genio, morirá como tal. Así que no estoy de acuerdo con aquellos cronistas del espectáculo, profanos y poseros, que en algún momento expresaron sensacionalistas y mediocres que estas bandas venían al Perú porque estaban casi acabados.

A veces el despecho nos conduce a posiciones extremas. Y claro, entendemos tales desatinos porque si comparamos nuestra rutinaria Lima con la atractiva Buenos Aires en términos de espectáculos artísticos, pues, claro, salimos perdiendo y, entonces, hace acto de presencia nuestro lado oscuro que se complace en el lamento y la autocompasión: pobres nosotros los peruanos que no podemos ver a U2, a los Rolling Stones, quién como los agentinos que se dan el lujo de abrir las puertas del Gran Rex para presentar a Lou Reed. Sí, ya sé Yolita que nos vas encarar una vez más nuestra cobardía por no ir a Buenos Aires a ver al ex-líder del Velvet Underground, perdiendo una inmejorable oportunidad en la que, además, Carlitos, en su etapa porteña, se ofreció a comprarnos las entradas, etc, etc. Sí, ya lo sé, y también debemos confesar públicamente que, mismo Nazarín, ya nos flagelamos y apeléamos a los cilicios autopunitivos por ello , y que si bien no nos hemos sacado tremendo clavo de nuestro corazón, en algo nos resarcimos cruzando el charco para ver al entrañable Bob. Y una pregunta malvada y malagradecida: ¿no crees, Yolita, que –mismo emperador romano, en versión femenina, con el dedo hacia abajo- habrías vetado nuestra fascinante aventura dylaniana de haber cedido a la tentación –grande, por cierto- de un viaje al sur para escuchar en vivo y en directo Sweet Jane y Dirty Boulevard?

- III -

Las noticias empezaron a circular los últimos meses del año pasado: Roger Waters en Lima. Nuestro amigo Henry Flores fue el encargado de difundirla a todo su entorno. Reemplazando furtivamente las obligaciones del aburrido trabajo por el placer de la lectura de noticias e informaciones sobre el mundo de la música en Internet, este fanático seguidor de la obra y milagros de Paul McCartney, recibió al parecer el dato de unos de sus amigos argentinos. Ni corto ni perezoso, entró a la ‘web’ y allí, efectivamente, se consignaba el 12 de marzo como la fecha de la presentación en Lima. Se hablaba de¡ Espacio Las Américas, como lugar del concierto.

¿Espacio Las Américas? ¿Y dónde diablos queda eso? Están locos, pensamos de inmediato, o nos están engañando una vez más. Ese lugar no existe. Tal vez, vaya a construir un escenario, total de aquí a marzo, faltan casi cuatro meses. Un proyecto de construcción de una Arena para que se presente Waters. Queríamos creer que fuera cierto. Nosotros somos pésimos proyectistas, pero hay gente que sí es hábil y lo puede hacer; tienen una logística inmejorable, etc, etc. Nuestra imaginación nos hizo creer en la posibilidad de tener un nuevo local para el 12 de marzo. También pasó por nuestra mente que quizás el Hotel Las Américas tenía un espacio que no conocíamos y que allí se iba a presentar el ex líder de Pink Floyd. Recordamos  haber conversado con nuestro amigo Arturo Kakutani acerca de ello. Pero un espacio allí en ese hotel, no era concebible , porque ni aún abarcando toda la cuadra en la que está ubicado podría albergar a la gran masa de cuarentones y cincuentones, además de los chismosos y nuevos fans, que con toda seguridad acudirían en masa a ver un megaconcierto como el de Waters que no tiene nada que envidiar a los de los Stones o a los de U2.

En otro orden de cosas, ese hotel nos traía a la mente un recuerdo de un hecho en el que se combinaba el miedo con el placer. Fue en el noventa y dos, año en el que el terror empezó a hacer presa de nosotros: teníamos temor  de caminar por las calles de Miraflores, teníamos miedo ir al cine porque quizás una bomba podría terminar con nuestras vidas. Tarata fue el punto más alto de la escalada terrorista en Lima. Fue también para nosotros la clara evidencia que el zarpazo asesino de Abimael Guzmán había acabado con nuestra tranquilidad burguesa. Algo se había venido pudriendo en las entrañas de nuestro país y lo habíamos ignorado olímpicamente porque las algunas de las manifestaciones de este proceso de descomposición –muertes, desapariciones, guerra sucia- se habían dado principalmente en la sierra del Perú, lejos, muy lejos de nuestro entorno. Un apagón ahora, otro después, una nochebuena o un año nuevo interrumpidos por un impertinente apagón, pero eso era todo, porque las noticias de quienes caían bajo las balas asesinas de Sendero o del terrorismo de estado nos convencían de que ese mundo de violencia estaba lejos del nuestro. Y, sin embargo, estaba muy cerca, como la tragedia de Tarata nos lo descubrió con brutalidad. A partir de allí nada ya fue igual. Y tuvimos miedo, mucho miedo, porque ahora más que nunca, sentíamos que ni las paredes de nuestra casa  podían servirnos de refugio ante la mirada y oidos del Gran Hermano que todo lo veía, que todo lo sabía.

Con la angustia en el alma íbamos a ver nuestras amadas películas. Cada encuentro ocasional con los amigos a la salida de la filmoteca inevitablemente caía en el comentario sobre la inseguridad diaria. Por ello conversar de vez en cuando con nuestro buen amigo Chovi resultaba reconfortante. Para él no había cosa más importante en el mundo que las películas, los directores, las actrices, etc. Era más estimulante conversar sobre la violencia desmesurada y catártica de La Pandilla Salvaje que hablar de la pesadilla diaria en la que Lima estaba ahora viviendo.

Fue unas semanas después de lo de Tarata que me animé a ir a Miraflores a una tienda de discos que quedaba justo detrás del Banco de Crédito ubicado en la avenida Larco. Ya había estado antes por allí y había descubierto una colección de discos compactos de Lou Reed reunidos en un a caja bajo el sugestivo título Between Thought and Espression. Un hermoso ‘booklet’ acompañaba esta selección de tres discos que reunía una buena muestra de la obra solista de Lou Reed, desde Transformer hasta The Bells. Por esa época recién habíamos tomado la decisión de comprar discos compactos, aún cuando no teníamos  el reproductor. En realidad, sólo tenía un disco compacto; para variar un Dylan: la célebre presentación de Bob en el Albert Hall de Inglaterra en aquella oportunidad en que le gritaron ¡¡¡Judas!!! por pasar del folk al rock. Pues bien toda mi colección se reducía a un disco compacto y no temía aún dinero para comprarme un reproductor de compactos. Pero, quería tener esa pequeña colección de Lou Reed.  Por lo menos podría ir leyendo el booklet a la espera de poder comprarme en algún momento el reproductor. Quería comprarme esa joyita. Así que una mañana, alrededor de las diez nos fuimos a Miraflores y justo cuando concluíamos de pagar nuestra adquisición, una violenta explosión remeció el edificio. En menos de un minuto el caos se apoderó de este distrito antaño pituco, hoy venido a menos: sirenas, bocinas, gritos de la gente que corría en diferentes direcciones, embotellamiento del tránsito, ancianas llorando arrodilladas en la acera. Y yo, apretando fuertemente contra mi pecho mi pequeño tesoro para que nadie me lo arrebatara. Lo habría defendido con mi vida. Juventud apasionada por el cine, la música, los libros. Nada era más importante que ellos...salvo mi pequeña Gaby que ya tenía un año.

 La bomba había sido colocada en el Hotel Las Américas, un par de cuadras más abajo del lugar donde estábamos. Caminamos con sigilo hacia Larco y, luego, tomamos uno de los pocos taxis que acertó a detenerse en medio de tanta confusión. Los primeros discos de Lou Reed los adquirimos ese día. Y, lástima, el miedo y la angustia vividos no fueron disipados por los acordes de la música del creador de Berlín, porque no teníamos donde reproducirlo. Tuvimos que conformarnos con la lectura reiterada de aquellos textos sentidos sobre la obra de uno de los más grandes compositores americanos.

Así que, ¿Espacio Las Américas? Oye, Henry, más parece una broma y de muy mal gusto, porque ilusionar a la gente, para después enrostrarle que vive en un país al cual le está negada la posibilidad de ver una estrella de primera magnitud es algo muy cruel. Pero, al parecer, Henry, siempre creyó en que los chanchos volaban. Y, efectivamente, tanto en sentido literal como en el figurado, los chanchos volaron... y volaron hacia el infinito.

- IV -

El sábado 10 de marzo Ceci, nuestra querida Ceci, la sobrina entrañable que nos acompañara al inolvidable concierto de Bob en Oberhausen, regresó a Colonia (Alemania) después de haber pasado un mes de vacaciones entre nosotros.  Alegría en la llegada y tristeza en la partida, aún cuando antes de los abrazos finales nos comamos, entre bromas, risas y placer masoquista, las olvidables pizzas y los burdos calzones Papa John´s, las peores pastas de Lima, por cierto. De paso, diremos que las ensaladas de este restaurante se llevan las palmas: las más resecas, insulsas y desagradables que alguna vez hayamos aprecidado. No decimos probado porque, con  algunas excepciones, jamás pedimos ensaladas en los restaurantes. Y menos las de Papa John`s, que son verdaderamente espantosas. Pero, sin duda, en la próxima visita de Ceci, volveremos a torturarnos con las pastas de este insufrible restaurante aunque sólo sea para que nuestra Ceci y nuestra Gaby sonrían cómplices de nuestro buen humor.

A Ceci siempre la tenemos presente no sólo por ese inmenso cariño mutuo que nos une como familia y por lo bien que se entiende con la pequeña Gaby, sino porque, hay temas musicales que nos la recuerdan. El Estoy Aquí con el que Shakira abrió su concierto en el pasado...de inmediato convocó su recuerdo. Y aún están vivas las imágenes de Ceci cantando en esa reunión familiar de despedida, aquella primera vez que decidió irse. Así que esa es una de las razones, por las cuales no puedo despreciar a Shakira. Y, claro está, porque a mi Gaby le gusta también. Pero valga la ocasión para decir que el concierto de la colombiana, salvo aquellos poquísimos momentos de la primera parte en la que agarró la guitarra y con garra se animó a hacer un poco de rock (Estoy aquí, Don´t bother), fue realmente olvidable. Un prometedor comienzo del espectáculo, incluyendo, en los parlantes, una introducción con el tema de The Who, Baba O´Riley, cuyos sonidos de música oriental confundieron al público que se puso de pie para ver a Shakira y, bueno, de pie escuchó la gloriosa interpretación de Roger Daltrey. Tremendo tema de The Who, que despertó el deseo, imposible de materializar, de estar en un estadio a punto de ver a aquella mítica banda que en Woodstock (con Keith Moon y John Entwistle aún vivos), en un arrebato de euforia, destrozó sus instrumentos al final de su presentación.

Pero también Ceci está presente cada vez que el formidable Out of Time de R.E.M nos deja escuchar sus sonidos agridulces. Shiny Happy People y su ritmo extrañamente alegre, la overtura de guitarras de Radio Song, la singular Losing My Religion hacen que la memoria me traiga la imagen de Ceci y su sonrisa fácil y su carácter alegre. Ceci, la guía infaltable en tierras alemanas, la anfitriona cariñosa e inolvidable de aquellos paseos por Bonn, Oberhausen, Dusseldorf y Colonia, fue quien me obsequió ese casette de esta banda que ella conoció primero y que yo aprendí a escuchar movido por el aprecio y la gratitud. Y descubrir a R.E.M. fue una de las grandes cosas que nos han pasado en el ámbito musical. Hoy por hoy es una de nuestras bandas favoritas; la consideramos en nuestra segunda línea de predilectos. Explicaremos estas predilecciones luego.

Lo cierto es que el sábado 10 de marzo Ceci tenía que retornar a casa. A las cinco de la tarde estuvimos puntuales en el aeropuerto. A la cinco y veinte minutos el tren de la historia de la música mundial pasó por Lima: Roger Waters llegó para el esperado concierto del lunes 12. Pura coincidencia, ni siquiera sabíamos que el ex-líder de Pink Floyd iba a llegar ese día. Digamos que nunca nos preocupó ni nos atrajo la idea de correr tras el artista o la figura encumbrada. Nunca lo hicimos de joven –más por timidez y vergüenza, ciertamente, que por convicción- y menos ahora, a esta edad en que las ilusiones empiezan a desvanecerse como pompas de jabón. Por otro lado, siempre seguidor del universo fordiano, me place estar del lado de la leyenda más que de la realidad o, si lo expresamos de otra manera, preferimos quedarnos con la imagen a vivir el desengaño de una realidad que podría ser dura, decepcionante. Soñar como una manera de encontrar el mundo perfecto.

Posición defensiva, por cierto, que quiere ser una suerte de protección contra aquellas desilusiones que ocurren cuando la pasión nos enceguece y confundimos a los humanos con seres inmortales. Saber que el personaje admirado era un ídolo con pies de barro es gravemente perturbador, altamente desestabilizante. Los seres humanos somos contradictorios, poseemos zonas oscuras que ocultamos para poder vivir en sociedad, pero también para alcanzar el éxito. Los artistas geniales –aún aquellos con sensibilidad social- son gente de un ego inmenso. No son personas normales, si lo fueran no estarían en el lugar a donde su talento los ha conducido. Somos conscientes de ello y desde que lo aprendimos tratamos de mantenernos alejados de ellos en las poquísimas situaciones en las que ha habido posibilidades de estar cerca a su entorno. Como cuando Roman Polansky nos visitó hace unos años.

Pero, contradictorios como somos, no siempre seguimos la regla. El apretón de manos de Vargas Llosa en la Plaza Isabel II de Madrid nos iluminó el día y nos hizo sentir felices, la extensa conversación con Eduardo Coutinho sobre su película Hombre marcado para morir en una antigua fiesta de los cineastas fue una experiencia fascinante, pero descubrir la homosexualidad del galán cubano Adolfo Llauradó fue, a pesar de que no somos homofóbicos, un shock. Ya hace varios años que preferimos mantenernos alejados de aquellas personalidades del espectáculo. No quisiéramos sentirnos como aquel espectador fanático de Joan Manuel que por tanto pedirle interpretara su canción predilecta recibió un puntapié que, muy probablemente, no sólo destruyó la imagen de su héroe sino que el amor por su música la trastocó en odio hacia el hombre.

Así que alejado del grupo de fotógrafos, periodistas y admiradores que esperaban frente al automóvil que conduciría al cantante y músico a su hotel, nos situamos junto a la puerta de salida de internacionales del aeropuerto. Y esperamos allí, curiosos e impacientes, mientras en el otro extremo Ceci esperaba efectuar el ‘check in’ en uno de los mostradores de Iberia. No tardó mucho en aparecer el gran Roger Waters, acompañado de un desconocido. Nuestro “Welcome Roger” fue gritado con emoción. Fue la primera frase de bienvenida que el músico recibió en Lima. Allí estaba, con camisa oscura, saco azul y jeans, el compositor de la más grande banda inglesa de rock progresivo. Un ligero saludo, los ojos cubiertos con lentes oscuros, y una lenta caminata hacia donde estaba el compacto grupo de personas que lo estuvieron esperando por horas. Impasibilidad inglesa, le llaman. Más adelante, Henry nos contó que un guardaespaldas cuida  que no lo toquen. El veterano Waters no aguanta malas pulgas y, de hecho, le parece muy mal que lo vean como un Dios. Tal extremo es imposible de aguantar. Y si no preguntémosle al viejo Dylan que ya no soportaba que lo identificaran como el vocero de la generación de los sesenta y, entonces, decidió darles un portazo en la cara a toda esa legión de fanáticos que esperaba a su Mesías para marchar contra el “establishment”. Ahora, ante Roger Waters, muchas de estas ideas se nos agolpaban en el cerebro, mientras pugnábamos interiormente por acercarnos un poco más al músico admirado o si permanecer alejado observando cada detalle de lo que allí ocurría. Los flashes de los fotógrafos destellaban una y otra vez, nuestra vida por una cámara, murmurábamos con no poca angustia, nuestro ser infantil se iba apoderando cada vez más de nosotros. Tener un grato recuerdo del momento, una foto, un autógrafo, un apretón de manos, cualquier cosa que nos dijera más adelante que Roger Waters pasó por aquí y que nosotros estuvimos allí para testimoniarlo. Y fue allí, como antes en la Arena de Oberhausen o en Le Zenith, que nos prometimos escribir sobre este momento histórico para compensarnos, para satisfacer ese deseo infantil de tener algo del héroe admirado. Comno no podía ser de otra manera, el álbum más autografiado fue el Dark Side of the Moon. Parco, frío, sereno, la expresión oculta tras lentes oscuros, de andar lento y seguro, a ratos brazo en alto, a ratos lapicero en mano para la firma enorme y apresurada, son las imágenes que nuestras retinas grabaron con avidez. Los dedos en V a manera de despedida y el hombre que ingresa al auto y huye rápidamente del lugar. Todo en cuestión de minutos. Placeres efímeros, y la sensación de que el tiempo no pasa lentamente como dice la hermosa canción de Dylan en ese álbum amable que es el New Morning.  Frases como el más grande, maestro, genio musical se escucharon durante los escasos minutos que Roger Waters dedicó a sus admiradores.

Quizás nos hubiera gustado tener una cámara para registrar el momento. Digo quizás porque una cámara siempre nos desvía la atención. Pendientes de captar el ángulo, nos olvidamos del panorama. Si hubiéramos tenido una cámara en los conciertos de Dylan, munca habríamos podido escribir sobre los conciertos de Oberhausen y París a los que asistimos. Decidí escribir sobre esta experiencia como una manera de hacer de este recuerdo una experiencia inolvidable. Sí, inolvidable, porque Roger Waters es una parte importante de la historia de la música contemporánea. Pink Floyd es una referencia obligada para quienes tienen la feliz idea de visitar aquellos años aurorales de la música rock y de las denominadas grandes bandas: los apasionantes sesenta, los inquietantes setenta. Gracias, Jose, tu aviso providencial me hizo vivir un gratísmo momento. Lástima por Gaby, que se lo perdió.

Y todo salió como si hubiera sido perfectamente cronometrado. Roger Waters subió a su automóvil seguido de toda una caravana de admiradores y Ceci concluyó su registro en Iberia. Entre risas y lágrimas, nuestra querida Ceci marchó hacia su lindo y acogedor departamento de Colonia, con la esperanza de que el tiempo vuele hasta aquella fecha aún ignota en la que podamos nuevamente hablar y reir con la felicidad de sabernos unidos por esos lazos de familia entrañables, vitales, eternos.

- V -

Cada persona tiene su propio Olimpo. Bueno, no todas. Si nos apasionamos por algo, seguramente que de inmediato creamos un lugar especial para aquello que más admiramos. Las películas, los libros, la música nos atraen como un poderoso imán. Siempre estaremos abiertos a ver, leer y escuchar de todo, pero en nuestro corazón guardamos con cariño los nombres de aquellos directores, autores o músicos que han hecho que nuestra vida valga la pena de ser vivida o como lo expresó Sabina en Más de Cien Mentiras, que han impedido que nos cortemos de un tajo las venas. Claro, claro, algunos pensarán ¿tendría R. el valor de hacerlo?, pues, mejor no preguntar, sorpresas tiene la vida, pero Gaby y Yolita, con toda seguridad, siempre serán la última frontera, la más difícil, quizás imposible, de traspasar.

Clint Eastwood, Martin Scorsese, Francois Truffaut, Howard Hawks, John Ford y Akira Kurosawa están en la primera línea de nuestros gustos cinematográficos. Y no continuamos porque la lista podría ser larga. Pero en música, fundamentalmente rock, la lista es más corta. Allí somos más selectivos: Bob Dylan, Lou Reed y The Band están en la primera línea; en una segunda línea ubicamos a Pink Floyd (Roger Waters y David Gilmour, por cierto), R.E.M, Rolling Stones, The Who y Neil Young; y, en una tercera línea encontramos a Eric Clapton, U2.  Listas que sólo menciono como una forma de rendir homenaje –mi particular homenaje a aquella gente que con su arte contribuye a aliviar mi stress, rutina, frustraciones y desilusiones. Pero también, al margen de estas listas, muchas veces injustas, hay todo un inmenso grupo de gente que con sus canciones nos hacen ver el mundo de distinta manera: Miguel Ríos, Joaquín Sabina, José Alfredo Jiménez, Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, La Sonora Matancera, Rubén Blades, Héctor Lavoe, Mark Knopfler, Pedro Infante, The Beatles, Ana Belén, Víctor Manuel, y un largo etc.

Sin duda, en nuestros momentos de crisis, en nuestros ratos de depresión, en aquellos períodos de tristeza siempre terminamos por aferrarnos a algo. Hay quienes se inclinan por los fuegos artificiales de las drogas o el alcohol. Nosotros optamos por la evasión a través de la música. Y por años ella ha sido nuestra más fiel compañera. El sonido de una banda con sus guitarras, teclados y batería pueden bastar para aliviarnos de la pesadez de un domingo por la tarde. Una nueva versión de un viejo tema de Dylan convoca de inmediato nuestra atención. Un cambio en la melodía, con sólo voz y guitarra, de un Silvio inspiradísimo (como en Canción de Navidad), nos emociona intensamente. El sonido impetuoso de Pink Floyd nos exalta, nos conmueve. El ritmo vertiginoso de The Who nos invita a correr por la autopista. La música de la Sonora Matancera nos convoca al recuerdo de infancia y nos invita a bailar, y a pesar de que somos pésimos bailarines, si hay la ocasión lo hacemos importándonos un pepino lo que el entorno pueda opinar. Igual experiencia hemos tenido con la música del cantante de los cantantes, el soberbio Héctor Lavoe. Su Periódico de Ayer y El Cantante son los temas que más hemos bailado en los ochenta y a comienzos de los noventa en las fiestas inolvidables que organizábamos en casa. Hoy en día nada de lo que escuchamos en las fiestas nos incita a dejar a un lado la timidez para lanzarnos al ruedo. Pero, ya casi no asistimos a fiesta alguna. Es como si estuviéramos cerrando un círculo, tan antisociales como en nuestra adolescencia, preferimos quedarnos en casa para vibrar con los broncos sonidos de un Lou Reed siempre inspirado. Fue bueno descubrir a U2. Su Rattle and Hum, con sus claroscuros y contraluces y sus rendidos homenajes a los grandes de la música americana (Dylan, Presley, BB King) nos subyugó, pero ahora, sin dejar de ser buenos, nos siguen entregando más de lo mismo. Que nuestra buena amiga Susy se emocione con ellos, hace que aún le tengamos estima a esta banda que nos sorprendió con esa metamorfosis llamada Achtung Baby, pero sentimos que ya estamos saliendo de su órbita de influencia. Estaban en la segunda línea, ahora han pasado a la tercera. Nunca podemos escapar de la intensa emoción de Paloma Querida, del gran José Alfredo y Like a Rolling Stones y Sweet Jane serán siempre las canciones más amadas. Pero, oye Henry, no te olvides que Knockin’ on Heaven`s Door será la canción que deseemos escuchar a las puertas del Big Sleep.

Nuestra vida gira en buena medida en torno a la música. El anuncio de algún concierto en vivo nos entusiasma, nos ilusiona, pero también nos pone en emergencia económica. En un período bastante corto se anunció la presencia de Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat y Roger Waters. Sequía a lo largo del año y un vendaval en menos de un mes era algo irracional e injusto. Al final, lo de Serrat no pasó de ser sino una noticia sin mayor asidero, que lamentamos al fin y al cabo porque los conciertos del cantante español siempre dejan huella.

Lo de Silvio superó nuestras expectativas. Pero, además, era el reencuentro con un pasado feliz, un retorno a ese ochenta y seis de amores urgentes y apasionados en la mítica casa del tío Vania, disfrutando luego de un sabroso lomo saltado y un huevo frito encima para recuperar energías o de las maratónicas sesiones de cine para no perder estreno latinoamericano alguno en aquel SICLA que prometió y nunca cumplió con traer a Dylan y a Joan Baez a Lima. ¿Qué pensabas Yolita mientras te emocionabas escuchando Ángel para un Final, La Canción del Elegido, La Maza, Unicornio, La Gaviota ?

Un Silvio inspiradísimo recorrió en olor de multitud buena parte de su discografía poniendo en evidencia su filiación a esa manera de pensar propia de los viejos héroes de Peckinpah: “Los tiempos están cambiando, pero yo no”, tal como le espetó en el rostro el joven Billy a su ex compañero de fechorías y futuro matador, Pat Garrett. Y fue, entonces, que nuestro corazón se contagió de aquella juventud entusiasta y soñadora –que aún la hay, vaya que sí- y levantando el puño izquierdo en alto cantamos a todo pulmón y con emoción desbordada la hermosa y combativa Playa Girón. Al día siguiente, un nuevo disco, Rodriguez, embellecía nuestra colección remeciendo nuestros sentidos cada vez que el cubano se enternecía con aquellos versos que aluden a su música y a su destino:  “Mi canción no es tan solo / de quien pueda escucharla /porque a veces el sordo / lleva más para amarla. Lástima Gaby, te lo perdiste. Dices que no te gusta Silvio, sé, sin embargo, que alguna vez aprenderás a amar su música,

-VI-

1.

Siempre nos impresionó el sonido majestuso, vibrante y enérgico de Pink Floyd. Cada vez que los sonidos estremecedores de Su Shine On You, Crazy Diamond llegaban a nuestros oídos los sentíamos como un ‘shot’ directo a la vena. Nos sacudía, nos exaltaba, nos llevaba a las alturas. Pues eso fue lo que ocurrió el pasado lunes 12 de marzo: con Roger Waters y su extraordinaria banda tocamos el cielo.

Probablemente nadie creyó al locutor que aproximadamente veinte minutos antes de las nueve de la noche pidiera a la espectadores ubicarse en sus asientos porque el concierto iba a empezar a las nueve en punto. Y muy pocos, quizás, ligaron las imágenes de altísima resolución que empezaron a proyectarse en el gigante écran central con el inicio del concierto. Pero era ya altamente sospechoso que tales imágenes –una vieja radio, una mano moviendo el dial a la búsqueda muy selectiva de música rock, blues o jazz, y desechando sin contemplaciones el pop aburrido y ligero, un cigarrillo y un vaso de whisky- acompañadas de un ya potente sonido – iban a formar parte del prólogo y también del espectáculo. Sin embargo, la gente en las diversas localidades continuó con aquello que es habitual en los momentos previos al concierto:  el encuentro o reencuentro con amigos y conocidos, las especulaciones sobre el set list, las efusivas celebraciones de la ocasión con una buena refrescante cerveza o la cacería visual de los famosos que llegan a la zona VIP o a sus inmediaciones. A nosotros, lo que nos fascina ver en estos previos es la disposición de los equipos en el escenario. La batería, casi siempre al centro, todo un símbolo para un concierto de rock, las guitarras, paradas junto a sus amplificadores de sonido, los teclados y los sintetizadores a los costados del escenario; y, de cuando en cuando, algunos técnicos que efectúan las últimas pruebas del sonido de las guitarras. Todo este ritual nos encandila, nos conmueve, nos entusiasma porque pronto veremos a un equipo humano que une sus talentos para producir música que alegrará nuestros corazones, que nos invitará al movimiento acompasado de nuestros cuerpos y que nos convocará al grito solidario, al canto emocionado, al gesto de adhesión a una banda cuya música e historia han formado parte,  por muchos años, de nuestro imaginario, de nuestras ilusiones, de nuestras vidas.

Son las nueve en punto de la noche y el lugar se oscurece abruptamente, al mismo tiempo que los músicos toman sus posiciones rápidamente y una figura de oscuro camina lentamente hacia el centro del escenario. No pasan sino unos segundos cuando los primeros estruendos de los teclados y las guitarras de In the Flesh remecen la explanada del Monumental, mientras nuestros corazónes empiezan a latir con fuerza por la emoción que ya no es posible controlarla. Esos sonidos que ualguna vez escuchamos en la televisión, el disco o en el vídeo, los estábamos ahora oyendo en directo, con Roger Waters y su banda en vivo ejecutándolos con la misma maestría con la que aprendimos a conocerlos. ¡Dios!, es cierto, Waters está aquí, me dije interiormente al tiempo que unía mis gritos, aplausos y brazos en alto a la multitud enfervorizada que, al igual que nosotros, se integraba a esta magnífica celebración, a este homenaje sentido a la música amada.

In the Flesh (The Wall, 1979) nos conmueve, nos levanta, nos inquieta, tanto en el disco como en su interpretación en vivo. No hay diferencia importante entre una y otra. Fiel al original, luego del potente intro, Waters irrumpe con el conocido “ So ya / Thought ya / Might like to go to the show / To feel the warm thrill of confusion / That space cadet glow... Y al fondo, en la pantalla y, también en vivo, las explosiones de luces y colores que iluminan totalmente el escenario. Había que estar aquí para sentir y formar parte de este increíble espectáculo, que anuncia desde este comienzo impresionante, que la banda no dará tregua alguna a los espectadores. Sí, tal como, lo manifiestan los primeros versos de este tema, hemos venido a ver el show para sentir la cálida emoción del caos que comunica la energía desbordada de las catorce mil almas que se han congregado para ver, oir y disfrutar con la música de la banda más importante del rock sinfónico, Pink Floyd. Sí, "Lights! Turn on the sound effects! Action!", sí allí están esas luces enceguecedoras, sí allí están los efectos de sonido, sí allí está una de las más grandes bandas de rock que haya pisado Lima.

Y, luego, la música aquietándose, desvaneciéndose en el aire, para dar paso a los primeros y delicados acordes de Mother, otro clásico del The Wall, que no podía faltar en el set list recopilatorio que Waters ha escogido para esta primera –de las tres- parte de este espectáculo memorable. Miramos a Gaby, y percibimos su emoción. Ya antes del concierto había sintonizado con este tema lleno de interrogantes hacia la madre sopreprotectora. Una cámara chismosa, justo antes de entrar a la Explanada, nos detuvo para preguntarnos por los discos preferidos de Pink Floyd, por la capacidad de esta música para unir a generaciones a veces tan distantes (nosotros con más de cincuenta años encima y Gaby con apenas quince) y Gaby, segura y encantadora, declarando a las cámaras que Mother era su predilecta. Sí, aquí estábamos, padre e hija disfrutando a rabiar de la música amada. Moriremos tranquilos, alguien seguirá tocando nuestros viejos discos y gozando con esos sonidos maravillosos.

Y luego, un viejo tema del 68 de los Floyd, Set the Controls for the Heart of the Sun, que aparece en su segundo disco A Saucerful of Secrets, y más adelante en el en vivo Ummagumma (1969).  Recuerdo haber leído en algún momento que el gran Roger Waters acudió a un viejo libro de poemas chinos y tomó de él algunos versos que incorporó a esta canción, con pequeñas variantes:  “Witness the man who raves at the wall / Making the shape of his questions to Heaven”.   A las que siguen los inspirados versos en forma de interrogantes:  “Whether the sun will fall in the evening / Will he remember the lesson of giving?  Y que concluyen  con el estribillo que da título al tema Set the controls for the heart of the sun”.  Algunos han llamado plagio a esta inserción de versos ajenos; otros, en tono irónico, préstamo. Nosotros, sin caer en la complacencia, pero sí convencidos del talento de Waters, lo llamamos homenaje, a una expresión artística que deslumbrara en su oportunidad al ex-líder de Pink Floyd.

Al momento de escribir esta nota ya es ampliamente conocido el caso de nuestro querido Bryce, cuya labor plagiaria en sus artículos periodísticos ha quedado al descubierto. Y, claro, aquí no se trató del robo de una frase, de una idea; según las noticias crueles que hemos leído se trata del despojo de frases enteras de textos ajenos. ¿Por qué Alfredo? ¿por qué? Si ni siquiera lo transcrito tiene una calidad poética como para obnubilar la mente a tal punto de provocar la apropiación de la belleza. Se trata de textos bien escritos e informados, sí, pero tú estás en condiciones de reelaborarlos con sapiencia y talento. ¿Por qué, Alfredo, a estas alturas de tu generosa vida, te empeñas en mancillarla como hizo el gran Zidane en el último mundial de fútbol? ¿es acaso la tentación del vacío, la atracción inevitable de la autodestrucción? Cierto, siempre preferí y leí al gran novelista y con mucha pena casi siempre dejé de leer –por aburrimiento- y critiqué al articulista mediano. Desde hace mucho he venido pensando que tus a veces extensas notas periodísticas carecían de esa fuerza, de esa emoción que hace que el lector recorra con pasión cada párrafo del texto. E inevitablemente fui dejando de leer tus textos en El Comercio. Lástima, Alfredo. Como escribió cierto periodista, no te podremos esperar en este abril otoñal. Y, lástima también querido Alfredo, tus enemigos, que no son pocos –pues la envidia siempre alimentó su existencia- estarán ahora celebrando la derrota de quien, a pesar de todo lo ocurrido, sigue siendo uno de los grandes escritores latinoamericanos.  Te seguimos queriendo, Alfredo. Y gracias por Un Mundo para Julius, gracias por No me Esperen en Abril y gracias por el entrañable Martín Romaña que acompañó parte de nuestra agitada juventud.

Y la canción esperada llegó rápidamente a nuestros oídos: Shine on You, Crazy Diamond, con las imágenes del legendario Syd Barrett perfilándose en la pantalla y que inauguró el homenaje de tres temas seguidos, pertenecientes al Wish You Were Here (1975) que Waters dedicó a ese loco genial  que fue el ya desaparecido ex-fundador de Pink Floyd. Bastan las primeras notas del Shine on You... para que la gente reconociera el tema y aplaudiera y cantara. Los temas que siguieron en este cálido recuerdo de Barrett fueron Have a Cigar (“Come in here, dear boy, have a cigar/ You’re gonna go far, fly high / You’re never gonna die / You’re gonna make it if you try) y el acústico Wish you were here, que dio título a este álbum fundamental.

La música de Waters es densa, acompasada, plena de sonidos fuertes provenientes de los teclados y sintetizadores y de las guitarras eléctricas. A veces el sonido de los vientos pautan un segemento de la canción como el saxo en Set the controls... Esta música  melancólica a veces, enérgica por momentos, jamás pasa desapercibida, por el contrario, perturba, inquieta, estimula. La música envuelve a Waters, que partiendo del centro del escenario, se desplaza hacia los laterales en los largos segmentos instrumentales o se confunde con su banda mientras el poderoso trío de voces femeninas, que componen el coro principal, nos deslumbra con sus potentes y fascinantes voces. Mother fue su prueba de fuego. En grupo o como solistas, las morenas dejaron huella en nuestros corazones. Voces que transforman el grito en música, voces que se confunden armoniosamente con los instrumentos, voces acunadas por los trepidantes sonidos  de una banda compacta, sólida, maestra. Voces que exaltan, que agitan, que emocionan. Mujeres de piel canela maravillosas, seductoras, eternas.
Southampton  Doc proviene del viejo álbum The Final Cut (1983) e inaugura el mensaje antibélico de un inspirado Waters, que enlaza este tema con The Fletcher Memorial Home, ambos pertenecientes al álbum referido. En la primera recuerdos del padre muerto en la segunda guerra mundial, en la segunda, una alusión descarnada, cruel y con solución final para los tiranos, reyezuelos y dictadores que envían a los muchachos a morir en las trincheras. Sin el divismo e histrionismo de un Bono, líder de la banda irlandesa U2, Waters, guitarra acústica en ristre, lleva a través del mundo su exigencia de paz, su posición antibélica. Música, palabras e imágenes se amalgaman para hacer eficaz un mensaje que nadie desdeña, que todos aceptan aunque sólo sea por esos inolvidables momentos en que la gente hermanada por la música canta a coro, levanta el puño y acepta el mensaje. Perfect Sense del Amused to Death, álbum de Waters del 92, sigue la misma línea antibélica y también uno de los nuevos temas que el compositor da a conocer al público, Leaving Beirut (2004) y que, al parecer, sólo está como single.

Los medios que usa Waters para llegar al público son efectivos, impactantes y originales. En Leaving Beirut, hace que la gente corre la canción, proyectando la letra sobre la pantalla, intercalando viñetas a manera de historieta, que subrayan el clima antibélico que Waters ha creado eficazmente. Ironía, indignación, protesta. Y una cuchillada al sistema educativo: ¿qué mierda de educación has recibido Bush durante tu niñez para ser el que eres actualmente? Textualmente: “Oh George! Oh George! /
That Texas education must have fucked you up when you were very small”. Sí Roger Waters no se anda con subtterfugios; es directo, punzante, violento, sin por ello, perder la sensibilidad y el lirismo.

La primera parte del concierto concluyó con Sheep, tema que pertenece a aquel célebre álbum Animals (1977), que, al parecer, toma su temática de la novela orwelliana Rebelión en la Granja. Sheep alude a aquellos tipos humanos que siguen ciegamente a los poderosos, a los políticos y a aquellos comisarios de la moral y de las buenas costumbres. Fue el momento en que, efectivamente, se demostró que los chanchos volaban. Iniciada la canción, un enorme cerdo rosado planeó sobre la muchedumbre gratamente sorprendida. Llevaba varias inscripciones, algunas de las cuales decían: “Todos los peruanos somos iguales” , “No a la discriminación”; en el cuello, la indicación “cortar aquí”. Con Sheep y con este efecto escénico, que remarcaba la propuesta pacifista de un artista que, quizás los sesenteros los habrían  llamado comprometido, Waters cerró con brillantez la primera parte de su extraordinario concierto. “Diez minutos de descanso y volveremos con el Dark Side of the Moon” fue su temporal despedida. Aún era difícil creer lo que habíamos visto y escuchado. Y mientras tanto, el cerdo,  se perdió en el infinito.

2.

El sonido del latido de un corazón amplificado es la obertura de un disco que ya ha pasado a formar parte de la leyenda rockera. Speak to me abre la segunda parte de este concierto, dedicada a la interpretación completa del Dark Side of the Moon, en el mismo orden de grabación y reproduciendo todos sus efectos y sonidos. Voces, risas y luego una guitarra de sonido limpio abriéndose paso a través del ruido que precede los versos inolvidables “Breathe, breathe in the air. / Don't be afraid to care. /Leave but don't leave me. /Look around and choose your own ground, que la multitud corea emocionada y generosa. Roger Waters tal vez nunca se imaginó que en este pequeño país ignorado por las grandes bandas de rock, había catorce mil almas dispuestas a escucharlo y cantar con él. Muchos se preguntan cómo fue posible que el bajista de Pink Floyd recalara en un país como el nuestro. Y claro, fue todo un esfuerzo de los empresarios que apostaron por el éxito del concierto, a pesar de los altísimos precios cobrados –la entrada más barata estaba a ciento cincuenta nuevos soles- pero también es cierto que, de acuerdo a algunas fuentes, el cantante quiso venir al Perú, razón por la cual, incluso, redujo sus pretensiones económicas. En buena hora, pues. Gracias a esa confluencia de situaciones, Lima fue el escenario del concierto de rock más importante que se haya dado a la fecha.

Sí, aspirar el aire y mirar en nuestro derredor, es el comienzo de un tema que conmueve nuestros sentidos. El disfrute de la vida, el trabajo incansable y el curso inevitable hacia la muerte. Y, de repente, unos sonidos de sintetizador, reiterativos, obsesivos como si se tratara de un viaje fantástico a través de las ondas sonoras, mientras el ruido de un helicóptero se acentúa más y más: es On The Run. Una fuga, hacia aquellas zonas inexploradas u olvidadas de nuestra propia existencia, quizás; y, luego, una explosión final, cuyos ecos se van difuminando poco a poco. Abruptamente, suenan las alarmas de los relojes, y el  tiempo que  pasa es marcado –como el latido de un corazón- por el bajo de Waters. Las guitarras  prologan luego el  canto en clave alta de Waters: “Ticking away the moments that make up a dull day ....” . Y más adelante, escuchamos los coros de voces femeninas, sugerentes, maravillosos, que nos envuelven mientras los versos melancólicos de Waters llegan hondo al corazón:  “Tired of lying in the sunshine staying home to watch the rain / You are young and life is long and there is time to kill today. /And then one day you find ten years have got behind you. /
No one told you when to run, you missed the starting gun”.  El final es una vuelta hermosa a la sugerente Breathe, un cálido tributo al retorno a casa:  “Home, home again / I like to be here when I can / When I come home cold and tired /  It's good to warm my bones beside the fire”.

The Great Gig in the Sky se inicia con un slide guitar que se arrastra perezosamente hasta conducirnos a ese momento en que una de las coristas da un paso adelante y nos impacta con un su grito desgarrado, sostenido. La cantante modula su voz como si se tratara de un instrumento, llevando el grito, de manera sinuosa, por los meandros de la melodía marcada por las guitarras y los teclados. La voz humana en perfecta armonía con la instrumentación. La voz humana como un instrumento mismo. La música elevándonos a alturas celestiales en este tema musical pensado para transmitir la desesperación ante la muerte.

El sonido de una caja registradora es el punto de partida de Money….



 Lima, marzo 2007

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