(Deadman
walking, 1995, Tim Robbins)
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I -
La imagen inicial del film
es un primer plano de la Hermana Prejean (Susan Sarandon), cuyo rostro es visto
a través del parabrisas de su automóvil. Los créditos que vienen a continuación
se superponen a unas imágenes que intercalan el presente (el viaje de ella
hacia la prisión) y el pasado de este
personaje ( insertos de adolescencia, toma de hábitos, trabajo actual). Así,
rápidamente y con muy poco texto, nos
enteramos que se trata de una monja, que trabaja en un barrio negro de una
ciudad del Estado de Louisiana, que escribe poemas y que hay un prisionero de
la cárcel de Angola que desea su ayuda. A Tim Robbins le han bastado unos
cuantos planos para situarnos en el comienzo de la historia, que es a la vez el
arranque de una experiencia vital, inolvidable y de aprendizaje de la Hermana
Prejean.
El personaje con el que la
Hermana se va a encontrar es Matthew Poncelet (Sean Penn), quien ha sido condenado a muerte por haber
participado, seis años atrás, en el asesinato y violación de una pareja de
jóvenes. El film se ubica en los seis días previos a su ejecución y concluye en
la ejecución misma. En estos seis días Poncelet tendrá por única compañía, a su
pedido, a la Hermana Prejean.
Llama la atención que Tim
Robbins, un buen actor que se iniciara como tal en 1984 con NO SMALL AFFAIR
(Jerry Schatzberg), y con sólo un film en su haber como director, BOB ROBERTS
(1992), haya obtenido una puesta en escena tan lograda como emotiva. Sin duda,
intuición y nervio no le falta a este asiduo actor de los films de Robert
Altman.
Pero, tampoco le falta una
buena dosis de humanismo que es lo que justamente nos permite acercarnos a los
personajes si no para estimarlos o identificarnos, al menos para comprenderlos.
Situación nada sencilla la del director, puesto que no sólo se trata de tener
una buena historia entre manos sino de hacer creíbles a sus personajes,
haciendo coherentes sus actos y la consecuencia de los mismos con sus
motivaciones particulares.
Y, para complicar las cosas,
el film deja fuera de lugar la fácil salida del inocente condenado injustamente
o la del culpable a medias. Poncelet es enteramente culpable del crimen del que
se le acusa. El mismo capellán de la prisión (Scott Wilson) lo puntualiza
cuando le dice a la Hermana Prejean (la traducción no lo hace evidente) que
ésta no es como las historias de James Cagney en, tal vez, alusión a ANGELES
CON CARAS SUCIAS (Angels with dirty faces, 1938, Michael Curtiz) y al paralelo
que se podría establecer, Poncelet (S.Penn)- gángster (J. Cagney) y Hermana (S.
Sarandon)-Sacerdote (Pat O’Brien).
Además, Poncelet es un tipo
que no tiene nada de heróico a pesar de la soberbia que luce ante el momento
final. Más bien, es un tipo que se ha puesto al frente de la opinión pública,
con sus desplantes racistas y cargados de violencia verbal. Tim Robbins, pues,
se aleja de toda complacencia y maniqueísmo, para enfrentar con gran equilibrio
un drama vivido por seres humanos convertidos a la vez en víctimas y
victimarios, verdugos y reos, a los cuales resulta muy difícil juzgar por las
circunstancias especiales que les rodea: La pena de muerte está a punto de
ejecutarse, contra la voluntad de algunos, para satisfacción de los ánimos
vindicativos de otros.
-
II -
Es precisamente por esa
dificultad para juzgar que Robbins opta por la sobriedad, sin que ello implique
la renuncia a los mecanismos propulsores de la emoción. Ya en el primer tercio
del film, Robbins nos permite atisbar hacia dónde apuntan sus intenciones. Nos
referimos a dos momentos en los cuales las rejas que separan a los personajes,
que recién se conocen, desaparecen para la cámara (que pasa a uno u otro lado
del locutorio) o se convierten en sombras muy tenues: Cuando la Hermana Prejean
concluye afirmando que ambos tienen algo en común al haber vivido junto a los
pobres y, luego, cuando Poncelet propone el tema de la intimidad y ella afirma
que la intimidad se puede vivir de distintas formas.
Es allí cuando caemos en la
cuenta de que el interés de Robbins está por el lado de la observación de los comportamientos humanos. El film, pues,
sin desdeñar lo anecdótico, intenta penetrar en ese ámbito misterioso, oculto,
de unos seres llevados por la fuerza de
las circunstancias a compartir intensamente las últimas horas de vida de un
condenado a muerte, para reflexionar sobre ellos y sus sentimientos, para
meditar sobre la naturaleza solidaria del ser humano y su fé inquebrantable
para superar adversidades. La cámara cinematográfica, en una suerte de carrera
contra el reloj, los somete a un acoso implacable a fin de que descubran sus
actos, sentimientos y creencias más íntimos. Y entonces los objetivos se unen,
el acercamiento se consuma: la búsqueda de la dignidad perdida por Poncelet
deviene en la razón esencial de la labor
de la Hermana Prejean y, en última instancia, de su existencia.
El simple alegato y el
panfleto simplificador a través del cual se recusa o defiende la pena de muerte
quedan fuera de la óptica del cineasta. Ello no obsta para que Tim Robbins
adopte una posición al respecto, la cual queda muy clara al final de la cinta.
Pero, lo sustancial, la razón de ser del film es mostrar cómo van cayendo las
fronteras que inicialmente se levantan entre los dos personajes.
Tim Robbins se acerca a la
realidad de ambos personajes para intentar develar el sentido de su relación.. El
plano-contraplano encuentra en DEADMAN WALKING una plena justificación. Permite
auscultar los rostros, descubrir hasta los gestos más insignificantes, subrayar
las palabras, entrever las intenciones. También permite contraponer dos formas
distintas de ver el mundo, basados en vivencias radicalmente diferentes, pero sobre todo dos formas de encararlo. Ella,
una monja sin experiencia en casos de asesoría espiritual a presos, de carácter
decidido pero físicamente débil, alejada de las cosas mundanas y, por lo tanto
desconocedora de aquellas parcelas del ser humano que encierran la maldad, el
cinismo y el odio, y con las que inevitablemente irá a encontrarse; él, un
ex-drogadicto, racista, violador y asesino, que jamás conoció la solidaridad,
la comprensión, el amor y que al final de su vida tendrá la oportunidad de
acceder a ellos.
Estos personajes tan
disímiles en lo físico como en lo intelectual y sentimental quedan puestos en
contacto, aparentemente sólo por fines que tienen que ver con lo utilitario
(Poncelet y la reapertura del caso) y lo laboral (Hermana Prejean y una acción
de caridad más).
Lo que están lejos de
imaginarse es que a partir de allí se desarrollará entre ambos una urgencia
mayor, un sentimiento especial, que responderá
a la necesidad de establecer una comunicación más estrecha, que reclamará no sólo la confesión de la
verdad de parte de Poncelet y la entrega total y sincera de parte de la Hermana
Prejean, sino el acercamiento físico de ambos materializado finalmente en el
pedido del primero de ser tocado por ella y el casi abrazo y beso de ella en el
hombro del condenado. A nuestro entender este momento, el más hermoso del film
y donde se revela la autenticidad de los comportamientos, reconcilia a Poncelet
con su propia humanidad y, permite hacerlo trascender sin soberbia alguna por
encima de sus debilidades y errores. Para la Hermana Prejean, este acto final,
será el triunfo humilde del mensaje cristiano. Esta conclusión que podría
presumirse forzada o excesiva, no tiene nada de tal. Deviene naturalmente de
los hechos previamente expuestos. En el film no hay imposición alguna, todo
lleva el signo de la espontaneidad, de la naturalidad. He allí, en gran medida,
el mérito de DEADMAN WALKING.
-
III -
Cine de gestos, de miradas,
de detalles nimios. Desde el rostro ansioso de ella al comienzo del film hasta
la imagen final del rostro inmutable y con los ojos vidriosos de Poncelet,
ellos son explorados por el primer plano hasta revelar su verdad. Verdad que
tiene que ver con la admisión de culpa de Poncelet y la impensable y poco o nada comprendida
entrega amorosa de la religiosa a su labor de dignificación del individuo. Y si
resulta interesante observar los cambios
que se van operando en el rostro de Sean Penn, desde el cinismo y desfachatez
con el que recibe a la Hermana, hasta el momento en que se quiebra, llora y
reconoce haber matado y violado; no menos atractivo resulta apreciar las
transformaciones que experimenta el rostro de una inspirada Susan Sarandon,
pasando de la sorpresa a la conmoción o
del desfallecimiento a la pasión.
Pero también es un cine, que
sin adoptar posiciones extremas, ejercita una crítica a la intolerancia e
incomprensión. Por ello, los políticos no son mirados con simpatía por Robbins.
El gobernador reclamando mayor dureza a los jueces tiene la imagen del demagogo
y manipulador que el cineasta pintara en BOB ROBERTS y, Poncelet lo reafirma
cuando manifiesta su desconfianza ante la posibilidad del indulto porque el
gobernador hará lo que la opinión pública está esperando.
El lado crítico de DEADMAN
WALKING no es desdeñable en manera alguna. Lo que sucede es que se efectúa de
manera sutil, escuchando los puntos de vista de todos los implicados, dejando
entrever la condición social del condenado y, en determinados momentos apelando
al sentimiento. En tal sentido, la cinta convence desde la solidez de un guión muy bien trabajado (y
que ha tomado como base las memorias de la Hermana Prejean, personaje real opuesto
a la pena de muerte) y fascina con la fuerza interpretativa de los actores.
Sobre éstos, sería injusto
no mencionar a los secundarios, que realizan una labor muy encomiable. El
diseño de los personajes que encarnan tanto el abogado de Poncelet como los
padres de los jóvenes asesinados resultan muy verosímiles y es a través de
ellos que se complementa las intenciones o el mensaje de Robbins. El discurso
de defensa que hace el abogado, describiendo en detalle ante el jurado las características
de la ejecución tiene, dentro de la serenidad con que es pronunciado, la fuerza
suficiente para prefigurar el terrible final del film. Pero también, la
fortaleza de Delacroix, quien a pesar del odio que siente querrá saber acerca
de la naturaleza del perdón, así como el asco ante la ejecución a despecho de
su ansia de venganza de los Percy, nos
ponen en conjunto en alerta respecto de
la opción moral del director: la muerte no soluciona nada, la venganza no tiene
ningún sentido pues no devolverá a la vida a los seres asesinados y, aún en el
peor de los mortales, subyacen rasgos rescatables que lo pueden conducir a la
redención.
Ya desde su film anterior,
BOB ROBERTS, se habló de un cierto
elemento documental que impregnaba sus films, precisando el carácter intrusivo
de la cámara cinematográfica, que permite descubrir aspectos ocultos de la
realidad. Ello se cumple a cabalidad en DEADMAN WALKING. La potencia del
encuadre nace de la fuerza interior de los personajes, cuyas reacciones son
auscultadas de manera obsesiva hasta el agotamiento. Esta acción inquisitiva de
la cámara cinematográfica le da al film esa naturaleza especial de verdad
documental.
DEADMAN WALKING es un film
que, fuera de su secuencia final, carece de espectacularidad. A ratos tenemos la
impresión de estar ante un reportaje. La cámara se desliza frente al espacio
dramático de manera imperceptible tratando de captar el mínimo detalle. Un gran
momento del film es la despedida familiar. Los silencios, las palabras
entrecortadas, las bromas adquieren tal grado de legitimidad que nos hace
olvidar que de por medio hay una puesta en escena. Sólo así nos es posible
descubrir el profundo sentimiento que embarga a los personajes y, entonces, nos
hacemos partícipes de la tragedia vivida.
-
IV -
Sólo tenemos una observación
que hacer al film de Tim Robbins. No estamos de acuerdo con los insertos del
crimen en medio de las imágenes de la ejecución. Pensamos que le resta fuerza y
verdad a la secuencia. Simplemente
recuerda lo que ya se conoce por la misma admisión de culpa de Poncelet y
reafirma la condena del cineasta al crimen producido, cosa que ya lo habíamos
entendido al acercarnos a las familias de las víctimas y conocer sus opiniones.
En una segunda visión del film, esto lo percibimos aún mejor. Pero, se trata de una observación que no
desmerece la totalidad del film y la posición del director.
Ahora bien, sin duda alguna,
la ejecución constituye el clímax del film. Es el final del camino de Poncelet.
Es el final de la relación Poncelet-Hermana Prejean. Las aristas melodramáticas
resultan aún más punzantes en esta secuencia, que cual ceremonia fúnebre,
muestra los acontecimientos con prolijidad. Sin embargo, la minuciosidad
desplegada aquí por Tim Robbins encuentra su justificación, por cuanto, una vez más, son los gestos y las acciones mínimas las que cuentan: la
mirada asustada y arrepentida de Poncelet, la angustia y la mano extendida de
la Hermana Prejean, la frialdad con la que el polícía activa el mecanismo de
inyección, el asco de Percy, el rostro conmocionado de Delacroix.
Y resulta impactante ver que
objetos de apariencia inofensiva como lámparas, émbolos, mangueras, líquidos
incoloros y toda una tecnología médica moderna son manipulados con limpieza y
asepsia para producir la muerte en una suerte de adecentamiento del horror. Lo
que no evita, claro está, nuestro rechazo. Eso sí, si de imágenes revulsivas se
trata, resultan insuperables las de NO MATARAS (1988) de Krzysztof Kieslowski,
pero, en todo caso, en ambas películas se trata de imágenes violentas,
angustiantes, malditas.
Rogelio
Llanos Q.
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