8/12/13

Una selección melómana: LOS DISCOS ESENCIALES



Escribe: Rogelio Llanos Q.


A Gaby, que a los trece ya se entusiasma
con Dylan, Reed, U2 y Yes.

A Susy, que de vez en cuando,
desde su programa radial,
golpeaba las puertas del cielo.


Visitar una librería es siempre un buen motivo para iniciar una pequeña cacería que va desde la búsqueda terca e ilusa de viejas y nuevas ediciones de los libros del polaco nacionalizado inglés Joseph Conrad –inevitable punto de partida de estas reconfortantes incursiones- hasta la revisión detallada y crítica de aquellos libros y revistas que abordan el mundo de la música en sus diversas formas: biografías, diccionarios, historias de los géneros, antologías, y un enorme etc, pasando por la infaltable revisión de las novedades literarias tanto nacionales como foráneas.

Lástima, el espacio destinado a libros sobre música en nuestras librerías no son muy generosos que digamos, y es que el mercado, por razones económicas o culturales es muy reducido. En realidad, la mayoría de los consumidores de discos, quieren simplemente escucharlos, sin tomar en consideración las críticas, comentarios e historias que suelen rodear la actividad relacionada con la creación musical. Sin embargo, de vez en cuando, es posible encontrar alguna curiosidad o rareza que pone en emergencia a nuestros bolsillos, y, entonces, olvidando que los bancos son implacables cuando de cobrar deudas se trata, acudimos a nuestro reducido crédito disponible para adquirir aquellas hojas escritas que leidas como prólogo o epílogo de la música amada elevará nuestras cotas de placer melómano a alturas insospechadas.

Precisamente, fue una de esas tardes de cacería de libros que me topé en la sección revistas de una conocida librería limeña con el número 4 (febrero 2004) de la revista Rolling Stone, en su edición en español, en cuya carátula se leía –ocupando todo el espacio- 500 Discos Esenciales de Todos los Tiempos. El título, pomposo y sugerente a la vez, nos invitó a echarle una rápida mirada al ejemplar de 86 páginas. Y sí, efectivamente, allí estaban mencionados, uno a uno, numerados, con foto reducida de la carátula del álbum y el respectivo pequeño comentario, los 500 discos que para Rolling Stone significaban lo más graneado, importante e indispensable de la música popular, empezando con el Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band de The Beatles y concluyendo con Touch del Eurythmics liderado por la andrógina y siempre inquietante Annie Lennox.

La selección de la revista ha sido realizada en base a una encuesta que la firma Ernst & Young realizó entre 273 participantes, quienes eligieron sus 50 álbumes predilectos. Esto significa que a partir de 13,650 títulos, incluyendo los repetidos, se estableció el ranking de 500. No disponemos de mayor información en relación con el universo encuestado: edad, estrato social y económico, profesión, vinculación con el ambiente musical etc., lo cual no nos permite apreciar el alcance de la investigación. Sin embargo, dejo en claro que no vamos a hacer una cuestión de estado la rigurosidad o no con que ha sido efectuada dicha selección, la cual para algunos, ha supuesto una odiosa calificación que no ha sido justa con sus engreidos o que ha olvidado incluir algún disco memorable y que, por el contrario ha incluido uno que otro insustancial.

Repito: no voy a criticar la falta de rigor en la selección. Los años de rebeldía e inconformismo, y en los que nos era inaceptable escuchar o leer que Jim Morrison, el legendario vocalista de The Doors, era superior a Bob Dylan son cosa del pasado. El joven Jim yace desde los setenta en una tumba del  histórico Pere Lachaise de París y hacia allí hemos peregrinado todos aquellos que supimos de su talento desbordado, desde aquel estremecedor The End que abre el film Apocalypse Now – hasta aquellos estertores mágico misteriosos de When the music is over. La selección de Rolling Stone recién le rinde homenaje a The Doors en el número 42, y luego se olvida de ellos hasta el puesto 362 en que aparece su notable álbum L.A. Woman, donde está el evanescente Riders on the Storm. Por su parte, el viejo Bob, a pesar de sus sesenta y pico, con dos álbumes maestros que oscilan entre la oscuridad y la ironía -Time Out of Mind (un injusto 408) y Love & Theft (otro injusto 467)-  y su   Never Ending Tour (es decir, sus interminables giras europeas y americanas)  está decidido a dejar la piel en los escenarios y morir como los viejos pioneros americanos con las botas puestas. Hoy, pues, hay sitio para todos, en nuestro Olimpo musical.

Dentro de los primeros quince lugares de la amplia selección de Rolling Stone, se ubican cinco discos de The Beatles: Sgt Pepper’s... liderando la lista y luego, Revolver (3), Rubber Soul (5), The White Album (10) y Abbey Road (15). Ciertamente, The Beatles marcó el inicio de una época de cambios fundamentales en la historia de la música popular y específicamente el Sgt. Pepper... se imponía como una suerte de himno en una era que se abría paso con el lema de música, paz y amor, y la realidad se atisbaba a través de los cristales deformados de una psicodelia hecha de sueños multicolores, viajes alucinados y una rara mezcla de espiritualidad oriental y estremecedores rugidos de guitarras eléctricas.

Lo que muchos desconocen, sin embargo, es que el quiebre que hay entre los primeros discos de The Beatles y Rubber Soul, su primer disco de madurez hecho en 1965, le debe mucho a la influencia de Bob Dylan. Y el ejemplo más claro de esta influencia –composición y vocalización- se puede apreciar en la hermosa Norwegian Wood, en donde la inspirada interpretación de Lennon tiene como acertado soporte melódico el sitar (instrumento de origen indio) de George Harrison. Revolver y Abbey Road tienen, para nosotros, como mérito adicional el haber mostrado que tras los inflados egos de Lennon y McCartney, existía el talento de un Harrison que no sólo tenía el filo de los guitarristas de estirpe sino que gracias a oportunas escapadas podía mostrar que la composición y la interpretación no sólo no le eran ajenas sino que podía ser mejor que la muchas veces sobrevalorada y famosa dupla. Y es así como vieron la luz: Taxman, I want to tell you (Revolver) o las inolvidables Something, Here comes the sun (Abbey Road) y While my guitar gently weeps (The White Album).

De Dylan, la selección incluye dentro de los primeros quince lugares únicamente dos álbumes: Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde, obras maestras que, bajo nuestro punto de vista, superan ampliamente lo realizado por The Beatles. Lo que no tuvieron estos discos, no sé si lamentablemente, fue toda la maquinaria comercial que sí dispusieron los cuatro de Liverpool. El Highway....es una conclusión y un comienzo a la vez. Es el punto final de la era exclusivamente folk de Dylan. El poderoso golpe de las baquetas sobre los tambores que da paso al piano y a las guitarras eléctricas del primer surco –Like a Rolling Stone- inauguran a la vez la nueva ruta que tomará a partir de ese momento la música de un Dylan que no acepta endiosamientos ni simbolismos fatuos, y que desde allí apuesta por lo que siempre quiso ser: un cantante de rock que habla sobre su entorno con ironía y vehemencia apelando con desparpajo a la cita literaria, a las referencias bíblicas y al retrato surrealista. Blonde on Blonde es la magia del sonido, de aquel sonido que el propio Dylan llamara mercurial y cuyos acordes metálicos y brillantes encierran versos cada vez más herméticos, pero entre los cuales se descubre la pasión por amores contrariados y las anotaciones autobiográficas. Por otro lado, y tal como ocurrirá en dos de sus últimos discos -Time out of mind y, especialmente, Love & Theft- Blonde on Blonde es una suerte de panoplia de géneros musicales. Allí se dan cita el blues, el jazz, el rock,  en combinación maravillosa  que se cierra con una apasionada balada –a veces dura, a veces tierna- dedicada a una dama de mirada triste de unas enigmáticas tierras bajas.

Recién en el número 16 aparece otro disco fundamental de Dylan, el hermoso y agridulce Blood on the Tracks. Álbum hecho desde las profundidades de su dolor, impotencia y soledad, es tal vez uno de sus más personales testimonios autobiográficos, que aborda pecho descubierto el fin de una relación amorosa entrañable. Blood on the tracks es tan confesional que el mismo autor, abandonando el cerco verbal irónico y agresivo con el que tiende a proteger su intimidad, expresó en alguna ocasión que le resultaba difícil entender cómo la gente podía declarar que disfrutaba de este disco que habla de tristezas y de dolor.

Para los encuestados de la revista Rolling Stone, Lou Reed no merece mucha atención y, apenas si incluye en el número 13, el primer álbum grabado por The Velvet Underground, grupo que incluía a Lou Reed y a John Cale como sus incuestionables líderes. El título del disco es el mismo que el de la banda, y su carácter notable radica en que sobre una estructura musical minimalista las letras de las canciones proyectaban, de manera inaugural y provocadora en el rock de los sesenta, imágenes demoledoras de un sórdido universo neoyorquino. Su influencia en el mundo musical ha sido vasta, su labor pionera en el campo de la composición hizo posible la existencia de muchas bandas que darían que hablar posteriomente bajo aquellas denominaciones genéricas conocidas como punk, grunge y noise rock.  Bandas como The Stooges, Nirvana, R.E.M o cantantes como David Bowie son inconcebibles sin la presencia del gran Velvet Underground.

Sin embargo, no es fácil escuchar al Velvet y a Lou Reed, y además hay incompatibilidades: quienes gustan de los oropeles de Michael Jackson (su Thriller está en el puesto 20) difícilmente sintonizarán con la poesía bronca y lúcida de un Lou Reed, y quienes votaron por la calidez de una Carole King en su mejor momento (su Tapestry está en el puesto 36) se incomodarán con la crudeza y el arrebato del extraordinario Velvet.  La selección de la revista Rolling Stone así lo permite comprobar. No hay noticias ni de la controvertida banda ni del gran Lou sino hasta el puesto 109 en que aparece el álbum Loaded, un disco que ya anunciaba el fin del Velvet, pero en el que aparece el formidable Sweet Jane, que se convertiría en el clásico obligado de los conciertos de Lou Reed, actuando ya como solista. Relegado a los puestos 194 y 344 aparecen respectivamente Transformer, su primer álbum, y el impresionante aunque traumático Berlín. No aparecen, en cambio, dos discos fundamentales de los noventa, New York –una vez más, la ciudad motivo de sus iras y amores- y el hermoso Magic & Loss, cuyo centro temático –a partir del homenaje a sus amigos consumidos por el cáncer- es la enfermedad, el dolor y la muerte.

Grandes bandas como The Who, que brillara en el Festival de Woodstock  y Led Zepellin, que convirtiera el blues en los violentos gritos con los que vio la luz el Heavy Metal,  tuvieron en la encuesta una aceptación modesta  y fueron calificados por debajo de lo esperado, incluso por debajo de grupos ligeros como Fleetwood Mac o bandas de paso fugaz y un solo tema como The Eagles y su Hotel California. The Who recién aparecen a partir del puesto 28 con Who´s Next, un disco en el que Pete Townshend apela a los sintetizadores para contribuir a dar los efectos sinfónicos del disco. Led Zepellin está en el puesto 29 con un álbum de igual nombre, y recién en el 66 está el disco que nos parece extraordinario –Led Zeppelin IV- donde están dos títulos geniales, Stairway to Heaven y Battle of Evermore

Sí nos parece justo que el blues subversivo de Exile on Main Street de The Rolling Stones figure entre los diez primeros. Bajo nuestro punto de vista, esta banda fue en los sesenta una mejor alternativa que The Beatles, de allí que no concordemos que su Let It Bleed, donde está el emotivo You Can´t Always Get What You Want,  haya sido postergada a la posición 32. Llama la atención que una banda con un poderoso background como la de los Stones, no haya calado en el perfil de los encuestados y esa indiferencia haya determinado que un disco fundamental como Sticky Fingers, donde ubicamos a la hermosa Wild Horses, sea relegado a un lejano 63 o aquel otro, Now, con claras influencias del blues negro americano, aparezca en el lejano puesto 181, detrás incluso de discos intrascendentes como Close to you de The Carpenters (puesto175) o un álbum comercial como el Greatest Hits de 1974 (puesto 135) de un Elton John muy venido a menos. Tal vez el sonido “sucio” que caracterizó los primeros discos de los Stones haya influenciado en esta decisión, sin embargo, versos como los de As tears go by que Mick Jagger y Keith Richards compusieran allá por 1964 - “ha llegado la noche y miro a los niños jugar, caras sonrientes son las que veo, pero no me sonríen a mí, me siento y observo mientras lágrimas ruedan por mi rostro” – son infinitamente superiores a las simplezas de la joven que ama al muchacho  teniendo como coro el aburrido yeah, yeah del Lennon y McCartney de sus inicios. Los Stones nacieron adultos y se conservan jóvenes, los Beatles tuvieron que aprender antes de llegar a una madurez que les significó su prematuro final.

Elvis Presley hizo muchos discos desde que en 1955 se iniciara en el viejo Sun Studios. Aún conservamos  la lujosa edición de 8 discos (LPs) que por su 25 aniversario, la RCA sacó al mercado y es esta edición la que nosotros habríamos colocado entre los 10 primeros lugares, en razón del testimonio de toda una carrera fructífera y no exenta de los avatares propios de una vida vivida en el límite. La selección de Rolling Stone ha privilegiado los años aurorales, The Sun Sessions (puesto 11), de cuando optó por el Rythm & Blues y sus impactamtes movimientos pélvicos que lo hicieran famoso.

La encuesta no es generosa con un grupo como The Band en cuanto a lugar de preferencia, aunque es bueno decir que entre el álbum Music From Big Pink (puesto 34), grabado mientras hacían compañía a Dylan luego de su accidente en motocicleta, y The Band (puesto 45), su siguiente álbum, no hay mucha distancia. Habría pues consenso en reconocer la valía de un grupo cuyas letras de sus canciones anclaban en la América rural, esa parte de Estados Unidos que desciende directamente de aquellos que hicieron la marcha hacia el Oeste, y que sus integrantes a pesar de ser canadienses con la excepción del baterista Levon Helm, supieron hacer suya. Nosotros habríamos incluido dentro de una lista de esenciales a The Last Waltz, el canto final de este grupo a quien Dylan, Neil Young , Eric Clapton y muchos más, le deben tanto.

Tal parece que para la revista Rolling Stone, un disco de Eric Clapton no es digno de figurar ni siquiera entre los cincuenta primeros. Fresh Cream, de cuando Clapton formaba parte de Cream en 1967 y Layla and Other Assorted Love Songs de los tiempos de Derek and The Dominos (1970) se encuentran más allá del puesto 100. Lástima, Wheels of Fire, donde está una de nuestras canciones predilectas, White Room, recién es recuperada en el puesto 203. Y sin embargo, el aporte de Clapton a la evolución de la música ha sido enorme, aporte basado tanto en ese fino y relajado toque de guitarra a través del cual confesaba su devoción y terca fidelidad a los viejos blues negros de los que se nutrió en su juventud, como en su vocación por formar las llamadas superbandas en las cuales compartía escenario con otros grandes músicos como John Mayall, Jack Bruce y Steve Winwood.

Las bandas pertenecientes al llamado rock progresivo tampoco son muy consideradas en la calificación. Un disco fundamental como The Dark Side of The Moon de Pink Floyd aparece en el puesto 43, y cuarenta y tantos lugares más allá está la operática The Wall. Ni la inspiración de Yes (de quien su colección de Yesyears es sumamente atractiva), ni el virtuosismo de Emerson Lake and Palmer, ni el trabajo pionero y original de Frank Zappa captan la atención de los encuestados, muchos de los cuales han preferido incluir ligerezas como Saturday Night Fever (131) con los inefables Bee Gees o la insustancialidad de ABBA, The Definitive Collection (180).

Cincuenta años han transcurrido desde que Elvis Presley arrancó con las notas de That´s All Right en los viejos Estudios Sun de su ciudad natal Memphis y con ello inscribió en la historia la partida de nacimiento del rock and roll. Como todo descubrimiento o invención, el azar y la inspiración del momento tomaron parte en un hecho que, a simple vista y en probable opinión de los allí presentes, no pasaba de ser un buen rato de distracción y tal vez la oportunidad de lanzar un éxito musical. Lo que no podían saber en ese momento, es que se había abierto una suerte de Caja de Pandora, cuyo contenido aún continúa sorprendiéndonos y desafiándonos.

El rock and roll nació para quedarse. Varias son ya las generaciones que de allí se han nutrido y disfrutado, muchas veces con el escándalo de las viejas generaciones, que no podían perdonarle al rock su temperamento levantisco, su origen abiertamente subversivo, su esencia contracultural e iconoclasta. La selección de Rolling Stone aún con sus limitaciones, arbitrariedades y contradicciones es una señal reconfortante de la vigencia y juventud del rock y de sus manifestaciones y derivaciones. Por ello, con alegría y no poco desenfado,  nos unimos a los coros del español Miguel Ríos para gritar a todo pulmón que los viejos rockeros nunca mueren.

Lima, 5 de julio de 2004.

Texto para la revista Hablemos de Quimpac.


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