(1996,
The English Patient)
D:
Anthony Minghella
Debemos confesar que
estuvimos muy interesados en ver esta película. Los avances la mostraban,
ciertamente, como una gran producción, con unas impresionantes escenas de
acción en el desierto, una historia de amor que se anunciaba apasionada, una
guerra con alemanes duros y malvados como aconseja la tradición; en fin, una
película de gran empaque, que de inmediato nos trajo a la memoria los grandes
films (por lo de superproducción, metraje incluido) de David Lean. Debemos
admitir también, que el cine de David
Lean (LAWRENCE DE ARABIA, DOCTOR ZHIVAGO, LA HIJA DE RYAN) nunca nos apasionó,
sin embargo, no es posible dejar de reconocer que, al menos, en aquellos films
el cine recuperaba con generosidad su categoría de espectáculo para las grandes
masas y que, además, estaba hecho exclusivamente para verse en la pantalla
grande.
Todo esto viene a cuento
porque si bien EL PACIENTE INGLES tiene los elementos necesarios para
encuadrarse en la tradición de la que Lean fue su gran representante, los
resultados obtenidos han sido verdaderamente frustrantes, a despecho de los
nueve OSCARS ganados, que, de ninguna manera, evitarán el olvido a que lo
relegará la Historia del Cine, como film mediocre que es.
Basada en la novela homónima
de Michael Ondaatje y con guión del mismo Minghella, la cinta presenta
básicamente dos historias que se alternan y convergen en el intento de formar
una de dimensiones “bigger than life”. La primera, en plena segunda guerra mundial
y que configura el tiempo presente del film, tiene como protagonista a Hana
(Juliette Binoche), una enfermera, que ha perdido a su novio, ha visto morir a
su amiga y que piensa con pesimismo en el destino trágico que le ha tocado
vivir. Hana decide quedarse en un monasterio en ruinas cuidando a un herido
carente de identidad y totalmente desfigurado, hasta que éste muere.
Al influjo de un antiguo
libro de Historia, unos apuntes y unas fotografías y con al amoroso cuidado de
Hana, el paciente empieza
paulatinamente a recordar su pasado y aquí aparece la segunda historia. El
paciente es el conde húngaro de Almásy, miembro de la Sociedad Geográfica
Británica que, antes de empezar la guerra conoció a una mujer casada (Kristin
Scott Thomas) y, por el amor de ella resultó traicionando a su colega y amigo.
De manera caprichosa ambas
historias se van yuxtaponiendo con la finalidad de ir armando el derrotero
seguido por Almásy. La narración avanza y retrocede de forma atropellada y
confusa, lo que da lugar a que continuamente se repitan los motivos argumentales
y se pretendan hilvanar las circunstancias y razones que mueven a cada uno de
los personajes, en un intento por aclarar lo que el guión, una suerte de
rompecabezas, ha desmadejado. Si al comienzo se nos despierta el interés por
conocer la historia de Almásy, así como la de Hana, promediando la cinta éste
va desapareciendo, entre otras causas, debido las anécdotas y personajes
secundarios, que aparentan en un primer momento ser importantes en la evolución
del relato, pero cuyo aporte o significado se revela de lo más intrascendente,
frustrando todas las expectativas despertadas.
El caso más notorio es el
relacionado con el personaje encarnado por Willem Dafoe, Caravaggio. Quiso ser
un personaje misterioso, maléfico tal vez, pero, en realidad no llega a ser ni
lo uno ni lo otro. Carente de densidad dramática, con motivaciones nada
sólidas, en cambio, lo sentimos extraño al film. Y así como aparece, súbita y
desafortunadamente, así también se esfuma del film. Pero no sólo este personaje
está mal diseñado. También lo está el oficial hindú encargado de desactivar
explosivos y que llega a mantener una relación amorosa con Hana. No están
claros los móviles del acercamiento entre ambos personajes. Una vez más se
impone lo antojadizo del guión y, por ello,
la relación se manifiesta totalmente artificial.
Si estas situaciones
mostradas carecen de interés, su efecto sobre el argumento principal del film
es catastrófico, por cuanto diluye su espesor dramático, distrayendo al
espectador y alargando innecesariamente la película, la cual termina por
causarnos una ingrata sensación de aburrimiento. Lo que supuestamente debió ser
una apasionada historia de amor entre Almásy y la mujer de su compañero de
expedición, no es más que la sufrida relación de dos personajes que pagan con
la muerte y el anonimato la infidelidad y la traición. Jamás nos llegamos a
identificar con ellos, ni participamos de sus temores ni sufrimos con su
separación o su agonía. Todo es mirado con una
distancia no prevista por Minghella, distancia que, en realidad,
responde a un tratamiento superficial derivado de la falta de compromiso del
director con la obra y sus personajes y, más que ello, falta de espontaneidad y
sinceridad para mirar la vida y auscultar los sentimientos. Por eso, nunca llegaremos a conocer profundamente a
estos personajes y al film lo sentiremos cada vez más lejano.
Lo que resulta indudable es
que Anthony Minghella ha jugado sus cartas de cara a los premios de la
Academia. Un reparto de primera, en donde destaca por méritos propios Juliette
Binoche. Su frescura, su encanto, ratificados la noche del Oscar, no tienen nada
que ver con la cinta, sin embargo, son los momentos donde ella aparece, los que
hacen soportable la visión de EL PACIENTE INGLES. La fotografía llevada a cabo
por el eficiente John Seale (habitual colaborador del australiano Peter Weir,
LA COSTA DEL MOSQUITO, LA SOCIEDAD DE LOS POETAS MUERTOS, TESTIGO EN PELIGRO)
no nos impresiona esta vez, tiene el efecto edulcorante y exasperante de la
tarjeta postal, muy a tono con los gustos de los miembros de la Academia.
Film ambicioso,
grandilocuente, pretendidamente “artístico” - y que no pocos lo estiman como un
gran film, impresionados por la fotografía bonita, la narración complicada y
los planos alargados- EL PACIENTE INGLES revela tal debilidad en el guión y en
la puesta en escena, que bien se le podría practicar muchos cortes y ello no
afectaría su sentido. La secuencia de guerra que tiene como protagonista a
Defoe, por ejemplo, que tan cuidadosamente sirvió para promocionar el film y
que en el avance le otorga un relieve épico, es un segmento del cual se puede
prescindir sin problema alguno. La historia de Hanna, bien pudo o puede ser un
film aparte. El relato del pasado de Almásy, su amor, su traición, su soledad
no requiere de tantas vueltas a la historia presente. Ambas líneas narrativas
se entorpecen y mutuamente se anulan.
ROGELIO
LLANOS Q.
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