8/12/13

DE MÚSICOS, AMORES Y ADMIRACIONES....

No pretendo con esta nota impedir que nuestro buen amigo cumpla con la triple tarea que le ha dado David. Creo que será muy ilustrativo para todos aquellos que nos gusta la música de The Beatles. Pero antes de pasar al punto central deseo anotar dos cosas: la primera, agradecer a Jordi por la nota amable que me remitió hoy en la tarde; sin duda, seguiré compartiendo con él y con todos los que así lo deseen mi aprecio por la música de Dylan; la segunda, manifestar que el Strawberry Fields Forever como la evocadora  Penny Lane me acompañaron durante buena parte de mi juventud y que, para mí, bastarían esas dos composiciones para hacer que The Beatles ocupe un lugar preferencial en la historia de la música. Ya como solistas, me inclino por la carrera de un George Harrison que, en cierta manera, supo cultivar esa suerte de perfil bajo que le atrajo no pocos admiradores. Quizás no fue tan perfil bajo en la realidad, pero su imagen de hombre tranquilo, dado a la reflexión y con ciertas inclinaciones a apoyar las buenas causas fue la predominante. Y, en todo caso, existe el principio fordiano que bien puede aplicarse aquí: cuando la leyenda es más hermosa que la realidad, que se imprima la leyenda.

Pero no fue leyenda que Harrison amara las guitarras y que disfrutara a rabiar aquellos momentos en los que podía compartir escenarios con otros guitarristas emocionándonos con sus propias emociones al extraer de sus instrumentos aquellos sonidos cargados de vitalidad, alegría e inspiración. Harrison, me pareció siempre, una suerte de chiquillo que jamás dejaba de sorprenderse ante el rasgueo de las cuerdas de ese bello instrumento que es la guitarra. Con la eléctrica o con la acústica, Harrison supo regalarnos verdaderas joyitas que nunca dejaron de hacer vibrar nuestros corazones: Something, While My Guitar Gently Weeps, Here Comes the Sun en su época Beatle; If Not For you, al alimón con un Dylan en su fase de renacimiento; Handle with Care como voz líder de The Travelling Wilburys. Pero cuando escucho el nombre de George Harrison la imagen que se proyecta en mi cerebro es la del gentleman inglés que guitarra en mano hace una versión briosa de Absolutely Sweet Mary en el Concierto del 30 Aniversario de Bob Dylan: ¿recuerdan con qué gusto formaba ronda con los músicos para deleitarse con los acordes de guitarras que se contagiaron de inmediato de su entusiasmo?

Bueno, pero la nota no era sobre The Beatles ni sobre George. Era un retorno a un tema que abordé no hace mucho tiempo a propósito de una afirmación de nuestro buen amigo Henry Flores, afirmación reiterada incluso en la última nota de respuesta a David. Y es acerca de la separación de roles en los artistas que dice admirar: Dylan o Lennon. Más bien, no percibo esa división cuando se refiere a su admirado MacCartney. Como si aceptara a pie juntillas todo lo que hace, crea, inventa, dice o perpetra. Porque, para ser sinceros, también perpetra. Pero…tranquilo Henry, todos perpetran o, mejor dicho, todos perpetramos alguna bestialidad, alguna vez. Humanos somos, salvo que se asuman posiciones fundamentalistas y entonces allí ya no habría otra cosa que decir sino ¡Viva el Ayatollah de turno!

Me parece respetable que se asuma una posición crítica respecto a lo que hace o deja de hacer tal o cual personaje. Lo atractivo y divertido de la vida es poder cotejar o contrastar los diversos puntos de vista existentes, los matices que puede adquirir una realidad que jamás se decanta hacia el blanco o el negro sino que permanentemente se sitúa en el gris. Más grisáceo en ocasiones que en otras, pero gris al fin y al cabo. Sin embargo, me parece que hay una pérdida de perspectiva y se empobrece la reflexión cuando se mira de manera sesgada o cuando se recurre a los esquematismos. No puedo, entonces, estar de acuerdo con afirmaciones como la del buen Dylan cantante y el mal Dylan jokerman o sea el hombre público, que se disfraza, que se encubre, que engaña o que ironiza.

Y no puedo estarlo porque se trata de la misma persona. No es un Dr. Jeckyl y Mr. Hyde. No, no es un esquizofrénico. Y, ojo, aún siendo un esquizofrénico, pensaría que todo lo que hace o deja de hacer responde a su personalidad escindida pero que habita en un solo tipo humano. Es el hombre y sus actos, el hombre y sus mentiras, el hombre y sus ilusiones y, también el hombre y sus frustraciones.

Y es que tal como aparece en I’m Not There, un hombre es muchos hombres a lo largo de su existencia, pero es él. Ya lo dice en Jokerman, al que aludes en varias ocasiones, puede ser un manipulador de multitudes (tercera estrofa) como puede ser una víctima de ese mundo gris que describe en la misma canción. Composición eminentemente cristiana, Jokerman es una muestra de la sabiduría de un hombre que dentro y fuera del escenario siempre vuelve a aquellos temas que lo obsesionan, que lo conmueven o que lo preocupan. Si fue oportunista o no, no viene al caso, porque no podemos leer su mente, no podemos adivinar por una frase o una declaración cuál es su sentir. Porque de eso se trata. De conocer lo que hay en el hombre público, en la celebridad, esto es su sentir. Y para ello, es necesario remitirse a su obra, a aquello que le es esencial. Lo demás es anecdótico y carece de importancia.

Finalmente, es necesario apuntar que todo artista, por lo general, presenta acusados rasgos de exhibicionismo y de tendencia a la provocación. Disfruta haciéndolo, goza llamando la atención, siendo consciente del revuelo que causan sus gestos, actitudes o palabras. El artista, en tanto ser que se transforma para formar parte del espectáculo, jamás dejará su esencia en el escenario, la llevará como una impronta indeleble por cualquier camino que decida seguir. La naturaleza del artista es compleja y no siempre es bella. Producirá belleza, pero él quizá no lo es. Pienso en Charlie Parker, abrumado por el alcohol y las drogas, y, sin embargo, trascendiendo sus miserias en pleno escenario, transformándose en el genio musical en momentos irrepetibles. Quién pensaría que ese cuerpo en decadencia, al borde de la destrucción, podía encontrar su cuarto de hora y fascinarnos con su saxo virtuoso. Una vez más, era el hombre y sus miserias, era el hombre y su música inmortal. Era nada más y nada menos que Charlie Parker.

¿Admirar al intérprete y odiar a la persona? Sinceramente, no entiendo esa expresión. Yo prefiero disfrutar de la obra y e intentar entender al autor. Les aseguro que es una aventura apasionante, pues vamos tras unas huellas que, muchas veces, nos conducen a nosotros mismos. Mismo Corazón de las Tinieblas del Conrad escritor o del Coppola cineasta.

Será que estoy envejeciendo. Será que los impulsos vitales que me llevan a adherirme férreamente a ciertas causas (entiéndase cantantes, escritores o artistas en general) empiezan a mermar o a desaparecer. Lo cierto es que ya no siento esa necesidad – que experimenté cuando joven- de admirar, que es también desear y, en casos extremos, envidiar. Casi estoy convencido ahora que admirar no es amar.

Un abrazo

R.

Lima, junio 2008

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