(1986)
Director:
Francis Ford Coppola
En el cine de Francis Ford
Coppola hay un motivo recurrente: el aprendizaje permanente a través del
encuentro con experiencias vitales y extraordinarias, como paso fundamental
para el conocimiento personal, la obtención del éxito o poder o, simplemente,
el logro de la madurez o equilibrio. Tal es el caso de Peggy Sue (Kathleen
Turner), una mujer joven, con dos hijos, promesa y envidia de su generación (aquella
que vio nacer el rock’n’roll), aunque ahora, en los ochenta está a punto de
divorciarse de un tipo que, como ella, arrastra y esconde sus frustraciones tras
un mundo de apariencias. El tipo es Charlie (Nicholas Cage), cuyo presente es
la negación de las aspiraciones del pasado: se ha alejado de la mujer amada, nunca
llegó a ser el gran cantante de sus sueños juveniles y su derrota es encubierta
por los destellos de la publicidad televisiva.
Para Peggy Sue, el destino
le ha reservado una experiencia fascinante. El poder retornar en sueños a su
pasado de estudiante, al comienzo de la década del sesenta, cuando Vietnam aún
no ensombrecía la alegre cháchara de los jóvenes estudiantes, cuya máxima ambición
era pasearse en un descapotable con la chica más linda del grupo o el muchacho
más apuesto de la escuela. Sin embargo, Peggy Sue mira su entorno, y lo que
allí sucede, con los ojos del presente, extrañada de todo lo que está
ocurriendo, pero decidida a volverlo a vivir, intentando corregir aquello que,
en su opinión, fue la causa de sus frustraciones, en una suerte de segunda
oportunidad que no puede ni desea desaprovechar.
Nostalgia y amabilidad invaden
la puesta en escena de Peggy Sue,
aunque también es posible percibir en sus imágenes una fina ironía que
equilibra el film y que evita en todo momento el tono rosa de la onda “retro” o
la aventura desfachatada de las increíbles máquinas del tiempo. A Coppola le
interesa la aventura personal, el viaje interior o imaginado, la excursión hacia un tiempo anterior, de
apariencia candorosa, para mejor entender el complicado presente. Reencuentros
y nuevos enfrentamientos marcarán la aventura de Peggy Sue, camino a su
madurez.
Así, Coppola permitirá que su personaje vuelva a
entrar en comunicación con su espacio físico que el paso del tiempo
ineluctablemente destruyó y este nuevo encuentro con su antigua casa, a la que ausculta
con la curiosidad y el afecto de quien encuentra el objeto amado y perdido, da
la clave del modo como Coppola abordará el enfrentamiento de Peggy Sue con los
fantasmas de su pasado. Intentará comprender mejor a sus padres y ser más
complaciente con la hermana menor, y estos afanes en medio de una familia tradicional preocupada
por el confort y la ostentación, así como por la virginidad de la hija y la
formalidad de su relación sentimental, son observados por el director con mucho
humor, sin llegar en ningún momento a la burla cruel. Por el contrario, los
momentos en que Peggy Sue tiene la oportunidad de visitar a sus abuelos están
dotados de una dulzura poco común en el cine de Coppola.
No muy distinto es el
acercamiento del cineasta hacia la relación de Peggy Sue y sus amigos. Pues si
bien, no existe el propósito de presentar como una utopía esta sociedad de la
despreocupación y la ingenuidad, (tal como la tradición cinematográfica la ha
graficado), tampoco hay el interés de hacer escarnio de una juventud que pocos
años después tendrá que pasar por el holocausto de la guerra y la convulsionada
década de los 60. La actitud de Coppola entre sentimental y amable no es óbice
para que Peggy Sue, entre juguetona y malvada, desconcierte al empeñoso de la
clase Richard Norvik, descubriéndole las futuras maravillas tecnológicas, ponga
en ridículo al mismo Charlie proponiéndole descaradamente hacer el amor o ajuste
cuentas consigo misma y se de algunas escapadas, como aquella la de la noche
estrellada con el proyecto de poeta Michael Fitzsimmons, compensatoria, por las
que nunca vivió.
A pesar de ser un proyecto
de encargo, Peggy Sue... calza
perfectamente en el universo de Coppola. Un universo en el que los espejos no
sólo sirven para reflejar la imagen del personaje sino también para
introducirlo en el espacio onírico o de la imaginación, a la manera de Alicia
en el universo de Lewis Carroll y en el que las fiestas de aniversario con sus lentejuelas,
tortas inmensas y coronas de oropeles no son sino ritos de iniciación hacia ese
mundo que desconoce el límite de lo posible y que por ello mismo resulta seductor
e inquietante.
Rogelio Llanos Q.
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