Las
encías, las nalgas, los tendones,
la
rabadilla, el vientre, las costillas,
los
húmeros, el pubis, los talones.
La
clavícula, el cráneo, la papada
el
clítoris, el alma, las cosquillas
esa es
mi patria, alrededor no hay nada.
Joaquín Sabina (LXXXV, Alrededor No Hay Nada)
A Yola, ahora más que nunca,
y a Gaby por su Calle Melancolía
Escribe: Rogelio Llanos Q.
Hasta que un día
amaneció con la pierna y el brazo derechos paralizados y entró en un prolongado
período de depresión y angustia que lo alejó de los escenarios y de la noche
interminable de tragos, cigarrillos, cocaína y mujeres. Ella estaba tocando a
su puerta, pero ella no era ni la reina de los bares del puerto ni la de los
ojos verdes como aceitunas que robaban la luz de la luna de miel. Tampoco era
una rubia platino. Y los arreglos florales recibidos no eran precisamente por
su santo. El Sabina al borde de la muerte. Frustración. Muchos temimos que
nunca tendríamos la oportunidad de verlo bajo los reflectores en esta Lima gris
que él se encargó de recordar que, aún siendo La Horrible, conservaba la
atracción de los amores encontrados y de las amistades entrañables e
inolvidables.
Pero los malos tiempos
pasaron bajo el cuidado de su Jimena, y con
el sonido de guitarras y las carcajadas de los virtuosos Pancho Varona y
Antonio García de Diego, bajo la inspiración de Violeta Parra, Roberto
Zimmerman alias Dylan, Leonard Cohen, Almudena Grandes, y con la complicidad de
John Parsons, Luis García Montero, Olga Román y otros, Joaquín Sabina volvió a
las andadas con un soberbio disco, Alivio
de Luto, cuya presentación en Latinoamérica, como parte de esa breve gira
denominada Ultramarina, tuvo lugar
en la cálida noche del 9 de marzo en Lima. No hubo, por supuesto, dificultad
alguna para encontrar cómplices para la juerga: una multitud que se entregó
fervorosamente a celebrar el reencuentro con el amigo extrañado y ausente por
tanto tiempo, uno de los más grandes íconos de la música popular hispana.
Porque el concierto de
Sabina fue algo más que el simple
recital de un artista ante su público. Fue, sencillamente, una cálida cita de
amigos, y como tal discurrió por las dos
horas y veinte minutos que duró este feliz reencuentro en el que se revisitaron
los predios del blues, la ranchera, el vals, el bolero y el rock. Un
reencuentro que arrancando con un cadencioso y acústico homenaje a Neruda, Amo el Amor de los Marineros, apostó de
inmediato por la emoción con Ahora qué,
ese bolero cuya fibra rockera lleva la marca del genial Antonio García de
Diego, que con la acústica o con la eléctrica demostró que estaba a la altura
de los grandes guitarristas del mundo.
Pájaros de Portugal y Pie de Guerra fueron la carta de
presentación del nuevo álbum de Sabina, ambos en versiones bastante fieles al
original y que funcionaron muy bien como contraparte al ya clásico Ahora qué. Sin mayor preámbulo, pero
con premeditación y alevosía, el retorno a las raíces, con un acústico y
emotivo Calle Melancolía, que abrió muy
bien los corazones para rendir de inmediato el
homenaje a los amores presentes - Rosa
de Lima, su particular declaración a Jimena, la mujer que conociera en
estas tierras y que lo obliga a venir secretamente, según dice, cuatro veces
por año- y a los sentidos adioses en Nos
Sobran los Motivos.
Y, entonces, los
acordes crepusculares del Knockin´on
Heaven´s Door de su Dylan inspirador que sirvió de intro al igualmente nostálgico ¿Quién
me ha robado el mes de abril? con el público cantando a todo pulmón. Y allí
mismo, sin pausa y compasión alguna, Antonio,
guitarra en ristre, y una poderosa descarga rockera en Conductores Suicidas que electriza el ambiente y nos llena de
júbilo.
Tras un pequeño
descanso en el que los impecables Pancho Varona (bajista) y Olga Román hicieron
de las suyas con tres canciones, volvió Sabina con dos temas muy queridos por
él y por su público, Y sin embargo y Una canción para la Magdalena, tema, este último, que Sabina suele
recrear cantando a dúo con Olga Román versos inquietantes como aquellos de
“entre dos curvas redentoras, la más prohibida de las frutas te espera hasta la
aurora...”, derivando luego hacia el vals criollo –Yo También Sé Jugarme la Boca- y la amable dedicatoria a su amigo
Bryce, el novelista que escribe para que lo quieran cada vez más.
Que Se Llama Soledad
(Sabina apunta en su libro de notas que no se llamaba Soledad), Peor para el Sol (se llamaba Andrea) y Contigo, aquella hermosa canción de
versos truffautianos –ni contigo ni sin tí- que alude a la muchacha de ojos tristes (¿Sad Eyed Lady of the Lowlands?), fueron
el terceto que nos regaló emocionado con su voz rasposa y gastada por las intensas
noches de juerga y perdición.
Una sentida dedicatoria
a sus amigos Eslava, Tola y otros prologó esa versión electrizante e inigualable
de Resumiendo, rock estremecedor que
funciona a manera de exorcismo en el Alivio
de Luto y que aquí, secundado por un coro de miles de voces, quiso poner
punto final a la gran noche de retorno del Sabina a los escenarios latinoamericanos.
Quiso, pero no pudo. El encore fue de
seis canciones, empezando con aquella apasionada declaración de amor A la Orilla de la Chimenea, que empezó
García de Diego, en voz y piano, y que fue concluida por un Sabina que de
inmediato pasó a Peces de la Ciudad
y a aquellos versos que no por ciertos –al lugar donde has sido feliz / no
debieras tratar de volver – dejan de ser contradictorios, y si no que lo digan
sus escenarios, Buenos Aires, Lima, Madrid.
Y nuevamente el rock
inspirado y fulgurante, con un García de Diego, de pie y sacándole filo a su
guitarra eléctrica, mientras en la voz, Sabina afirmaba cortante que ahora es
demasiado tarde, princesa / búscate otro perro que te ladre, princesa. Y como
buena fiesta de latinos, tras la rumba de 19
días y 500 noches, el final fue con rancheras, lamentos y guitarras acústicas: Noche de Bodas, seguida sin pausa de Y Nos Dieron las Diez.
Has bajado una vez más
en Atocha, Joaquín. Esperamos que vuelvas pronto....o iremos tras tus pasos a
Buenos Aires o Madrid para verte y oirte cuando se ponga el sol.
Lima, 23-4-2006
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