8/12/13

EL PACIENTE INGLÉS

(1996, The English Patient)

D: Anthony Minghella

Debemos confesar que estuvimos muy interesados en ver esta película. Los avances la mostraban, ciertamente, como una gran producción, con unas impresionantes escenas de acción en el desierto, una historia de amor que se anunciaba apasionada, una guerra con alemanes duros y malvados como aconseja la tradición; en fin, una película de gran empaque, que de inmediato nos trajo a la memoria los grandes films (por lo de superproducción, metraje incluido) de David Lean. Debemos admitir también, que el  cine de David Lean (LAWRENCE DE ARABIA, DOCTOR ZHIVAGO, LA HIJA DE RYAN) nunca nos apasionó, sin embargo, no es posible dejar de reconocer que, al menos, en aquellos films el cine recuperaba con generosidad su categoría de espectáculo para las grandes masas y que, además, estaba hecho exclusivamente para verse en la pantalla grande.

Todo esto viene a cuento porque si bien EL PACIENTE INGLES tiene los elementos necesarios para encuadrarse en la tradición de la que Lean fue su gran representante, los resultados obtenidos han sido verdaderamente frustrantes, a despecho de los nueve OSCARS ganados, que, de ninguna manera, evitarán el olvido a que lo relegará la Historia del Cine, como film mediocre que es.

Basada en la novela homónima de Michael Ondaatje y con guión del mismo Minghella, la cinta presenta básicamente dos historias que se alternan y convergen en el intento de formar una de dimensiones “bigger than life”. La primera, en plena segunda guerra mundial y que configura el tiempo presente del film, tiene como protagonista a Hana (Juliette Binoche), una enfermera, que ha perdido a su novio, ha visto morir a su amiga y que piensa con pesimismo en el destino trágico que le ha tocado vivir. Hana decide quedarse en un monasterio en ruinas cuidando a un herido carente de identidad y totalmente desfigurado, hasta que éste muere.

Al influjo de un antiguo libro de Historia, unos apuntes y unas fotografías y con al amoroso cuidado de Hana, el paciente   empieza paulatinamente a recordar su pasado y aquí aparece la segunda historia. El paciente es el conde húngaro de Almásy, miembro de la Sociedad Geográfica Británica que, antes de empezar la guerra conoció a una mujer casada (Kristin Scott Thomas) y, por el amor de ella resultó traicionando a su colega y amigo.

De manera caprichosa ambas historias se van yuxtaponiendo con la finalidad de ir armando el derrotero seguido por Almásy. La narración avanza y retrocede de forma atropellada y confusa, lo que da lugar a que continuamente se repitan los motivos argumentales y se pretendan hilvanar las circunstancias y razones que mueven a cada uno de los personajes, en un intento por aclarar lo que el guión, una suerte de rompecabezas, ha desmadejado. Si al comienzo se nos despierta el interés por conocer la historia de Almásy, así como la de Hana, promediando la cinta éste va desapareciendo, entre otras causas, debido las anécdotas y personajes secundarios, que aparentan en un primer momento ser importantes en la evolución del relato, pero cuyo aporte o significado se revela de lo más intrascendente, frustrando todas las expectativas despertadas.

El caso más notorio es el relacionado con el personaje encarnado por Willem Dafoe, Caravaggio. Quiso ser un personaje misterioso, maléfico tal vez, pero, en realidad no llega a ser ni lo uno ni lo otro. Carente de densidad dramática, con motivaciones nada sólidas, en cambio, lo sentimos extraño al film. Y así como aparece, súbita y desafortunadamente, así también se esfuma del film. Pero no sólo este personaje está mal diseñado. También lo está el oficial hindú encargado de desactivar explosivos y que llega a mantener una relación amorosa con Hana. No están claros los móviles del acercamiento entre ambos personajes. Una vez más se impone lo antojadizo del guión y, por ello,  la relación se manifiesta totalmente artificial.

Si estas situaciones mostradas carecen de interés, su efecto sobre el argumento principal del film es catastrófico, por cuanto diluye su espesor dramático, distrayendo al espectador y alargando innecesariamente la película, la cual termina por causarnos una ingrata sensación de aburrimiento. Lo que supuestamente debió ser una apasionada historia de amor entre Almásy y la mujer de su compañero de expedición, no es más que la sufrida relación de dos personajes que pagan con la muerte y el anonimato la infidelidad y la traición. Jamás nos llegamos a identificar con ellos, ni participamos de sus temores ni sufrimos con su separación o su agonía. Todo es mirado con una  distancia no prevista por Minghella, distancia que, en realidad, responde a un tratamiento superficial derivado de la falta de compromiso del director con la obra y sus personajes y, más que ello, falta de espontaneidad y sinceridad para mirar la vida y auscultar los sentimientos. Por eso,  nunca llegaremos a conocer profundamente a estos personajes y al film lo sentiremos cada vez más lejano.

Lo que resulta indudable es que Anthony Minghella ha jugado sus cartas de cara a los premios de la Academia. Un reparto de primera, en donde destaca por méritos propios Juliette Binoche. Su frescura, su encanto, ratificados la noche del Oscar, no tienen nada que ver con la cinta, sin embargo, son los momentos donde ella aparece, los que hacen soportable la visión de EL PACIENTE INGLES. La fotografía llevada a cabo por el eficiente John Seale (habitual colaborador del australiano Peter Weir, LA COSTA DEL MOSQUITO, LA SOCIEDAD DE LOS POETAS MUERTOS, TESTIGO EN PELIGRO) no nos impresiona esta vez, tiene el efecto edulcorante y exasperante de la tarjeta postal, muy a tono con los gustos de los miembros de la Academia.

Film ambicioso, grandilocuente, pretendidamente “artístico” - y que no pocos lo estiman como un gran film, impresionados por la fotografía bonita, la narración complicada y los planos alargados- EL PACIENTE INGLES revela tal debilidad en el guión y en la puesta en escena, que bien se le podría practicar muchos cortes y ello no afectaría su sentido. La secuencia de guerra que tiene como protagonista a Defoe, por ejemplo, que tan cuidadosamente sirvió para promocionar el film y que en el avance le otorga un relieve épico, es un segmento del cual se puede prescindir sin problema alguno. La historia de Hanna, bien pudo o puede ser un film aparte. El relato del pasado de Almásy, su amor, su traición, su soledad no requiere de tantas vueltas a la historia presente. Ambas líneas narrativas se entorpecen y mutuamente se anulan.


ROGELIO LLANOS Q.

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