8/12/13

Texto de Cecilia Méndez: REVISIÓN DEL TEXTO “INCAS SÍ, INDIOS NO: APUNTES PARA EL ESTUDIO DEL NACIONALISMO CRIOLLO EN EL PERÚ”



A mi Gaby,
buscando raíces,
buscando la luz

Revisión y edición: Rogelio Llanos Q.

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El texto de Cecilia Méndez parte de una constatación: El país vive una situación difícil con la aparición del terrorismo y la violenta represión de las fuerzas del orden. Ante tal situación, presenta una disyuntiva: tratar de encontrar en la propia realidad los nutrientes que renovarán nuestro pensamiento o resolver que el país no tiene remedio.

A partir de allí, aborda el reconocimiento de ese ‘algo nuevo’ que está surgiendo en el país, por encima  de aquellas concepciones ideológicas o posturas intelectuales como el pesimismo anclado en el rechazo o desprecio por lo propio y, consecuentemente, en la admiración por lo ‘otro’, es decir lo extranjero, es decir lo que llegó a ser lo que nosotros no pudimos ser.

Ese algo nuevo que Cecilia Méndez menciona tiene varias denominaciones: cholificación del país, desborde popular, andinización de las ciudades. Lo cierto, dice la autora, es que estamos frente a un proceso, de carácter masivo, de fusión cultural e integración apoyados de manera esencial, tanto por el desarrollo de las comunicaciones como por el proceso cada vez más intenso de la migración. Estaríamos, concluye entonces, frente al nacimiento de una nueva nación.

Este proceso que ha alterado el viejo orden ha implicado el derrumbamiento de viejos mitos devenidos en ideologías, principalmente el denominado “nacionalismo criollo” o mito criollo del indio, que estuvo vigente como ideología de la clase dominante hasta el gobierno de Velasco (1968-1975).

Luego, la historiadora se detiene largamente en el análisis de esta ideología, que se perfiló en el contexto de la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839) y que se consolida tras su debacle. Y advierte del desprecio de esta etapa por la historiografía marxista –dependentista, que la definió de manera simplista como una sucesión de enfrentamientos irracionales de caudillos ávidos de poder y en la que hubo una ausencia de nacionalismo tanto de los grupos criollos que participaron en la independencia como de los caudillos de la época.

Como también advierte de la postura oscurantista de la historiografía oficial que asumió la Confederación como una ‘invasión’ en lugar de lo que realmente fue, es decir, un proyecto político alternativo para el Perú, obviando un hecho real: que fue el propio gobierno peruano liderado por Orbegoso, quien llamó a Santa Cruz y que encumbrados liberales y amplios sectores de los departamentos del sur hicieron suyo el proyecto de la Confederación.

Cecilia Méndez plantea su punto de vista histórico como una suerte de reconocimiento, confrontándolo con otra forma de hacer historia: la de la idealización del pasado o ‘utopía andina’, que, en el lado opuesto de esa visión pesimista de la historia, idealiza o exalta el pasado, en compensación por lo negado en el presente. La utopía andina, dice Cecilia Méndez, se plantea como una lectura del pasado en función del futuro, pero no toma en cuenta los elementos constructivos que pudieran estarse gestando en el presente.

“No estoy criticando a un historiador tanto como a una forma de hacer historia”, se defiende la autora, al recordar la obra del entrañable Alberto Flores Galindo, a quien le reconoce su calidad humana e intelectual pero cuya forma de encarar la historia conlleva el riesgo de subordinarla a la política. Y cuando menciona el término política, se refiere al movimiento del intelectual al pueblo, donde la historia es más instrumento que conocimiento; instrumento de un cambio anhelado vagamente por los intelectuales y en función del cual, precisamente, se inventan, recrean, glorifican los héroes, los tiempos dorados y los mitos. Esta defensa historiográfica del mito, afirma Cecilia Méndez, contribuye a preservar el statu quo.

Hay que empezar por admitir que nuestro pasado no es precisamente glorioso. Por lo menos gran parte de él. Es una tarea difícil, pero, reitera, hay que ser capaces de admitir antes que negar, de enfrentar antes que ludir o lamentar. Y termina el Capítulo I – Ideas Preliminares: La Historia Como Reconocimiento- invitándonos a trascender la ilusión del mito.

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Puesta ya a desarrollar el análisis sobre la Confederación Perú-Boliviana, marco dentro del cual se perfiló la ideología conocida como nacionalismo criollo, empieza afirmando que el proyecto de Santa Cruz fue crear un estado confederado sobre la base de un mercado interno que integraba los territorios históricamente unidos del Perú y Bolivia, proyecto que tuvo una considerable acogida en los departamentos del sur peruano, pero que recibió una fuerte oposición – movimiento armado incluido- de las élites comerciales de Lima y de la costa norte del Perú, cuyos intereses económicos estaban muy vinculados al comercio con Chile, utilizando la vía del Pacífico.

La guerra por los intereses comerciales tuvo un cargado matiz ideológico que, por el lado del discurso antisantacrucista, pasó por una definición de lo “nacional-peruano” partiendo de la exclusión y desprecio del indio, simbólicamente representado en Santa Cruz.

Insultado y despreciado por los criollos peruanos, a Santa Cruz se le enrostró su condición de extranjero, pero más por ser indio que por ser boliviano. La idea de nacionalidad peruana, que ya aparecía en las sátiras de Felipe Pardo y Aliaga, implicaba un rechazo primordial al elemento indígena. Y, de manera categórica, la historiadora afirma que este rechazo era un requisito de nacionalidad.

A Santa Cruz también se le incriminó con el término de conquistador o invasor, términos despectivos en los versos de Pardo, basados en la idea de que un indio se hubiera atrevido a convertirse en tal. Inaceptable a los ojos y oídos de los criollos era la actitud de un Santa Cruz haciendo alarde de sus conocimientos de francés y de aquellas condecoraciones obtenidas del gobierno francés. El criollo jamás iba aceptar esa imagen de la conquista invertida, y su vocero más conspicuo, Pardo, a través de su sátira racista clamaba para que el indio volviese a su lugar.

Lo que Pardo y los conservadores ponían de lado era el hecho de que Santa Cruz inició su campaña militar luego de un llamado del presidente Orbegoso y tras un acuerdo de la Convención Nacional. Sectores importantes de Cusco, Puno y Arequipa así como liberales de la talla de Luna Pizarro y Riva Agüero, apoyaban la Confederación, que se erigió como una esperanza para poner fin a la ola de anarquía, tan crítica en esos momentos, en el Perú.

El discurso antisantacrucista buscó legitimar su nacionalismo con alusiones a la memoria de los incas. Para este discurso no había contradicción alguna con su tono despectivo hacia lo indígena y tampoco con la alianza con Chile. El indio era aceptado en tanto paisaje y gloria lejana, dice la autora, y apelaba a la memoria de los incas para despreciar y segregar al indio de ahora.

¿Cómo era la correlación de fuerzas en ese entonces? Hacia 1833 Orbegoso asume la presidencia del Perú. Pardo fustiga duramente a los liberales agrupados en el entorno de Orbegoso. Salaverry en 1835 da un golpe de estado contra Orbegoso y Pardo es su mejor aliado intelectual que lucha incansablemente para derrotar el proyecto de Santa Cruz. Muerto Salaverry, Pardo apoya a Gamarra, tan conservador y autoritario como Salaverry,  convencidos ambos de la necesidad de una aristocracia para el gobierno del país. De allí que los conservadores siempre aludieron a su eventual triunfo sobre la Confederación como una ‘segunda independencia’.

En la lucha ideológica, Santa Cruz y los liberales, más predispuestos a propiciar alianzas con los sectores populares, estaban en desventaja frente a los conservadores cuya punta de lanza era la afilada pluma de Pardo. Pobreza literaria y dificultad para expresar sus contenidos ideológicos, caracterizaron los textos que defendían a la Confederación, aún cuando –como en el caso del medio cusqueño, La Aurora Peruana- explicitaban las ventajas de una liberalización de las barreras aduaneras entre Perú y Bolivia, y de los tratados de libre comercio con potencias como Inglaterra y Estados Unidos y de las posibilidades y beneficios  propios de un cambio del orden existente. Sostiene Cecilia Méndez que en el proyecto de Santa Cruz había una vocación de futuro, que fue combatida encarnizadamente por los sectores más aristocráticos, criollos y blancos, del Perú.

La década de 1840 representó, sin duda, una etapa de auge, sin precedentes del pensamiento conservador en el Perú. Y lo que se consolidó ideológicamente, con la derrota de la Confederación, fue un nacionalismo de raigambre elitista y autoritaria. La definición de lo nacional derivó no tanto hacia el rechazo xenófobo a lo extranjero (según el sentir de Gamarra) sino, fundamentalmente hacia el desprecio o segregación de lo indio, según la óptica de Pardo. Tal es la constatación categórica de Cecilia Méndez.

Para comprender el sentido de esta consolidación ideológica, la historiadora hace hincapié en dos hechos que para ella son esenciales y que ocurrieron en 1839, el mismo año de la derrota de la Confederación: el pacto de Yanallay, de un gran valor simbólico, firmado por las comunidades iquichanas (tradicionalmente rebeldes al gobierno, y que apoyaron a Santa Cruz), sometiéndose a la Constitución y las leyes; y la fundación de El Comercio, que tras un comienzo pluralista, pasó propiciar en 1871 la candidatura de Manuel Pardo, preclaro exponente de una oligarquía que por cien años gobernaría el Perú. El Comercio, como bien lo indica la autora, ha pasado a ser un hito importante en la formación de una ‘conciencia’ sobre el Perú, contribuyendo a la formulación de una determinada imagen de lo que era o debía ser el país.

En la década de 1850 el país experimenta una apertura al liberalismo. El estado liberal se funda con Castilla y se afianza con Manuel Pardo - a despecho de su origen literalmente conservador- enrumbando hacia un proceso de modernización tradicionalista, es decir una modernización capitalista limitada por una profunda resistencia por parte de las élites a modificar las jerarquías tradicionales. Así, el liberalismo peruano perdió su cariz popular. Las ideas decimonónicas de progreso, el positivismo y el desarrollo de la biología al servicio del racismo permitieron dar `solidez científica’ a esa ideología de desprecio y segregación del indio tan bien expresada en Pardo y Aliaga. El lema del progreso era una república sin indios.

Sobre tales cimientos se fundaría más tarde la llamada República Aristocrática (1895-1919). Ese estado oligárquico cuyas bases serían severamente resquebrajadas recién con Velasco, y de cuyo desmoronamiento viene emergiendo una realidad, que como todo parto –violento, sangriento- pareciera estar marcando los síntomas de la construcción de una nueva nación.

-3-

El texto de Cecilia Méndez incide de manera preponderante en el papel que Felipe Pardo cumplió en el perfil y consolidación del nacionalismo criollo, ideología que permanecería vigente en el Perú a lo largo de cien años. Pardo era un literato vinculado a sectores políticos conservadores y su texto literario tenía la capacidad de llegar con mayor facilidad a niveles difícilmente alcanzables a través de un texto puramente histórico.

Pero, sobre todo, Pardo interesa –dice la historiadora- no sólo porque su producción encierra un discurso ideológico, sino porque expresa una sensibilidad que está asociada a él: el desprecio. El desprecio surge por la convicción de la inferioridad de aquél a quien se desprecia.

Y quizás se podría pensar que este desprecio se remonta a la conquista, pero ello no es del todo cierto, puesto que indio, si bien para los españoles fue sinónimo de colonizado, no siempre fue el equivalente de ser inferior, degradado o bruto. El segregacionismo paternalista no le impidió al estado colonial reconocer en los indios cualidades y habilidades que intentaron luego explotar vía la concesión de ciertos privilegios. Las cosas cambiarían, sin embargo, luego de la derrota de Túpac Amaru en 1781, que fue seguida por la paulatina extinción de la nobleza incaica y su deslegitimación.

La rebelión de Túpac Amaru endureció la postura relativa al indio de toda una generación de peruanos ilustrados. Los criollos eran quienes disputaban a los indios no sólo la legitimidad del liderazgo en la lucha anticolonial sino, y sobre todo, el lugar que le correspondería a cada quien en una nueva, potencial, nación. Las ideas de la ilustración, con su afán clasificatorio, regulador y jerarquizante, contribuyeron a moldear las percepciones de los criollos sobre los indios.

Los criollos asumieron, entonces, la reproducción de las tradiciones y la simbología incas, las cuales fueron estilizadas, modificadas y moldeadas en función de sus propios intereses, neutralizando el contenido político de los elementos culturales de origen indio.

La retórica de glorificación del pasado inca apropiada por los criollos convivía con una valoración despreciativa del indio en el presente. Y apelar a estas glorias pasadas para defender al Perú de una invasión (como fue lo de la Confederación u otros intentos liderados por sectores indígenas), era una manera de establecer el carácter ‘ya dado’ (o ya existente) de la nacionalidad y, sobre todo, de negar la posibilidad de que ésta se fuera forjando desde, y a partir de, los propios sectores indígenas, los mestizos, la plebe.

En el discurso historiográfico del siglo veinte, se usó mucho el término arcaico para encubrir los adjetivos despectivos dirigidos hacia lo indígena. Los criollos se reservaron para sí los atributos de la modernidad –suerte de despotismo ilustrado- que sólo podía lograrse con el mantenimiento de las jerarquías sociales.

El nacionalismo criollo es una ideología en crisis. Y esta crisis expresa el fin de un largo ciclo: el de la normatividad oligárquica. Y la mejor expresión de esta crisis es la emergencia en el Perú de los últimos veinte años (tomar nota cuándo fue escrito el texto de Cecilia Méndez), de procesos sociales que justamente cuestionan y desafían esa normatividad. La autora se permite hablar, casi al final de su estudio, que la conquista del Perú por el indio es justamente lo que se ha producido en los últimos veinticinco años.

La palabra indio ha entrado ahora en desuso. La historiadora habla, entonces, de la conquista de la ciudadanía y de una ‘invasión’  que es justamente el punto de partida de un proceso de construcción de nuevas identidades, de un proceso en el cual estas identidades se están construyendo y forjando, proceso que se mantiene hasta el día de hoy.

Lima, 12 de septiembre de 2010.



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