8/12/13

MIENTRAS ESTÉS CONMIGO

(Deadman walking, 1995, Tim Robbins)

- I -

La imagen inicial del film es un primer plano de la Hermana Prejean (Susan Sarandon), cuyo rostro es visto a través del parabrisas de su automóvil. Los créditos que vienen a continuación se superponen a unas imágenes que intercalan el presente (el viaje de ella hacia la prisión)  y el pasado de este personaje ( insertos de adolescencia, toma de hábitos, trabajo actual). Así, rápidamente y con muy poco texto,  nos enteramos que se trata de una monja, que trabaja en un barrio negro de una ciudad del Estado de Louisiana, que escribe poemas y que hay un prisionero de la cárcel de Angola que desea su ayuda. A Tim Robbins le han bastado unos cuantos planos para situarnos en el comienzo de la historia, que es a la vez el arranque de una experiencia vital, inolvidable y de aprendizaje de la Hermana Prejean.

El personaje con el que la Hermana se va a encontrar es Matthew Poncelet (Sean Penn), quien  ha sido condenado a muerte por haber participado, seis años atrás, en el asesinato y violación de una pareja de jóvenes. El film se ubica en los seis días previos a su ejecución y concluye en la ejecución misma. En estos seis días Poncelet tendrá por única compañía, a su pedido, a la Hermana Prejean.

Llama la atención que Tim Robbins, un buen actor que se iniciara como tal en 1984 con NO SMALL AFFAIR (Jerry Schatzberg), y con sólo un film en su haber como director, BOB ROBERTS (1992), haya obtenido una puesta en escena tan lograda como emotiva. Sin duda, intuición y nervio no le falta a este asiduo actor de los films de Robert Altman.

Pero, tampoco le falta una buena dosis de humanismo que es lo que justamente nos permite acercarnos a los personajes si no para estimarlos o identificarnos, al menos para comprenderlos. Situación nada sencilla la del director, puesto que no sólo se trata de tener una buena historia entre manos sino de hacer creíbles a sus personajes, haciendo coherentes sus actos y la consecuencia de los mismos con sus motivaciones particulares.

Y, para complicar las cosas, el film deja fuera de lugar la fácil salida del inocente condenado injustamente o la del culpable a medias. Poncelet es enteramente culpable del crimen del que se le acusa. El mismo capellán de la prisión (Scott Wilson) lo puntualiza cuando le dice a la Hermana Prejean (la traducción no lo hace evidente) que ésta no es como las historias de James Cagney en, tal vez, alusión a ANGELES CON CARAS SUCIAS (Angels with dirty faces, 1938, Michael Curtiz) y al paralelo que se podría establecer, Poncelet (S.Penn)- gángster (J. Cagney) y Hermana (S. Sarandon)-Sacerdote (Pat O’Brien).

Además, Poncelet es un tipo que no tiene nada de heróico a pesar de la soberbia que luce ante el momento final. Más bien, es un tipo que se ha puesto al frente de la opinión pública, con sus desplantes racistas y cargados de violencia verbal. Tim Robbins, pues, se aleja de toda complacencia y maniqueísmo, para enfrentar con gran equilibrio un drama vivido por seres humanos convertidos a la vez en víctimas y victimarios, verdugos y reos, a los cuales resulta muy difícil juzgar por las circunstancias especiales que les rodea: La pena de muerte está a punto de ejecutarse, contra la voluntad de algunos, para satisfacción de los ánimos vindicativos de otros.

- II -

Es precisamente por esa dificultad para juzgar que Robbins opta por la sobriedad, sin que ello implique la renuncia a los mecanismos propulsores de la emoción. Ya en el primer tercio del film, Robbins nos permite atisbar hacia dónde apuntan sus intenciones. Nos referimos a dos momentos en los cuales las rejas que separan a los personajes, que recién se conocen, desaparecen para la cámara (que pasa a uno u otro lado del locutorio) o se convierten en sombras muy tenues: Cuando la Hermana Prejean concluye afirmando que ambos tienen algo en común al haber vivido junto a los pobres y, luego, cuando Poncelet propone el tema de la intimidad y ella afirma que la intimidad se puede vivir de distintas formas.

Es allí cuando caemos en la cuenta de que el interés de Robbins está por el lado de la observación de  los comportamientos humanos. El film, pues, sin desdeñar lo anecdótico, intenta penetrar en ese ámbito misterioso, oculto, de unos  seres llevados por la fuerza de las circunstancias a compartir intensamente las últimas horas de vida de un condenado a muerte, para reflexionar sobre ellos y sus sentimientos, para meditar sobre la naturaleza solidaria del ser humano y su fé inquebrantable para superar adversidades. La cámara cinematográfica, en una suerte de carrera contra el reloj, los somete a un acoso implacable a fin de que descubran sus actos, sentimientos y creencias más íntimos. Y entonces los objetivos se unen, el acercamiento se consuma: la búsqueda de la dignidad perdida por Poncelet deviene en  la razón esencial de la labor de la Hermana Prejean y, en última instancia, de su existencia.

El simple alegato y el panfleto simplificador a través del cual se recusa o defiende la pena de muerte quedan fuera de la óptica del cineasta. Ello no obsta para que Tim Robbins adopte una posición al respecto, la cual queda muy clara al final de la cinta. Pero, lo sustancial, la razón de ser del film es mostrar cómo van cayendo las fronteras que inicialmente se levantan entre los dos personajes.

Tim Robbins se acerca a la realidad de ambos personajes para intentar develar el sentido de su relación.. El plano-contraplano encuentra en DEADMAN WALKING una plena justificación. Permite auscultar los rostros, descubrir hasta los gestos más insignificantes, subrayar las palabras, entrever las intenciones. También permite contraponer dos formas distintas de ver el mundo, basados en vivencias radicalmente diferentes,  pero sobre todo dos formas de encararlo. Ella, una monja sin experiencia en casos de asesoría espiritual a presos, de carácter decidido pero físicamente débil, alejada de las cosas mundanas y, por lo tanto desconocedora de aquellas parcelas del ser humano que encierran la maldad, el cinismo y el odio, y con las que inevitablemente irá a encontrarse; él, un ex-drogadicto, racista, violador y asesino, que jamás conoció la solidaridad, la comprensión, el amor y que al final de su vida tendrá la oportunidad de acceder a ellos.

Estos personajes tan disímiles en lo físico como en lo intelectual y sentimental quedan puestos en contacto, aparentemente sólo por fines que tienen que ver con lo utilitario (Poncelet y la reapertura del caso) y lo laboral (Hermana Prejean y una acción de caridad más).

Lo que están lejos de imaginarse es que a partir de allí se desarrollará entre ambos una urgencia mayor, un sentimiento especial,  que responderá a la necesidad de establecer una comunicación más estrecha,  que reclamará no sólo la confesión de la verdad de parte de Poncelet y la entrega total y sincera de parte de la Hermana Prejean, sino el acercamiento físico de ambos materializado finalmente en el pedido del primero de ser tocado por ella y el casi abrazo y beso de ella en el hombro del condenado. A nuestro entender este momento, el más hermoso del film y donde se revela la autenticidad de los comportamientos, reconcilia a Poncelet con su propia humanidad y, permite hacerlo trascender sin soberbia alguna por encima de sus debilidades y errores. Para la Hermana Prejean, este acto final, será el triunfo humilde del mensaje cristiano. Esta conclusión que podría presumirse forzada o excesiva, no tiene nada de tal. Deviene naturalmente de los hechos previamente expuestos. En el film no hay imposición alguna, todo lleva el signo de la espontaneidad, de la naturalidad. He allí, en gran medida,  el mérito de DEADMAN WALKING.

- III -

Cine de gestos, de miradas, de detalles nimios. Desde el rostro ansioso de ella al comienzo del film hasta la imagen final del rostro inmutable y con los ojos vidriosos de Poncelet, ellos son explorados por el primer plano hasta revelar su verdad. Verdad que tiene que ver con la admisión de culpa de Poncelet y  la impensable y poco o nada comprendida entrega amorosa de la religiosa a su labor de dignificación del individuo. Y si resulta  interesante observar los cambios que se van operando en el rostro de Sean Penn, desde el cinismo y desfachatez con el que recibe a la Hermana, hasta el momento en que se quiebra, llora y reconoce haber matado y violado; no menos atractivo resulta apreciar las transformaciones que experimenta el rostro de una inspirada Susan Sarandon, pasando de la sorpresa  a la conmoción o del desfallecimiento a la pasión.

Pero también es un cine, que sin adoptar posiciones extremas, ejercita una crítica a la intolerancia e incomprensión. Por ello, los políticos no son mirados con simpatía por Robbins. El gobernador reclamando mayor dureza a los jueces tiene la imagen del demagogo y manipulador que el cineasta pintara en BOB ROBERTS y, Poncelet lo reafirma cuando manifiesta su desconfianza ante la posibilidad del indulto porque el gobernador hará lo que la opinión pública está esperando.

El lado crítico de DEADMAN WALKING no es desdeñable en manera alguna. Lo que sucede es que se efectúa de manera sutil, escuchando los puntos de vista de todos los implicados, dejando entrever la condición social del condenado y, en determinados momentos apelando al sentimiento. En tal sentido, la cinta convence desde  la solidez de un guión muy bien trabajado (y que ha tomado como base las memorias de la Hermana Prejean, personaje real opuesto a la pena de muerte) y fascina con la fuerza interpretativa de los actores.

Sobre éstos, sería injusto no mencionar a los secundarios, que realizan una labor muy encomiable. El diseño de los personajes que encarnan tanto el abogado de Poncelet como los padres de los jóvenes asesinados resultan muy verosímiles y es a través de ellos que se complementa las intenciones o el mensaje de Robbins. El discurso de defensa que hace el abogado, describiendo en detalle ante el jurado las características de la ejecución tiene, dentro de la serenidad con que es pronunciado, la fuerza suficiente para prefigurar el terrible final del film. Pero también, la fortaleza de Delacroix, quien a pesar del odio que siente querrá saber acerca de la naturaleza del perdón, así como el asco ante la ejecución a despecho de su ansia de venganza de los Percy,  nos ponen en conjunto en  alerta respecto de la opción moral del director: la muerte no soluciona nada, la venganza no tiene ningún sentido pues no devolverá a la vida a los seres asesinados y, aún en el peor de los mortales, subyacen rasgos rescatables que lo pueden conducir a la redención.

Ya desde su film anterior, BOB ROBERTS,  se habló de un cierto elemento documental que impregnaba sus films, precisando el carácter intrusivo de la cámara cinematográfica, que permite descubrir aspectos ocultos de la realidad. Ello se cumple a cabalidad en DEADMAN WALKING. La potencia del encuadre nace de la fuerza interior de los personajes, cuyas reacciones son auscultadas de manera obsesiva hasta el agotamiento. Esta acción inquisitiva de la cámara cinematográfica le da al film esa naturaleza especial de verdad documental.

DEADMAN WALKING es un film que, fuera de su secuencia final, carece de espectacularidad. A ratos tenemos la impresión de estar ante un reportaje. La cámara se desliza frente al espacio dramático de manera imperceptible tratando de captar el mínimo detalle. Un gran momento del film es la despedida familiar. Los silencios, las palabras entrecortadas, las bromas adquieren tal grado de legitimidad que nos hace olvidar que de por medio hay una puesta en escena. Sólo así nos es posible descubrir el profundo sentimiento que embarga a los personajes y, entonces, nos hacemos partícipes de la tragedia vivida.

- IV -

Sólo tenemos una observación que hacer al film de Tim Robbins. No estamos de acuerdo con los insertos del crimen en medio de las imágenes de la ejecución. Pensamos que le resta fuerza y verdad a la secuencia.  Simplemente recuerda lo que ya se conoce por la misma admisión de culpa de Poncelet y reafirma la condena del cineasta al crimen producido, cosa que ya lo habíamos entendido al acercarnos a las familias de las víctimas y conocer sus opiniones. En una segunda visión del film, esto lo percibimos aún mejor.  Pero, se trata de una observación que no desmerece la totalidad del film y la posición del director.

Ahora bien, sin duda alguna, la ejecución constituye el clímax del film. Es el final del camino de Poncelet. Es el final de la relación Poncelet-Hermana Prejean. Las aristas melodramáticas resultan aún más punzantes en esta secuencia, que cual ceremonia fúnebre, muestra los acontecimientos con prolijidad. Sin embargo, la minuciosidad desplegada aquí por Tim Robbins encuentra su justificación, por cuanto,  una vez más, son los gestos y  las acciones mínimas las que cuentan: la mirada asustada y arrepentida de Poncelet, la angustia y la mano extendida de la Hermana Prejean, la frialdad con la que el polícía activa el mecanismo de inyección, el asco de Percy, el rostro conmocionado de Delacroix.

Y resulta impactante ver que objetos de apariencia inofensiva como lámparas, émbolos, mangueras, líquidos incoloros y toda una tecnología médica moderna son manipulados con limpieza y asepsia para producir la muerte en una suerte de adecentamiento del horror. Lo que no evita, claro está, nuestro rechazo. Eso sí, si de imágenes revulsivas se trata, resultan insuperables las de NO MATARAS (1988) de Krzysztof Kieslowski, pero, en todo caso, en ambas películas se trata de imágenes violentas, angustiantes, malditas.


Rogelio Llanos Q.

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