Lima, 12 de septiembre de 2003
Señor
Rafael Rey
Presente
Señor Rey:
En primer lugar quisiera manifestarle mi
protesta por haber tomado mi dirección electrónica sin mi autorización.
Preciso: usted ha comprado una forma de ingreso a los correos electrónicos
denominada “spam” que, si bien no es ilegal, por lo menos resulta impertinente
y molesta pues satura los servidores y las computadoras de miles de usuarios
con información inservible y de dudosa calidad y procedencia.
En segundo lugar, seré tajante en mi
afirmación: NO ESTOY DE ACUERDO CON USTED en relación con sus opiniones sobre
la Comisión de la Verdad. Pasaré, por tanto, a sustentar mis puntos de vista,
aunque dudo mucho que usted continúe leyendo el texto ya que según la imagen
pública que usted mismo ha contribuido a formar, estoy convencido de que su
intolerancia, agresividad y narcisismo le impedirán prestar oídos a opiniones
discrepantes.
Por lo pronto, el comienzo de su texto
revela ya un claro intento de manipulación de la opinión pública: ese
“Recogiendo el sentimiento de miles de peruanos” busca resguardarse tras una
masa anónima haciendo uso de un concepto
tan gaseoso como falaz. Hubiera sido de valientes decir el honesto: yo no estoy
de acuerdo, expresión a la que toda persona tiene derecho, pero tal parece que
los políticos se toman muy en serio su papel de representantes del pueblo
cuando hay que defender los propios intereses, olvidándose de esos miles de
peruanos cuando de legislar a favor de ellos se trata.
Dos años de trabajo para revisitar el
pasado de un país puede ser mucho o poco según el punto de vista. Si el
objetivo es buscar la verdad hurgando respetuosa y audazmente en el pasado,
efectuando encuestas rigurosas, acudiendo despojado de prejuicios hacia las
fuentes de información, convocando a los diferentes actores del pasado
histórico para que den su versión de los hechos, analizando cada detalle y cada
hallazgo obtenido al amparo de las técnicas y metodologías propias de la
investigación científica, dos años pueden ser muy poco tiempo. Si, por el
contrario, existe la intención abierta o velada de ocultar o de deformar la
realidad, si lo que se busca es desinformar a la población o de crear
comisiones anodinas cuyos resultados jamás serán conocidos, como es lo que ha
venido ocurriendo en nuestro país, entonces dos años sí es mucho tiempo.
La Comisión de la Verdad, bajo mi punto de
vista ha sido conformada por un grupo de intelectuales, que más allá de sus
capacidades como profesionales, para mí fuera de toda duda, han dado muestras
de una sensibilidad y una especial disposición para escuchar las voces –a veces
broncas y difusas- de quienes tuvieron la oportunidad de gobernar el país,
salvo por supuesto la de quien huyó vergonzosa e irresponsablemente dejando al
país sumido en el caos y la corrupción,
las voces no siempre ecuánimes de los opositores y también, por supuesto, las
voces telúricas del llamado Perú profundo. Sí, aquellas voces, que fueron silenciadas
por el terror de Sendero y por la violencia irracional de oficiales y soldados
de un ejército instrumentado por una clase política que siempre estuvo de
espaldas a los intereses del país.
13 millones de dólares, tal como son
presentados a una población cada vez más castigada por los interminables shocks y minishocks económicos, deben sonar
como un terrible despropósito o como un despilfarro de una gran magnitud. Pero,
veamos, esos 13 millones, significan un gasto de 542,000 dólares mensuales. Si
dividimos esos 542,000 entre 700 personas, tenemos un gasto de 774 dólares por
persona, dentro de los cuales hay que considerar viajes, adquisición de
herramientas de trabajo, material bibliográfico, material de escritorio,
material audiovisual, etc. Y que sepamos, nada de ello es barato en nuestro
país. Es decir, si consideramos el trabajo de la Comisión de la Verdad como un
proyecto social, creemos que es posible llegar a esa cifra de 13 millones. En
términos numéricos y fríos, no hay duda de que la cifra iría por allí. Creo que
la Comisión de la Verdad está en condiciones de mostrar el balance económico de
toda su gestión. Labor contable y de ingeniería, que –como norma- debería
hacerse con todas las comisiones que en el Perú han sido y de cuyos balances
políticos y económicos la opinión pública nunca tuvo noticias.
Creemos, pues, que el principal problema no
va por ese lado. Creemos sí que el problema radica en si estamos o no de
acuerdo en que exista una Comisión de la Verdad tal como la que hemos tenido y
con los objetivos ya conocidos. Porque si nuestro punto de vista es afirmativo,
entonces tendremos que ser conscientes que para desarrollar una labor como la
que ha llevado a cabo, es necesario disponer de una partida económica
significativa. A menos que se crea que basta la elucubración mental y los
prejucios para escribir nueve tomos de una ficción que nos conduzca a la ceguera
y al autismo como sinónimos de tranquilidad y olvido.
Lo que me causa indignación es que a pesar
de las conclusiones expuestas por la Comisión, en las que se condena la
violencia terrorista de Sendero, se insiste muy sibilinamente en presentar a
sus miembros como energúmenos que calumnian y difaman a las fuerzas del orden.
Lo que hemos visto en los diferentes foros donde ellos se han presentado los
podemos resumir con una palabra: ponderación. Y es con esa ponderación que se
ha condenado el asesinato, la violación y el abuso tanto de Sendero como de los
militares y civiles que entraron en esa espiral de violencia que dio lugar a
los miles de muertos y desaparecidos, espiral a la que nunca más debemos
retornar.
Nos preguntamos, entonces, ¿por qué
negarnos a saber? ¿por qué no ser más bien intolerantes con el asesinato, sea
quien fuere el autor? No es precisamente con el ataque dinamitero o con el tiro
en la nuca que se construye un país. Grau fue generoso con el enemigo y por
ello sigue siendo uno de los grandes soportes morales de este país. A tenor de
su correspondencia epistolar, Grau jamás habría estado de acuerdo con la
actitud de ese puñado de malos oficiales y soldados que hicieron escarnio de los
símbolos por los que se inmoló el valiente marino piurano.
Lo que nos preguntamos también es dónde
estuvieron esos representantes del pueblo y esos pastores de la iglesia cuando
se empezaron a denunciar las desapariciones de periodistas y gente del campo.
¿Por qué lo permitieron? ¿por qué se cerró los ojos ante la violencia que
asolaba lejanos territorios campesinos? ¿es preferible, entonces, olvidarnos
ahora de aquello que ellos olvidaron realizar en su momento? Y ¿para qué? ¿Para
que puedan volver a cerrar los ojos a la impunidad?
Si, precisamente, debido a ese olvido secular que padece nuestro
país es que los viejos partidos y los viejos políticos que en su momento nos
condujeron al fracaso, continúan aún aferrándose a sus viejas prácticas,
mixtura de mentiras y autoritarismo, confiando en seguir pescando en río
revuelto y medrando a la sombra del poder. Si ahora no aprendemos de los
errores, de los fracasos, si optamos una vez más por el silencio y el olvido, entonces,
a lo único que podemos aspirar es a perpetuar la corrupción y a borrar del
horizonte la posibilidad de tener un país libre de líderes periclitados que han
hecho de la promesa y de la mentira su medio principal de sustento. Y lo peor,
si no asimilamos ahora la experiencia, la violencia continuará a la vuelta de
la esquina, robándonos tal vez no sólo la tranquilidad sino también a nuestros
amigos o a nuestros seres queridos.
El horror, por tanto, debe ser descubierto,
develado. Que todos seamos conscientes de que el hombre, en su escalón moral
más bajo, puede ser capaz de convertir su entorno en un infierno, pero que,
justamente, conociendo ese lado lado oscuro y salvaje, es capaz, con la ayuda
de sus semejantes, si no de erradicarlo sí, por lo menos, de controlarlo, de
dominarlo.
Que se imponga pues la racionalidad y el
conocimiento en todo momento.
Por tanto, y de manera definitiva creo que
la obra realizada por la Comisión de la Verdad ha sido y es NECESARIA para el
país.
En su carta, señor Rey, usted dice que le responda y que le gustaría saber
si estamos de acuerdo con usted. Tal como está formulada su pregunta, pareciera
que usted quisiera llegar a ese punto donde el diálogo pierde sentido y se
convierte más bien en una actitud inquisitorial resumida en el excluyente: O
estás conmigo o contra mí.
Rogelio Llanos
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