8/12/13

PIERNAS


Muy lejanos están los días en que Gloria Swanson dejaba al descubierto una de sus piernas y la cámara se movía con lascivia, pero con cautela, desde el pie hasta el comienzo del muslo en The Loves of Sunya (1926). Y qué viejas y gastadas aparecen las imágenes de una Greta Garbo, aún sin el fulgor del estrellato, en Peter the Tramp (1922), con sus piernas regordetas sumergidas en el agua y su prehistórico traje de baño que le cubre hasta la mitad del muslo.

Lujuria, ingenuidad y contención, extrañamente entrelazadas. Actitudes audaces para la época y causantes de no pocos escándalos y pesadillas. Pero es así como se fue desbrozando el terreno y el erotismo se tornó más desembozado y, también más sugerente en la década siguiente, que le pertenece por entero a Marlene Dietrich, cuyas piernas perturbaron hasta la locura a Joseph von Sternberg en El ángel azul o fascinaron inevitablemente a Gary Cooper en Marruecos.

Desde ese entonces, las imágenes no han dado tregua a nuestros instintos “voyeuristas”de cinéfilos, deseosos de mirar una y otra vez aquellas partes femeninas -no importa si flacas o rellenas, largas o cortas, torneadas o musculosas, porque la cámara sabrá cómo mostrarlas para que parezcan las mejores del mundo- que se erigen como las columnas que soportan la entrada a misteriosos y placenteros encantos mayores.

¿Fascinación? Claro que sí. Y, mortal, además, como la padecida por John Garfield en 1946, cuando entró en un bar y sólo salió de allí para ir a la cámara de gas. El film: El Cartero llama dos veces (The Postman Always Rings Twice, Tay Garnett).

Todo empezó con Garfield buscando trabajo en una gasolinera al borde de una carretera solitaria en California y el ruido hecho por un lápiz de labios al caer al piso y rodar hacia él. El ligero movimiento que la cámara inicia en ese momento desde el objeto caído se convierte en una suerte de emisario hacia la fatalidad.

La cámara, en toma subjetiva, avanza misteriosa y captura un pie, se eleva como respondiendo a la virilidad brutalmente despertada de Garfied, se regodea en las piernas, firmes, hermosas, que encuentra a su paso y se detiene en la rodillas.

El rostro del hombre no puede ocultar su sorpresa. Y no es para menos, el contraplano general de Lana Turner, parada, provocativa y desafiante es capaz de liquidar cualquier defensa, entre ellas, la nuestra. Garfield recoge el lápiz labial y, en plano de conjunto para apreciar la distancia entre ambos, se lo extiende. Ella agradece y también extiende el brazo. Ambos están estáticos. Ninguno se anima a dar el primer paso. El, más bien, se apoya en el mostrador. Su mirada intenta ser fría, pero el deseo es apabullante. Está derrotado. El primer plano de LanaTurner devolviéndole la mirada con tono retador es devastador. Ella está segura, ahora, de su victoria; entonces, implacable, se acerca y toma el lápiz labial, lo abre y mirándose en un espejito de mano, vanidosa y malvada, procede a pintarse la boca, lo vuelve a mirar desde su altura olímpica y cierra la puerta.

La escena concluye con Garfield volviendo a la realidad. La hamburguesa en el asador se ha quemado mientras tanto, el letrero “se necesita un hombre”, también arde, sobrante, inservible. Pero el fuego iniciado por las piernas de la Turner continuará ardiendo durante muchos días al influjo de la pasión amorosa, los celos, las iras, las provocaciones, el asesinato, la propia muerte.

Perder la vida por las piernas de una mujer, parece descabellado. Sin embargo, la experiencia de Garfield no es la única. Por ellas y a su manera, Charles Denner, también se inmoló en El Hombre que Amaba a las Mujeres. Francois Truffaut, sin duda, es quien mejor las ha filmado, desde aquella ocasión en que Bernardette Lafont nos las mostró generosamente, mientras montaba en bicicleta y el viento le levantaba graciosamente la falda en Les Mistons hasta esos momentos, en su última película Vivamente Domingo, en que Fanny Ardant, calculadora y coqueta, pasa y repasa por la ventana al borde del piso, sabiendo que en el cuarto inferior Jean-Louis Trintignant levantará la mirada para disfrutar de lo que ella sabe será el hechizo definitivo e ineludible: aquellas piernas que Depardieu en La Mujer de al lado y Truffaut en la vida real amaron hasta la saciedad.

Rogelio Llanos Q.

Lima, julio 1998


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