8/12/13

PODER ABSOLUTO


(Absolute Power, 1997)

Director: Clint Eastwood

- I -

Curioso el derrotero de Clint Eastwood. Aunque con algunos críticos en contra, que se ensañaron en sus inicios remarcando sus limitaciones, alcanzó un éxito comercial apabullante como actor, principalmente de “westerns”, logrando realizar, posteriormente, una extraordinaria carrera como director. Carrera, ciertamente,  nada uniforme, incluso con algunas cintas bastante flojas, pero albergando aún en ellas -y eso es lo más importante- instantes que han permitido apreciar el talento de un director, cuyo universo y estilo muy propios han sido configurados en esos grandes momentos de su trabajo conocidos como Honkytonk Man, El Jinete Pálido, Bird, Cazador Blanco Corazón Negro, Los Imperdonables, Un Mundo Perfecto, Los Puentes de Madison.

Estas tres últimas películas, precisamente, anteceden a Poder Absoluto. De allí que las expectativas generadas por esta cinta hayan sido muy grandes y, también grandes las decepciones luego de su estreno. Sin embargo, no debemos pecar de injustos. Poder Absoluto, definitivamente, no es la gran película que se esperaba del director de Los Imperdonables, pero tampoco es una película para dejar de lado. Ha sido hecha con un gran oficio, su manufactura es correctísima, nos divierte a plenitud y, tiene unos treinta minutos iniciales de un corte impecable.

Pero,  hay quienes nos van a increpar  dónde quedó el encanto de Los Puentes..., la fuerza de Los Imperdonables o la capacidad fabuladora de Un Mundo perfecto. Bueno, allá ellos, siempre a la caza de la perfección o lo inmaculado. No siempre se podrá rozar las alturas de la obra maestra, y nosotros, sencillamente, alejados de esa vocación clasificatoria que lapida “porque esta película está muy lejos de tales y tales obras maestras”, nos abocamos a vivir las imágenes del cine de Eastwood intensa y apasionadamente, dejándonos arrastrar por nuestras lealtades (que el viejo Clint hace rato que se ganó la nuestra, desde que desenfundó su revólver por primera vez) y siguiendo ese principio truffautiano que se resume en la siguiente frase: “Hoy, a las películas que veo les pido que expresen o bien la alegría de hacer cine o bien la angustia de hacer cine, y me desintereso...de todas las películas que no vibran”.

Poder Absoluto es la historia de un ladrón de joyas, Luther Whitney (Clint Eastwood), que una noche en pleno robo de una mansión se convierte en testigo de un crimen. El asunto, empero, adquiere notoriedad al estar implicado el hombre más importante de la nación americana, el Presidente Richmond (Gene Hackman). Descubierta la molesta presencia del ladrón, la policía, un pistolero a sueldo y el cuerpo de seguridad del Presidente se empeñan en sacarlo de en medio. Tras la intención inicial de irse del país, Whitney cambia de opinión y decide quedarse para descubrir la verdad.

- II -

No es casual que los centros de interés en los trazos de Luther Whitney, aficionado al dibujo y a la pintura, sean los ojos y las manos. El descubrimiento de la realidad se ejecuta fundamentalmente a través del órgano de la visión y la transformación de esa realidad depende en mucho de lo que las manos puedan construir o destruir. Y Whitney, en la primera secuencia del film, que se enlaza inteligentemente con un pequeño prólogo a través de un fundido encadenado efectuado sobre el dibujo de una mansión, resulta ser el espectador oculto de una verdad nada gloriosa para la nación americana: su Presidente es un tipo inmoral, hipócrita y capaz de llegar al crimen y quienes lo asisten o secundan tienen la entraña intrigante y asesina. Sus manos, hábiles para el robo, deberán convertirse ahora en el instrumento develador de esa realidad escondida.

Este segmento inicial revela a un Eastwood en su mejor momento. Las mayores virtudes de la  secuencia residen en la sorpresa y la precisión. Un hábil dibujante que encubre la personalidad de un ladrón, un moderno sistema de seguridad violado por un no menos sofisticado decodificador de claves secretas, un robo fabuloso de joyas y dinero a punto de frustrarse, una escena de amor convertida en una violenta refriega, un crimen en sustitución del clímax amoroso, un ladrón devenido en peligroso testigo, un cuerpo de seguridad transformado en un pelotón asesino. La cámara asume el punto de vista de Luther, que de protagonista pasa a ser un espectador privilegiado de los acontecimientos que suceden al otro lado del espejo trucado tras el cual se esconde. El actor se convierte en el hombre tras el visor de la cámara. De esta manera, es posible captar en detalle los agitados movimientos y las variadas expresiones de los amantes transformados luego en  furiosos contendientes así como la maquinación del cuerpo de seguridad del plan encubridor.

Para Luther la situación generada se complica no sólo por la posibilidad de ser descubierto (que es uno de los tantos avatares que como ladrón tiene que enfrentar) sino por el sentimiento de impotencia que se apodera de él y que, más adelante, se revelará como elemento gravitante en la decisión de no huir. Para Eastwood, el director de cine, es la obligación moral de enfrentar una realidad lacerante; es la responsabilidad de no callar ante verdades que molestan, duelen u ofenden; es el compromiso ineludible del artista de repudiar la violencia, la falsa respetabilidad, el abuso del poder.

Tensión, pulcritud en el encuadre, planificación analítica que le imprime un  ritmo galopante a la secuencia y que describe con acierto la angustia que se apodera del conjunto de personajes: Luther, a la espera de huir, con el botín y el cuchillo acusador, de la escena del crimen; Gloria Razols, la asistente presidencial, afanándose en borrar la huellas y enmascarar la situación; los guardaespaldas, tras salvar al Presidente, intentando eliminar al único testigo del asesinato. Todos y cada uno de los movimientos de la puesta en escena están cronometrados como si se tratara de un mecanismo de relojería.

Sin embargo,  Eastwood va más allá del simple virtuosismo del artesano. Coherente con el universo que él ha ido diseñando a lo largo de su carrera , define con claridad, desde ese momento, las situaciones y los personajes. Para Eastwood todo está trastocado, nada es lo que aparenta ser. Quienes poseen el reconocimiento público y tienen el poder de su lado carecen de fuerza moral; el ladrón, versión actual de su galería de marginados, tendrá la verdad de su parte y, la tendrá, como se afirmará más adelante,  por la fidelidad a sus principios. En suma, el cine de Eastwood (al margen de su propia ideología) poniendo al descubierto las lacras de un mundo cuya modernidad y riqueza no siempre fueron ajenos  al abuso, la falsedad y la violencia. Poder Absoluto, lamentablemente, no volverá a tocar las alturas a la que llega en este extraordinario comienzo.

- III-

Una película de Clint Eastwood sólo se parece a una cinta del mismo Eastwood. Esto que parece una expresión ingenua u ociosa (por demás aplicable a otros cineastas: Sam Peckinpah, Howard Hawks, Martin Scorsese, Francois Truffaut, etc), se sustenta en el hecho de que el cine de Eastwood encara un universo fácilmente reconocible: motivos, temas, tipos de personajes, homenajes se repiten, bajo nuevos términos o circunstancias de película a película, independientemente del género, incluso si éste no es  policial o “western”, tal como sucedió con Los Puentes de Madison, donde el personaje principal tenía puntos de contacto con el de Los Imperdonables y con el de Un Mundo Perfecto.

Luther Whitney, por ejemplo, es un ladrón que piensa dar su último golpe para retirarse y vivir en paz con su hija, a quien siempre ha protegido desde la sombra. El motivo del retorno a su antiguo oficio y, luego,  la acción justiciera en la que se implica, se convierten en una suerte de reivindicación a la par que una demostración de cariño por el ser o los seres que más quiere,  así como de desprecio para esa clase que detenta el poder y hace mal uso de él: los políticos. El afecto por los suyos y la lealtad a a los amigos, son sentimientos predominantes en el protagonista, pero son sentimientos que jamás se desbordan. Luther es un personaje de pocas palabras, contenido, su ternura está disfrazada de indiferencia, su sensibilidad está recubierta de dureza. El medio lo ha convertido en un hombre hábil con el disfraz. Disfraza con facilidad sus pasiones y sentimientos como su presencia exterior. Sólo así ha podido sobrevivir a las vicisitudes de una existencia azarosa, aventurera, en medio de una jungla de acero y cemento donde la ventaja y la prepotencia del poder son las armas más eficaces para alcanzar el progreso material, la seguridad  y el bienestar.

La naturaleza de Luther Whitney corresponde, a final de cuentas, a la de un artista. Su capacidad de disfrazarse y de representar o vivir el personaje encarnado así lo confirma. Es, a despecho del oficio de ladrón, un hombre que realiza su trabajo con limpieza, con elegancia y, por qué no decirlo, con humor (recuérdese la conversación con Frank -Ed Harris- el policía encargado de la investigación). Se toma su tiempo para estudiar su plan ( o su guión) en base a la observación y al dibujo. La precisión en la ejecución es la marca de su estilo. Sus apariciones resultan providenciales (para salvar a Kate, por ejemplo), sus evasiones tienen un carácter fantasmal (luego del atentado contra su vida, lo único que queda en el lugar es su sobretodo). Y, además, es un gran aficionado del arte, pasa muchas horas en el museo apreciando las pinturas y, es capaz, en pleno robo, de distraerse un poco para examinar los cuadros de la mansión en la que ha entrado.

Sin embargo, hay en este personaje una cualidad que lo define de pies a cabeza: su fidelidad a ciertos principios, que le permite, por encima de su opción de vida, mantener una cierta integridad moral. Si el descubrimiento de la amistad traicionada (como la que el Presidente Richmond perpetra contra Walter Sullivan -E.G. Marshall, no sólo acostándose con su mujer sino siendo cómplice de su asesinato) le produce un sentimiento de repulsión, el no haber podido impedir el crimen de la mujer le ocasiona a Luther un sentimiento de culpa que lo impele a expiarlo. Ambos hechos lo impulsan a tomar una decisión: no escapará, se quedará para hacer aflorar la verdad, aún a costa de su seguridad y de su hija.

Eastwood desliza aquí los otros temas de su predilección:  el individuo contra la organización y la segunda oportunidad. Luther es un individualista a ultranza. Sus amigos son muy pocos o no los tiene. Sus planes los organiza y los ejecuta de manera solitaria y solo sale de sus problemas. Esta concepción ética del personaje lo equipara a los protagonistas de sus otras cintas. Hay una suerte de desconfianza hacia lo que la sociedad puede darle al individuo. Por ello, él se provee de sus propios recursos y cuida al único ser que está cerca de él. Sus métodos van a contracorriente de lo establecido por la civilización. Sus víctimas son millonarios que representan la decadencia moral y física de una norteamérica que ha traicionado, a través de sus líderes corruptos, los ideales de los pioneros. Por tal motivo, sólo hay dos alternativas: la huída o el enfrentamiento. Luther escoge la segunda porque la acción traidora e hipócrita del Presidente atenta contra su propio código moral.

La decisión tomada le dará la ocasión de reivindicarse. Reivindicación por partida doble: ante sí mismo y ante su hija. No pudo evitar el crimen de la esposa del millonario, pero sí puede evitar que quede impune. Durante mucho tiempo fue considerado un extraño para su hija, ahora le demostrará que nunca estuvo alejado de ella, que por el contrario, siempre estuvo presente en los acontecimientos vitales para ella y que siempre se preocupó de que nunca le faltara nada. Y aquí, este motivo se entrelaza con ese otro que Eastwood desarrollara entrañablemente en Los Puentes de Madison y que tiene que ver con el descubrimiento de los afectos y de las conductas a través de los recuerdos fotográficos, constituyendo un pequeño subtema dentro del film.

- IV -

Sin duda, Poder Absoluto es un film que no carece de interés. Pero, hay que reconocer que enfrenta dos problemas: de un lado, su desbalance, su ritmo decreciente y, de otro, una cierta ligereza en la concepción del villano mayor (el Presidente) y de su asistenta.

Tras la poderosa secuencia del crimen que abre el film, larga, intensa, rica en descubrimientos, el film entra en la fase de la investigación, las sospechas, la relación familiar del protagonista, fase que tendrá su pico de interés en los momentos del atentado contra Luther y de su hija. En el primero Eastwood tiene éxito, es un hecho fortuito -el azar- el que impide que los francotiradores le acierten a Luther. Nos parece una salida arbitraria, pero, al menos logra su cometido: la tensión inicial, creada mostrando de manera alternada los escenarios de los diferentes protagonistas, desemboca en una salida revestida de un humor socarrón. Sin embargo, los otros momentos fuertes, los del doble atentado contra Kate son convencionales y sin mayor relieve, especialmente el que se produce en el hospital. Su construcción es un tanto burda, con planos sobre el rostro del asesino y la inyección letal,  que enfatizan innecesariamente la actitud del personaje. Allí, es posible adivinar lo que va a ocurrir, incluso, la aparición salvadora y súbita de Luther. Ciertamente, el descenlace inmediato tiene un tono juguetón, sarcástico, aunque la sensación de insatisfacción se mantiene. Pero, de manera palmaria, más insatisfactorio es el final: distante, previsible, verbal, sin garra, que le quita verosimilitud a la resolución de la historia.

De otro lado, la figura del Presidente, luego de la formidable secuencia inicial, resulta caricaturesca. Gene Hackman se esfuerza por sacar adelante a su personaje, pero el problema está en su concepción. Hay una cierta impostación que se hace más ostensible en la escena del baile de Richmond con Gloria Razols. Aquí, la actitud hipócrita de Richmond, que alarga los pasos del baile para poder decirle a su pareja que está cayendo en la trampa tendida por Luther y, la actitud ridícula de su pareja evidenciando su interés en él, no resultan convincentes. Eastwood, en su intento de otorgarle un tono irónico a la secuencia, deja de lado la sutileza que el momento reclamaba.

A pesar de estos errores, Poder Absoluto es un film que merece verse. El universo característico de Eastwood está presente. La historia, a pesar de lo increíble que pueda resultar con su forzado “happy end” mantiene su interés. Además, posee un conjunto de actores de primera línea que, más allá de algunos errores de diseño (especialmente, el que encarna Gene Hackman) , siempre están en caja. Pero, sobre todo, Poder Absoluto tiene el suficiente sarcasmo y humor para divertirnos con inteligencia y buen gusto.


ROGELIO LLANOS Q.  

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