Acabo de concluir la lectura de la última publicación
de Gregorio Martínez, Libro de los
espejos, 7 Ensayos a Filo de Catre. Ampliamente recomendable, con algunos
segmentos deliciosos, eruditos y humorísticos.
No, no voy a hacer una crítica del libro. Más bien voy
a hacer de vampiro y extraer algunas notas interesantes y comentarlas a partir
de ahora a mi aire, a mi voluntad. El libro todo invita a ampliar los
horizontes con la propia experiencia y el propio conocimiento. Así que
empezaré, sin orden ni concierto, a descubrir y compartir con ustedes algunos
de los hallazgos de este libro que está lejos de la perfección, pero que por su
desparpajo y exquisito uso del idioma –aunque hay por allí algunos deslices
que, seguramente don Marco Aurelio Denegri y su infinita sabiduría ya los habrá
detectado y puesto en evidencia con su insobornable dedo acusador- se convierte
en una grata compañía para el viajero, el solitario y el bibliómano.
Esta nota pequeña es, en realidad, un pretexto para
poder escribir, o mejor dicho transcribir, unos versos que el autor incluye en
la introducción, Librorum prohibitorum y
que nos fascinaron por su tremendo
poder evocador: “ los días pasan
como tranvías / la tarde muere melancolía”.
Nada más atinado que estos versos releídos hoy lunes,
el día más odiado de la semana. Pues los feriados por semana santa se pasaron
volando, y apenas si tuvimos tiempo para saturar nuestros oídos con los últimos
discos del Sabina y un pequeño homenaje al último Miguel Ríos (y su 60 MP3,
escrito al alimón con el poeta español Luis García Montero) y al Dylan del
Blonde on Blonde, o sea el de los años sesenta. Todos los planes pensados para
ser realizados en ese tiempo infinito de
cuatro feriados, se fueron al diablo. Hicimos cosas distintas, y también
–debemos admitirlo- la molicie, como en el cuento de Ribeyro, hizo presa de nosotros y la pasamos en casa,
amando nuestra cama –boca abajo, nuestra posición predilecta- y disfrutando del
calor familiar, aunque también, extrañando el auto rojo y la libertad de los
ciento cuarenta kilómetros por hora.
Y, bueno, el tranvía no pasó lentamente como en el
álbum cristiano de Bob sino más bien como los tranvías que Paco Bendezú, el
amante del amor, el hombre permanentemente enamorado de las mujeres, el vate
peruano que le puso Chompitas Pinal a la Viridiana de don Luis Buñuel, inmortalizó en el
poema crepuscular referido, desde su prisión política sufrida en el llamado
Panóptico o La
Penitenciaría de Lima.
Detallista y memorioso, Goyo Martínez en sus extensas
notas de pie de página nos ilustra diciéndonos que esta vieja prisión, ubicada
en donde ahora está el Centro Cívico, y donde el inefable Alan García logró
convencer hace poco –paloma en la cabeza mediante- a los últimos indecisos, que
estaba bajo la advocación del espíritu santo, fue el primer edificio hecho de
piedra y ladrillo, a contracorriente de lo que solían ser las construcciones de
la época, donde predominaba la quincha, el estuco y el adobe.
Pues ¡caramba! que don Mariano Felipe Paz Soldán, que
fue el supervisor de la obra, allá por 1855, sí que quiso asegurarse que todos
lo políticos que terminaran con sus huesos en esas mazmorras, enviados por el
tirano o el caudillo de turno no tuvieran la menor posibilidad de huir. Nos
imaginamos, pues, allí al buen Paco Bendezú, pensando en los amores por ahora
lejanos (cómo deliró en su madurez con la juventud y las cejas frondosas de
Brooke Shields), y sintiendo el paso del tiempo avasallador que conducía
inexorablemente a esas horas donde el horizonte se tiñe de rojo (así lo ví hace
poco en ese Buenos Aires más querido ahora que nunca) y donde la tristeza y la
inquietud agarrotan nuestros corazones. Como los domingos a las cinco de la
tarde, domingos rojos, domingos que ya se fueron, y los lunes, arteros y dispuestos
al asalto, siempre por llegar.
El subtítulo de Libro de los Espejos, que contiene la
frase filo de catre, sin duda llamará la atención de los más avisados, pues ella
siempre estuvo ligada al lenguaje erótico. Y sí, el autor se desliza como pez en
el agua por esos sabrosísimos temas, que en algún momento aludiremos, pero
también se refiere a aquellas observaciones hechas desde la orilla, desde la
cerca, como asomado al borde de las situaciones que comenta.
En fin, textos escritos en espiral, tan pronto se
zambullen en los ambientes burdelescos de esta Lima gris y chismosa, pero también
tan prestos a abordar con la misma
frescura los temas políticos o lingüísticos, y donde la poesía de vez en cuando
irrumpe con gracia y sutileza, como cuando al término de esta introducción
redondea el sentido de ese filo u orilla desde donde este entrañable Goyo
hilvana sus frases y nos recuerda que, además, la orilla es el límite / y el linde entre lo tangible y el sueño.
Un abrazo para todos
R.
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