8/12/13

A PROPÓSITO DEL LIBRO DE LOS ESPEJOS

Acabo de concluir la lectura de la última publicación de Gregorio Martínez, Libro de los espejos, 7 Ensayos a Filo de Catre. Ampliamente recomendable, con algunos segmentos deliciosos, eruditos y humorísticos.

No, no voy a hacer una crítica del libro. Más bien voy a hacer de vampiro y extraer algunas notas interesantes y comentarlas a partir de ahora a mi aire, a mi voluntad. El libro todo invita a ampliar los horizontes con la propia experiencia y el propio conocimiento. Así que empezaré, sin orden ni concierto, a descubrir y compartir con ustedes algunos de los hallazgos de este libro que está lejos de la perfección, pero que por su desparpajo y exquisito uso del idioma –aunque hay por allí algunos deslices que, seguramente don Marco Aurelio Denegri y su infinita sabiduría ya los habrá detectado y puesto en evidencia con su insobornable dedo acusador- se convierte en una grata compañía para el viajero, el solitario y el bibliómano.

Esta nota pequeña es, en realidad, un pretexto para poder escribir, o mejor dicho transcribir, unos versos que el autor incluye en la introducción, Librorum prohibitorum y que nos fascinaron por su tremendo poder evocador: “ los días pasan como tranvías / la tarde muere melancolía”.

Nada más atinado que estos versos releídos hoy lunes, el día más odiado de la semana. Pues los feriados por semana santa se pasaron volando, y apenas si tuvimos tiempo para saturar nuestros oídos con los últimos discos del Sabina y un pequeño homenaje al último Miguel Ríos (y su 60 MP3, escrito al alimón con el poeta español Luis García Montero) y al Dylan del Blonde on Blonde, o sea el de los años sesenta. Todos los planes pensados para ser realizados  en ese tiempo infinito de cuatro feriados, se fueron al diablo. Hicimos cosas distintas, y también –debemos admitirlo- la molicie, como en el cuento de Ribeyro,  hizo presa de nosotros y la pasamos en casa, amando nuestra cama –boca abajo, nuestra posición predilecta- y disfrutando del calor familiar, aunque también, extrañando el auto rojo y la libertad de los ciento cuarenta kilómetros por hora.

Y, bueno, el tranvía no pasó lentamente como en el álbum cristiano de Bob sino más bien como los tranvías que Paco Bendezú, el amante del amor, el hombre permanentemente enamorado de las mujeres, el vate peruano que le puso Chompitas Pinal a la Viridiana de don Luis Buñuel, inmortalizó en el poema crepuscular referido, desde su prisión política sufrida en el llamado Panóptico o La Penitenciaría de Lima.

Detallista y memorioso, Goyo Martínez en sus extensas notas de pie de página nos ilustra diciéndonos que esta vieja prisión, ubicada en donde ahora está el Centro Cívico, y donde el inefable Alan García logró convencer hace poco –paloma en la cabeza mediante- a los últimos indecisos, que estaba bajo la advocación del espíritu santo, fue el primer edificio hecho de piedra y ladrillo, a contracorriente de lo que solían ser las construcciones de la época, donde predominaba la quincha, el estuco y el adobe.

Pues ¡caramba! que don Mariano Felipe Paz Soldán, que fue el supervisor de la obra, allá por 1855, sí que quiso asegurarse que todos lo políticos que terminaran con sus huesos en esas mazmorras, enviados por el tirano o el caudillo de turno no tuvieran la menor posibilidad de huir. Nos imaginamos, pues, allí al buen Paco Bendezú, pensando en los amores por ahora lejanos (cómo deliró en su madurez con la juventud y las cejas frondosas de Brooke Shields), y sintiendo el paso del tiempo avasallador que conducía inexorablemente a esas horas donde el horizonte se tiñe de rojo (así lo ví hace poco en ese Buenos Aires más querido ahora que nunca) y donde la tristeza y la inquietud agarrotan nuestros corazones. Como los domingos a las cinco de la tarde, domingos rojos, domingos que ya se fueron, y los lunes, arteros y dispuestos al asalto, siempre por llegar.

El subtítulo de Libro de los Espejos, que contiene la frase filo de catre, sin duda llamará la atención de los más avisados, pues ella siempre estuvo ligada al lenguaje erótico. Y sí, el autor se desliza como pez en el agua por esos sabrosísimos temas, que en algún momento aludiremos, pero también se refiere a aquellas observaciones hechas desde la orilla, desde la cerca, como asomado al borde de las situaciones que comenta.

En fin, textos escritos en espiral, tan pronto se zambullen en los ambientes burdelescos de esta Lima gris y chismosa, pero también tan prestos a  abordar con la misma frescura los temas políticos o lingüísticos, y donde la poesía de vez en cuando irrumpe con gracia y sutileza, como cuando al término de esta introducción redondea el sentido de ese filo u orilla desde donde este entrañable Goyo hilvana sus frases y nos recuerda que, además, la orilla es el límite / y el linde entre lo tangible y el sueño.

Un abrazo para todos


R.

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