No pretendo con esta
nota impedir que nuestro buen amigo cumpla con la triple tarea que le ha dado
David. Creo que será muy ilustrativo para todos aquellos que nos gusta la
música de The Beatles. Pero antes de pasar al punto central deseo anotar dos
cosas: la primera, agradecer a Jordi por la nota amable que me remitió hoy en
la tarde; sin duda, seguiré compartiendo con él y con todos los que así lo
deseen mi aprecio por la música de Dylan; la segunda, manifestar que el Strawberry Fields Forever como la
evocadora Penny Lane me acompañaron durante buena parte de mi juventud y que,
para mí, bastarían esas dos composiciones para hacer que The Beatles ocupe un
lugar preferencial en la historia de la música. Ya como solistas, me inclino
por la carrera de un George Harrison que, en cierta manera, supo cultivar esa
suerte de perfil bajo que le atrajo no pocos admiradores. Quizás no fue tan
perfil bajo en la realidad, pero su imagen de hombre tranquilo, dado a la
reflexión y con ciertas inclinaciones a apoyar las buenas causas fue la
predominante. Y, en todo caso, existe el principio fordiano que bien puede
aplicarse aquí: cuando la leyenda es más hermosa que la realidad, que se
imprima la leyenda.
Pero no fue leyenda
que Harrison amara las guitarras y que disfrutara a rabiar aquellos momentos en
los que podía compartir escenarios con otros guitarristas emocionándonos con
sus propias emociones al extraer de sus instrumentos aquellos sonidos cargados
de vitalidad, alegría e inspiración. Harrison, me pareció siempre, una suerte
de chiquillo que jamás dejaba de sorprenderse ante el rasgueo de las cuerdas de
ese bello instrumento que es la guitarra. Con la eléctrica o con la acústica,
Harrison supo regalarnos verdaderas joyitas que nunca dejaron de hacer vibrar
nuestros corazones: Something, While My
Guitar Gently Weeps, Here Comes the Sun en su época Beatle; If Not For you,
al alimón con un Dylan en su fase de renacimiento; Handle with Care como voz líder de The Travelling Wilburys. Pero
cuando escucho el nombre de George Harrison la imagen que se proyecta en mi
cerebro es la del gentleman inglés que guitarra en mano hace una versión briosa
de Absolutely Sweet Mary en el Concierto del 30 Aniversario de Bob Dylan:
¿recuerdan con qué gusto formaba ronda con los músicos para deleitarse con los
acordes de guitarras que se contagiaron de inmediato de su entusiasmo?
Bueno, pero la nota no
era sobre The Beatles ni sobre George. Era un retorno a un tema que abordé no
hace mucho tiempo a propósito de una afirmación de nuestro buen amigo Henry
Flores, afirmación reiterada incluso en la última nota de respuesta a David. Y
es acerca de la separación de roles en los artistas que dice admirar: Dylan o
Lennon. Más bien, no percibo esa división cuando se refiere a su admirado
MacCartney. Como si aceptara a pie juntillas todo lo que hace, crea, inventa,
dice o perpetra. Porque, para ser sinceros, también perpetra. Pero…tranquilo
Henry, todos perpetran o, mejor dicho, todos perpetramos alguna bestialidad,
alguna vez. Humanos somos, salvo que se asuman posiciones fundamentalistas y
entonces allí ya no habría otra cosa que decir sino ¡Viva el Ayatollah de
turno!
Me parece respetable
que se asuma una posición crítica respecto a lo que hace o deja de hacer tal o
cual personaje. Lo atractivo y divertido de la vida es poder cotejar o
contrastar los diversos puntos de vista existentes, los matices que puede
adquirir una realidad que jamás se decanta hacia el blanco o el negro sino que
permanentemente se sitúa en el gris. Más grisáceo en ocasiones que en otras,
pero gris al fin y al cabo. Sin embargo, me parece que hay una pérdida de
perspectiva y se empobrece la reflexión cuando se mira de manera sesgada o
cuando se recurre a los esquematismos. No puedo, entonces, estar de acuerdo con
afirmaciones como la del buen Dylan cantante y el mal Dylan jokerman o sea el
hombre público, que se disfraza, que se encubre, que engaña o que ironiza.
Y no puedo estarlo
porque se trata de la misma persona. No es un Dr. Jeckyl y Mr. Hyde. No, no es
un esquizofrénico. Y, ojo, aún siendo un esquizofrénico, pensaría que todo lo
que hace o deja de hacer responde a su personalidad escindida pero que habita
en un solo tipo humano. Es el hombre y sus actos, el hombre y sus mentiras, el
hombre y sus ilusiones y, también el hombre y sus frustraciones.
Y es que tal como
aparece en I’m Not There, un hombre
es muchos hombres a lo largo de su existencia, pero es él. Ya lo dice en Jokerman, al que aludes en varias
ocasiones, puede ser un manipulador de multitudes (tercera estrofa) como puede
ser una víctima de ese mundo gris que describe en la misma canción. Composición
eminentemente cristiana, Jokerman es
una muestra de la sabiduría de un hombre que dentro y fuera del escenario
siempre vuelve a aquellos temas que lo obsesionan, que lo conmueven o que lo
preocupan. Si fue oportunista o no, no viene al caso, porque no podemos leer su
mente, no podemos adivinar por una frase o una declaración cuál es su sentir.
Porque de eso se trata. De conocer lo que hay en el hombre público, en la celebridad,
esto es su sentir. Y para ello, es necesario remitirse a su obra, a aquello que
le es esencial. Lo demás es anecdótico y carece de importancia.
Finalmente, es
necesario apuntar que todo artista, por lo general, presenta acusados rasgos de
exhibicionismo y de tendencia a la provocación. Disfruta haciéndolo, goza
llamando la atención, siendo consciente del revuelo que causan sus gestos,
actitudes o palabras. El artista, en tanto ser que se transforma para formar
parte del espectáculo, jamás dejará su esencia en el escenario, la llevará como
una impronta indeleble por cualquier camino que decida seguir. La naturaleza
del artista es compleja y no siempre es bella. Producirá belleza, pero él quizá
no lo es. Pienso en Charlie Parker, abrumado por el alcohol y las drogas, y,
sin embargo, trascendiendo sus miserias en pleno escenario, transformándose en
el genio musical en momentos irrepetibles. Quién pensaría que ese cuerpo en
decadencia, al borde de la destrucción, podía encontrar su cuarto de hora y fascinarnos
con su saxo virtuoso. Una vez más, era el hombre y sus miserias, era el hombre
y su música inmortal. Era nada más y nada menos que Charlie Parker.
¿Admirar al intérprete
y odiar a la persona? Sinceramente, no entiendo esa expresión. Yo prefiero disfrutar
de la obra y e intentar entender al autor. Les aseguro que es una aventura
apasionante, pues vamos tras unas huellas que, muchas veces, nos conducen a
nosotros mismos. Mismo Corazón de las
Tinieblas del Conrad escritor o del Coppola cineasta.
Será que estoy
envejeciendo. Será que los impulsos vitales que me llevan a adherirme férreamente
a ciertas causas (entiéndase cantantes, escritores o artistas en general)
empiezan a mermar o a desaparecer. Lo cierto es que ya no siento esa necesidad
– que experimenté cuando joven- de admirar, que es también desear y, en casos
extremos, envidiar. Casi estoy convencido ahora que admirar no es amar.
Un abrazo
Lima, junio 2008
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