8/12/13

Respuesta a Rafael Rey: COMISIÓN DE LA VERDAD

Lima, 12 de septiembre de 2003


Señor
Rafael Rey
Presente

Señor Rey:

En primer lugar quisiera manifestarle mi protesta por haber tomado mi dirección electrónica sin mi autorización. Preciso: usted ha comprado una forma de ingreso a los correos electrónicos denominada “spam” que, si bien no es ilegal, por lo menos resulta impertinente y molesta pues satura los servidores y las computadoras de miles de usuarios con información inservible y de dudosa calidad y procedencia.

En segundo lugar, seré tajante en mi afirmación: NO ESTOY DE ACUERDO CON USTED en relación con sus opiniones sobre la Comisión de la Verdad. Pasaré, por tanto, a sustentar mis puntos de vista, aunque dudo mucho que usted continúe leyendo el texto ya que según la imagen pública que usted mismo ha contribuido a formar, estoy convencido de que su intolerancia, agresividad y narcisismo le impedirán prestar oídos a opiniones discrepantes.

Por lo pronto, el comienzo de su texto revela ya un claro intento de manipulación de la opinión pública: ese “Recogiendo el sentimiento de miles de peruanos” busca resguardarse tras una masa anónima  haciendo uso de un concepto tan gaseoso como falaz. Hubiera sido de valientes decir el honesto: yo no estoy de acuerdo, expresión a la que toda persona tiene derecho, pero tal parece que los políticos se toman muy en serio su papel de representantes del pueblo cuando hay que defender los propios intereses, olvidándose de esos miles de peruanos cuando de legislar a favor de ellos se trata.

Dos años de trabajo para revisitar el pasado de un país puede ser mucho o poco según el punto de vista. Si el objetivo es buscar la verdad hurgando respetuosa y audazmente en el pasado, efectuando encuestas rigurosas, acudiendo despojado de prejuicios hacia las fuentes de información, convocando a los diferentes actores del pasado histórico para que den su versión de los hechos, analizando cada detalle y cada hallazgo obtenido al amparo de las técnicas y metodologías propias de la investigación científica, dos años pueden ser muy poco tiempo. Si, por el contrario, existe la intención abierta o velada de ocultar o de deformar la realidad, si lo que se busca es desinformar a la población o de crear comisiones anodinas cuyos resultados jamás serán conocidos, como es lo que ha venido ocurriendo en nuestro país, entonces dos años sí es mucho tiempo.

La Comisión de la Verdad, bajo mi punto de vista ha sido conformada por un grupo de intelectuales, que más allá de sus capacidades como profesionales, para mí fuera de toda duda, han dado muestras de una sensibilidad y una especial disposición para escuchar las voces –a veces broncas y difusas- de quienes tuvieron la oportunidad de gobernar el país, salvo por supuesto la de quien huyó vergonzosa e irresponsablemente dejando al país sumido en el caos y  la corrupción, las voces no siempre ecuánimes de los opositores y también, por supuesto, las voces telúricas del llamado Perú profundo. Sí, aquellas voces, que fueron silenciadas por el terror de Sendero y por la violencia irracional de oficiales y soldados de un ejército instrumentado por una clase política que siempre estuvo de espaldas a los intereses del país.

13 millones de dólares, tal como son presentados a una población cada vez más castigada por los interminables  shocks y minishocks económicos, deben sonar como un terrible despropósito o como un despilfarro de una gran magnitud. Pero, veamos, esos 13 millones, significan un gasto de 542,000 dólares mensuales. Si dividimos esos 542,000 entre 700 personas, tenemos un gasto de 774 dólares por persona, dentro de los cuales hay que considerar viajes, adquisición de herramientas de trabajo, material bibliográfico, material de escritorio, material audiovisual, etc. Y que sepamos, nada de ello es barato en nuestro país. Es decir, si consideramos el trabajo de la Comisión de la Verdad como un proyecto social, creemos que es posible llegar a esa cifra de 13 millones. En términos numéricos y fríos, no hay duda de que la cifra iría por allí. Creo que la Comisión de la Verdad está en condiciones de mostrar el balance económico de toda su gestión. Labor contable y de ingeniería, que –como norma- debería hacerse con todas las comisiones que en el Perú han sido y de cuyos balances políticos y económicos la opinión pública nunca tuvo noticias.

Creemos, pues, que el principal problema no va por ese lado. Creemos sí que el problema radica en si estamos o no de acuerdo en que exista una Comisión de la Verdad tal como la que hemos tenido y con los objetivos ya conocidos. Porque si nuestro punto de vista es afirmativo, entonces tendremos que ser conscientes que para desarrollar una labor como la que ha llevado a cabo, es necesario disponer de una partida económica significativa. A menos que se crea que basta la elucubración mental y los prejucios para escribir nueve tomos de una ficción que nos conduzca a la ceguera y al autismo como sinónimos de tranquilidad y olvido.


Lo que me causa indignación es que a pesar de las conclusiones expuestas por la Comisión, en las que se condena la violencia terrorista de Sendero, se insiste muy sibilinamente en presentar a sus miembros como energúmenos que calumnian y difaman a las fuerzas del orden. Lo que hemos visto en los diferentes foros donde ellos se han presentado los podemos resumir con una palabra: ponderación. Y es con esa ponderación que se ha condenado el asesinato, la violación y el abuso tanto de Sendero como de los militares y civiles que entraron en esa espiral de violencia que dio lugar a los miles de muertos y desaparecidos, espiral a la que nunca más debemos retornar.

Nos preguntamos, entonces, ¿por qué negarnos a saber? ¿por qué no ser más bien intolerantes con el asesinato, sea quien fuere el autor? No es precisamente con el ataque dinamitero o con el tiro en la nuca que se construye un país. Grau fue generoso con el enemigo y por ello sigue siendo uno de los grandes soportes morales de este país. A tenor de su correspondencia epistolar, Grau jamás habría estado de acuerdo con la actitud de ese puñado de malos oficiales y soldados que hicieron escarnio de los símbolos por los que se inmoló el valiente marino piurano.


Lo que nos preguntamos también es dónde estuvieron esos representantes del pueblo y esos pastores de la iglesia cuando se empezaron a denunciar las desapariciones de periodistas y gente del campo. ¿Por qué lo permitieron? ¿por qué se cerró los ojos ante la violencia que asolaba lejanos territorios campesinos? ¿es preferible, entonces, olvidarnos ahora de aquello que ellos olvidaron realizar en su momento? Y ¿para qué? ¿Para que puedan volver a cerrar los ojos a la impunidad?

Si, precisamente,  debido a ese olvido secular que padece nuestro país es que los viejos partidos y los viejos políticos que en su momento nos condujeron al fracaso, continúan aún aferrándose a sus viejas prácticas, mixtura de mentiras y autoritarismo, confiando en seguir pescando en río revuelto y medrando a la sombra del poder. Si ahora no aprendemos de los errores, de los fracasos, si optamos una vez más por el silencio y el olvido, entonces, a lo único que podemos aspirar es a perpetuar la corrupción y a borrar del horizonte la posibilidad de tener un país libre de líderes periclitados que han hecho de la promesa y de la mentira su medio principal de sustento. Y lo peor, si no asimilamos ahora la experiencia, la violencia continuará a la vuelta de la esquina, robándonos tal vez no sólo la tranquilidad sino también a nuestros amigos o a nuestros seres queridos.

El horror, por tanto, debe ser descubierto, develado. Que todos seamos conscientes de que el hombre, en su escalón moral más bajo, puede ser capaz de convertir su entorno en un infierno, pero que, justamente, conociendo ese lado lado oscuro y salvaje, es capaz, con la ayuda de sus semejantes, si no de erradicarlo sí, por lo menos, de controlarlo, de dominarlo.

Que se imponga pues la racionalidad y el conocimiento en todo momento.

Por tanto, y de manera definitiva creo que la obra realizada por la Comisión de la Verdad ha sido y es NECESARIA para el país.

En su carta, señor Rey, usted  dice que le responda y que le gustaría saber si estamos de acuerdo con usted. Tal como está formulada su pregunta, pareciera que usted quisiera llegar a ese punto donde el diálogo pierde sentido y se convierte más bien en una actitud inquisitorial resumida en el excluyente: O estás conmigo o contra mí.  

Rogelio Llanos


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