Escribe: Rogelio Llanos Q.
A Gaby, que a los trece
ya se entusiasma
con Dylan, Reed, U2 y
Yes.
A Susy, que de vez en
cuando,
desde su programa
radial,
golpeaba las puertas
del cielo.
Visitar una librería
es siempre un buen motivo para iniciar una pequeña cacería que va desde la
búsqueda terca e ilusa de viejas y nuevas ediciones de los libros del polaco
nacionalizado inglés Joseph Conrad –inevitable punto de partida de estas
reconfortantes incursiones- hasta la revisión detallada y crítica de aquellos
libros y revistas que abordan el mundo de la música en sus diversas formas:
biografías, diccionarios, historias de los géneros, antologías, y un enorme etc,
pasando por la infaltable revisión de las novedades literarias tanto nacionales
como foráneas.
Lástima, el espacio
destinado a libros sobre música en nuestras librerías no son muy generosos que
digamos, y es que el mercado, por razones económicas o culturales es muy
reducido. En realidad, la mayoría de los consumidores de discos, quieren
simplemente escucharlos, sin tomar en consideración las críticas, comentarios e
historias que suelen rodear la actividad relacionada con la creación musical.
Sin embargo, de vez en cuando, es posible encontrar alguna curiosidad o rareza
que pone en emergencia a nuestros bolsillos, y, entonces, olvidando que los
bancos son implacables cuando de cobrar deudas se trata, acudimos a nuestro
reducido crédito disponible para adquirir aquellas hojas escritas que leidas
como prólogo o epílogo de la música amada elevará nuestras cotas de placer
melómano a alturas insospechadas.
Precisamente, fue una
de esas tardes de cacería de libros que me topé en la sección revistas de una
conocida librería limeña con el número 4 (febrero 2004) de la revista Rolling
Stone, en su edición en español, en cuya carátula se leía –ocupando todo el
espacio- 500 Discos Esenciales de Todos
los Tiempos. El título, pomposo y sugerente a la vez, nos invitó a echarle
una rápida mirada al ejemplar de 86 páginas. Y sí, efectivamente, allí estaban
mencionados, uno a uno, numerados, con foto reducida de la carátula del álbum y
el respectivo pequeño comentario, los 500 discos que para Rolling Stone
significaban lo más graneado, importante e indispensable de la música popular,
empezando con el Sgt. Pepper´s Lonely
Hearts Club Band de The Beatles y concluyendo con Touch del Eurythmics liderado por la andrógina y siempre
inquietante Annie Lennox.
La selección de la
revista ha sido realizada en base a una encuesta que la firma Ernst & Young
realizó entre 273 participantes, quienes eligieron sus 50 álbumes predilectos.
Esto significa que a partir de 13,650 títulos, incluyendo los repetidos, se
estableció el ranking de 500. No disponemos de mayor información en relación
con el universo encuestado: edad, estrato social y económico, profesión,
vinculación con el ambiente musical etc., lo cual no nos permite apreciar el
alcance de la investigación. Sin embargo, dejo en claro que no vamos a hacer
una cuestión de estado la rigurosidad o no con que ha sido efectuada dicha selección,
la cual para algunos, ha supuesto una odiosa calificación que no ha sido justa
con sus engreidos o que ha olvidado incluir algún disco memorable y que, por el
contrario ha incluido uno que otro insustancial.
Repito: no voy a
criticar la falta de rigor en la selección. Los años de rebeldía e
inconformismo, y en los que nos era inaceptable escuchar o leer que Jim
Morrison, el legendario vocalista de The Doors, era superior a Bob Dylan son
cosa del pasado. El joven Jim yace desde los setenta en una tumba del histórico Pere Lachaise de París y hacia allí
hemos peregrinado todos aquellos que supimos de su talento desbordado, desde
aquel estremecedor The End que abre
el film Apocalypse Now – hasta aquellos estertores mágico misteriosos de When the music is over. La selección de
Rolling Stone recién le rinde homenaje a The Doors en el número 42, y luego se
olvida de ellos hasta el puesto 362 en que aparece su notable álbum L.A. Woman, donde está el evanescente Riders on the Storm. Por su parte, el
viejo Bob, a pesar de sus sesenta y pico, con dos álbumes maestros que oscilan
entre la oscuridad y la ironía -Time Out
of Mind (un injusto 408) y Love
& Theft (otro injusto 467)- y su Never Ending Tour (es decir, sus interminables
giras europeas y americanas) está decidido
a dejar la piel en los escenarios y morir como los viejos pioneros americanos con
las botas puestas. Hoy, pues, hay sitio para todos, en nuestro Olimpo musical.
Dentro de los primeros
quince lugares de la amplia selección de Rolling Stone, se ubican cinco discos
de The Beatles: Sgt Pepper’s...
liderando la lista y luego, Revolver (3),
Rubber Soul (5), The White Album (10) y Abbey Road (15). Ciertamente, The
Beatles marcó el inicio de una época de cambios fundamentales en la historia de
la música popular y específicamente el Sgt.
Pepper... se imponía como una suerte de himno en una era que se abría paso
con el lema de música, paz y amor, y la realidad se atisbaba a través de los
cristales deformados de una psicodelia hecha de sueños multicolores, viajes
alucinados y una rara mezcla de espiritualidad oriental y estremecedores
rugidos de guitarras eléctricas.
Lo que muchos
desconocen, sin embargo, es que el quiebre que hay entre los primeros discos de
The Beatles y Rubber Soul, su primer
disco de madurez hecho en 1965, le debe mucho a la influencia de Bob Dylan. Y
el ejemplo más claro de esta influencia –composición y vocalización- se puede
apreciar en la hermosa Norwegian Wood,
en donde la inspirada interpretación de Lennon tiene como acertado soporte
melódico el sitar (instrumento de origen indio) de George Harrison. Revolver y Abbey Road tienen, para nosotros, como mérito adicional el haber
mostrado que tras los inflados egos de Lennon y McCartney, existía el talento de
un Harrison que no sólo tenía el filo de los guitarristas de estirpe sino que
gracias a oportunas escapadas podía mostrar que la composición y la
interpretación no sólo no le eran ajenas sino que podía ser mejor que la muchas
veces sobrevalorada y famosa dupla. Y es así como vieron la luz: Taxman, I want to tell you (Revolver) o las inolvidables Something, Here comes the sun (Abbey
Road ) y While
my guitar gently weeps (The White
Album).
De Dylan, la selección
incluye dentro de los primeros quince lugares únicamente dos álbumes: Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde, obras maestras que,
bajo nuestro punto de vista, superan ampliamente lo realizado por The Beatles.
Lo que no tuvieron estos discos, no sé si lamentablemente, fue toda la
maquinaria comercial que sí dispusieron los cuatro de Liverpool. El Highway....es una conclusión y un
comienzo a la vez. Es el punto final de la era exclusivamente folk de Dylan. El poderoso golpe de las
baquetas sobre los tambores que da paso al piano y a las guitarras eléctricas
del primer surco –Like a Rolling Stone-
inauguran a la vez la nueva ruta que tomará a partir de ese momento la música
de un Dylan que no acepta endiosamientos ni simbolismos fatuos, y que desde
allí apuesta por lo que siempre quiso ser: un cantante de rock que habla sobre
su entorno con ironía y vehemencia apelando con desparpajo a la cita literaria,
a las referencias bíblicas y al retrato surrealista. Blonde on Blonde es la magia del sonido, de aquel sonido que el propio
Dylan llamara mercurial y cuyos acordes metálicos y brillantes encierran versos
cada vez más herméticos, pero entre los cuales se descubre la pasión por amores
contrariados y las anotaciones autobiográficas. Por otro lado, y tal como
ocurrirá en dos de sus últimos discos -Time
out of mind y, especialmente, Love
& Theft- Blonde on Blonde es
una suerte de panoplia de géneros musicales. Allí se dan cita el blues, el
jazz, el rock, en combinación
maravillosa que se cierra con una
apasionada balada –a veces dura, a veces tierna- dedicada a una dama de mirada
triste de unas enigmáticas tierras bajas.
Recién en el número 16
aparece otro disco fundamental de Dylan, el hermoso y agridulce Blood on the Tracks. Álbum hecho desde las
profundidades de su dolor, impotencia y soledad, es tal vez uno de sus más
personales testimonios autobiográficos, que aborda pecho descubierto el fin de
una relación amorosa entrañable. Blood
on the tracks es tan confesional que el mismo autor, abandonando el cerco
verbal irónico y agresivo con el que tiende a proteger su intimidad, expresó en
alguna ocasión que le resultaba difícil entender cómo la gente podía declarar
que disfrutaba de este disco que habla de tristezas y de dolor.
Para los encuestados de la
revista Rolling Stone, Lou Reed no merece mucha atención y, apenas si incluye
en el número 13, el primer álbum grabado por The Velvet Underground, grupo que incluía a Lou Reed y a John Cale
como sus incuestionables líderes. El título del disco es el mismo que el de la
banda, y su carácter notable radica en que sobre una estructura musical
minimalista las letras de las canciones proyectaban, de manera inaugural y
provocadora en el rock de los sesenta, imágenes demoledoras de un sórdido
universo neoyorquino. Su influencia en el mundo musical ha sido vasta, su labor
pionera en el campo de la composición hizo posible la existencia de muchas
bandas que darían que hablar posteriomente bajo aquellas denominaciones
genéricas conocidas como punk, grunge y noise rock. Bandas como The Stooges, Nirvana, R.E.M o
cantantes como David Bowie son inconcebibles sin la presencia del gran Velvet
Underground.
Sin embargo, no es fácil escuchar
al Velvet y a Lou Reed, y además hay incompatibilidades: quienes gustan de los
oropeles de Michael Jackson (su Thriller
está en el puesto 20) difícilmente sintonizarán con la poesía bronca y lúcida
de un Lou Reed, y quienes votaron por la calidez de una Carole King en su mejor
momento (su Tapestry está en el
puesto 36) se incomodarán con la crudeza y el arrebato del extraordinario
Velvet. La selección de la revista
Rolling Stone así lo permite comprobar. No hay noticias ni de la controvertida
banda ni del gran Lou sino hasta el puesto 109 en que aparece el álbum Loaded, un disco que ya anunciaba el
fin del Velvet, pero en el que aparece el formidable Sweet Jane, que se convertiría en el clásico obligado de los
conciertos de Lou Reed, actuando ya como solista. Relegado a los puestos 194 y
344 aparecen respectivamente Transformer,
su primer álbum, y el impresionante aunque traumático Berlín. No aparecen, en cambio, dos discos fundamentales de los
noventa, New York –una vez más, la
ciudad motivo de sus iras y amores- y el hermoso Magic & Loss, cuyo centro temático –a partir del homenaje a sus
amigos consumidos por el cáncer- es la enfermedad, el dolor y la muerte.
Grandes bandas como The
Who, que brillara en el Festival de Woodstock y Led Zepellin, que convirtiera el blues en
los violentos gritos con los que vio la luz el Heavy Metal, tuvieron en la encuesta una aceptación modesta
y fueron calificados por debajo de lo
esperado, incluso por debajo de grupos ligeros como Fleetwood Mac o bandas de
paso fugaz y un solo tema como The Eagles y su Hotel California. The Who recién
aparecen a partir del puesto 28 con Who´s
Next, un disco en el que Pete Townshend apela a los sintetizadores para
contribuir a dar los efectos sinfónicos del disco. Led Zepellin está en el puesto 29 con un álbum de igual nombre, y
recién en el 66 está el disco que nos parece extraordinario –Led Zeppelin IV- donde están dos
títulos geniales, Stairway to Heaven y Battle of Evermore.
Sí nos parece justo que el
blues subversivo de Exile on Main Street
de The Rolling Stones figure entre los diez primeros. Bajo nuestro punto de
vista, esta banda fue en los sesenta una mejor alternativa que The Beatles, de
allí que no concordemos que su Let It
Bleed, donde está el emotivo You Can´t Always Get What You Want, haya sido postergada a la posición 32. Llama
la atención que una banda con un poderoso background como la de los Stones, no
haya calado en el perfil de los encuestados y esa indiferencia haya determinado
que un disco fundamental como Sticky
Fingers, donde ubicamos a la hermosa Wild
Horses, sea relegado a un lejano 63 o aquel otro, Now, con claras influencias del blues negro americano, aparezca en
el lejano puesto 181, detrás incluso de discos intrascendentes como Close to you de The Carpenters
(puesto175) o un álbum comercial como el Greatest
Hits de 1974 (puesto 135) de un Elton John muy venido a menos. Tal vez el
sonido “sucio” que caracterizó los primeros discos de los Stones haya
influenciado en esta decisión, sin embargo, versos como los de As tears go by que Mick Jagger y Keith
Richards compusieran allá por 1964 - “ha llegado la noche y miro a los niños
jugar, caras sonrientes son las que veo, pero no me sonríen a mí, me siento y
observo mientras lágrimas ruedan por mi rostro” – son infinitamente superiores
a las simplezas de la joven que ama al muchacho teniendo como coro el aburrido yeah, yeah del
Lennon y McCartney de sus inicios. Los Stones nacieron adultos y se conservan
jóvenes, los Beatles tuvieron que aprender antes de llegar a una madurez que les
significó su prematuro final.
Elvis Presley hizo muchos
discos desde que en 1955 se iniciara en el viejo Sun Studios. Aún conservamos la lujosa edición de 8 discos (LPs) que por
su 25 aniversario, la RCA sacó al mercado y es esta edición la que nosotros
habríamos colocado entre los 10 primeros lugares, en razón del testimonio de
toda una carrera fructífera y no exenta de los avatares propios de una vida
vivida en el límite. La selección de Rolling Stone ha privilegiado los años
aurorales, The Sun Sessions (puesto
11), de cuando optó por el Rythm & Blues y sus impactamtes movimientos
pélvicos que lo hicieran famoso.
La encuesta no es generosa
con un grupo como The Band en cuanto a lugar de preferencia, aunque es bueno
decir que entre el álbum Music From Big
Pink (puesto 34), grabado mientras hacían compañía a Dylan luego de su
accidente en motocicleta, y The Band
(puesto 45), su siguiente álbum, no hay mucha distancia. Habría pues consenso
en reconocer la valía de un grupo cuyas letras de sus canciones anclaban en la
América rural, esa parte de Estados Unidos que desciende directamente de
aquellos que hicieron la marcha hacia el Oeste, y que sus integrantes a pesar
de ser canadienses con la excepción del baterista Levon Helm, supieron hacer
suya. Nosotros habríamos incluido dentro de una lista de esenciales a The Last Waltz, el canto final de este
grupo a quien Dylan, Neil Young , Eric Clapton y muchos más, le deben tanto.
Tal parece que para la
revista Rolling Stone, un disco de Eric Clapton no es digno de figurar ni
siquiera entre los cincuenta primeros. Fresh
Cream, de cuando Clapton formaba parte de Cream en 1967 y Layla and Other Assorted Love Songs de
los tiempos de Derek and The Dominos (1970) se encuentran más allá del puesto
100. Lástima, Wheels of Fire, donde
está una de nuestras canciones predilectas, White
Room, recién es recuperada en el puesto 203. Y sin embargo, el aporte de
Clapton a la evolución de la música ha sido enorme, aporte basado tanto en ese
fino y relajado toque de guitarra a través del cual confesaba su devoción y terca
fidelidad a los viejos blues negros de los que se nutrió en su juventud, como en
su vocación por formar las llamadas superbandas en las cuales compartía
escenario con otros grandes músicos como John Mayall, Jack Bruce y Steve
Winwood.
Las bandas pertenecientes
al llamado rock progresivo tampoco son muy consideradas en la calificación. Un
disco fundamental como The Dark Side of
The Moon de Pink Floyd aparece en el puesto 43, y cuarenta y tantos lugares
más allá está la operática The Wall.
Ni la inspiración de Yes (de quien su colección de Yesyears es sumamente atractiva), ni el virtuosismo de Emerson Lake
and Palmer, ni el trabajo pionero y original de Frank Zappa captan la atención
de los encuestados, muchos de los cuales han preferido incluir ligerezas como Saturday Night Fever (131) con los
inefables Bee Gees o la insustancialidad de ABBA, The Definitive Collection (180).
Cincuenta años han
transcurrido desde que Elvis Presley arrancó con las notas de That´s All Right en los viejos Estudios
Sun de su ciudad natal Memphis y con ello inscribió en la historia la partida
de nacimiento del rock and roll. Como todo descubrimiento o invención, el azar
y la inspiración del momento tomaron parte en un hecho que, a simple vista y en
probable opinión de los allí presentes, no pasaba de ser un buen rato de
distracción y tal vez la oportunidad de lanzar un éxito musical. Lo que no
podían saber en ese momento, es que se había abierto una suerte de Caja de
Pandora, cuyo contenido aún continúa sorprendiéndonos y desafiándonos.
El rock and roll nació
para quedarse. Varias son ya las generaciones que de allí se han nutrido y
disfrutado, muchas veces con el escándalo de las viejas generaciones, que no
podían perdonarle al rock su temperamento levantisco, su origen abiertamente
subversivo, su esencia contracultural e iconoclasta. La selección de Rolling
Stone aún con sus limitaciones, arbitrariedades y contradicciones es una señal
reconfortante de la vigencia y juventud del rock y de sus manifestaciones y
derivaciones. Por ello, con alegría y no poco desenfado, nos unimos a los coros del español Miguel
Ríos para gritar a todo pulmón que los viejos rockeros nunca mueren.
Lima, 5 de julio de 2004.
Texto para la revista Hablemos de Quimpac.
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