(2006,
Claudia Llosa)
Escribe: Rogelio Llanos Q.
- I -
Los planos iniciales
de Madeinusa definen con acierto las
coordenadas dentro de las cuales el film se va a situar. Se trata de encuadres muy
cercanos al personaje femenino y de planos de detalle. Su cabello, sus manos, las
bolsas de plástico, que cubren las manos a manera de guantes; pero, también, los
alimentos en preparación y el veneno contra las ratas. Elementos significantes de
vida y también de muerte. Ambos, sin embargo, preparados y usados por la misma
persona, por las mismas manos. Instantes después observamos a este personaje
aplicando el raticida alredededor de la casa, cercándola, aislándola. De
pronto, encuentra una rata muerta a la que levanta y examina con cierta
curiosidad más que repugnancia y, luego de arrojarla lejos de su alcance,
continúa con su tarea rutinaria. Claudia
Llosa instala desde estas imágenes inaugurales una atmósfera mórbida que no
logra disipar la canción que interpreta la protagonista mientras efectúa estas
labores cotidianas y, más bien, anticipa desde allí la violencia en que
desembocarán las crispadas relaciones entre los diferentes personajes que
confluyen en esta historia.
Historia de matices
fuertes. No sabemos cuánto de intuitivo o cuánto de racionalidad, puso la
directora en la concepción y ejecución de su película. No importa. Lo cierto es
que no dio cuartel y el producto resultó ser una película cuya complejidad y riqueza
se perciben a través de las diversas posibilidades de lectura que su visión
ofrece. También es bueno decirlo: Madeinusa
no es una película hecha con miras a agradar al gran público o con la intención
de emocionar al espectador. No. Creemos,
sí, más bien, que bajo los términos en que ha sido concebida, tiende a
inquietar, abriendo posibilidades de acercamiento a un universo que, si bien
difiere del nuestro, conserva o pone de manifiesto puntos de contacto en lo
que a conductas humanas –esas sombras
que a veces se intensifican- se refiere.
No considero que la
posición de Claudia Llosa sea racista. Si sus preocupaciones temáticas las
hubiera desarrollado sobre la base de otro grupo social y teniendo a la ciudad
como espacio dramático, quizás se habría hablado de un film sobre clases
decadentes, sobre parábolas sociales tal vez. Y, en fin, llovería sobre mojado.
Difícilmente, en tal caso, creemos, se habría utilizado el término racista. Empero
Llosa ha escogido para su film un universo aislado, lejano, en donde en
términos de ficción, de imaginación, de fantasía, y no sabemos si bajo las
coordenadas de un referente real, es posible la existencia de una comunidad
distinta a la que estamos acostumbrados a concebir. Esta comunidad, cuya
supervivencia se lleva a cabo bajo ciertas reglas –que pueden escapar a la
lógica o a la concepción al uso- espera o anhela llegar a determinada época del
año para liberarse rompiendo las normas que a lo largo de un extenso período de
represión y trabajo se ven obligados a respetar porque creen en la existencia
de un ser superior capaz de propiciar o generar acciones punitivas. El universo
así imaginado, así concebido, encuentra su viabilidad. Bajo nuestro punto de
vista, Claudia Llosa ha obrado con
rigurosidad. Reconozcámosle, además, su audacia.
- II -
Así como una obra literaria
no tiene obligación alguna de ser fuente de enseñanza y menos de disponer de un
carácter didáctico, una película no tiene por qué afiliar a los
convencionalismos usuales de representación de una realidad ni tampoco tiene
deber alguno de albergar a personajes y situaciones positivos o afirmativos. Los
personajes de Madeinusa no son
rebeldes ni sumisos, tampoco encontramos a aquel tipo –menos humano y más
elucubración para texto escolar- que cierta visión folclorista nos impuso en el
pasado: generoso, solidario, humilde y con un espíritu proclive para la gesta
revolucionaria. Los personajes de Madeinusa
escarban más bien en aquellas zonas oscuras del ser humano y en donde yacen las
inclinaciones a la violencia, a la exclusión, al robo, a la lujuria, al crimen.
A la bajas pasiones en suma.
Pero también Madeinusa se aleja, en definitiva, de esas
visiones tópicas del paisaje andino: la
fotografía del film de Llosa elude en todo momento el encuadre propio de la
tarjeta postal que es motivo recurrente en no pocas películas ambientadas en la
sierra del país. Llosa evita las panorámicas y el regodeo visual propios de
aquellos films hechos de cara al turista potencial, como también esquiva, en la
banda sonora los típicos sonidos de zampoña o quenas con las que se identifica
a la música vernacular. El film de Llosa, tanto en las imágenes como en la
banda sonora, es sencillo y austero y, por ello mismo, mucho más eficaz, mucho
más sincero.
Madeinusa apela al plano de detalle o
al plano secuencia en ángulos cerrados, que limitan el encuadre a lo
estrictamente necesario para que el espectador comparta la sensación de
opresión o desequilibrio que padecen los personajes. El uso de la música es reducido a su mínima
expresión. Llosa prefiere apelar al sonido real y a las canciones que algunos
de sus personajes incorporan a sus tareas diarias como cuando Madeinusa prepara el alimento o el veneno o
cuando desea exteriorizar sus afectos o pasiones a Salvador, el extranjero que
desea atraer. Un canto desmañado y patético que un viejo interpreta al final de
la fiesta religioso-profana inquieta e incomoda. No hay grandiosidad. No hay épica. No hay intento
de poetización. No hay falsas posturas. Hay seres humanos, quizás, en una
escala cuasi primitiva.
Un conjunto de casas
rústicas en medio de las montañas es suficiente para establecer el escenario de
la película. En el encuadre no es posible encontrar belleza convencional alguna.
Como no lo habrá en el desarrollo de la historia, de por sí dura y nada
complaciente, pero que tiene la virtud de ir abriendo interrogantes gracias a
una cámara que ausculta de cerca a los personajes y se involucra en sus
quehaceres y celebraciones. Hay un momento en el cual Llosa es ganada por
la fuerza de su personaje: cuando Madeinusa le canta a Salvador y la cámara se
detiene en ella hasta concluir la canción. Hay otro segmento en que la
directora es ganada por la fuerza del paisaje serrano y que tiene como fondo un
lago situado entre el pueblo y los elevados cerros que lo circundan: la
secuencia de la procesión, uno de los
pocos y brevísimos momentos en que Llosa se vale del plano general.
Paisaje recortado, personajes
llevados por instintos y pulsiones negativas, fuerzas agresivas que están
escondidas o reprimidas en los seres civilizados y que el entorno geográfico,
salvaje e inaccesible posibilita su exterioriación o manifestación pública.
Llosa intenta penetrar en sus personajes, examinarlos en este encierro casi
forzado en el que viven los pobladores de Manayaicuna. Para Llosa el paisaje
está y no está. Está presente porque delimita el espacio dramático, pero no se
abusa de su exposición. Se habla de él más de lo que es posible ver. Las
palabras, los hechos, los gestos lo expresan: salir o llegar a este pueblo no
es sencillo. Caminar solo por estos parajes no resulta alentador. La comunidad
se ubica en un lugar poco accesible y donde las costumbres puede que no sean
las mismas de otros sitios. La sensación de apartamiento se subraya con
Salvador llegando al pueblo de donde no es posible salir salvo a través
del único camión que cruza parajes desolados,
sin presencia de vida humana, que son atisbados a través de las ventanillas y
del parabrisas del vehículo.
Así, en este lugar muy
alejado de la civilización, olvidado y remoto, la celebración de la Semana
Santa, con sus detalles profanos y violentos, adquiere el sentido de lo
posible, de lo verosímil. Es factible allí, entonces, encontrar bajo la
urgencia de las pulsiones del deseo y de la liberación esas explosiones inevitables que combinan el
júbilo con la violencia, la fiesta comunal con la segregación, el cortejo con
el incesto, la liberación con el crimen. Llosa y su intento de auscultar la
irracionalidad del mal.
- III -
¿Una de las muchas
realidades del Perú? Tal vez sí, tal vez no. Aunque sin mayores detalles, Abril Rojo, del joven y talentoso
escritor Santiago Roncagliolo, también habla de esta costumbre practicada en un
oscuro rincón de nuestro país. Manayaycuna puede ser un nombre como cualquier
otro, a despecho de su sonoridad quechua. La referencia a Lima, con la llegada
de Salvador, tampoco obliga a utilizarla como una alusión directa de la
realidad peruana. El film no contiene referencias históricas ni temporales, no
hay interconexión con otras comunidades, pueblos o ciudades, la historia está
centrada en Madeinusa, la hermana, el padre y el extranjero, hay algunos
personajes secundarios que forman parte del ritual (el hombre del tiempo, por
ejemplo) y el pueblo en general que aparece como una suerte de fondo sobre el
cual se desarrolla la historia.
Llosa ha hecho Madeinusa llevada más por su olfato de
cineasta (que sí lo tiene, y que con no poca mezquindad hay quienes lo niegan)
que por una intencionalidad basada en criterios provenientes de la sociología o antropología. El mundo sobre el
que Llosa urde su historia, reiteramos, está definitivamente en el plano de la
ficción. Mentir para hablar sobre una verdad, pero no una verdad relacionada
con realidad nacional, sino una verdad en torno a comportamientos humanos. Que si
en la elección del universo hubo criterios de clase o ideológicos, pues sí, es
probable o inevitable que así haya sido. Pero más allá o más acá de esa especulación,
el universo fílmico de Llosa se reafirma verosímil y auténtico.
- IV -
Este pequeño universo
comprende a un grupo humano cristiano, creyente. La ciudad es una especie de
sueño o ilusión para Madeinusa, que conserva algunos objetos, recortes de
revista y juguetes propios de la civilización y que, tal vez, sirvieron de
impulso para que su madre huyera hacia allí. Llosa entra a este universo a través de este
personaje, en permanente lucha con los resentimientos y envidias de su hermana
Chale y los deseos incestuosos de su padre.
En el pueblo no hay
curas ni policías. La autoridad es el alcalde y por encima de él sólo hay un
ojo celador a punto de ausentarse con la muerte de Cristo. La celebración
profana entre bailes y gritos, fuegos artificiales y concursos de belleza
servirá para encubrir aquellas zonas oscuras que empiezan a desbordarse. El
orden social existente está basado en un compromiso de aceptación de esta
represión: ni robo, ni muerte, ni violación. Pero esas pulsiones primitivas
están presentes en la naturaleza de los individuos y se ponen de manifiesto sin
límitación alguna en la ausencia del poder divino, el único capaz de hacer de
esta pequeña población un lugar con la apariencia de paz y tranquilidad.
Para Madeinusa,
sometida al autoritarismo del padre, la fuga empieza desde su refugio solitario
entre recuerdos, pequeños objetos, aretes
y muñecas, mientras escribe su nombre sobre una vieja revista. Para
ella, la fiesta, implica también la posibilidad de trastocar el destino
señalado. Y la presencia del extranjero le favorece. Salvador, el visitante
casual, entra en Manayaycuna en tránsito hacia una mina (¿símbolo de un
descenso a los infiernos?). Salvador tiene, además, un nombre que alude simbólicamente
al papel que cumplirá luego. Se trata, creemos, de un personaje que –al margen
de su actuación, probablemente la menos feliz- se plantea como finalidad viabilizar
la mirada de los otros sobre este universo cerrado, excluyente y violento. Madeinusa
no sólo copulará con él atentando contra la voluntad del padre, matando su
ilusión de poder ser el dueño de su virginidad, sino que buscará a través de
este acercamiento la tan ansiada puerta de escape de su entorno.
El incesto, tema tabú
de muchas organizaciones sociales, también lo es de este pequeño grupo comunal.
Su prohibición, pero también la posibilidad de ir en contra de tal prohibición,
estimula fuertemente el deseo. Preparar a las jóvenes adolescentes para este
acto transgresor, bajo la forma de un concurso de belleza, es el centro de la
celebración y es también la forma de hacer realidad el deseo contenido. A
Madeinusa le halaga el triunfo que reconoce públicamente sus atributos, pero
rechaza visceralmente la imposición paterna. Y su manera de expresar ese
rechazo es escamotearle al padre la posibilidad del goce de su virginidad. Y
aquí hay que mencionar otro de los aciertos de Llosa: sugerir más que mostrar.
El conflicto que Llosa
plantea se va decantando hacia esa lucha particular entre Madeinusa y su padre,
lucha que no concluye con la posesión, lucha que el padre viene sosteniendo
tiempo atrás, y que ha tenido como episodios, la huida de la madre, los
intentos vanos por poseer a Madeiunsa, la cópula con una Madeinusa que ya no es
virgen. Se trata, en suma de un personaje cuyo poder –no olvidemos que se trata
de la máxima autoridad municipal- ha
sido resquebrajado. Y por ello, al padre no le queda otra salida sino la acción represiva: deshacerse de los viejos y
queridos objetos de goce de ella, romper aquellos aretes que fueron de la
madre y que le recuerdan la huida de la mujer y quizás la
posibilidad de la huida de la joven. Madeinusa siente, entonces, que su mundo
ha sido invadido. No sólo el cuerpo ha sido violado, las ilusiones están siendo
destruidas. Su respuesta no se hará esperar y ésta será a través de una acción
que rutinariamente ejecuta: para evitar el ingreso de roedores a su espacio hay
un arma que ella bien conoce. Y si en ese cerco letal han de caer inocentes,
pues la libertad será el suficiente estímulo para olvidar el duro pasado y
renacer en otros mundos desconocidos e inciertos. Final perverso, pero
inevitable.
Llosa rubrica el final
con frialdad, sin complacencia alguna. En ningún momento Llosa intenta la vía
de la emoción para llegar al espectador. Y sin embargo, al final del film nos
emociona saber de la lucidez y osadía de la cineasta para abordar con solvencia
una temática dura y difícil, que le ha significado, además, ir al choque y a la
controversia. Suficiente motivo para ver y apreciar en su justo valor Madeinusa, film que abre las puertas de
una cineasta intuitiva y capaz, y de quien esperamos que no demore un segundo largometraje.
Lima, 26 de noviembre
de 2007
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